Cosas que debes saber:
Cualquier parecido entre las protagonistas de este relato con Xena y Gabrielle (que pertenecían a Renaissance Pictures) será meramente coincidente.
Nos conocimos una fantástica noche de julio.
Ella iba con vaqueros y blusa, yo con un pantalón color beige y una camiseta marrón de tirantes.
Las dos sin pintar demasiado, un poco de brillo de labios, nada más.
Ella llevaba el pelo recogido en una especie de mezcla entre coleta y moño sustentado por dos palillos japoneses, yo me lo había ondulado, más de lo que ya está, con espuma.
"Qué guapa", creo que fue lo primero que pensé.
Raquel había invitado a cenar a unas cuantas amigas por su cumpleaños, entre ellas Laura.
-Preciosa, pero inalcanzable-, le dije al oído a mi amiga
-Ya verás como no-, me contestó.
Yo tenía muy poca confianza y esperanza.
Tenía pocas ganas de ir a esa cena, la verdad. Ganas realmente de nada, de estar sola una temporada, dar paseos con Golfo... o con Isolde, como llamaba cariñosamente a mi Yamaha R6.
No tenía muchas ganas de enamorarme, no estaba por la labor, no quería... pero me gustaba, esa era la verdad... la forma de ser, de expresarse... su sonrisa.
Dulce inocencia, mujer de negocios, cariñosa ternura y seriedad en el trabajo con un punto de misterio en su mirada.
Esa mirada... no podía con ella, atravesaba como si pudiese leer en lo más profundo de tus pensamientos... y de los sentimientos también.
Me cazó varias veces contemplando su cuerpo, un par para donde la espalda pierde su nombre y una directa a su espectacular belleza.
No sé de donde habría sacado Raquel a esa mujer, pero sin duda era especial.
De las fugaces miradas no comentó nada cuando salimos a dar un paseo, mi amiga ya sabía que mucho rato en ese pub no iba a aguantar y que sola de allí no me iría.
...
No decíamos nada, caminábamos por la calle rumbo a encontrar su moto, tan preciosa como ella, aunque Cristina dijese que no... y es que esta mujer se infravaloraba, sabía que la paciencia debía ser infinita si quería conquistarla.
Para qué negarlo, había una atracción, unas miradas... no sabíamos nada absolutamente la una de la otra, más que el reconocido mudo sentimiento de saber que ambas éramos especiales.
Me dejó un casco y ella se puso el suyo.
-A donde vayas voy-, dije antes de subir.
-¿Xena?-, preguntó.
-Shakira-, repuse yo con un toque de ironía y puso la típica sonrisa de: "agradezco el subirme el ánimo, si me pillas de mejor humor te río la gracia".
Es que esta chica es "miss expresividad", clara y evidente, sus gestos la delatan.
Hizo un gesto de galantería para dejar montar primero a la damisela en el "carruaje".
-Agárrate.
Obedecí y, como no especificó dónde, la abracé segura pero delicadamente. Ella suspiró tan efusiva que le pregunté si quería que dejase mis manos en la moto. Negó con la cabeza y creí escuchar "nunca me sueltes", pero debieron ser imaginaciones mías.
Cristina enfilaba por la carretera camino del chalet que yo tenía a las afueras. En el último semáforo de la ciudad le di unas pocas explicaciones. Creo que hubiese dado igual porque parecía que conocía la zona como la palma de su mano.
Al llegar fue cuando reaccionó, y no por ver mi casa, ya que poco se inmutó al ver ese chalet (que parecía casi mansión), herencia de mis acomodados padres, si no por la vuelta a la suya.
Se habían hecho las cuatro entre una cosa y otra.
Ella daba la sensación de darle igual todo.
A mí no me apetecía perderla de vista, razones tenía de sobra.
Me quité el casco y, en vez de devolvérselo, lo llevé conmigo mientras abría la puerta y entraba en casa.
-¡Oh!, joder, genial... por favor, no me cabrees más de lo que estoy. No quiero bromas ni jueguecitos, dame el casco.
Entró echa una verdadera furia.
Yo sonreí, me dirigí a la puerta, la cerré y me apoyé en ella.
-Por favor-, repitió Cristina con mala gana sin ni siquiera girarse. Sabía perfectamente cuan fulminante sería su mirada si lo hiciese.
Me acerqué a ella. La iba a abrazar por la espalda, pero lo pensé mejor, me alejé unos metros... un "cara a cara" con ella... esto iba a ser como una partida de ajedrez, le tocaba mover a ella.
...
Tenía los ojos cerrados, no podía más, demasiadas emociones. Estaba enfadada conmigo misma, con el mundo, con el amor, con... demasiados problemas, demasiado, demasiado todo... una lágrima se deslizaba por mi rostro, sin darme apenas cuenta.
Cuando lo hice empecé a llorar como nunca antes había llorado. Recuerdo que Laura me abrazó... también lloraba por haberla tratado así de mal, entre otras cosas... luego no tengo mucha claridad de lo ocurrido hasta el día siguiente.
Desperté en una amplia cama, era de matrimonio, me dolía demasiado la cabeza como para pensar. Escuché un cascabel y vi como una elegantísima gata negra, al igual que la cabellera su dueña, caminaban hacia mí.
El animal me dio un beso en la nariz con su hocico, sonreí, justo detrás veía un par de piernas desnudas... no sé si no miré más arriba por sonrojo o vergüenza dada mi actitud de la pasada noche, así que yo como las avestruces, a esconder la cabeza debajo de la almohada.
-Ey peque... vamos tampoco fue para tanto, con las manos tan fabulosas que tienes...
Eso fue un resorte automático para mi mecanismo, el cual hizo que me sentase en la cama con cara de "¿pero qué...?" y los ojos como platos.
Laura sonreía, me acarició el rostro y dijo serena y apaciguadora: "tranquila, no pasó nada... y nada es nada, así que fuera preocupaciones... ¡ah, ah!, he dicho nada".
No sé como lo hacía esta mujer, pero había pasado del sonrojo a la culpabilidad y de ahí a dejarme relajada... con la mirada baja por lo del comportamiento, pero relajada.
-Cris-, susurró.
Yo le dediqué mi mejor carita lastimera y me miró de tal forma que sólo pude pronunciar un sincero: "gracias".
-¿Por?-, preguntó.
-Por lo que acabas de decirme sin pronunciar absolutamente nada-, contesté.
Y desde ese momento, o desde esa noche mejor dicho, comenzó una nueva vida para mí y yo sin saberlo.
De conocida pasó a amiga, de ahí a gusto, quiero, deseo y amo, a tal velocidad que mis sentimientos se iban a estampar como no los frenase.
Pero era imposible, en pocas horas le había contado todo lo que me preocupaba, temía y ansiaba... mi vida por completo en unos días, la confianza desde esa mirada junto a la cama, la seguridad cuando me abrazó en la moto...
Sin admitir ningún pero, regalándome tiempo, confidencias, momentos inolvidables... a mí... Dios, ¡a mí!, ni idea de por qué, pero era a mí... "¡oh, oh!, Cristinita, estás enamorada hasta la médula cariño", me decía a mí misma.
Pero me lo había servido en bandeja, tan fácil ser yo, sin ninguna repercusión, con el límite marcado únicamente por mí misma... si la primera noche no me hubiese hecho llorar para soltar todo lo que llevaba dentro, mi calenturienta mente sabía dónde o cómo hubiéramos acabado con tal de desfogarme.
Y preferiblemente tenía que dejar de pensar en eso.
...
-¿Me dejas ver que has escrito?-, pregunta con fingida inocencia.
"Mmm...", contesto sonrojada a más no poder.
Se sienta en mis rodillas, de frente a mí, las caderas marcan el ritmo mientras las miradas se comen a besos.
...
-¿Te parece bien?-, consigo decir finalmente entrecortada por mi respiración agitada.
-No está mal-, contesta, -pero podría estar mejor-, remata.
-Lujuriosa-, le digo mientras la miro con ansia y voy a morderle el cuello.
-Jojo, ¡oh, nena!, no sabes dónde te metes cariño-.
Muevo las cejas en plan sexy y doy un mordisco en el aire.
...
Le doy nuevamente un beso en su mano, ella sigue acariciando mi espalda.
Levanto la cabeza de su regazo, la miro y sonrío, paso mi nariz por sus labios.
La vuelvo a mirar con ternura.
-Te quiero mi niña.
Sonrío mientras me sonrojo, he vuelto a su pecho, al cual beso, suspiro.
-Te amo mi amor.
