Clamantis in deserto

Priscilla hunde la nariz entre su ropa y busca con las manos pequeñas y temblorosas como las de una niña hambrienta, ansiosa por el bocado que podría salvarle de morirse. No puede hacer nada con su erección, solo sentir pena. Odiarse, porque Priscilla, que a menudo vaga desnuda por la nieve y los desfiladeros si le quita el ojo de encima un momento, no es un ser sexual. Clare por la edad de Raki entonces (a él le gusta pensar que serían amantes si se conocieran ahora, si ella lo considerara un igual, aunque le falte mucho entrenamiento aún), Priscilla porque lo cree su hermano o su padre, al que busca desesperadamente en sueños velados por la locura. Imagina el día en que abra su piel con las garras y le consuela suponer que probablemente llore mientras le come.