Aclaraciones: La trama ni los personajes me pertenecen. La historia pertenece a la escritora Naruko y es originalmente una historia NaruSasu llamada "8 semanas", yo solo la encontré editada en mi computador y comencé a subirla con modificaciones para hacerla una historia de Gon y Killua. Lo he hecho sin su consentimiento, por lo tanto, si se generan problemas, la quitaré de aquí enseguida. No pretendo lucrar, ni plagiar ni nada de eso con la historia ni mucho menos, solo quise subirla por este medio para compartirla con ustedes y para hacer crecer un poquito más las historias de esta pareja. Los personajes pertenecen a Yoshiro Togashi.

"Ocho semanas"
Hunter x Hunter

Capitulo 1: La tercera Noche.

-Él o yo –exigió con seguridad el rostro amenazante.

Fue en ese momento cuando realmente comprendió que la vida estaba llena de importantes decisiones; correctas o erróneas. No tenía miedo a los problemas que pudiera acarrearle su decisión, lo difícil era enfrentarse a la rotunda obligación de escoger uno de los dos caminos. Estabilidad emocional o rebosante pasión. Caminar en uno significaba abandonar el otro.

-¡Él o yo! –le volvieron a gritar insistente.

Hay situaciones en la vida en las que no dispones del tiempo suficiente para meditar tus acciones y te arriesgas a escoger un camino apresurado.

Pero ese no era su caso. Por fin lo tenía claro.

Escogería el camino correcto.

Ocho semanas antes...

-En su anuncio decía que es usted muy discreto.

-Y así es –el joven esbozó una condescendiente sonrisa inclinándose sutilmente hacia delante-. Pero por favor, sin formalismos, no me trates de Usted. Más o menos tendremos la misma edad.

La muchacha descendió ligeramente la mirada con cierto embarazo.

-Perdona, es la costumbre –se excusó-. Este tema es realmente embarazoso para mí. Nunca antes me había imaginado contratando servicios de este tipo, y menos a un desconocido. Pero mi jefa me recomendó su gabinete, aseverándome que se encargarían del asunto con la más estricta intimidad.

-Y así lo haremos. No tiene que preocuparse por nada.

-Bien, entonces… hablemos de los servicios que me ofrece.

Con un gesto afirmativo de cabeza, el aludido abrió su maletín de trabajo, sacando un documento que dejó expuesto totalmente a la vista encima de la mesa del café-bar donde se encontraban sentados. Con un gesto mecánico alzó la taza del café llevándosela a los labios y un rictus amargo se formó en su boca tras degustar la cafeína. Menudo antro de mala muerte en el que le había citado la joven buscando confidencialidad.

Apartando a un extremo el desabrido café, dejó que sus ojos claros dieran un barrido rápido al sombrío local antes de volver a centrar la atención sobre su joven clienta.

-Confidencialidad absoluta, un informe detallado de hechos y conductas privadas, pruebas fotográficas, así como dar testimonio en cualquier juzgado en el caso de que sea necesario –explicó en un tono privado.

Entrelazó los dedos que dejó reposados sobre la mesa, esperando con paciencia, a que la joven de cabellos rubios leyera el contrato que le ofrecía.

-¿Y cuanto pide por el servicio, Señor Zoldyck?

-Llámame Killua –indicó afable antes de responder-. Mi tarifa es de tres mil quinientos yens la hora, dietas no incluidas, ni el cinco por ciento de aumento en caso de nocturnidad.

-Por ese precio más le vale ser bueno -masculló.

La mujer alzó el contrato hasta la altura de sus ojos verdes, leyendo detenidamente cada cláusula. No todo lo que le hubiera gustado, de repente una mano ajena se posó sobre el papel deslizándolo de nuevo hacia la mesa, mientras la voz masculina reclamaba su atención.

-Señorita, soy todo un profesional -aseveró mostrando una confiada sonrisa -. ¿De qué trata el asunto?

-Puedes llamarme Retz.

Con un suspiro afligido, la muchacha comenzó a revolver el contenido de un bolso mediano de color burdeo, claramente a juego con su vestido en tonos rojizos. Segundos después, extraía una fotografía que tendió hacia el detective.

-Quiero que sigas a mi prometido –el tono resultó tajante, aunque sus ojos mostraban un profundo nerviosismo.

Killua curvó indagador las finas cejas grises observando la curiosa instantánea. A primera vista, daba la impresión por la postura distraída del único individuo reflejado, de haber sido plasmada sin su conocimiento.

Mostraba de perfil a un joven de cabellos oscuros, esparcidos con pulcritud hacia arriba de un rostro trigueño, en las puntas de estos, podía apreciarse un ligero tono verdoso que casi parecía pasar desapercibido debido al ángulo de la fotografía. Vestía una camisa blanca de seda con los dos primeros botones desabrochados, que a pesar de ser amplia, delineaba un contorno corporal firme y resaltaba aún más su piel morena. La extremidad inferior no se mostraba al completo en la fotografía, sin embargo, por la complexión muscular, Killua pudo hacerse una idea de la estatura completa. Por lo menos un metro setenta. Sin pretenderlo, siguió con la mirada el terso cuello y el escaso pecho lampiño que dejaban entrever sus ropas. Notó un incomodo cosquilleo en el estómago y alzó la estudiosa mirada centrando su atención en algo menos perturbador. Pero hasta el rostro del joven era hermoso y atractivo. Nariz recta, labios gruesos y unas gruesas cejas, todo en perfecta armonía. Quedó cautivado al llegar a sus ojos, tan amarillos como oro, destilando una fuerza y decisión jamás vistas.

Lo único que le incomodaba era ese gesto de cierta tristeza e incomodidad que mostraba.

Por su trabajo, Killua estaba más que acostumbrado a observar desde las sombras a todo tipo de personas. Pero nunca antes se había turbado de aquella manera con una simple fotografía.

-Se llama Gon –la voz de la joven lo sacó de su letargo y rápidamente alzó la mirada hacia ella-. Es el heredero de industrias Freecs, la mayor y más adelantada compañía armamentista del mundo. Quizás sea por ese motivo en particular que su comportamiento haya cambiado considerablemente. Su padre espera mucho de él y la presión que carga sobre sus hombros es dura de soportar, pero aun así, no puedo dejar de sentirme intranquila.

Desvió la mirada hacia la ventana, donde se reflejaba levemente su imagen y suspiró.

-Nos vamos a casar dentro de dos meses –prosiguió en el mismo tono angustiado-. Y desde hace un tiempo noto que ya no es el mismo. Está más distante, más frío, aunque hace mucho tiempo que Gon dejó de ser aquel chico que demostraba sus sentimientos. Pero aún así…

-Está demostrado que trabajar bajo presión puede desequilibrar el comportamiento de las personas y tienden a canalizar su estrés de una forma ofensiva –pronunció de memoria una de las tantas frases que había oído proferir repetidas veces a su compañero de oficio. Solo que en esta ocasión prefirió no finalizarlas con un comentario fuera de tono como solía hacerlo Hisoka.

-Lo sé y hasta cierto punto lo entiendo. Pero, no creo que con sus escapadas nocturnas lo vaya a solucionar.

-¿Escapadas nocturnas? –repitió curioso enarcando una ceja.

Retz apoyó los ante brazos sobre la mesa e inclinó el rostro apesadumbrado escondiéndolo entre sus delicadas manos.

-Sí, ese es el principal motivo de solicitar sus servicios –explicó-. Gon siempre ha trabajado mucho, desviviéndose por las exigencias de su padre, fueran cuales fueran. Ser heredero único de una multinacional requiere mucho tiempo. Por eso no me preocupaba que de vez en cuando llegara tarde a casa. Quiero decir, yo trabajo como enfermera en el hospital y comprendo mejor que nadie cuando te tocan hacer horas extra y trastornan tu horario. Por eso nunca dudé de él.

Sobre su rostro se dibujó una forzada sonrisa. Volvió el rostro hacia el detective tragando saliva con aspereza. Era evidente que relatar esos sucesos se le era difícil.

-Pero una noche… -vaciló-. …serían más de las doce y aún no había regresado a casa. Lo llamé al móvil, pero estaba apagado. Preocupada llamé inmediatamente a su oficina. La persona de guardia me dijo que dentro del edificio no quedaba nadie, hacía ya bastantes horas que todos se habían ido. Antes de que el pánico se apoderara de mí y mis llamadas pasaran a sus familiares en busca de una pista, Gon apareció. Obviamente le pregunté qué había estado haciendo, y se excusó como siempre tras su padre.

Sus miradas se cruzaron y Killua enmudeció ante el inquietante sentimiento de desesperación que destilaban esos hermosos ojos verdes.

-Reunión de última hora, me dijo. Pero no era posible que su padre le hubiera convocado una reunión a tan altas horas de la noche –arrugó el entrecejo con disgusto-. Algo dentro de mí me hizo desconfiar. Así que al día siguiente volví a llamar un poco antes a la oficina. Su secretaria, que aún estaba en su puesto de trabajo, me confirmó lo que sospechaba –permaneció unos segundos en silencio con evidente gesto irritado, como a aquel que le resulta difícil continuar-. Gon salía de su despacho todos los días a las ocho de la tarde, sin embargo, a casa no llegaba hasta las doce.

-Comprendo –intervino conciliador intentando suavizar el hilo de la conversación-. Quiere que averigüe qué es lo que hace durante esas horas y a dónde va.

Retz asintió con la cabeza.

-Yo creo que… creo que él… él…

-Tiene una amante –resolvió Killua con voz calmada.

Retz volvió a asentir cabizbaja.

-Debes ser rigurosamente discreto. Gon no puede enterarse en ningún momento de que lo están siguiendo, es muy intuitivo –advirtió-. Creo que días después de mi intervención, su secretaria le comunicó mi llamada, ya que tras mi descubrimiento, volvió a comportarse con total normalidad; volviendo a casa puntual después del trabajo y ciñéndose a su habitual rutina tranquila. Seguramente para no levantar sospechas.

Se silenció repentinamente como si recapacitara sobre sus palabras y al cabo de unos segundos continuó.

-Si quiero que lo sigas no es por la desconfianza que me creó durante esos primeros días, sino porque hace varias semanas ha vuelto de nuevo a esos hábitos de escapada.

Un caso claro de infidelidad, pensó Killua como primer análisis. No era el primero que investigaba y seguro que tampoco el último. Y a pesar de ello, todavía seguía sin comprender que les llevaba a esos hombres dichosos a buscar consuelo en otros brazos tenido disponible los de jóvenes tan atentas como Retz. Era vergonzoso. Inadmisible.

Killua se levantó de la silla para coger la chaqueta del respaldo, y tras colocársela, metió en el bolsillo interior la fotografía de Gon. Dirigiéndose de nuevo a la joven con su habitual seguridad.

-No se preocupe. Le aseguro que me encargaré de descubrirlo todo.

La muchacha asintió con una tímida sonrisa, firmó el documento de contrato y se levantó tendiéndoselo al detective.

-Es curioso –prosiguió animada-. Mi jefa me dijo que me atendería un viejo amigo suyo, un hombre pelirrojo un poco pervertido y extraño. Me ha sorprendido gratamente que aparecieras tú en su lugar.

-Ah sí, ese es mi jefe –musitó rascándose avergonzado los peliblancos cabellos de la nuca-. Créeme, es mejor no conocerlo…

A punto estaba de finalizar el invierno en York New, y a pesar de ello, los días seguían siendo cortos, las lluvias frecuentes, y las espesas y oscuras nubes abundantes. Con suerte tal vez a media mañana asomaba un cálido rayo de sol de invierno dando color y calor a las transitadas calles, sin embargo las noches sufrían el efecto contrario. Tranquilas y sombrías, frías y penetrantes, tan húmedas que calaban los huesos y obligaban a encogerse bajo varias capas de abrigo.

Le agradaba el invierno. La lluvia, el frio, la nieve y los días nublados, aunque a veces prefería los climas más cálidos u otoñales, sin embargo, tampoco había sido nunca un impedimento para seguir con su agitada vida. A pesar de no odiar el invierno, el problema radicaba en que nunca en otra época del año se sentía tan solo y melancólico. El invierno traía pereza, y la pereza traía ganas de acurrucarse bajo una manta cálida o en el mejor de los casos entre unos brazos cariñosos. Pero en aquella etapa de su vida, a parte de su pequeña estufa eléctrica, ninguna otra fuente de calor le esperaba en casa. Sobre todo una humana.

A distancia prudencial de su objetivo, Killua estacionó el vehículo, apagando el motor y las luces.

-Hoy tampoco te vas a dejar coger ¿verdad? – murmuró para sí mismo sin dejar de observar la silueta que salía del vehículo varios metros por delante de él. Se frotó las manos heladas llevándoselas posteriormente a la boca en busca del calor de su aliento antes de coger unos pequeños prismáticos del asiento del copiloto y ajustar la lente óptica.

No le había costado demasiado encontrarlo después de todas las referencias que le había dado su clienta.

Los primeros días se dedicó a memorizar el recorrido que solía hacer Gon. Un trabajo realmente sencillo, ya que pronto descubrió que el moreno era un hombre de costumbres más o menos fijas. Salía del domicilio a las siete de la mañana aproximadamente ataviado con ropa de deporte y un pequeño envoltorio de papel que siempre dejaba escondido en unos matorrales cercanos. La primera vez que Killua lo vio depositar el paquete pensó que sería algún tipo de mensaje secreto para alguien a quien intentaba ocultar. Pero tras comprobar el contenido del envoltorio estalló en carcajadas. Tan solo era comida para un gato que rondaba la zona.

Tras una hora de intenso ejercicio físico regresaba de nuevo a su hogar, y media hora después, volvía a hacer acto de presencia vestido con un pulcro traje de ejecutivo. Se detenía aproximadamente unos veinte minutos en una distinguida cafetería a leer el periódico mientras saboreaba una humeante taza de café, y llegada las ocho y media de la mañana se montaba en su BMW negro para acudir a la empresa de su padre. Una vez que el vehículo desaparecía en los bajos del parking de la compañía quedaba restringida más información. No porque Killua no hubiera intentado colarse en varias ocasiones, sino porque el fuerte sistema de seguridad siempre lo frenaba.

Después, tan solo quedaban horas muertas. Lo que hacía dentro de la corporación Freecs era desconocido, y su accesibilidad nula. Gon rara vez salía del recinto hasta que no finalizaba la jornada, el momento en el que el BMW negro salía de nuevo a la calle y retomaba el mismo camino de vuelta.

-Vamos, da tu primer paso hacia el delito… - volvió a murmurar Killua mientras se encogía dentro de su chaqueta.

Las luces del vehículo negro parpadearon indicando su cierre y Gon comenzó a caminar entrando momentos después en una tienda veinticuatro horas.

-Nada inusual –musitó dejando a un lado los prismáticos y soltando un profundo suspiro escéptico. Al parecer hoy tampoco iba a conseguir ningún dato interesante en este caso.

Tres días llevaba siguiendo al moreno, y por ahora no había conseguido ninguna prueba concluyente de las escapadas nocturnas que mencionó la muchacha. La primera noche, simplemente se había limitado a volver puntual a la casa que compartía con su prometida. La segunda noche, había hecho una pequeña escapada hacia las afueras de la ciudad, a un recóndito lugar desde el que se podía contemplar la cuidad entera, relumbrada por la luz artificial. Estuvo dos horas en silencio, suspirando con pesadez de vez en cuando mientras contemplaba la nada hasta que el frío, el aburrimiento, o las dos cosas juntas, le hicieron volver al coche y de ahí de nuevo a su casa.

La tercera noche, aquella misma en la que se encontraba, el BMW negro había conducido por otra ruta diferente. Y lo que en un principio le hizo suponer que por fin lo descubriría, al parecer tan solo había sido una falsa alarma.

Cansado, Killua sacó de su bolsillo una cajita en forma de robot. Dentro, contenía un par de chocolates también con forma robótica los cuales estaban derretidos por pasar todo el día en su bolsillo. Aquello tenía toda la pinta de ser su única cena, sobre todo si el moreno continuaba mareándolo de un sitio para otro.

-Lo que daría por un plato de comida… -se lamentó dándole un bocado a la pequeña y pobre golosina, que a pesar de encantarle, no era suficiente para satisfacer su fatigado estómago.

Antes de lo esperado, Gon volvió a salir de la tienda con una cajetilla de tabaco en la mano. Extrajo un cigarrillo y colocándoselo en la boca lo prendió, aspirando hondamente el soporífero y adictivo humo de nicotina.

Se había detenido en mitad de la acera y miraba pausado de un extremo a otro, como intentando localizar algo.

Cuando los ojos dorados de Freecs parecieron recaer sobre la hilera de coches aparcados, el ojiazul se agachó todo lo que pudo intentando que no lograra advertirlo dentro del vehículo. Escuchó pasos alejándose y alzó el rostro prudente. Para su sorpresa aquella noche, el joven había reanudado su marcha a pie, calle abajo. Justo en sentido contrario a donde había aparcado el BMW.

¿A dónde demonios iba?

Killua cogió rápidamente la cámara fotográfica y se bajó del coche, siguiendo sigiloso la misma dirección. El comportamiento de Gon era inusual, sus actos se salían de la rutina diaria. Algo en su interior le decía que se encontraba en una de esas escapadas nocturnas e iba a presenciar qué es lo que hacía realmente durante esas horas de margen.

Lo vio cruzar de acera para detenerse a pocos metros de un pequeño grupo de chicos un tanto ligeros de ropa y claramente más jóvenes que él. Seguramente no llegaban ni a dieciocho años. Gon dio un par de caladas rápidas apurando el cigarrillo antes de tirarlo despreocupadamente a la carretera, dando un último vistazo a los chicos y reanudando su marcha hacia una calle trasversal bastante sombría.

Confuso, Killua permaneció oculto entre los coches aparcados no sabiendo a ciencia cierta qué es lo que ocurría. El grupo de chicos se había puesto a discutir entre ellos, hasta que finalmente tan solo uno comenzó a avanzar hacia ese mismo callejón.

-No… no creo que sean…

Mientras una alocada idea comenzaba a formarse por su mente, el peliblanco dio la vuelta a la manzana para entrar por el extremo opuesto de la calle. No era prudente dejarse ver por el grupo y mucho menos tomando la misma dirección que habían seguido los otros dos chicos. Luego de un par de minutos, consiguió su propósito, y con astucia, entró sigiloso en la oscura travesía.

Dos voces amortiguadas musitaban algo en un tono cautelosamente bajo, una más grave que la otra, pero ninguna frase con claridad. Aún se encontraban lejos.

Agazapado, Killua continuó avanzando hasta lograr visualizar con claridad las siluetas. No supo exactamente cuando había muerto la conversación entre ellos y habían pasado a las acciones, pero Gon ahora se encontraba de pie, apoyando la espalda en la mugrienta pared mientras que el otro joven se había arrodillado e inclinaba la cabeza a la altura de sus caderas.

Se sucedieron un par de claros sonidos de cremallera y pronto otros mucho más suculentos como los de una húmeda succión bucal.

-"Oh dios…" –pensó el ojiazul sorprendido.

Desde el primer momento en que Retz le relató el extraño comportamiento de su prometido, supo que se trataba de un claro ejemplo de infidelidad, aunque jamás pensó en la posibilidad de que la tercera persona en discordia fuera a tratarse de otro hombre como él. Alguien de su mismo sexo.

Impugnando sus propias reglas de distancia que se había marcado en estos casos y dominado por una incipiente curiosidad, Killua se acercó disimuladamente hasta quedar prácticamente frente a él, ocultándose tras un par de autos abandonados en la acera y un gran basurero.

Gon tenía los ojos cerrados y sus manos se habían deslizado hacia los cortos cabellos del joven experto, agarrándolos con fuerza e instándolo a mover la boca con mayor rapidez y profundidad sobre su candente erección. Con calma dejó caer la cabeza hacia atrás mientras su cuerpo se arqueaba complacido. Las gruesas cejas se arrugaban y se aflojaban subyugado por las caricias que la tórrida lengua le regalaba. Débiles suspiros brotaban de sus labios entreabiertos al tiempo que su pecho subía y bajaba con entrecortada respiración.

Debía admitirlo, a estas alturas y después haberlo seguido durante tres días, a todas horas, era algo incuestionable. Aún con ese rostro triste y esa expresión de que había perdido algo en su interior, Gon era hermoso, muy atractivo. Comprendía perfectamente por qué tanto hombres como mujeres le dedicaban una sugestiva mirada a su paso. Su atractivo físico era arrollador.

No es que a Killua le interesara, ni mucho menos, simplemente era honesto. Aunque quizás, sí tuviera algo que ver en el hecho de que el ojiazul no hiciera distinción entre hombres y mujeres, para él, el amor y el sexo carecían de un género determinado. Pero de ahí a que Killua le atrajera físicamente había mucho mundo.

O quizás tan solo una pequeña línea moral.

En cualquier caso, lo que jamás se había planteado era poder verlo en esa otra faceta suya.

Excitado.

Era completamente diferente al día a día, las facciones de su rostro cambiaban por completo. Su expresión era completamente relajada, como si hubiera apartado a un lado la máscara con la que se ocultaba en público, se veía más infantil, su cara no demostraba aquella tristeza y vacío que lo caracterizaba el resto del día. Las mejillas se sonrojaban, cosa que había creído imposible debido a su expresión de acongojado. La boca entreabierta, dejaba escapar unas veces la lengua, que sinuosa, humedecía su boca, y otras veces los dientes, que apretaban fuerte el labio inferior conteniendo suculentos gemidos.

La visión no pudo trastornar más a Killua. Tanto que nuevamente no pudo apartar los ojos de ese rostro trigueño y jadeante, envarado por la excitación.

Durante un instante, perdió completamente la cordura. Deseó estar entre esas piernas definidas, deseó ser el causante de tanto placer, deseó saborear el turgente miembro y endurecerlo hasta hacerlo estallar en su boca.

Deseó… deseó ansiosamente a Gon.

El pulso de Killua se disparó y las mejillas se encendieron incandescentes notando como su propio miembro reaccionaba automáticamente ante las tórridas fantasías, comenzando a pulsar peligrosamente bajo el pantalón. Aturdido, deslizó una mano hacia su entrepierna, y un jadeo involuntario se escapó de su boca al sorprender la gran dureza que cobijaba. Con el movimiento de su mano, pegó en el basurero a su lado provocando la caída de una lata dentro de este.

Los ojos dorados se abrieron de sopetón en modo de alerta, y se dispararon directamente hacia la posición de Killua.

Lo había pillado.

Un fuerte estremecimiento recorrió el cuerpo del ojiazul cuando sus miradas quedaron conectadas durante eternos segundos. Los atrapantes ojos ámbar lo miraron con una mezcla de sorpresa y preocupación, apenas unos segundos, antes de que evaluativamente lo analizara con la mirada de arriba abajo. Killua tragó con dificultad mientras se dejaba observar con aplomo, sin atreverse siquiera a mover un dedo. Respiró un poco más tranquilo cuando la expresión del moreno comenzó a relajarse, volviéndose más intensa y ansiosa. Dando la impresión de que le gustaba lo que veía.

Se sorprendió al comprobar que los segundos pasaban y Gon seguía en silencio, sin hacer ademán de huir, ni de detener las acciones del joven distraído a sus pies. Para mofa, se había acomodado mejor en la pared, con los ojos fijos sobre él y media sonrisa pintada en los labios.

¿Acaso le daba morbo verse sorprendido?

El moreno estrechó con más intensidad la cabeza del joven sobre su vientre, mientras crispaba los dedos entre los cabellos, obligándolo a intensificar la felación. Los jadeos que antes había intentado sofocar comenzaron a escucharse deseosos, febriles y excitantes, cada vez con mayor intensidad. Gon lo estaba provocando, jugando con su autocontrol, tanto que Killua no supo si abandonarlo todo y comenzar a tocarse allí mismo buscando el alivio de su gran dureza.

Una de las manos de Gon se elevó hacia su dirección, y dos dedos juguetones le instaron acercarse acompañados de una juguetona e infantil sonrisa.

Killua dejó de respirar. Las piernas le temblaron alarmantemente, un calambre en su entrepierna, parecido al preámbulo de un violento orgasmo, lo aconteció y a punto estuvo de alzarse y acudir a la llamada.

¡¿Qué mierda estás haciendo? ¡Eres detective!

Recordando de repente qué es lo que hacía allí y su labor, el peliblanco agitó varias veces la cabeza serenando de nuevo su mente casi corrompida. No era el momento de dejarse llevar por la atracción que ese cuerpo lujurioso le producía. Investigar a Freecs era parte de su trabajo, únicamente su objetivo.

Con calma separó la mano afianzada alrededor de su pulsante miembro, y entonces pudo pensar con claridad. Sí, mucho mejor. Sacó del bolsillo de la chaqueta la cámara digital automática, y sin querer pensar demasiado en sus acciones, disparó un carrete entero de fotos hacia la posición comprometida.

Tan rápida fue la acción que Gon apenas había tenido tiempo de reaccionar. Cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido, Killua ya se había levantado y corría como ágilmente calle abajo.

- Maldición –susurró el moreno estupefacto.

Dando un firme empujón al joven entre sus piernas, se subió los pantalones a toda prisa y comenzó a correr como loco tras él, tras esa persona que estaba a punto de llevar su vida al borde de la ruina.

- ¡Regresa aquí ahora mismo! –volvió a gritar con una mezcla de odio y pavor.

Vio como el peliblanco desaparecía varios metros por delante de él tras girar en una esquina, y su miedo aumentó. No podía perderlo de vista. No podía dejarlo escapar. No podía dejar que esas fotos salieran a la luz.

Atravesó todo el oscuro callejón lo más rápido que pudo, giró atropelladamente esa misma esquina, y para su desgracia, no tuvo más remedio que detenerse en medio de la calle iluminada a la que había salido para mirar frenéticamente hacia todos los lados, intentando localizarlo.

Pero no había rastro de él.

Había desaparecido.

Dio varios torpes e indecisos pasos hacia delante por la desértica calle sin encontrar pista alguna del maldito ojiazul acosador. Parecía que se lo había tragado la tierra.

Y entonces enmudeció. Su mirada se tornó durante unos instantes ausente, y su corazón daba la impresión de no volver a latir, comprendiendo lo que aquello ocasionaba en su vida.

- Mierda… –balbuceó apretando con fuerza los puños.

Hasta ahora se había esforzado por evitar cualquier situación que pudiera delatarlo, cubriéndose constantemente las espaldas con excusas y pretextos, y eso incluía a la prensa. Pero un periodista había logrado franquear sus obstáculos. Un maldito periodista tenía fotos más que comprometidas de él con otro chico. Si esa información llegaba a su padre… si llegaba a su prometida…

Una mano de repente se posó sobre su hombro y Gon se giró sobresaltado y a la defensiva, preso de una incipiente angustia, esperando encontrarse de nuevo con esos intensos ojos azules.

Lamentablemente, solo era el joven de cabellos cortos que lo acompañaba hace un rato.

-¿Te encuentras bien? –le susurró el muchacho vacilante con su rostro preocupado.

Gon ahogó un gruñido impotente recomponiendo su habitual máscara de indiferencia y vacío.

-Hmm…

Del bolsillo interior de la chaqueta sacó un fajo de billetes, tendiéndole uno de cien al muchacho, que lo aceptó todo sonrisas, antes de encaminarse con furiosos pasos de nuevo al coche.

-Maldita sea...

Continuará…