-¿Papá?

-Dime cariño.

-¿Por qué los cuentos que me dices son siempre de magia?- Le preguntaba una niña de melenita rubia y ojos verdes a su padre.

-Porque la magia Tuney, es algo que tienes que llevar siempre contigo, y porque la magia es algo precioso.- Le contestó su padre, Dudley Dursley, el dueño de la empresa de taladros Grunings.

-Pero papá la magia no existe.

-La magia si existe cariño. Hay miles de magos por el mundo, que viajan en escoba y no usan teléfono sino lechuzas.

-¿Papá puedo ser yo un mago?

Dudley Dursley rió y acarició la cabeza de su hija.

-Quizá cariño, si tienes suerte, puedes llegar a ser una bruja. Irías a un colegio de magos y brujas y podrías venir a casa y convertir la mesita de noche en un gato.

-¡Que guay!... Papá, ¿tú eres un mago?

-Yo no cielo, yo no soy mago. Pero, ¿te acuerdas del tío Harry?

-Sí.

-Pues el tío Harry sí que es un mago.

-¿Podemos ir a ver al tío Harry papá? ¡Por favor!

-Quizá la semana que viene Tuney.

-¡Viva! ¿Y le puedo pedir un gatito?

-¿Y por qué no lo intentas tú primero cielo?

Si algún amigo de la infancia hubiera visto ahora a Dudley Dursley no le conocería. Aquel adolescente gamberro y con sobrepeso no se parecía en nada al hombre de negocios conocido y respetable de la actualidad.

Pero lo que más había cambiado en Dudley era su opinión con respecto a su primo Harry. De pequeño tenían una relación de poco menos que odio, y en cambio, ahora se felicitaban las navidades y se llamaban varias veces por semana. Dudley ya no ocultaba que habría querido ser mago. Es más, todas las noches le contaba cosas a su hija sobre el mundo mágico que Harry le había contado. Sería maravilloso si suhija fuera una pequeña brujita. Podría incluso ir a un colegio con sus sobrinos James, Lily y Albus. Eso le haría una gran ilusión a Dudley.

Aunque puede que no tanta a su mujer. Melissa, la esposa de Dudley, solía decir a menudo que a Dudley se le debía haber metido un taladro en el cerebro por hablar tanto de magia y desaprobaba que su hija se ilusionara con eso de ser bruja.

Pero lo que Melissa Dudley no sabía era que, apenas unos meses después de nacer, Tuney lloraba por la noche, y cuando Dudley fue a ver qué la pasaba la pequeña hizo que, de alguna manera, su osito de peluche volara desde la estantería a su regazo en la cuna.