Dientes
Hace ya muchos años que me mandaron a esta ciudad. 1970. No recuerdo bien la fecha. Al poner un pie sobre estas tierras desérticas, mi mundo se desvaneció por muchos días. Habían habido reportes sobre conexiones entre esta ciudad y... allá, y me mandaron para investigarlo. Siendo yo la única persona tan sensible a estas cosas podían cerciorarse de que yo podría sentirlo, a pesar de no ver nada "fuera de lo común"(los demás en la "agencia" se guiaban por manifestaciones físicas). Personas con extraños poderes ("villanos" si nos referimos como se refieren aquí, en esta ciudad que parece salida de una historieta de acción) regresando desde la muerte para luchar otro día contra las fuerzas del bien ("héroes" para entrar en contexto). Un mes en la oscuridad, inconsciente y tres días ciego confirmaron los extraños rumores.
Me preguntaron si deseaba regresar a casa. Yo me negué, si algo era tan poderoso como para afectarme tanto, entonces era lo suficientemente peligroso e interesante para poner todo mi esfuerzo aquí. Ahora me doy cuenta de mi error, debí regresar. Cuarenta años. En este punto no sé si valió la pena la espera.
Investigué cada fenómeno paranormal en esta ciudad. Cada uno de ellos. Resolví todos (menos uno que otro que los héroes locales podían arreglar...¿para qué quitarles la diversión? no eran tan peligrosos). La casa embrujada del centro de la ciudad. El fantasma del conquistador de estas tierras. Todo, pero ese sentimiento extraño no cesaba. Como pesadumbre. Negatividad. Algo horrible. No venía de aquellos villanos que regresaban del otro lado cada semana o dos. Era algo grande. La última vez que sentí esto, Nueva York estuvo a punto de desaparecer.
Yo me acostumbré. Aprendí a vivir con ello e hice mi vida en esta ciudad. Trabajé en unas oficinas, en un mar de cubículos. Una experiencia horrible pero aprendí a vivir con ello al igual que con "el sentimiento". Conocí un par de buenas personas. Una que otra chica bella, pero con mis votos de celibato no podía llegar a ni un lado con ellas. A veces deseo haberme deshecho de esos votos. Dejar de ser sacerdote y vivir la vida. Pero no. No podía dejar a estas pobres personas tan expuestas a esto. Que de un día para otro, el mundo se les viniese abajo. Que un día, tuvieran que encontrarse con su Creador.
Por primera vez en su vida, Zoe Aves sintió que su mundo se venía abajo.
Ya había aprendido a vivir con esto. Un par de años con el nudo en la garganta (y en el corazón), sintiéndose sola. Dos años. Ya era cosa de todos los días.
"¿Entonces por qué hoy?"
La pregunta corría por su cabeza mientras se apresuraba al baño. Todos los días, enferma, sana, con regla, sin regla, huesos rotos, enteros. Todos los días y sus variaciones, se había acostumbrado a aquel entumecimiento. Pero hoy sentía que iba a explotar.
La taza del baño se encontraba frente a su rostro, un par de flemas salieron de su boca. Falsa alarma, no iba a vomitar. En cuanto se cercioró de esto, se sentó y espero a calmarse. ¿Por qué habrá sido?
Frida Suarez. Manuel Rivera. Su familia. Las risas. El crimen. Cuervo Negro. La escuela. El estrés. Se acostumbró a todo.
Pero hoy iba a explotar.
Una sonrisa.
Ahora estaba en el techo. Ahí podría pensar.
Dientes.
Ahí podía respirar. Lo único que le gustaba de ser la Cuervo Negro era el aire. Le gustaba el aire. A los ojos de cualquier idiota era un absoluto vacío, pero para ella era como un mar, sin todas las desventajas del agua.
(A veces salía por las noches, sin su casco a surcar los cielos, sentir la brisa en el rostro.)
Cuatro personas en el techo. Nunca las había visto antes. Vestían de negro. Convenientemente paradas cerca de la puerta que daba a la azotea, sus rostros oscurecidos por la sombra.
"Un día malo, ¿verdad señorita Aves?" dijo el que estaba posicionado en medio.
Un beso. Eso fué. Entre el extraño pánico que sintió al ver se le olvidó, dejando la angustia. Pero ahora lo recordaba perfectamente, cada cuadro. Frida y Manuel se besaron. Un besito inocente. Era algo tonto. Apenas y se rozaron los labios, pero eso bastó. Se enderezó volteó a ver a los tres personajes frente a ella con sus ojos amenazantes.
"Qué les importa."
Como te odio Frida.
El que habló dio un paso al frente, iluminándose la mitad de su rostro. Una sonrisa y un rostro pálido era lo que escondía las sombras.
"Nos importas, y mucho... ¿No es así hermanos?" dijo
Las tres figuras quedaron en silencio. Continuó.
"Son muy callados, perdónalos. Sólo supimos que algo malo te pasó y decidimos visitar."
Ella lo miró. Los tres eran como de su edad, a juzgar por las siluetas.
"No se quienes sean ustedes, pero lárguense."
Una sonrisa. Ahora dientes.
"Pero, déjanos hacerte sentir mejor."
Los tres dieron tres pasos.
Ojos negros. Una mirada penetrante. Una lengua se agitaba excitada y una boca babeante. Por alguna razón, ella sintió que venían a hacer algo horrible con ella. Retrocedió. Algo estaba mal, lo sentía. Alto aplastante. No sabía que era. Tenía miedo. Este no es un buen día.
"A-a-aléjense" por primera vez, después de muchos años, mostraba a alguien su "otro lado". El lado frágil. No aquella cara de perra que había armado en todo este tiempo. Lo derrumbaron cual castillo de arena. "No me hagan daño."
Más sonrisas, más dientes.
"Querida, no te venimos a hacer daño. Al contrario, venimos a hacerte una oferta."
Ella cayó en sus rodillas y empezó a llorar. Después de ver la lengua de aquél tipo a la derecha del que hablaba sacudiéndose de un lado para otro, imaginaba qué tipo de oferta venían a hacerle. Más dientes. El beso. Un día horrible.
"Sólo déjenme en paz yo no-"
La sonrisa crece.
"Pequeña, creo que nos malinterpretas." Interrumpió. "Pepe, cierra tu enorme bocota y guárdate esa lengua, espantas a la niña."
El que se encontraba a su derecha obedeció. Se aclaró la garganta y continuó.
"Venimos a ofrecerte un trabajo, Cuervito."
¿Cuervo? Aquel secreto que había guardado durante tantos años, ¿y estos tres patanes lo sabían?
"Esperen, cómo-"
"Sabemos muchas cosas. Tenemos el ojo puesto en tí, desde hace muchos años. Sabemos sobre el jaguarcillo ese, la chiquilla roquera, tu familia, todo." Se acomodó su camiseta negra. "Pero lo más importante, es que sabemos que vales oro."
Ella se levantó lentamente. Menos dientes. Las sonrisas seguían.
"¿Qué *sniff* quieren?" contestó ella.
"Que nos ayudes. Créeme, que mejores personas para hacer tratos no hay. Cumplimos nuestra palabra, hacemos lo imposible para cumplirlo. Queremos verte sonreír."
Se puso a pensarlo un poco... Algo olía mal. Pero ella bien sabía que dentro de la basura se podían encontrar cosas preciosas... Podía usarlos. No se veían muy inteligentes.
"¿Es muy difícil?" preguntó.
"No es gran cosa. Te aseguramos, tú no arriesgas nada."
Sonrisa. Dientes.
"E-está bien. Los ayudaré."
"Muy bien... ahora, dinos qué es lo que deseas."
El beso. El odio. La náusea. El pánico.
"Lo que quiero es... Vendetta."
Más dientes. El que hablaba estira la mano. Ella la estrecha.
"Muy bien. Puedes llamarnos Hermanos Calaveritas."
