Principios

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Fugaku Uchiha no podía ser un hombre blando, no señor. Él había criado a sus hijos con una disciplina que el sistema militar envidiaría, bajo su techo jamás se admitieron demasiados mimos y las cosas debían ganarse con esfuerzos, no habían recompensas por aquello que era obligación de sus varoncitos, y por ello habían crecido rectos y educados, se habían dirigido siempre por el buen camino y ahora eran un par de hombres exitosos en los negocios y en sus familias, que se esforzaban día con día por mantener el estatus que tenían.

Había superado todo tipo de crisis y situaciones peligrosas, siempre encargándose de mantener a su esposa en la mejor situación posible, nunca había flaqueado, nunca sus piernas habían temblado, sus rodillas jamás habían tocado el piso, ni sus manos se habían un unido para pedir a sus ancestros una plegaria. Fugaku era fuerte como un roble, más fuerte aún, a él un rayo no podía partirlo… durante sus más de sesenta años de vida, jamás había alguien tocado su corazón lo suficiente para ir en contra de sus principios.

– ¿Cómo le ha ido, abuelo? – Preguntó la niña, mientras escalaba el cuerpo de Fugaku con dificultades, ante esa mirada estoica.

… pero cuando Sarada llegaba, los domingos por la mañana, le daba un beso en la mejilla y le abrazaba por el cuello con sus pequeños bracitos, justo como en esos momentos, quizá su rostro no perdía esas líneas marcadas, el gesto ceñudo no se relajaba y el pasado no cambiaba, pero en su pecho sentía su corazón derretirse por esa niña.

– Bien, Sarada, gracias. – Respondía con su voz monótona. – ¿Y a ti?

La niña se sentó en sus piernas y le miró con sus enormes ojos negros. – ¡Ya sé contar hasta el veinte!

– Muéstrame.

La niña asintió y comenzó a contar en voz alta, sin equivocarse. –… diecisiete, dieciocho, diecinueve, ¡veinte!

Enarcó apenas las cejas. – Muy bien, Sarada. Espero el próximo domingo ya sepas contar hasta el cuarenta. – La niña asintió una sola vez. – Ahora ve con tu abuela.

La vio saltar al suelo y detenerse para acomodar sus gafas con cuidado, luego se echó a correr con sus zapatitos de charol, produciendo ese sonidillo constante de golpeteo suave en el suelo. Fugaku apretó un poco los labios y observó a la niña abrir la puerta con un poco de cuidado y dificultad al ser tan pequeña aún, inspiró profundo y la llamó; Sarada alejó su atención de la puerta para mirarlo fijamente.

Juntó las cejas. – Ven acá, niña.

Corrió hasta su abuelo y se detuvo frente a él, con las manos entrelazadas por detrás de su espalda. Él se inclinó en su silla, sin dejar de mirarla a los ojos y con suavidad posó una de sus manos sobre la cabecilla de la niña.

– Sigue esforzándote. – Le animó.

Los labios de Sarada volvieron a extenderse en una amplia sonrisa, los ojillos se cerraron mientras la mano revolvía suavemente los cabellos; la mano que no sostenía a la pequeña se deslizó discretamente, hasta llegar al bolsillo del vestidillo rojo que llevaba puesto y con esa misma secrecía depositó un caramelo, luego devolvió la mano a su rodilla y se enderezó, dejando los cabellos negros ligeramente despeinados, formando picos que saltaban en todas direcciones.

– Anda… ve con tu abuela.

Volvió a verla correr hasta perderse detrás de la puerta, la cual cerró la niña lentamente, pues a Fugaku no le gustaba que dejaran la puerta de su despacho abierta. El hombre recargó el codo en el descansabrazos de su silla y su mentón en la palma de su mano, dejó salir un suspiro y sonrió apenas un poco. La niña era más inteligente que los demás mocosos, que seguramente seguían babeando sus manos y hablando con voces mimadas.

Con una nieta tan perfecta, un caramelo no podía dañar sus principios, ¿o sí?


¡Hello!

Tengo miedo, es la primera vez que experimento con Fugaku, espero no caer en el tan temido OoC... ¡pero es que tenía que escribirlo! Y siendo un universo alternativo, no estaría taaaan amargado, ¡además! ¿Qué abuelo se resiste a sus nietos? Espero esta idea les guste tanto como a mi ;-; 3

Domingo, 28 de Junio de 2015