Disclaimer: nada de lo que podáis reconocer me pertence, todo es propiedad de J. K. Rowling. Escribo fics sin ánimos de lucro.
Nota: ¡Otro fic más! Aquí vengo con un Drarry (sí, va a ser slash, quedáis advertidos) de ocho capítulo, contando el prólogo. Este cap. es muy corto en relación a los demás, que rondan las cuatro mil palabras (algunos llegan a las cinco mil), pero es sólo una introducción.
Este fic es para Kayazarami. No eras mi AS original, he trabajado como reserva, pero eso no quita que haya disfrutado enormemente escribiendo esto. Ha sido divertido, estresante, me ha hecho tirarme de los pelos y disfrutar como una enana en Navidad. Como habrás adivinado, está basado en tu segunda petición, en la que pedías un fic en el que Draco y Harry se vieran obligados a estar juntos y naciera el amoooor (sí, me estoy riendo) y todo esto manteniendo la personalidad de los personajes. Esto último se me ha hecho difícil (ni te imaginas) porque no he escrito mucho de ellos dos a pesar de que me encanta el género. Habrá algo de drama porque lo he situado en el "octavo" año (me he tomado licencias dentro de lo que J. K. dijo que hicieron nuestros protas después de la Batalla), pero tendrás tu final feliz. Con todo, espero cumplir tus expectativas o, por lo menos, no haberla cagado demasiado XD
No tengo otro regalo, lo siento, pero intentaré hacer alguna de las otras aunque sea una cosita más corta. No prometo nada porque tengo tendencia a complicarme la vida (aquí está la prueba, me empeñé en escribir un fic como este en diez días). Espero que te guste, de verdad, porque si no me suicidaré.
Título: es el nombre de una canción de All Time Low (un grupo que me encanta), "Weigthless". Me pareció que la letra pegaba bastante bien así que me lancé.
Este fic participa en el "Reto Especial: Intercambio de Regalos 2014" del foro La Sala de los Menesteres. Está basado en la petición de mi AS, Kayazarami, en la que pedía un fic slash en el que Harry y Draco se vieran obligados a estar juntos y que tuviera un final feliz.
Prólogo:
Una Inquisición contra los traumas
No hay genio sin un gramo de locura
—Aristóteles.
Harry Potter se estremecía, presa de una serie de convulsiones producto de las pesadillas. No era la primera vez que le pasaba, así como no sería la primera vez que su amigo de la infancia, Ron Weasley, tenía que despertarle bruscamente. A Ron le habría gustado que su amigo le hiciera caso y tomase las pociones para dormir sin sueños, pero tanto él como su novia, Hermione Granger, sabían que era una batalla perdida.
Harry, con su mente aún perdida en su pesadilla más reciente, no dudó en sacar su varita para atacar a lo que fuese que estaba a su alrededor. Ron levantó las manos, igualmente acostumbrado a esta reacción. Harry tardó un par de segundos en darse cuenta de dónde estaba y a quién estaba apuntando.
—Lo siento, Ron. Yo no quería…
—No pasa nada —Ron hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. Todos tenemos de estos momentos.
Harry asintió, pero no pudo deshacerse de la sensación de estar siendo una molestia. Era cierto que todos habían tenido episodios parecidos, pero él estaba siendo el más problemático. Ni siquiera Ron, habiendo perdido a su hermano hacía apenas cinco meses, tenía tantos lapsus como Harry. Desde luego, nadie se lo había echado en cara, de hecho, todos evitaban hablar del tema, enterrando los recuerdos y el dolor en un agujero profundo de sus mentes.
Ron hizo lo que pudo por mantener la normalidad, y Harry se lo agradeció. No le hubiese gustado ver lástima en sus ojos, era algo que nunca había soportado. Estaban cambiando Cromos de las Ranas de Chocolate cuando la puerta del compartimento se abrió bruscamente.
—¡No puedo soportarlo!
Los dos chicos dieron un bote cuando Hermione cerró la puerta con fuerza a la vez que gritaba. Se la veía realmente enfadada, con las mejillas rojas y el pelo castaño más revuelto de lo normal, como si no hubiera dejado de enredar con él. Efectivamente, Hermione se llevó las manos a un mechón de pelo y empezó a enrollarlo y desenrollarlo con el dedo índice.
Ya tenía puesta la túnica, aunque ese año la insignia de prefecto no brillaba sobre el negro. Harry sospechaba que carecer de ella había sido un golpe para su amiga que se había sentido honrada y orgullosa de tener el título. A él ya no le importaba tanto como en el pasado, de hecho, le parecía un poco infantil.
—¿Qué ha pasado ahora? —preguntó Ron, sin molestarse en cerrar la boca mientras masticaba un cóctel de grajeas.
Eso sí era valor.
—Parkinson, eso es lo que pasa —contestó la muchacha, bajando la esterilla para que nadie pudiera verles desde fuera. Desde el pasado mes de mayo, los tres se habían convertido en celebridades. Harry estaba casi acostumbrado. Sus amigos, no—. Me he cruzado con ella en el pasillo. Después de todo lo que ha pasado y todavía sigue empeñada en llamarme sangre sucia.
—¿Que ha hecho qué? —espetó Ron, levantándose del asiento con celeridad, dispuesto a defender a su novia sin pensárselo dos veces.
Harry hizo una mueca, pero habría mentido si decía que estaba sorprendido. Parkinson nunca había sido demasiado lista ni agradable, así que le cuadraba que fuese lo suficientemente imprudente como para ir haciendo esos comentarios. Cualquiera diría que tras la guerra tenía que haber cambiado en algo, pero Harry ya no era tan ingenuo como para esperar algo así.
Hermione empujó a Ron, obligándole a sentarse. Lo último que necesitaban era más atención concentrada en ellos.
—Tranquilo, Ronald —dijo, con el tono a mitad de camino entre la satisfacción y la advertencia—. No merece la pena gastar tiempo en personas como ella.
Ron asintió, pero tanto Hermione como Harry sabían que no lo olvidaría fácilmente. En cualquier caso, Hermione se encargó de desviar la conversación hacia temas alejados de cierta Slytherin.
—¿Dónde está Ginny? —preguntó la muchacha, metiéndose en un tema aún más espinoso sin darse cuenta.
Harry se removió en su sitio con incomodidad y desvió la vista hacia el paisaje exterior. Ron contestó algo, pero él no estaba prestando atención. La relación con Ginny no había terminado demasiado bien. Ambos habían tenido la idea de que, al acabar la guerra, ellos estarían juntos, posiblemente para el resto de su vida. Pero después de todo lo que había visto y vivido, Harry no se sentía preparado para mantener una relación con ella. De pronto, todo el tema de Ginny había dejado de apasionarle. Y toda esa situación no le había sentado bien a nadie. Ella no le había culpado, pero no estaba demasiado contenta, y Ron… Bueno, él se había visto en una encrucijada y aún no se había decidido por un bando. Harry no estaba preocupado, entendía que la mayor prioridad de Ron debía ser su familia.
—Deberíais cambiaros —dijo Hermione. La conversación parecía haberse desarrollado sin que Harry participase y, sin darse cuenta, el tiempo se había esfumado—, pronto llegaremos.
Había cierta incertidumbre en su tono y a Harry le pareció que estaba asustada. Siendo sinceros, él también lo estaba, y no quería imaginar cómo debía sentirse Ron. La decisión de volver no había sido fácil, pero tanto Hermione como la señora Weasley habían sido tajantes al respecto.
Lo más difícil hasta el momento habían sido las miradas, que se debatían entre la más absoluta admiración y el terror. No habían pasado ni dos meses del final de la guerra cuando El Profeta empezó a soltar preguntas al aire, insinuando que sólo un mago aún más oscuro que Voldemort podría haberlo derrotado. Harry se había reído amargamente de tales estupideces, pensando en la cantidad de cosas que había dado —su vida, prácticamente— por esas personas. Pero por traicionado que se sintiera, sabía que, de poder elegir, lo haría una y otra vez, las veces que hiciera falta. Porque era así de estúpido.
—Harry, ¡eh, Harry!
Harry dio un bote en el asiento, mirando a Ron como si no hubiera esperado encontrarle ahí. Se dio cuenta de que Hermione había desaparecido y su amigo ya se había empezado a cambiar de ropa. Esto le pasaba mucho últimamente, se perdía tan profundamente en sus pensamientos que perdía la noción del tiempo.
—Lo siento —repitió una vez más, levantándose para alcanzar su baúl—. Estaba pensando.
—Ya —murmuró Ron, sin saber muy bien qué decir.
Ahí estaba otra de las consecuencias de esa maldita guerra: los tres se habían distanciado. Harry casi no hablaba, perdido en miles de recuerdos y reflexiones; Hermione enterraba su dolor bajo torres de libros y pergaminos, preparándose para los É.X.T.A.S.I.S. sin haber empezado las clases siquiera; y Ron… Ron estaba demasiado roto, demasiado dolido como para mirarles a la cara por demasiado tiempo. Y sin embargo, los tres aparentaban normalidad cuando podían. Conversaban como antes, pero conscientes de que ya no era lo mismo. Hermione y Ron se tomaban de la mano y se besaban, pero era más apariencia que otra cosa. Quizás era que no se habían atrevido a hacer lo mismo que Harry y terminar con esa farsa. O igual estaban esperando a algo, algo que salvara una relación que, a juicio de Harry, ya era insalvable.
Hermione se unió a ellos a un grito de Ron, y los tres esperaron en silencio a que el tren se detuviera. Estaban nerviosos, muertos de miedo, en realidad, y Harry temía derrumbarse nada más poner un pie en la estación o al ver la silueta del castillo recortada contra el cielo.
Esperaron a que el tren se vaciara antes de abandonar la seguridad del compartimento.
oOo
Draco Malfoy mantuvo la cabeza alta mientras entraba en el Gran Comedor. Escuchaba los murmullos y sentía cada mirada, pero su rostro no traicionó su incomodidad. Le parecía una estupidez, y una inconsciencia, la insistencia de su madre en que volviera al colegio. En un principio Draco creyó que el Ministerio la estaba presionando, a fin de tenerle controlado, pero ella le había jurado que no era así, y en la familia Malfoy los juramentos se tomaban muy en serio.
Se sentó en su lugar habitual, hacia la mitad de la mesa, y dejó descansar los brazos sobre la madera pulida. Varias personas miraron su brazo izquierdo, como si con el simple poder de su mirada fueran capaces de traspasar la gruesa tela de su túnica de otoño. Idiotas.
Había llegado solo y así prefería estar aunque Pansy había intentado pegarse a él como una lapa. Pero no se sentía con demasiados ánimos para soportarla, al menos no esa noche, así que la había despachado rápidamente, encerrándose en un compartimento vacío. Por lo tanto, cuando la muchacha se dejó caer a su lado no pudo contener un suspiro de resignación. Su innata habilidad para cansar hasta al menos pintado parecía haberse desarrollado durante el verano.
—Esa estúpida de Granger… —murmuró Pansy.
Draco siguió su mirada, encontrándose de lleno con Potter, Weasley y la susodicha Granger, sintiendo una indiferencia que llegó a sorprenderle un poco. La imagen de esos tres Gryffindors siempre le había hecho sentir algo, la mayoría de las veces una mezcla entre el odio, el asco y la envidia, pero esa vez no sintió nada.
—No deberías insultarla —la amonestó, mirando alrededor por si alguien la había escuchado. Pansy le miró con sorpresa, abriendo sus ojos marrones al máximo. Draco suspiró—. ¿Es que no lo entiendes? Son unos malditos héroes. No conseguirás más que problemas si alguien te escucha.
Pansy mutó su expresión, adoptando una actitud fría, con el brillo de la determinación reluciendo en sus ojos.
—¿Entonces debo callarme lo que pienso? ¿Es eso? —inquirió, frunciendo el ceño con enfado—. No pienso rebajarme de esa manera, Draco. Yo no voy a bajar la cabeza y hacer como que soy una admiradora de esos inútiles.
—Sólo te digo lo que es más inteligente…
—No —le contradijo ella, levantándose—. Lo que haces es comportarte como un cobarde, como si hubieras hecho algo malo. No te reconozco. El Draco de antes…
Draco dejó de escuchar, esperando pacientemente a que se largara por su cuenta. Mejor, pensó, así no tengo que echarla yo.
Lo que Pansy estaba diciendo carecía de sentido. ¿Por qué arriesgarse, teniendo al Ministerio y toda la comunidad mágica esperando a que tropezasen? Un paso en falso y acabaría en Azkaban haciendo compañía a su padre. Además, ya no tenía sentido seguir con eso. Draco sólo quería pasar ese año y desaparecer del todo. No tenía ni idea de lo que haría después de Hogwarts ya que casi todos los negocios de la familia habían sido desmantelados, pero ya pensaría en algo. Él siempre lo hacía.
Cuando volvió a mirar a su lado, Pansy había desaparecido. La encontró en el extremo más cercano a la puerta, mirando su plato vacío como si este poseyera todas las respuestas a sus problemas. Draco sintió algo de tristeza al pensar en que ellos dos eran los únicos que quedaban. Blaise, Theodore, Daphne, Crabbe, Goyle… Todos estaban muertos, encarcelados o fuera del país. Suspiró una vez más, desterrando el sentimiento con ese simple gesto. No merecía la pena pensar en ello.
Draco dejó de prestar atención a Pansy cuando las puertas del Gran Comedor se abrieron con un sonido de engranajes mal engrasado. Los primeros niños que iban a ser Seleccionados empezaron a entrar, debatiéndose entre el más absoluto terror y el embeleso más profundo. Sí, pensó, Hogwarts puede hacer ese tipo de cosas. Tardó unos minutos en darse cuenta de que Flitwick iba a la cabeza. Sus ojos se dirigieron hacia la mesa de los profesores, donde se encontró con la profesora McGonagall sentada en la silla reservada al director. En la mente de Draco, ese era el lugar de Dumbledore, por mucho que siempre le hubiera disgustado. Controló un escalofrío al pensar en el difunto mago.
Poco después, el Sombrero Seleccionador estaba cantando una canción que decía algo así como construir de las cenizas y perdonar al prójimo y un montón de cosas más que Draco no se molestó en escuchar, más interesado en una lagartija perdida que correteaba por el suelo de piedra entre la mesa de Slytherin y la de Ravenclaw. Como era habitual, los niños fueron siendo seleccionados —etiquetados, como le gustaba decir a él— y fueron uniéndose a sus compañeros. Draco no aplaudió con el resto cuando un crío, pequeño hasta decir basta y de cara pecosa, se sentó en la mesa. Llegó a sentirlo por él, pensando en que le esperaba un año duro.
Tras eso, la recién estrenada directora empezó con su discurso:
—Bienvenidos, alumnos —Draco miró a su antigua profesora, Minerva McGonagall. La guerra había dejado su huella en el rostro de la mujer, que parecía haber ganado diez años en uno—. Hogwarts abre sus puertas una vez más para que continuéis con vuestra educación… o la empecéis —dijo, mirando a todos y cada uno de los alumnos—. Este es, sin embargo, un año especial. Empezamos un curso libres de la guerra, despertándonos cada día en una comunidad en paz y espero que siga así —De nuevo, clavó sus ojos azules en ciertos sectores. Draco estuvo a punto de bufar. ¿Esperaba que no hubiera represalias para ellos? ¿Que nadie se fuera a dedicar a hacerles la vida imposible? Ingenua—. Para los que ya lo sabéis, os recuerdo que el Bosque Prohibido está, valga la redundancia, prohibido y, para los que acabáis de llegar, os informo de ello. Cualquier alumno que sea encontrado en el Bosque, será severamente castigado. Ahora, espero que disfruten de la cena.
Sin más palabras, la mujer se sentó y toda una serie de manjares aparecieron encima de la mesa por arte de magia. Draco no había comido más que unos pocos trozos de pollo cuando un pergamino cayó suavemente delante de su plato. Frunciendo el ceño, levantó la mirada en busca de aquel que se hubiera atrevido a enviarle lo que fuera que contuviera el pergamino, pero no había nadie mirándole. De hecho, nadie se había dado cuenta de lo que estaba pasando.
Antes de cogerlo, sacó la varita y le lanzó unos cuantos hechizos para asegurarse de que no fuera a explotarle en la cara. Había sido el blanco de demasiadas bromas, especialmente de esos sucios gemelos Weasley, como para no tomar ciertas precauciones. Una vez comprobado que era inofensivo, alargó la mano y tiró del cordón rojo que lo mantenía enrollado.
«Estimado Señor Malfoy,
Le informo de que se ha decidido llevar a cabo una terapia de grupo para aquellos que estuvieron directamente relacionados con los sucesos del curso pasado. Considero que esta terapia es muy necesaria, así como beneficiosa para todos.
Se le espera el día 15 de Septiembre en la enfermería a las diez de la mañana. Como observará, esa hora no está contemplada en su horario.
Atentamente,
Minerva McGonagall »
Draco releyó la pequeña nota por lo menos diez veces antes volver a levantar la cabeza, esta vez llevando su mirada más allá de su mesa. Rápidamente, se dio cuenta de que más personas habían recibido el mismo pergamino, intuía que con la misma premisa. Entre esas personas estaban Potter, Weasley y Granger.
Genial.
Hasta aquí el prólogo. Muchas gracias por leer, espero que merezca un review :)
