Disclaimer: Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer.


Encuentros

Comencé a caminar de nuevo sin rumbo fijo, como hacía ya mucho tiempo. De todos modos no tenía mucho más que hacer. Tenía que procurar que ellos no me encontraran, o por el contrario que yo los encontrara a ellos, porque sino estaría perdida.

Hacía unas cuantas semanas tuve otra visión, algo demasiado normal en mí. Me sorprendió bastante lo que vi, y me alegró tanto que no pude esperar a comenzar mi búsqueda. Quería encontrar al protagonista de mis visiones y llevaba tres semanas buscándolo incansablemente, pero sin éxito. Cada vez que intentaba concentrarme en el chico rubio que aparecía junto a mí en mi futuro, lo veía en lugares diferentes. Al parecer era muy indeciso, y aquello complicaba muchísimo las cosas.

Empecé a tener visiones a los cinco años. Mis padres no me creían, por supuesto. Lo único que hacían era decirme que tenía una imaginación muy desarrollada y que aquello me serviría en un futuro. Pero yo ya había visto algo de mi futuro, y sabía que no era el mismo del que ellos me hablaban.

Cuando cumplí siete años pudieron comprobar que no mentía. Vi que mi madre estaba embarazada, y lo supe yo antes que ella. Cuando finalmente comprobaron que lo que había dicho era real, fue cuando empezaron a asustarse de mí. Realmente tenía visiones y aquello me fascinaba, aunque la mayoría de veces me producían una enorme jaqueca. Por el contrario, a mis padres no les pareció tan fantástico, y optaron por llevarme al psiquiatra. El doctor Carlisle Cullen, un hombre joven, de unos treinta y pocos años y bastante atractivo físicamente, era muy amable y comprensivo. Por lo menos, cada vez que le explicaba cual había sido mi ultima visión no me gritaba diciéndome que me callara como hacían mis padres. A él le parecía muy interesante mi situación, pero el doctor Cullen era la única persona que llevaba mi caso. Jamás vi a nadie más que a nosotros dos en nuestras visitas mensuales. Tres años después comprendí porqué todo aquello había sido tan secreto.

-Alice, sabes que eres especial, ¿no es cierto?-me preguntó un día, mientras me observaba fijamente.

Yo asentí lentamente. Que yo supiera no había mucha gente que pudiera ver el futuro de verdad, ni siquiera aquellas mujeres que se hacían llamar videntes para ganar dinero.

-¿Por qué me lo pregunta?

-Porque hay más personas que saben que lo eres. Aparte de tú y yo, me refiero.

-¿Mis padres?

El doctor negó varias veces con la cabeza.

-Personas que son peligrosas. Personas que creen que tu don es algo…demasiado bueno, y quieren beneficiarse de él.

-No le entiendo-por aquel entonces yo pensaba que mis visiones eran un secreto, pero al parecer había otras personas que estaban al tanto de mi don, y por lo que me acababa de decir el doctor, eran personas con las que era mejor no encontrarse.

-Verás Alice, las personas de las que te hablo son los Vulturis. Una especie de grupo…o secta, como prefieras llamarlo. Ellos también tienen dones como tú, pero no los mismos.

Yo abrí los ojos y sonreí feliz de que hubiera más personas como yo, pero la sonrisa se me borró cuando me acordé de lo que me había dicho el doctor con anterioridad.

-Los Vulturis buscan personas con poderes especiales, como el tuyo, y las capturan para hacerles experimentos y para obligarles a que se unan a ellos. Y por lo que sé, no tardarán en buscarte a ti.

-Pero… ¿Por qué me tendrían que buscar? ¿Cómo saben que existo?-me estaba empezando a asustar todo aquel tema, jamás creí que mis visiones llegarían a darme tantos problemas.

-Uno de ellos, Demetri, es un rastreador. Es capaz de encontrar personas con dones, tengan el que tengan. Y estoy seguro de que estarán locos por tener a alguien como tú en sus filas, pero no puedes permitir que te capturen. No me gustaría que te convirtieras en alguien como ellos. Llevan muchísimos años creando un grupo perfecto de personas, y cuando lo tengan, querrán dominar el mundo.

Mis ojos se abrieron desmesuradamente ante aquella explicación. Por un momento creí que estaba dentro de una película fantástica. ¿Poderes sobrenaturales? ¿Dominar el mundo? Aquello si que parecía sacado de una imaginación desbordante. Pero entonces me di cuenta de algo.

-¿Y usted como sabe todo eso?-le pregunté mientras empezaba a desconfiar del doctor que tan amable había sido conmigo.

-Yo estuve con ellos varios años.

-¿Usted también tiene poderes?

-No. Pero necesitaban una persona experta en medicina, y los ayudé durante un tiempo. Jamás me gusto el modo que tenían de tratar a las personas, y ni siquiera ahora entiendo como pude permanecer durante tanto tiempo con ellos.

-¿Qué hizo? ¿Se escapó?

-Si. Me dijeron que si los abandonaba no dudarían en encontrarme y matarme, pero por lo visto sus amenazas fueron solo eso, ya que me he encontrado con ellos alguna vez y jamás me han hecho nada.

-¿Por qué?

-Porque nunca he hablado de este tema con nadie. Absolutamente con nadie.

En aquel momento me sentí mal porque me lo estaba explicando a mí, a una niña de diez años que no estaba entendiendo nada y que estaba muerta de miedo porque no sabía si creer toda aquella locura.

-Ahora me lo acaba de explicar a mí…-le dije muy bajito, como si temiera que alguien nos escuchara.

El doctor empezó a reír.

-Alguna vez te ibas a enterar, tarde o temprano. Si no te lo explicaba yo, te lo hubieran terminado contando ellos cuando te hubieran capturado.

Me estremecí por un momento solo de pensar en lo que podrían llegar a hacerme.

-Por eso mismo tengo que ponerte a salvo.

-¿Qué?-no entendía a que se refería con eso.

-Tengo que llevarte conmigo.

-¿A dónde?

-A algún lugar más seguro.

Fruncí el ceño porque continuaba sin entender nada. El doctor Carlisle, al ver mi cara de confusión procedió a explicarme que era lo que tenía en mente.

-Alice, te llevaré conmigo. Vivirás conmigo durante un tiempo, hasta que esté seguro de que los Vulturis dejan de buscarte.

-Yo no quiero separarme de mis padres-le dije cuando entendí más o menos lo que me estaba intentando decir.

-Lo sé, pero te aseguro que lo mejor es que estés separada de ellos por algún tiempo. Alice, no me gusta tener que decirte esto, pero si te quedas con ellos puedes ponerlos en un grave peligro. Cuando empiecen a buscarte, les dará igual quien sea tu familia y lo mucho que los quieras, porque pasarán por encima de todo el mundo para capturarte.

Por un momento pensé en mis padres y en mi hermanita Cynthia. No quería que les pasara nada malo, en especial a mi hermana de tres años, por lo que me quedé callada durante unos minutos pensando muy bien en mi respuesta, y finalmente la solté sin pensármelo mucho en realidad.

-¿Cuándo tendría que irme con usted?

El doctor sonrió y después suspiró aliviado.

-Imagino que el mes que viene sería una buena fecha.

-¿Qué les va a decir a mis padres? ¿No les hará creer que me han secuestrado, verdad?

El señor Cullen rió entre dientes.

-No, claro que no. Les diré que hemos detectado algo en tu cabeza que no funciona demasiado bien y que es necesario que te internemos en un hospital psiquiátrico por un tiempo indefinido. Espero que me perdones por ser tan poco delicado, pero te aseguro que esto es por el bien de tus padres y por el tuyo propio.

Yo asentí lentamente y al cabo de un rato mi madre vino a buscarme con mi hermana. Me pasé muchos días llorando en mi habitación, pensando en lo peligrosa que era y en lo mucho que había cambiado mi vida por culpa de mis visiones.

Un mes después, tal y como me había dicho el doctor Cullen, me encontraba viviendo en su casa, en un lugar muy alejado de donde vivía antes con mi verdadera familia. Carlisle lo preparó todo para mí, una nueva habitación en su casa, buscó plaza en un colegio y se aseguró de tenerme bien vigilada durante todo el día. Se preocupaba mucho porque estuviera bien, ya que al parecer, aparte de mí, no tenía a nadie más. Fui una niña bastante feliz, aunque me faltó el cariño y el amor de mis verdaderos padres y la socialización propia de una adolescente. Jamás tuve noticias de mi verdadera familia, al parecer les había venido bien desentenderse de mí, ya que imaginaba que no querían tener una hija supuestamente loca. Me costó mucho entender todo aquello. No me entraba en la cabeza que mis padres me ignoraran, y que ni siquiera hubieran querido ir a visitarme al centro psiquiátrico en el que ellos creían que estaba. Pero dejé de pensar en aquel tema, porque sabía que al menos estarían a salvo.

A medida que fui creciendo, las visiones se hicieron más frecuentes y más nítidas. Lo mejor de todo es que fui capaz de aprender a controlar el dolor que me producían de vez en cuando.

Carlisle estaba asombrado con mi don, y cada día se alegraba más de los progresos que hacía con él.

Estuve viviendo con el doctor Cullen siete años más, hasta que una noche todo volvió a cambiar en mi vida, y yo ni siquiera lo vi venir.

Nos encontrábamos cenando en la mesa del comedor cuando escuchemos unos golpecitos en la puerta de entrada.

Carlisle se levantó tranquilamente dispuesto a abrir la puerta, pero cuando lo hizo, la tranquilidad se le esfumó como por arte de magia.

-Buenas noches, Carlisle-lo saludó un hombre alto y delgado, de pelo negro y de facciones alargadas, más o menos de su misma edad. Su presencia intimidaba bastante, aunque no venía solo, y aquello puso más nervioso a Carlisle.

El hombre entró dentro de la casa, y pude ver que detrás de él había cuatro hombres más.

El que lo siguió era algo más joven, aunque no demasiado. Era rubio y un poco más bajo que el primero. Su cara intimidaba mucho más que la del primer hombre y también era delgado. Luego entró otro hombre de pelo largo y castaño. Parecía el más mayor de todos, pero aún así su semblante era muy serio. Detrás de él se encontraba un hombre más joven que todos los demás. Tendría cuatro o cinco años más que yo. Era el más corpulento de todos, y también era muy alto. Parecía un boxeador profesional. Y por ultimo entró otro chico joven, más o menos de la misma edad que el anterior, aunque parecía el más normal de todos.

Me sorprendió que todos fueran vestidos de negro, pero de pronto una luz de alarma se encendió en mi interior. Por fin me habían encontrado y habían venido a buscarme. Los Vulturis estaban delante de mí, y yo estaba paralizada sin poder moverme. Empecé a temblar, pero sabía que si me movía o intentaba huir no dudarían en hacerle daño a Carlisle.

-¿Qué hacéis aquí, Aro?-preguntó por fin.

-Ya lo sabes. La queremos a ella-le contestó señalando en mi dirección.

-No. No podéis hacerlo, aún es muy joven-le contestó Carlisle.

En aquel momento, todos los hombres que habían llegado hacía escasamente cinco minutos, comenzaron a reír.

-¿Crees que eso nos importa?-le preguntó el hombre rubio, el más serio de todos.

-Sabes que Félix y Demetri eran más jóvenes que ella cuando se unieron a nosotros-continuó hablando el hombre de pelo largo y castaño.

Al escuchar el nombre de Demetri se me heló la sangre de nuevo. Era él el que me había encontrado, el rastreador.

-Marco, Cayo, por favor. Ella aún no controla muy bien su don-supuse que Carlisle mentía para protegerme. Y yo aún continuaba sentada en la mesa, aterrada, y con el tenedor en la mano.

En aquel momento el tal Aro cogió la mano de Carlisle y la sostuvo entre las suyas. Yo me levanté de golpe, temiendo que le hicieran daño, pero ninguno de ellos se inmutó ante mi acción.

-¿Por qué nos mientes, Carlisle?-le preguntó Aro, mirándolo detenidamente.

Yo no entendí como era posible que supiera que Carlisle mentía, por lo que las rodillas me empezaron a temblar.

Carlisle no le contestó. Se limitó a agachar la cabeza.

-Tienes suerte de que Jane no nos haya acompañado-le dijo el hombre de pelo largo, acercándose a él.

No sabía quien era Jane, ni tampoco quien eran todos los demás. Carlisle solo me había hablado de los Vulturis en general, pero jamás los había nombrado uno a uno, y aquello fue un error demasiado grande.

-Félix, Demetri, ya sabéis lo que tenéis que hacer-les dijo el hombre rubio a los otros dos, mientras me miraba fijamente.

Entonces vi al chico corpulento, y al otro más menudo dirigiéndose hacia mí con rapidez.

-¡Corre, Alice!-gritó Carlisle con desesperación.

No sé de donde saqué las fuerzas pero le hice caso. Ni siquiera me detuve a pensar en él. Me dirigí a la terraza y salté el muro que había. Por suerte no era demasiado alto y casi no me hice daño, pero en aquel momento el dolor me importaba poco. Lo único que quería era que aquellos dos no me encontraran. Corrí y corrí todo lo que mis piernas y pulmones me lo permitieron. Ni siquiera me detuve a mirar atrás, no podía. Estaba aterrada, y mis músculos estaban agarrotados por el miedo, pero no podía permitir que me atraparan.

No quería que me lavaran el cerebro. Quería continuar siendo Alice, la misma Alice de siempre, sin tener que servirle a nadie, y sin que mi don o mi maldición se interpusiera en mi vida.

No sé cuanto tiempo estuve corriendo, pero al parecer los perdí de vista, porque estuve un rato mirando en todas las direcciones sin ver a nadie. Intenté reconocer el lugar en el que me encontraba, y vi que no estaba demasiado cerca de la casa de Carlisle. Entonces comencé a pensar en él. Esperaba que estuviera bien, que no le hubieran hecho daño o que no le hubieran hecho algo peor. Me maldije muchas veces y también maldije mi don. Al parecer jamás podría tener compañía porque siempre acabarían dañando a las personas que quería. Me senté en el suelo, apoyada en la pared y comencé a llorar desconsoladamente. Tenía mucho miedo, estaba sola sin nadie que me ayudara y estaba casi segura de que jamás volvería a ver a Carlisle con vida. Permanecí llorando en aquel lugar durante mucho tiempo. En aquel momento no me importaba si me encontraban, o si me lavaban el cerebro, incluso me importaba demasiado poco si querían matarme. Tal vez de ese modo dejaría de hacerle daño a todo el mundo.

Estuve sentada en el suelo hasta que amaneció. Decidí que no quería pertenecer a los Vulturis, no quería tener nada que ver con ellos. No quería servirles ni ser su conejillo de indias. No me daba la gana, por lo que decidí escapar. Irme del país sería lo mejor, aunque habían varios problemas: estaba completamente sola y ni era mayor de edad, ni tenía dinero.

Decidí que lo primero que tenía que hacer era volver a casa de Carlisle para comprobar como estaban las cosas. Necesitaba llevarme ropa y de paso vería si había dinero escondido en algún lugar. Tal vez era muy arriesgado aparecer por allí tan temprano, pero no quería esperar más. Empezaría una nueva vida yo sola, utilizando mi don como ayuda. Escaparía de los Vulturis.

Sabía que estaba siendo muy egoísta dejando a Carlisle solo, pero tampoco sabía si estaba vivo, y estaba segura de que él hubiera preferido que escapara.

Una vez llegué a la casa, me lo encontré todo casi destruido. Seguramente los Vulturis habían estado buscando algo de mí para poder localizarme antes. No había ni rastro de Carlisle, y aquello hizo que se me encogiera el corazón y el estómago.

Subí rápidamente a mi habitación, cogí una mochila y comencé a meter la ropa que no había sido masacrada por los Vulturis. Después bajé a la cocina y me llevé algo de comida. También cogí mi cepillo de dientes, champú y un cepillo para el cabello. Una vez hube preparado toda la mochila, me dispuse a buscar dinero. Me pasé casi una hora buscando, pero no encontré ni siquiera una mísera moneda.

Salí de la casa lentamente, ya que no quería mirar atrás. En aquel momento decidí que había comenzado mi nueva vida.

Tuve que hacer muchas cosas malas para sobrevivir, como por ejemplo robar en los supermercados.

No había manera de que nadie me diera ningún trabajo, seguramente por las pintas que llevaba. Por las noches casi no dormía, ya que no tenía ningún lugar confortable para hacerlo, pero tampoco tenía dinero para buscar aunque fuera una pensión de mala muerte.

Estaba mucho más delgada que antes, en mi cara habían aparecido un buen par de ojeras por la falta de sueño y mi ropa cada día estaba más rasgada.

Se me ocurrió volver a mi ciudad natal, tal vez mis padres aún se acordaran de mí y fueran tan amables de dejar que me quedara con ellos aunque fuera un par de días. Tuve que hacer autostop muchas veces hasta que conseguí llegar a mi destino. Una vez estuve delante de la casa, rogué al cielo que no se hubieran mudado, y afortunadamente no lo habían hecho. Estaba delante de la puerta, con el brazo levantado, preparada para dar unos golpecitos, pero no me atreví. Empecé a asustarme y no supe porqué. Me di la vuelta con la intención de irme, de escapar de nuevo, pero en aquel momento se abrió la puerta.

Me di la vuelta rápidamente mientras sentía que mis piernas temblaban. Me quedé helada al ver quien había delante de mí. Una niña que se parecía mucho a mí cuando tenía su edad se encontraba en la puerta, mirándome fijamente. Por un momento los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude hacer nada más que darme la vuelta de nuevo y comenzar a correr lejos de allí.

Había visto a mi hermana después de siete años, y lo único que se me ocurría era escapar. Definitivamente, estaba loca.

Por lo menos pude ver que ella si que estaba bien.

Cada día hacía autostop, ya que no me gustaba quedarme en la misma ciudad por mucho tiempo. Aunque hacía ya bastantes meses que no había vuelto a saber nada de los Vulturis, estaba segura de que no habían dejado de buscarme, todo aquel calvario solo había comenzado.

Empecé a pensar que me había vuelto loca de verdad, porque un día, de repente, decidí cortarme el pelo. Pero como no tenía dinero para ir a una peluquería, lo hice yo misma. Robé unas tijeras de un pequeño supermercado, entré en unos lavabos públicos y cuando me aseguré de haber atrancado bien la puerta para que nadie me interrumpiera, lo hice. Me lo dejé por encima de los hombros, quedó algo desigual, pero a mi me encantó. Ya no me parecía tanto a la antigua Alice, por lo que me sentí algo mejor.

Pasé mi dieciocho cumpleaños sola, sin regalos, sin ninguna tarta y sin nada. Solamente me tenía a mí misma, y lo único de lo que disponía era de una vieja mochila medio rota, y de un par de prendas de ropa casi hecha jirones.

Un día de lluvia me encontraba dando vueltas por una ciudad que no sabía ni cual era, cuando tuve una visión que me sorprendió gratamente.

Me vi a mí con un chico rubio, alto y bastante guapo caminando juntos por una calle de noche. Pude apreciar que en mi cara había una sonrisa algo tonta, y en aquel momento la visión se terminó.

Cuando todo volvió a la normalidad y me percaté de donde estaba, comencé a correr hacia un lugar seguro, porque me había detenido en medio de la carretera, y había muchos coches que pitaban para que me apartara.

Me pasé todo el día pensando en la visión. ¿Quién sería aquel chico? ¿Por qué íbamos juntos? ¿Por qué yo sonreía de aquella manera tan estúpida?

Tenía tantas preguntas sin respuesta que me estaba empezando a doler la cabeza. Decidí dejar de pensar en aquello, cuando recordé la ropa que yo llevaba en la visión. Iba vestida con unos pantalones tejanos y con una camiseta de manga corta. Aquello significaba que estábamos en verano, pero en la realidad de mi vida aún estábamos en primavera. No quería esperar mucho más tiempo, porque me aburría sola y necesitaba compañía, pero no podía cambiar el futuro por mucho que lo deseara.

Dos meses después, aún me encontraba sola. Lo único que me daba fuerzas eran las visiones de aquel chico. Pero yo no quería más visiones, quería saber como se llamaba, quien era o qué puñetas hacíamos juntos.

Como pasaba tanto tiempo sin hacer nada, me ponía a indagar en el futuro para mirar si había alguna novedad sobre los Vulturis o sobre aquel chico tan guapo que no aparecía por ningún lugar. Un día, mientras hacía mis indagaciones diarias descubrí que aquel chico también tenía un don, aunque no sabía cual era porque no lo entendía. De lo único que estaba segura era que ese chico era especial, como yo.

Me fastidiaba mucho porque estaba segura de que era un chico muy indeciso, ya que cada día lo veía en un lugar diferente. Aquello hacía que me enfadara, porque de ese modo jamás nos encontraríamos, o eso creía yo.

Un día cualquiera, me encontraba en un supermercado dando vueltas por allí para poder conseguir algo de comida. Estaba vigilando que no hubiera ningún policía ni nada por el estilo, para así poder llevarme algunas cosillas del lugar.

Disimuladamente, cogí unas cuantas manzanas y una pequeña bolsa de pan, y las metí en mi mochila. También robé una botella de agua y un paquete de chicles. Me disponía a salir del supermercado cuando noté que alguien me cogía del brazo.

-Perdone señorita ¿me deja ver su mochila?-la persona que me tenía agarrada del brazo me dio la vuelta, y me encontré con el guardia del supermercado, un hombre algo corpulento y con bigote.

Mierda, me habían pillado.

-¿Yo?-intenté hacerme la tonta, pero al parecer no sirvió de mucho.

-Si, por favor. ¿O es que tiene algún inconveniente?

-No, claro que no.

Esperé a que me soltara el brazo, y cuando lo hizo eché a correr sin pensarlo dos veces. Pero al parecer la suerte no estaba de mi lado aquel día, porque nada más salir de la tienda me choqué contra alguien y caí al suelo. Rápidamente levanté la vista, y cuando vi a la persona con la que había chocado, se me olvido el motivo por el cual corría. Allí, delante de mí tenía al chico rubio de mis visiones. Me miraba con el ceño fruncido y yo lo miraba a él con la boca abierta. Pero aquello se terminó cuando noté que alguien me levantaba bruscamente del suelo.

-¡Maldita ladrona! ¡No creas que vas a escapar de mí tan fácilmente! ¡Ahora llamaré a la policía y ellos se encargarán de ti!

Tuve que pensar muy rápido, y estaba segura de que me moriría de vergüenza cuando hiciera lo que se me acababa de ocurrir, pero necesitaba librarme del guardia, y hacer que el chico rubio no se fuera.

-Perdone, pero yo no soy ninguna ladrona, solo he salido para buscar a mi novio, ya que él es el que lleva el dinero para pagar ¿verdad, cariño?-empecé a hablar, mientras me alejaba del guardia, y enroscaba mis brazos alrededor del codo del chico rubio, que me miraba con los ojos muy abiertos.

-¿Es eso cierto?-le preguntó el guardia, mirándolo detenidamente.

El chico continuaba mirándome sorprendido y al parecer sin saber muy bien qué decir, mientras yo le rogaba con la mirada que no me delatara y que me ayudara.

-Si, es cierto-le contestó finalmente desviando la mirada hacia el guardia.

-En ese caso, disculpe mis modales, señorita-se disculpó conmigo el policía-y ahora, les agradecería que pasaran adentro y pagaran lo que han comprado-nos pidió amablemente.

Los dos entremos en el establecimiento, y el pobre chico tuvo que pagar lo que yo me había llevado. De todos modos le devolvería el favor algún día. Cuando salimos de la tienda, aún tenía mis brazos alrededor del codo del chico rubio, como si temiera que fuera a desvanecerse sin más. Cuando estuvimos suficientemente alejados de allí, nos detuvimos, le solté el brazo sin querer hacerlo, y permanecimos callados. Sabía que era el momento de hablarle y de explicárselo todo, pero estaba muy nerviosa.

-Muy bien, ladrona ¿puedes explicarme a qué ha venido todo ese numerito que has montado en el supermercado?-rompió él el silencio, pero no me gustó el tono que utilizó, ni tampoco el nombre que usó para llamarme.

-No soy ninguna ladrona-genial Alice, pensé, no se me podría haber ocurrido nada más inteligente para decirle. Eso era exactamente lo que le acababa de demostrar.

-No, claro que no, solo eres alguien que se lleva las cosas que no son suyas sin pagar, pero no eres ninguna ladrona-me dijo con ironía mientras me fulminaba con la mirada.

-Mira…yo…siento mucho lo que ha ocurrido, pero necesito que hablemos en otro lugar-de acuerdo, ya empezaba a decir cosas razonables.

-No pienso ir contigo a ningún sitio, ni de coña.

-¡Tengo que explicarte muchas cosas!-le solté sin pensarlo.

-¿Tú a mi?-me preguntó levantando una ceja-si ni siquiera nos conocemos.

-Yo si te conozco…bueno…más o menos-le dije agachando la cabeza avergonzada. Había estado observando su futuro muchas veces, y en aquel momento me sentí como una especie de espía roba intimidad.

-¿De que estás hablando?

De acuerdo, no se estaba enterando de nada, pero no lo culpaba.

-Te lo explicaré todo si vienes conmigo-no estaba en condiciones de negociar nada, pero de todos modos tenía que intentarlo.

-No tengo porqué hacerlo, además ¿como sé que no mientes cuando dices que me conoces más o menos?

Quería dejar aquel tema para otro momento, pero estaba segura de que si no se lo explicaba ahora, no me creería de ninguna manera.

-Sé que tienes un don, pero no sé cual es. Yo también tengo uno, por eso te conozco-le dije lentamente, intentando captar su atención de una buena vez.

Cuando escuchó aquello la expresión de la cara le cambió.

-¿Qué te parece si hablamos de esto en otro lugar?-me preguntó mientras se daba la vuelta, y comenzaba a caminar lentamente.

Suspiré aliviada, sonreí y comencé a caminar a su lado. Por lo menos habíamos dado un pasito más.


Hii:)

Bueno, pues aqui os dejo el primer capitulo de mi nuevo fic o mi nuevo short fic (no tendra mas de cinco capitulos, pero imagino que todos seran larguitos)

Imagino que actualizare cada dos dias o asi, proque aun no esta terminado y necesito tiempo.

Espero con ansias vuestra opinion, asi que espero que os haya gustado^^

Muchos besitos!