Hola de nuevo gente querida! Cómo están? Espero que muy bien!
Yo acá estoy otra vez con un nuevo proyecto en marcha. En esta ocasión les traigo algo que vengo pensando hace un tiempo, queriendo incursionar en un estilo algo diferente a lo que acostumbro -aunque el argumento no dista mucho del de mi primer fic-. Tengo cientos de ideas y quiero intentar ser menos impaciente de lo habitual para no improvisar tanto y lograr algo un poco más elaborado.
Este primer cap lo escribí hace unos días, y quedó algo corto porque vendría a ser una sintética introducción que ilustra lo que vendrá más adelante. Pero no me aguanté las ganas de compartirlo con ustedes, así que espero sepan apreciarlo y me comenten qué les pareció.
Aclaraciones importantes: Transcribí algunos fragmentos de una canción de un músico de mi país, Lisandro Aristimuño. Se trata de "La última prosa", un tema con un tono melancólico precioso y una letra increíble, que les recomiendo cien por ciento que lo busquen y lo complementen a la lectura.
Quisiera aclarar además que el título de este nuevo proyecto también pertenece a una canción del mismo autor, de hecho mi intención es recurrir a sus creaciones para incorporarlas al desarrollo de esta historia en función a mi propia interpretación de las letras. Quienes me conocen saben bien que siempre utilizo la música y poética de canciones como fuente de inspiración y complemento de lo que narro.
Bueno, sin más preámbulos lxs invito a leer el UNO en paz y espero que me cuenten qué les pareció. Como siempre les digo, sus impresiones y opiniones sobre lo que sienten y piensan al leerme son sumamente importantes para mí y me motivan y animan a seguir produciendo, así que por favor no dejen de hacerlo!
Todos los personajes pertenecen a su autora, Naoko Takeuchi, yo sólo los tomé prestados.
Besitos per tutti!
Bell.-
:: Capítulo Uno ::
Serena estaba sentada en su oficina con una taza de té en sus manos y la mirada fija en un papel algo maltratado que tenía sobre su escritorio. Leía y releía las breves líneas impresas que tenía enfrente y suspiraba melancólica a cada instante. Ese día había recibido noticias que hacía años ya no esperaba, o al menos eso creía hasta que las recibió.
Cuando leyó por enésima vez aquellas pocas palabras soltó un nuevo y largo suspiro y se recostó contra el respaldo de su sillón para darle otro sorbo a su té. Giró en el lugar para dirigir su mirada al enorme ventanal de su oficina e intentó distraerse un momento contemplando la vista de la gran ciudad.
Era una hermosa noche de luna llena, siempre conseguía sentirse tranquila en noches así, pero esta vez era la excepción. No sólo porque había tenido una jornada laboral bastante agitada, con reuniones importantes, infinidad de llamadas, organizaciones de eventos y cierre de negocios, todas responsabilidades y obligaciones con las que ya estaba acostumbrada a lidiar.
Desde que se había graduado de licenciada en administración de empresas, hacía ya cuatro años atrás, estaba a cargo de la gerencia del hotel de su padre, el cual formaba parte de una importante y reconocida cadena internacional, y la familia Tsukino venía administrando desde que ella era pequeña. Y como Serena era hija única, y por lo tanto la heredera directa del negocio familiar, era su deber ser la principal responsable del manejo y gestión del mismo junto a su papá, de quien ella era la mano derecha.
Había sido un día más de trabajo, estaba acostumbrada a su ajetreada rutina, sin embargo aquella inesperada e inoportuna noticia que horas antes había recibido la tenía bastante inquieta y preocupada.
Estaba tan perdida en sus pensamientos y sus recuerdos que le llevó tiempo darse cuenta de que su teléfono no dejaba de sonar hacía rato. Cuando finalmente se percató de que aún estaba dentro de su oficina y el celular sonaba insistentemente, volvió a girar en su sillón para acercarse a su escritorio.
Dejó la taza a un lado y antes de atender la llamada se fijó de quién se trataba. Cuando leyó el nombre de quien llamaba en la pantalla, inspiró hondo para poder hablar con claridad. —Hola —sonrió de lado al escuchar las dulces palabras que la voz masculina le decía del otro lado de la línea—. Lo sé, ya es bastante tarde … Pero no te preocupes, no demoraré en regresar a casa … Yo también te extraño … Un beso, adiós —y colgó.
Dejó su celular junto a la taza de té y volvió a mirar el papel que tenía enfrente. Soltó otro pesado suspiro, tomó el papel entre sus manos y se puso de pie. Caminó hasta la ventana mientras leía de nuevo y otra vez su mirada se perdía en la vista de la ciudad.
Y cientos de preguntas y dudas se le imponían en su mente como rumiaciones, ¿por qué justo ese día? ¿Por qué después de tanto tiempo? ¿Qué iba a pasar con ella a partir de ahora? ¿Qué era lo que tenía que hacer, pensar o sentir? ¿Acaso se trataría de una especie de prueba? ¿Debía tomar alguna decisión? ¿Su vida era en realidad como ella alguna vez habría deseado que fuera? ¿O sólo eligió aferrarse a una rutina ordenada y estructurada para cumplir con lo que su familia esperaba de ella, para sentirse segura, para no confundirse, para no creer más en sus sueños, para no volver a sufrir?
De lo único que realmente estaba segura era de que su prolija y monótona vida cambiaría drásticamente desde ese día en adelante, sintiera lo que sintiera, decidiera lo que decidiera, ya nada iba a seguir siendo igual.
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"No sé si esperarte de nuevo por una mañana o dos…
El jugo en mi sombra es ardiente… la buena noticia sos vos… sos vos…
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Le resultaba increíble pensar en cómo con el paso del tiempo y su crecimiento personal había pasado por tantos estados en los últimos años, transformándose y convenciéndose de que en realidad antes le daba un significado a su vida que tal vez no era el 'adecuado', o quizás sí lo era pero en otras épocas.
Reflexionaba sobre lo inesperadas y asombrosas maneras en que el transcurrir del tiempo continuaba transformando sus ideas y formas de ver las cosas, tanto que alguna vez creyó estar convencida de que tal vez un pasado ya lejano había sido hermoso y que el futuro parecía prometedor. Sin embargo hasta este día creía tener un presente óptimo, tranquilo, bueno, sin añoranzas ni remordimientos. Pero todo parecía volver a cambiar.
El sonido de alguien que golpeaba a su puerta volvió a interrumpir sus pensamientos. —Adelante —dijo sin voltear.
—Señorita Tsukino —dijo su secretaria al entrar—, me avisaron de recepción que ya está disponible su auto.
—Gracias, Molly —respondió Serena cortante.
—¿Necesita alguna otra cosa, señorita? —preguntó la chica algo temerosa por su indiferente y distante actitud. Serena estaba junto al ventanal de espaldas a su escritorio y Molly podía notar cierta tensión en su postura.
Si bien era una mujer bastante elegante, que habitualmente se arreglaba con sobrios y oscuros trajes de ejecutiva, siempre conservaba una apariencia cordial y agradable, por más reservada que fuera. Pero ese día en particular había notado en su aspecto cierto aire melancólico y apagado en ella que hacía mucho tiempo no veía.
Serena finalmente volteó a mirarla con una leve sonrisa. —No, gracias, ya puedes irte.
—Bien —Molly se acercó a su escritorio—. Aquí le dejo entonces las carpetas que me pidió, ya todo está revisado y corregido —dejó una alta pila de carpetas—. Buenas noches, señorita Tsukino —y se dirigió de nuevo hacia la puerta.
—Molly —Serena la llamó antes de que se fuera y la chica volteó a verla—, muchas gracias por tu ayuda. Hoy fue un día bastante duro y la verdad no sé qué habría hecho sin ti.
—Descuide, señorita —dijo Molly más tranquila al notar que Serena ya no se dirigía a ella con tanta frialdad—, sólo cumplo con mi trabajo. Con permiso —y se retiró.
Serena volvió a su escritorio y revisó la primera carpeta de la enorme pila que su secretaria acababa de dejarle. —Mejor esto quedará pendiente para mañana —murmuró para sí y después de ponerse su abrigo y colgar su bolso de su hombro se dirigió hasta la puerta para irse.
Pero de repente se detuvo y regresó al escritorio para tomar el papel que había olvidado y guardarlo en su bolsillo. Volvió a inspirar hondo y finalmente salió de su oficina.
Cuando llegó hasta el lobby del hotel pasó por la recepción para retirar las llaves de su auto y mientras se despedía de los empleados una chica se acercó a ella. —Amiga, ¿aún estás aquí?
Serena volteó al escucharla. —Hola, Rei —la saludó—. ¿Tú también saliendo tarde del trabajo? —preguntó riendo.
—Sí —respondió su amiga algo malhumorada—, es que tuve que dar una clase extra para un contingente que parte mañana temprano y no querían irse sin su dosis de yoga.
Serena volvió a reír. —Es que todos los que pasan por este hotel se mueren por conocer a la mejor instructora de yoga de todo Tokio.
—Sí, claro, ahora resulta que soy famosa —bromeó Rei y se colgó de su brazo—. ¿Ya te vas? —Serena asintió—. ¿Entonces acercarías a tu querida amiga hasta su casa?
—Por supuesto —respondió Serena sonriente y salieron juntas.
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Durante el corto trayecto hasta el templo donde vivía Rei con su familia, Serena se mantuvo bastante callada y Rei no dejaba de comentarle y bromear sobre la clase que acababa de dar y los problemas de idioma que había tenido para entenderse con sus ocasionales alumnos.
Cuando llegaron Serena apagó el motor del auto y permaneció en silencio con la mirada clavada en el volante. —Amiga, ¿te encuentras bien? —le preguntó Rei preocupada, era evidente que Serena necesitaba decirle algo.
—Rei… —dijo ella en voz muy baja—. Rei, yo… —y alzó la vista para mirar la luna que brillaba en lo alto.
—¿Qué sucede, Serena? —insistió Rei—. ¿Qué tienes?
—¿Recuerdas… —dijo Serena tras una pausa con la mirada perdida en el cristal—. ¿Recuerdas cuando éramos chicas y nos encontrábamos en aquella plaza después de la escuela? —Rei la escuchaba con atención sin interrumpirla—. ¿Y un día chocamos y nos golpeamos la cabeza? —continuó y esbozó una leve sonrisa.
—Pues eso nos pasaba con mucha frecuencia —bromeó Rei.
—Sí, pero… —siguió Serena—. Pero hubo un día que tú no te enojaste conmigo y me regañaste por el golpe como siempre. De hecho creo que fue la única vez que no lo hiciste y nos quedamos las dos platicando un momento, ¿lo recuerdas? —finalmente la miró—. ¿Recuerdas que me preguntaste cuál era mi sueño? —Rei negó con la cabeza ya que no lograba recordar—. Yo no supe qué responderte, en ese entonces estaba… —bajó la mirada—. Estaba algo confundida y tú me dijiste que soñabas con ser una escritora de canciones o una modelo o una famosa actriz y también… —volvió a mirarla—. También ser la esposa de la persona amada y formar una familia, ¿te acuerdas de eso?
—Sí, creo que sí —intentó recordar Rei—. Aunque eso fue hace mucho, éramos muy chicas y muy soñadoras —dijo riendo—. Eso de querer ser modelo o actriz famosa sí que era un disparate —bromeó.
—Sí, lo éramos —Serena volvió a bajar la mirada—. Éramos muy soñadoras —y se llevó una mano a la cabeza.
—Serena, ¿qué tienes ahí? —preguntó Rei curiosa y tomó su mano—. ¡Oh, por dios! —exclamó sorprendida—. ¿Qué es esto, Serena? ¿Acaso es un anillo de compromiso? —Serena soltó su mano enseguida y asintió con poco entusiasmo—. ¿Te lo dijo? ¡¿Te propuso matrimonio?! —Serena volvió a asentir esquivando su mirada—. ¡Eso es fantástico, amiga! ¿Por qué no me contaste nada? ¿Cuándo sucedió?
—Esta mañana —respondió Serena al fin y observaba con detenimiento el anillo de brillantes que tenía en su mano—, antes de ir al hotel.
—Pero —Rei no comprendía qué tenía tan triste y preocupada a su amiga—, no entiendo, ¿no deberías estar contenta? ¿Acaso no es lo que tú quieres? ¿Lo que hace tanto estabas esperando?
—No lo sé, Rei, estoy… —Dijo Serena con voz temblorosa—. Estoy confundida.
—¿Pero por qué? —insistió Rei—. ¿Pasó algo? ¿Discutieron de nuevo? —Serena no respondía—. ¿Qué sucede, Serena? Me estás asustando —Rei comenzaba a impacientarse.
Serena soltó un melancólico suspiro y buscó el papel que tenía en su bolsillo. —Esta mañana también recibí esto —le entregó el papel a Rei—, por correo electrónico.
Rei antes de leer lo que Serena le entregaba creyó adivinar de qué se trataba. —No me digas que… —Serena asintió dejando escapar algunas lágrimas y finalmente Rei leyó apurada—. Oh, por dios, esto sí que no me lo esperaba —dobló el papel maltratado a la mitad y se lo devolvió—. ¿Y qué piensas hacer ahora?
—No lo sé —respondió Serena al recibir el papel y volver a guardarlo en su bolsillo—. No sé qué voy a hacer.
—¿Y cómo te sientes? —preguntó Rei afligida al ver a su amiga angustiada y la tomó de las manos para transmitirle su apoyo.
Serena ya no lloraba. —No sé, creo que… sorprendida —suspiró de nuevo—. No esperaba recibir noticias suyas después de tanto tiempo. Yo creí que jamás volvería a saber de él.
—Es cierto, la última vez que se puso en contacto contigo fue…
—Sí —la interrumpió Serena—, hace tres años —la miró con una dura expresión de reproche—. Porque tú le avisaste.
—¿Cómo no iba a avisarle? —se defendió Rei—. Si él la quería mucho —volvieron a quedar en silencio al recordar aquel desafortunado acontecimiento—. Pero después de eso no se comunicaron más, tú me dijiste que habías dado de baja esa cuenta de correo.
—No lo hice, jamás la cerré, jamás dejé de revisarla a diario esperando que me escribiera de nuevo aunque le hubiera pedido que no volviera a hacerlo. Hasta hoy…
—¿Y entonces qué vas a hacer? —volvió a preguntar Rei—. ¿Le vas a responder? ¿Lo vas a esperar?
—No —respondió Serena con firmeza mirándola fijamente a los ojos—, no lo haré. Ha pasado demasiado tiempo. Ya no lo espero, ya rehíce mi vida, ahora estoy comprometida, en cuestión de meses me casaré y eso nada ni nadie va a cambiarlo.
—Dices que ya no lo esperas y sin embargo no dejaste de revisar tu correo todos los días durante años —refutó Rei—, ¿no te parece un poco contradictorio?
—Lo hice porque… —Serena intentó evadirse—. Porque en un principio sí lo esperaba, sí deseaba saber de él. Pero con el paso del tiempo dejé de hacerlo y continué revisando el correo porque… Porque lo hacía de manera automática, por hábito, como reviso todas mis cuentas cada vez que enciendo mi computadora. Sólo por eso.
—Ay, Serena —Rei negó con la cabeza—, a mí no me engañas tan fácilmente, te conozco desde que somos niñas. Por más que te obstines en mostrarte como una mujer estructurada y controlada, en el fondo sigues siendo la misma. Jamás dejaste de esperarlo, no lo niegues, jamás dejaste de amar a…
—No, Rei —Serena la cortó molesta—. Yo no soy la misma, hace mucho que dejé de serlo. Ya no soy esa jovencita tierna e inocente llena de sueños cursis y románticos, fanática de los dulces y aficionada a los videojuegos, que creía en los cuentos de hadas y fantaseaba con ser una princesa que se enamoraría de un príncipe que la rescataría de su cruel destino. Yo ahora soy una adulta, con responsabilidades, con una empresa familiar sobre mis espaldas y comprometida con un hombre de verdad, que estuvo a mi lado durante muchos años acompañándome y apoyándome en todo, y que…
—Vamos, Serena —la interrumpió Rei—, deja de decir esas cosas. Ésas no son más que tontas excusas para no admitir lo que en realidad te sucede.
—No son excusas, Rei —dijo Serena enojada—, es la verdad. Ahora las cosas son así, mi vida es así.
—¿Entonces por qué nunca cerraste esa cuenta? —preguntó Rei y Serena no supo qué responder—. ¿Por qué continuaste revisándola día tras día esperando recibir algo de él? ¿Por qué tienes ese mensaje impreso en tinta y me lo enseñas? —Serena bajó la mirada y no habló más—. ¿Lo ves? Mientes, Serena. Y no sólo me mientes a mí, eso sería lo de menos, sino que te mientes a ti misma para convencerte inútilmente de que no sigues enamorada de…
—No, Rei —Serena volvió a mirarla con una dura expresión—, yo cambié, esto es así. Pasaron muchos años, ocho años, Rei, ocho. Y aunque ahora regrese, ya es demasiado tarde.
—Eso es verdad, ocho años es demasiado tiempo —reflexionó Rei y ambas volvieron a quedar en silencio hasta que el teléfono de Rei comenzó a sonar—. Es Nicolas —dijo al ver quién llamaba—, debe estar preocupado, ya es bastante tarde —atendió—. Ya llegué, amor, estoy con Serena en el auto, enseguida subo —dijo apurada y colgó. Miró a su amiga de nuevo—. Bueno, tengo que irme.
—Está bien —dijo Serena con una nueva pero forzada sonrisa—. Mándale mis saludos a Nicolas y a las niñas.
Rei la abrazó con fuerza. —Adiós, amiga. Llámame si necesitas hablar, ¿sí?
—Sí, te llamaré —respondió Serena al soltar el abrazo.
—Adiós —se despidieron y Rei bajó del auto para dirigirse a su casa.
Serena la siguió con la mirada mientras subía las escaleras hacia el templo y cuando vio que se encontraba con Nicolas los saludó con la mano.
Después de que se aseguró de que ellos habían entrado a su casa, permaneció inmóvil en su asiento sin poner el auto en marcha por unos minutos. Volvió a buscar el papel de su bolsillo y leyó una vez más:
"Para: Serena Tsukino
Asunto: Ninguno
Mensaje: Hola, Serena. Sé que hace tiempo que no nos comunicamos, pero necesito hacerte saber que dentro de una semana estaré regresando a Tokio. Los motivos son muchos, y me gustaría poder decírtelos personalmente. Avísame si recibes este mensaje. Darien."
—Darien —dijo en voz baja al guardar el mensaje y encender el motor—, no debiste. Justo hoy no debiste —suspiró una vez más y se fue.
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La noche se agota de verme… Quizá es mejor descansar…
Afuera hace frío y es tarde… El hoy del reloj se durmió… se fue…
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