Prólogo

Junio de 1987

John siguió a Harry a través de los campos de brezo y matorral hasta la encina que habían convertido en su fortín tiempo ha. Ahora ya eran demasiado mayores para la casa del árbol (Harry tenía dieciséis, John un año menos), pero eso no frenaba a Harry cuando escalaba por las ramas hasta quedarse encima del tejado combado por la lluvia y debilitado con el tiempo. Se dobló ligeramente bajo su peso, pero resistió. Lo que era bueno, porque si se rompía, caería seis metros sin parar hasta la acequia vacía de abajo. Ambas piernas rotas serían un mal modo de empezar el verano.

Harry no se preocupaba. Nunca lo hacía. Después de todo, iba a ser una Centinela algún día, y su vida estaría llena de aventura y peligro. O eso había estado diciendo desde que cumplió los seis.

Y quién sabe, puede que tuviera razón. Lo llevaba en la sangre. Tanto era así que las generaciones en las que el clan Watson no había producido al menos un Centinela habían sido acusadas de linaje débil y moral pésima. La generación de Harry y John ya había producido tres posibles candidatos, y el clan al completo no podía dejar de regodearse en la abundancia.

Pero John no era ninguno de esos tres. Así como Harry estaba destinada a la grandeza, él estaba destinado a la normalidad. Así como ella mantenía sus ojos en el horizonte, él los mantenía en sus pies. Como la vida.

No había nada que se pudiera hacer. No tenía cabida en el camino que garantizaba el orgullo y la aprobación del clan. No importaba lo valientemente que acompañase a Harry en sus aventuras, sencillamente no tenía madera de Centinela. Porque era eso, un acompañante. La seguiría dentro de cualquier cueva oscura o por encima de cualquier árbol raquítico, pero sin Harry de ningún modo se le habría ocurrido hacerlo. Estaba destinado a ser un seguidor sin remedio. Un espectador de las historias ajenas, sin tener nunca una propia.

A pesar de todos los indicios, una parte oscura y airada de John secretamente deseaba que Harry no fuese una Centinela después de todo. Sus sentidos todavía no se habían desarrollado, y tal vez nunca lo hicieran. Entonces ella sería corriente, como él. Si ese fuera el caso, todo permanecería igual. Ella no se llevaría toda la gloria y le dejaría atrás. Ya no sería la favorita.

Pero ahora, mientras la veía trepar cada vez más lejos y posarse en las retorcidas ramas de arriba, como un gato, sabía que eso jamás ocurriría. Harry estaba en lo correcto. Era una Centinela. Él podía sentirlo demasiado bien, como un resplandor a su alrededor. Y además también sería humillante para Harry después de pavonearse todos estos años. Aunque estuviera celoso, no le deseaba aquello.

Cuidadosamente, John se posó en el viejo entarimado del fuerte del árbol, sin confianza suficiente para poder unirse a Harry en las delgadas ramas de arriba. Resopló cuando el aglomerado se combó y crujió, e intentó no mirar hacia la grieta seca de abajo. - ¿Por qué estamos aquí? - Le preguntó.

- Necesito estar en un sitio súper silencioso, - dijo Harry. - Quiero probar algo. - Había una nota de excitación en su voz que sólo podía significar una cosa.

- ¿Está empezando? ¿El cambio? - Preguntó John, sabiendo que así era.

- Eso es, - dijo Harry. - Aun no lo sé. Creo que mi audición ha mejorado. Te voy a decir lo que oigo, y tú me dices si puedes oírlo también. De ese modo sabré si son mis oídos o si es que lo que estoy escuchando solamente está muy alto.

John comenzó a asentir y se detuvo. Le llamó la atención un movimiento por el rabillo del ojo y se giró. Ahí, en una hoja, había un lagarto casi perfectamente camuflado. Bizqueando, torció la cabeza hacia delante para verlo mejor, pero estaba demasiado lejos para que sus ojos normales pudieran ver mucho detalle. Le sonrió, y sintió una curiosa sensación de calma y paz.

- De acuerdo, presta atención, John. ¿Oyes a la mujer llamando a su hijo?

John giró la cabeza. Oía el viento entre las hojas y el crujido de las ramas. Le pareció que podía oír un coche. Pero no una mujer. Ni un niño. - Nop, - confirmó.

- ¿Estás seguro? ¡Suena muy fuerte!

John meneó la cabeza. - Tu audición es mejor que la mía, Harry. Creo que ahora ya eres una auténtica Centinela.

- ¡Oh! ¡Sí! - Se regodeó, excitada. - Bueno, no, no mucho. De momento sólo es el oído, pero sé que los demás aparecerán pronto. ¡Cuestión de tiempo! Llevo años esperando esto. A pesar de que lo sé, nunca surge demasiado pronto, pero Clyde me ha ganado y es vergonzoso. Al menos voy por delante de Roger. Oh, John, siento como si he hubiera llegado mi derecho de nacimiento. Esta gran herencia. Esta asombrosa responsabilidad está en mis manos. Es aterrador, pero es... oh Dios, ¿Cómo lo describo? - Balbuceó.

El corazón de John se hundió, pero logró una pequeña sonrisa. - Enhorabuena.

Eso era. Ella estaba fuera de su vida. A partir de ahora como Centinela se juntaría con los de su misma clase. Entrenándose para sus futuros deberes. Y quién sabe dónde acabaría destinada. Puede que en Aberdeen, O Glasgow. Puede que incluso en Londres. Y cuando volviese, tendría un montón de historias interesantes. Gente a la que habría ayudado. Tal vez incluso batallas en las que hubiera luchado, si acabase en la rama militar. Todo el mundo hablaría sobre ella para siempre. Tampoco sería diferente de como era ya.

Parecía que Harry lo mirase por vez primera. Sus ojos se entrecerraron y sonrió. - Estás celoso.

- No lo estoy, - se defendió John. - Tú eres a la que ya le han planificado la vida. No yo. ¿Por qué debería estar celoso?

- Estás celoso, - le pinchó Harry. - Oh, John, ¿Sabes qué? Podrías ser un Guía. Bueno, casi pareces uno. Siempre ahí, siempre ayudando. Servicial. - Le sonrió, especulando. - Eso te haría más especial que a mí. Hay Centinelas por docenas, ¡Pero los Guías son pocos y preciados, como hermosas gemas! - Dijo con la voz que John llamaba "de pony bonito". Tuvo una visión de sí mismo sepultado entre chillona bisutería de plástico, como la idea que una niña pequeña tendría de riqueza. Se quitó la imagen de encima con un estremecimiento.

- No soy un Guía, - dijo firmemente John. - Ni siquiera me lo desees.

Harry frunció el ceño. - Pero el mundo necesita Guías, John. Voy a necesitar un Guía algún día. Espero que pronto. No es algo malo, - se estiró hacia abajo para darle una palmadas en la cabeza.

- ¿No es algo malo? - Dijo John, alejándose de ella. - ¿Estás de broma? Renunciando a todo por tu Centinela? No ser capaz de tener un trabajo, mudarte a otra ciudad, o incluso tener tu propio piso sin la aprobación de un Centinela. Ningún derecho para ti mismo. ¿Por qué alguien querría eso?

La sonrisa de Harry desapareció. - Bueno suena a porquería cuando lo dices así, pero a los Guías se los trata bien, John. Nadie se atrevería a dañar a uno. Sí, no pueden escoger su carrera o dónde viven, pero eso es porque el Centinela les necesita cerca. Son un equipo. No es práctico que puedan tener una vida separada. Y sí, tienen que ir con su Centinela, pero John... consiguen ir con su Centinela. ¿Quién no querría eso?

- Yo, - dijo John, firme. Había localizado al lagarto de nuevo. Esta vez era marrón, y reptaba lentamente hacia arriba por un lado de la rama. Casi invisible salvo cuando se movía. Se dio cuenta de que el camaleón era de alguien, una mascota huida. No sobreviviría al invierno, pensó tristemente.

- Bueno, ¿Entonces qué quieres? - Preguntó ella, cruzando los brazos sobre el pecho y balanceando las piernas dramáticamente. John habría estado aterrorizado de perder el equilibrio y caer de cabeza sobre las rocas, pero Harry parecía perfectamente a gusto.

- Quiero ser médico, - dijo John impulsivamente. - Como el tío Mark. - Los doctores eran valorados y respetados.

Harry se echó hacia atrás. - Sí claro. ¿Crees que puedes dedicarte a algo aburrido como eso? Admítelo, te gusta ir por ahí conmigo, como un Guía.

- No soy un Guía, - dijo él, sintiendo como una extraña fuerza surgía de lo profundo de sus entrañas. - Soy corriente. - Su voz resonó. El pequeño camaleón se quedó quieto y pareció que desaparecía en la rama.

Los pies de Harry se detuvieron por un segundo, y luego comenzaron a balancearse otra vez. - Bueno, vale, eres corriente, John. Y te estoy provocando. ¿Pero sabes? Tú haces que lo corriente mole. Tienes talento para lo corriente. Y eso te hace especial, al menos para mí. - Lo dijo muy sincera, pero él no pudo evitar notar la decepción en su voz.

Bien. No había nada de malo en lo corriente, decidió John. Volvió a buscar el camaleón, pensando que quizás podría cogerlo y tenerlo como mascota, pero no fue capaz de encontrarlo.

Harry estuvo insufriblemente petulante durante dos días, y entonces le golpearon los contras de ser un Centinela. Permaneció todo el martes en su cuarto, enferma por sobrecarga sensorial. John intentó verla, en parte porque se sentía mal por ella, en parte porque su miseria parecía llenar la casa. Pero Padre intervino. Era un Centinela, y Madre era una Guía. Sabían lo que estaban haciendo, y John estaba en medio.

- Vete a jugar fuera, - sugirió Padre, amable pero firmemente. - O tal vez puedas ir por ahí a casa de alguno de tus amigos, hasta que tu hermana se recupere de la crisis. - Parecía estoico y preocupado, pero John sabía que bajo la seriedad, Padre estaba reluctante de que su primogénita, su hija, estuviera siguiendo su pasos. Incluso teniendo un padre Centinela y una madre Guía, nada podía asegurar que alguno de ellos heredara los genes correctos. E incluso entonces, sólo el cinco por ciento de los Centinelas eran mujeres. Harry había roto los pronósticos dos veces.

- ¿Va a estar bien? - Preguntó John, reculando.

- No te preocupes, muchacho, - dijo el Centinela Watson, dando una palmada amistosa pero condescendiente en la espalda de su hijo. - Sé que parece que da miedo, pero sólo es un rito de paso Centinela. Si empeora la enviaremos a la Torre. - Su actitud enviaba otro mensaje: deja de molestarme, hijo. ¿No ves que estamos ocupados?

John suspiró. Sabía que iba a ser olvidado cuando Harry cambiara, así que no es que no se lo esperase. Pero aun así ser echado de su propia casa avivó las brasas de la rebeldía en su interior. No había nada que hacer allí y la atmósfera era enervante y opresiva. Harry necesitaba espacio más de lo que necesitaba saber que él estaba preocupado.

Iba a marchar cundo Madre abrió la puerta. Como Guía, estaba más cualificada que Padre para ayudar a Harry durante la transición inicial. Ahora parecía desbordada y exhausta. - Voy a por algo de agua, ¿Puedes vigilarla un momento? No quiero que esté sola. - Se refería al Centinela Watson, no a John, por supuesto. Entonces, como si por primera vez se diera cuenta de que tenía un hijo, dijo rápidamente: - Hola, cariño, está bien, - y le revolvió el pelo.

A través de la puerta abierta, John oyó a Harry gemir. Miró en la habitación a oscuras. Madre había puesto planchas de cartón en las ventanas para bloquear la luz. Harry estaba tirada en la cama como un trapo, envuelta de mala manera en el camisón de seda de su madre y nada más. Sus orejas estaban cubiertas de peludas orejeras invernales para detener los sonidos. Un generador de ruido blanco zumbaba de fondo.

De repente John se fijó en una masa oscura a su lado, acurrucado contra su trasero como un gigantesco gato doméstico. Era un lince. Totalmente inconfundible.

John se quedó inmóvil.

La cola del animal se balanceaba con irritación. Se retorció, contorsionándose para lamer un punto en su pata trasera y rodar sobre su lomo. Con los mechones de las orejas sobre el muslo de Harry, estiró las patas en el aire, al estilo de los gatos. Sus ojos se movieron rápidamente hacia John.

Mierda.

Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

¡No lo mires! Se dijo John a sí mismo. Giró la cabeza hacia un lado y se quedó mirando fijamente la pared. Un sudor frío le brotó de la frente. Que no se dé cuenta. soy corriente, no puedo ser... Soy corriente, soy corriente.

Sabía lo que era. Si hubiera habido un lince de verdad en la habitación de Harry tanto ella como sus padres habrían dado la alarma. ¿Y de dónde habría salido? ¿De un zoo?

No, era un espíritu guía. Lo que significaba que John podía ver los espíritus guía.

Lo que significaba que John era un Guía, sin peros. Los Normales no pueden ver espíritus guía. Y él no tenía ninguno de los sentidos de un Centinela. Eso sólo dejaba una opción. Y si era un Guía, tendría que registrarse en la Torre Aberdeen. Y una vez allí, no le dejarían salir hasta que estuviera vinculado a un Centinela. Y eso sería todo. Una puta vida de hacer lo que le mandasen. Una vida de existencia en aras del beneficio de otro. Una vida para ser tratado como la propiedad de otra maldita persona.

Pero si no se registraba, sería cazado. Tenían Centinelas especializados en rastrear Guías huidos. Mierda. Mierda.

John miró a sus padres. ¿Lo sabían? Si el espíritu guía de Harry podía verle, seguramente ellos fueran capaces de sentirle también. Pero no, gracias a Dios estaban demasiado centrados en Harry para dedicarle una mirada. Tenía que salir de ahí hasta que pudiera calmar sus latidos y luego ocultarle a sus padres que sucedía algo.

¿O tal vez podría decírselo? ¿Le entregarían? Probablemente lo harían. Tal vez estuvieran algo más que diplomáticamente orgullosos de él.

Pero no merecía la pena. No para que le robasen la libertad de ese modo. Si se descubría que era un Guía nunca sería médico. Ni viajaría. Ni se casaría. Ni cualquiera de las cosas con las que había soñado. Dios, no quería renunciar a su libertad para satisfacer las necesidades de algún Centinela peludo, viejo y musculoso, y muy ciertamente, hombre.

Se giró hacia la puerta principal del salón y lo vio. El pequeño camaleón correteaba por la pared en rápidos saltitos. ¡Soy corriente! Pensó desesperadamente. Soy normal. ¡Nadie puede verme! ¡Escóndeme! El reptil se detuvo donde estaba, girando un ojo bulboso en su dirección. Su piel se volvió beige igual que la pintura. Y entonces se desvaneció.

Madre y Padre dejaron de discutir. Padre olisqueó el aire una vez, agitó la cabeza y entró en la habitación de Harry, cerrando la puerta detrás de él. Madre pasó rápidamente la mano por la cabeza de John mientras avanzaba. Él la siguió con la mirada y vio como pasaba por delante de un segundo lince, enroscado en el respaldo del sofá. No era el de Harry. Era más grande y parecía más canoso. Se lamió la pata y arqueó el lomo. Le miró a los ojos y se dejó caer silenciosamente al suelo.

John permaneció inmóvil, apenas sin respirar, con la letanía sonando una y otra vez en su cabeza como un mantra. Corriente, corriente, corriente. El lince paseó directamente hacia él. No movió los ojos. Se quedó en el sitio. Atrapado. ¡Soy normal! Gritó en su mente. Sin detenerse lo más mínimo, el lince pasó a través de él, sin que sintiera nada, ni una brisa siquiera. John apretó la mandíbula y esperó. Entonces, sabiendo que no era lo correcto, pero de algún modo incapaz de refrenarse, giró la cabeza. Lo vio pasar como un fantasma a través de la puerta de Harry.

El espíritu guía de Padre le había visto. Y luego no. Casi lo había reconocido, y luego no.

John recuperó el aliento en pequeñas bocanadas, que gradualmente se fueron pausando y volviendo más profundas a medida que el pánico desaparecía.

Le dije que era corriente... y me creyó. Miró hacia el sitio de la pared donde estaba su propio espíritu guía. Lo vio cambiando de nuevo, aún beige pintura, trotando hacia el techo a través de una pesada viga de madera. Camaleón. Nadie podía ver a su espíritu guía a menos que quisiera ser visto. Nadie podía sentir que era un Guía a menos que él les dejara. Ni siquiera alguien tan cercano a él como Padre.

John respiró poniendo una mano sobre su corazón, y entonces sonrió. Si era cuidadoso e inteligente, tenía una oportunidad.

Harry estaba sufriendo y estaba despertando a John. Se dio la vuelta y se cubrió la cabeza con la almohada, pero no amortiguó nada. Los sentimientos de ella le invadían como un ataque de pánico. Por favor, pensó hacia ella. Apágalo. Sólo apágalo, como mamá le dice a papá.

Oyó abrirse la puerta con un chirrido. Oh, Dios, Harry. No. No entres. Vete a dormir. Debía de haberle sentido de algún modo.

Sus pasos crujían por el suelo. John permaneció quieto fingiendo dormir a pesar de estar totalmente despierto. Sintió una mano febril sobre su pie desnudo. Se arrancó la almohada de la cabeza y miró a Harry a través de la oscuridad, agazapada a los pies de la cama como un homúnculo. Dios, si es que parecía un poco un lince, con los mechones retorcidos hacia arriba.

No podía ayudarla. Necesitaba a Madre. O a otro Guía. Pero estaba sufriendo, y él no podía quedarse sin hacer nada al respecto.

- Apágalo Harry, - susurró todo lo bajo que pudo. - Haz como dice Mamá. Visualiza los diales y apágalos.

- No puedo, - dijo. - No puedo alcanzarlos, no paran de moverse. - Se agarró a su pierna. - Hueles bien.

Sintió un calor húmedo sobre el pie. Ahora le estaba lamiendo. Como un animal herido pidiendo caricias. Un escalofrío de terror le recorrió la columna. - No, Harry. Es asqueroso, - susurró alejándole el pie de un tirón. Se revolvió hasta que logró formar una bola defensiva contra la pared en la cabecera de su cama. Ahora mismo Harry era peligrosa. Su instinto se lo decía.

- Sabes bien, - dijo con un ronroneo en la voz. Estaba seguro de que ella iba a saltar encima de él y forcejear como hacían cuando eran niños. Entonces, había sido capaz de estar a su altura, pero al ser un Centinela se había vuelto más fuerte. Y estaba seguro de que no iba a hacerle cosquillas una vez lo hubiera inmovilizado. Oh, tenía el instinto totalmente fuera de control. Podía sentir oleadas de deseo y necesidad manando de ella. Parte de él quería ceder, consolarla y calmarla, como había hecho durante años. Pero bajo esa necesidad inocente, sentía una pulsión de posesión oscura, un deseo emergente de restregar su olor contra él, de marcarle como su territorio.

Era su hermana. Dios, no.

- Necesitas ver a Mamá. Ella puede Guiarte.

- No es suficiente. No somos compatibles.

- Entonces necesitas ir a la Torre, donde saben lo que hacen.

- Lo sé, lo sé, - lloró. Instantáneamente John sintió lástima por ella. No podía evitar sentirse sobrepasada.

Se inclinó hacia delante y le frotó el hombro a través de la fina seda del camisón de Madre. Se centró en pensamientos tranquilizadores y empezó a repetir las palabras que había oído a Madre decir a Padre tantas veces. Harry dejó de llorar y pareció que surtían efecto. Sintió una punzada de orgullo. Nadie le había enseñado nunca a ser un Guía, pero no parecía tan difícil. Más que nada era cuestión de proyectar pensamientos calmantes y hacer simples visualizaciones guiadas como las que había aprendido de su entrenador de rugby. Ver el éxito y saber que lo iba a alcanzar. Bien pensado.

Parecía funcionar. Harry respiraba más despacio. Se sentía mucho más calmada. Él sabía que sus sentidos estaban volviendo a la normalidad porque su propio dolor de cabeza había desaparecido.

- John, - dijo suavemente, - creo que podrías ser...

John se puso rígido. ¡Soy corriente! le gritó mentalmente. ¡Normal, completamente normal!

Ella no añadió nada más. - Vuelve a tu cama y duerme un poco, - le dijo.

Asintió y se bajó de la cama. Oyó el click de la puerta detrás de ella. Y entonces Harry se retiró totalmente de su mente. Y por una vez se sintió tan normal como quería que ella creyese que era.

Marcharon para la Torre de Aberdeen a primera hora la mañana siguiente. Harry lo llevaba mucho mejor, lo que complació mucho a Padre y Madre. Habían estado preocupados por cómo iba a soportar el tan largo viaje. John sugirió el quedarse él solo en casa pero por una vez sus padres recordaron que tenían un segundo hijo y pensaron que aquello debería ser un asunto familiar que solucionaron prometiéndole una tarde en la Ciudad.

Harry no dijo nada de su visita nocturna a su cuarto. Tal vez pensó que había sido un sueño. John no lo sabía pero estaba contento con que ella no hiciese preguntas.

Especialmente cuando la Torre de Aberdeen entró en su campo de visión. Él boqueó ante sus muros exteriores anchos y restrictivos, y la aguja cuadrangular del centro. El panfleto de su regazo decía que tenía más de 300 años. Las ventanas eran estrechas y estaban cubiertas de grueso cristal esmerilado. En las plantas superiores de la Torre, donde se mantenía a los Guías, eran incluso más pequeñas, como una serie de agujeros perforados en la dura piedra labrada. Parecía un prisión.

Mientras Madre rodeaba el parking para visitantes buscando un sitio para aparcar, John miró otra vez el panfleto de sus rodillas, dándole la vuelta. Había seis páginas dedicadas a Tu Hijo Centinela. Pasajes sobre la escuela, los consejeros, profesores y "Experimentados Guías Vinculados" disponibles para mantener el bienestar de los nuevos Centinelas. Comida cocinada para evitar sobrecargar sus sentidos del olfato y el gusto. Fibras naturales. Dormitorios insonorizados. Generadores de ruido blanco ajustables en las aulas y en las zonas de recreo. Yoga. Salas de pesas. Jacuzzis. Masajes. En total parecía más un spa que una escuela.

La última página estaba dedicada a los Guías. La Seguridad y Felicidad de Tu Hijo Guía es Nuestro Mayor Objetivo. Rezaba en tipografía grande y alegre. Hacía hincapié en las habitaciones de entrevistas "cómodas y acogedoras" donde un Guía podía avanzar ininterrumpidamente desde las primeras presentaciones hasta la "feliz plenitud" del vínculo. Divagaba sobre los años de experiencia que sus "casamenteros" tenían en hacer "enlaces felices y efectivos". Su baja tasa de "divorcios" y su alto índice de "satisfacción". Las clases post-vínculo de "ingeniería doméstica", "guía Centinela" (con "g" minúscula) y "defensa", que parecía ser la única asignatura dedicada principalmente al beneficio de los propios Guías. Después ofrecía acceso a todas las dependencias y clases Centinelas una vez que el Guía ya estaba exitosamente vinculado y no era una "distracción".

Cristo.

- Deja de leer eso y dile adiós a tu hermana, - dijo un poco bruscamente el Centinela Watson. - No estés tan enfurruñado, John. Compórtate.

John dejó sin ganas el panfleto en el coche y se bajó. Se acercó a Harry, que estaba girada hacia la Torre con una mirada casi de terror. Y ahora John sabía que no era sólo una mirada. Podía sentir las oleadas de pánico surgiendo de ella. Una sensación de que había cometido algún tipo de error crítico y ya era demasiado tarde. Se apiadó. Todo lo que antes fue su vida había desaparecido. Una vez que entrase, no volvería a salir hasta Navidad a menos que sus poderes estuvieran bajo un férreo control.

Lo siento, hermana. Pensó. Estarás bien. Logró encontrar una sonrisa que esbozar y avanzó incómodo hacia delante para darle un abrazo de despedida.

Harry no hizo nada durante un minuto entero. Estaba demasiado abstraída como para darse cuenta de que la estaba abrazando. Entonces, justo cuando la soltaba y se disponía a retroceder, ella le aferró en un poderoso abrazo rompe-espaldas. Enterró la cara en la curva de su cuello y pudo sentirla respirándole. Una oleada de deseo posesivo la envolvía.

¡Soy normal! Le repitió frenéticamente y sintió como su presa se aflojaba. Era su propio hechizo personal. Siempre funcionaba. Ojalá pudiera mantenerlo siempre en vez de tener que invocarlo cada vez.

Levantó la vista por encima del hombro de ella y vio a su padre mirándole fijamente, un segundo antes de sus ojos se desenfocaran en alguna otra cosa. Madre apareció rápidamente y separó a Harry de él. - Te ha tenido toda su vida, - dijo a modo de disculpa. - Siempre te ha protegido. Y ahora que es una Centinela ese instinto es más poderoso. - Se giró hacia ella, que parecía confusa. - Apágalo, cielo. John va a estar a salvo. No te preocupes. Papá y yo cuidaremos de él por ti.

Aquello pareció convencerla. Padre cogió su equipaje en una mano, el brazo de ella en la otra y se dirigió hacia la entrada principal, donde dos Centinelas uniformados con aspecto de ser apenas mayores que la propia Harry esperaban atentamente en la puerta. John se sintió un poco extraño viéndola alejarse. Era casi irreconocible, tan silenciosa y tan feral, como si algún tipo de criatura salvaje estuviera viviendo debajo de su piel. ¿Estaba todavía ahí la Harry sociable con la que había crecido? ¿O la Centinela que había en ella la había vaciado para hacer sitio a todos aquellos sentidos? Era más trágico que triunfal. Puede que Harry hubiera soñado con aquello, pero nunca había entendido el precio.

Madre puso la mano sobre la espalda de John. - Podemos esperar dentro, en la zona de visitantes, ¿Sabes? Creo que dentro tienen un pequeño museo que te puede interesar. Tu padre no debería tardar más de media hora en registrar a Harry. Entonces iremos a comer.

John agitó la cabeza - No, gracias. - Allí había demasiados Centinelas. Ahora podía sentirlos, incluso a través de las pesadas capas de roca, como pequeños faros. No se fiaba suficiente de su habilidad de camuflaje como para arriesgarse a la proximidad de tantos.

Madre soltó una carcajada. - Sé que parece imponente, pero no tienes por qué estar asustado de este sitio. Reciben bien a los Normales. Muchos de los empleados son Normales, así como muchos de los visitantes. No te dejarán fuera.

John soltó una risa ahogada. Entrar no era el problema.

Miró a los Centinelas de la entrada, barriendo las calles con la mirada, con los sentidos alerta, atentos a cualquier irregularidad. El de la derecha parecía prestar más atención a John que el de la izquierda. John notaba que estaba desvinculado. Emanaba una sensación de vacío. Y de repente las emociones del hombre eran muy, muy obvias para John. Mayormente aburrimiento y de repente una pizca de excitación. Alerta. Una pequeña criatura con aspecto de comadreja apareció cerca de los pies del Centinela.

¡Mierda! De algún modo la barrera de invisibilidad de John había caído y le habían sentido. Elevó de nuevo su camuflaje rápidamente. Las emociones del Centinela se interrumpieron como una puerta cerrándose. ¡Demasiado cerca, maldición! Una cosa era revelarse accidentalmente a Harry, que no tenía ni idea de qué estaba viendo, o a sus padres, que estaban demasiado distraídos para prestar atención. Pero esos dos estaban alerta y no se les iba a escapar. Ahora, el Centinela al que había provocado sin querer estaba mirando en su dirección, tenso y curioso.

John tenía que salir del campo de visión del guardia. Se escurrió dentro del coche y esperó que la barrera de metal y cristal le ayudara a escudarse de sus hipersentidos en alerta. Podía ocultar su naturaleza de Guía del hombre, pero no podía esconder el olor a miedo y el rápido latir de su corazón. El Centinela dejó su puesto para comentar algo con su compañero.

Como último intento para hacerle perder interés, John concentró toda su capacidad en mezclarse con los alrededores. En no ser visto. Se esforzó en tener pensamientos anodinos hasta que le dolió la cerebro. El Centinela detuvo su avance, agitó la cabeza y volvió a su puesto. Funcionaba. Gracias a Dios, funcionaba.

Un instante después, Madre abrió su puerta y se metió de nuevo en el asiento del conductor con un suspiro de disgusto. - Esperaba que Harry estuviera asustada, no tú, - dijo. - ¿Qué te suce-

Sufrió de lleno el impacto de la furiosa proyección de John, y entonces como por arte de magia, se quedó callada como si hubiera olvidado completamente lo que le iba a decir. En vez de eso, comenzó a rebuscar algo en su bolso. John se fue relajando por momentos.

Un leve movimiento. John vio su pequeño reptil, intentando fundirse con el tejido violeta del asiento de atrás. Antinatural. Y recibió una leve sensación de deasgana viniendo de él, como si no aprobase sus actos. Como si incluso, debiera entregarse él mismo. Por unos instantes, consideró el salir y dirigirse hacia los dos Centinelas y admitir que era un Guía. Después de todo, era la ley. Pero una vez que hubiera hecho aquello, no habría vuelta atrás. La sola idea le enfermó.

Todavía no, - le dijo. - Algún día, pero todavía no.

El espíritu guía se quedó quieto y pareció desvanecerse. Su desgana desapareció con él. John dejó escapar en un suspiro todo el aire que estaba conteniendo. Algún día, se entregaría. Cuando fuera mayor. Cuando estuviera listo. Cuando todas las demás opciones dejaran de ser mejores. Cuando encontrase un Centinela con el que estuviera dispuesto a vincularse. Y no antes.