Los personajes de esta serie no son de mi propiedad.

1 –

Estaba de pie frente a la puerta del departamento, a un lado de esta brillaba la placa metálica donde se leía el apellido "Ayase", abajo, el botón que daría aviso a su presencia. Sacó lentamente una de las manos de los bolsillos de la gabardina que vestía. Retrocedió y la volvió a guardar. No es como si fuera la primera vez que estuviera ahí, es que el frío era tremendo. Sí, eso tenía que ser. Escondió parte de su rostro en la bufanda y, evitando pensar, se hizo del coraje para tocar el timbre.

Medio minuto tortuoso, los pasos lentos de alguien acercándose, el seguro deslizándose, la puerta entreabierta.

Tuvo que bajar ligeramente la cabeza para encontrarse con un par de iris celeste.

– ¿Umi-sempai? –sus ojos se abrieron del asombro y un ligero sonrojo se instaló en sus mejillas. No era la primera vez que venía a su casa, pero sí la primera vez que llegaba tan temprano.

– Buenos días, Alisa –le dedicó una tranquilizadora sonrisa.

Le abrió la puerta para que pudiera pasar. Umi pidió permiso –sin ser necesario–, se quitó la gabardina, la bufanda y la pequeña boina que traía puesta y lo dejó todo en el perchero que estaba cerca de la entrada. Una vez dentro, la pequeña Alisa la invitó a sentarse en uno de los sillones mientras ella la observaba desde el pasillo de la entrada.

– Onee-chan sigue dormida –declaró la pequeña para romper el silencio–. Creo que otra vez se desveló haciendo los deberes.

La rubia ladeó la cabeza ante la imagen nerviosa y tensa de su senpai sentada en uno de los sillones, jugueteando con los bordes de su camisa. Parecía estar absorta mirando el suelo, por ello no se percató de que la menor se acercaba a ella con una sonrisa de transparente aprecio.

– ¿Sabes? Me alegra saber que mi hermana cuente con una amiga como tú, estaba un poco preocupada.

– ¿Por qué? –Umi volteó a verla con un ligero asombro en su expresión

– Bueno… –se rascó ligeramente la mejilla– el día de su graduación llegó a casa muy triste y por unos días estuvo así.

La peliazul la miró fijamente a los ojos y sintió una pequeña punzada de dolor en el pecho. Acaso, Alisa…

– No la había visto tan seria y afligida desde que nos mudamos de Rusia –la niña desvió la mirada hacia el suelo–. Fue entonces cuando de repente apareció Nozomi y cada día sonreía más. Ella le mostró gran parte de la ciudad. Y Onee-chan me llevó a cada lugar nuevo que conocía –sonrió para sí misma.

Umi seguía con la mirada fija en la menor de las Ayase, permaneció en silencio por unos instantes. Sin darse cuenta, estaba estrujando la tela se su camisa con una de sus manos, con una fuerza que le dejaba los nudillos blancos. Ahora que se detenía a pensar, se dio cuenta que desde que las tres chicas de tercero se graduaron, muy poco sabían de Nico y de Nozomi. Si las demás sabían algo de Eli, era gracias a ella.

– Le constó tanto… –con una energía inusitada se volteó para encarar a la chica que tenía a un lado y sin pensarlo tomó una de sus manos. Umi se alejó un poco– ¡Yo he visto a Nozomi! Cuando voy a casa de Yukiho, queda de paso el templo y la he visto varias veces. Siempre manda saludos a Onee-chan –hizo una pequeña pausa mientras miraba a otro lado–, pero ella no los regresa… la primera vez, pareció molestarle.

– Quizá es el cansancio… –fue la única respuesta plausible que encontró a lo que Alisa le contaba.

– No… –le soltó la mano y dio unos pasos en dirección a la cocina. Umi la siguió con la mirada– Ella sonríe de manera distinta contigo, es tan transparente y honesta su sonrisa que incluso se puede leer cierta nostalgia en ella.

Umi se puso de pie y la siguió hasta la entrada de la cocina. Ambas permanecieron en silencio y totalmente inmóviles por unos segundos. Alisa rompió la imagen cuando empezó a buscar algunos ingredientes en el refrigerador para el desayuno que iba a preparar.

– Lo siento –se disculpó de repente sin voltear a ver a su sempai–. ¿Podrías despertarla, por favor? Mientras prepararé el desayuno.

– Está bien –carraspeó la peliazul.

Reanudó su camino hacia el pasillo que daba a los cuartos. Se detuvo en seco ante la puerta de una de las habitaciones, respiró hondo, dio un par de leves golpes y abrió lentamente. Lo primero que vio fue el inusitado desorden en la habitación, le extrañó ver ropa tirada en el suelo, papeles y envolturas de chocolates. Al parecer el ritmo universitario le dejaba sin tiempo para arreglar sus pertenencias. Volvió la vista hacia su amiga, parecía estar balbuceando algo, pero le era inaudible. Tuvo que hacer habilidosamente un camino para no pisar nada y al mismo tiempo evitar despertarla.

Se acercó sigilosamente hasta dar con la cabecera de la cama y en su recorrido no perdió detalle de la manera en la que las cobijas ocultaban su cuerpo. Se puso de cuclillas y observó su rostro detenidamente. Llevaba el cabello suelto, parte de su flequillo le cubría la cara, tenía los labios ligeramente separados y sus cejas estaban alzadas en una expresión suave. Removió con cuidado un mechón rubio rayano a su boca, pudo sentir su pausado y cálido respirar sobre su mano. Se veía vulnerable.

– ¿Eli? –la nombrada no se inmutó.

Suspiró. Se suponía que entre ellas dos, quien tenía el sueño más pesado era ella, no Eli. Pasó una de sus manos por detrás de la oreja para acomodarse el cabello y poder acercarse un poco más.

– Eli –picó una de sus mejillas con su dedo índice–, despierta.

La chica se removió incomoda y abrió ligeramente los ojos. La sombra borrosa de un cuerpo fue lo que vio, hasta que escuchó un ligero "buenos días". No le hizo falta una visión más clara para saber quién era la persona en su habitación. Se estiró perezosamente y ya más despierta le dedicó una sonrisa al intruso.

– Buenos días, Umi.

Se encontraba sentada en la mesa, comiendo, mirando fijamente a la persona que tenía enfrente, la cual observaba su plato que aún seguía a medio terminar. La vio picotear la comida, no por ocio, sino como método para mitigar la ansiedad que le causaba saberse observada. Ella lo sabía. Dirigió su vista a quien tenía sentada a su lado, su pequeña hermana, sólo para darle un pequeño respiro a la peliazul.

Estaba claro que a veces los hermanos comparten ciertos gustos, pero no podía concebir la idea de que ese tipo de gustos compartiera con Alisa. Había un brillo un poco extraño en la manera en la observaba a su amiga. Era de suponer, la ve todos los días en la escuela. Suspiró con un deje de resignación y se levantó para recoger el plato de su hermana, el de Umi y el propio.

– ¿No te gusto la comida, Umi-senpai? –preguntó Alisa con un toque de desilusión.

– ¡Claro! –volvió el rostro agresivamente, estaba ligeramente sonrojada–. Es sólo que… desayuné en casa –su voz disminuyó hasta ser apenas audible.

Miraba las burbujas explotar ante el chorro de agua que caía del fregadero. Y tomaba otro plato, pasaba la esponja, limpiaba los residuos de comida y las burbujas volvían a desaparecer. El agua se escapaba sin descanso. No importaba, de todos modos era capaz de escuchar la conversación.

– Alisa –llamó Eli desde la cocina. Escuchó un sonoro "sí" desde el comedor y en cuestión de segundos, la nombrada se encontraba frente a ella–. No vayas a incomodar a Umi, sabes que es un poco sensible– le revolvió el cabello con cariño, le sonrió y le depositó un suave beso en la frente.

Se secó las manos en una pequeña toalla que estaba colgada en la estufa, después de terminar de lavar los trastes. Caminó hasta llegar al comedor y ahí vio a Umi sentada en la misma silla. Parecía que no se había movido de su lugar. ¿Estaría enojada? Se mostraba más susceptible de lo normal.

– Umi –acortó la distancia–, voy a bañarme, espérame tantito –sonrió con malicia–. O… ¿vienes?

– Claro –se paró de su asiento en cuestión de segundos dejando a ambas Ayase estupefactas–. Mientras espero, reordenaré un poco tu cuarto.

– Ah –Eli se rascó la mejilla nerviosamente–, eso no es necesario, Umi.

– ¡Claro que sí! Tu cuarto parece un basurero –espetó llena de convicción.

– Onee-chan… –Alisa miró a su hermana con desaprobación.

Eli observó a ambas chicas, hizo un mohín y se giró sobre sus talones para encaminarse a su cuarto. A su espalda, podía escuchar la suave risa de Umi y de Alisa.

Vio la silueta de Eli desaparecer tras cerrarse la puerta del baño. La rubia le insistió en que no levantara nada, así que se encontraba sentada en la cama con ambas manos en las rodillas, mirando ansiosamente a la puerta del baño. Un dulce aroma a lavanda le llegó discretamente a su nariz, la luz del sol, que daba directo a la cama, le templó la rigidez de sus omóplatos. Cerró los ojos, perdió la noción del tiempo así como la consciencia de sus alrededores. Era esa misma sensación de ensimismamiento a la que recurría para sus prácticas con el arco.

Al abrirlos los ojos de nuevo, lo primero que vio fue a Eli recogiendo su ropa del suelo. Los papeles habían desaparecido. La siguió con la mirada, dio cuenta de cada detalle en su vestimenta, llevaba puesto un suéter blanco con el cuello y el borde de las mangas de un tono ligeramente más oscuro, un pantalón azul marino de tela suave y uno par de tenis azul cielo; en la mano llevaba una chaqueta del mismo color que sus tenis. Cuando volvió su vista a sus ojos, fue consciente de que se encontraba enfrente de ella, con el torso ligeramente inclinado, los brazos cruzados y una mueca interrogante. Volvió a tensarse.

– En el fondo eres una pervertida, Umi –le dedicó una sonrisa coqueta, rio levemente cuando obtuvo la reacción que tanto esperaba de la nombrada: el ceño fruncido con un notable sonrojo. Dio la vuelta, saliendo de su habitación, todavía riendo.

– ¡¿De quién crees que es la culpa?!

Eli apresuró su paso hacia la salida, mientras se reía plenamente. Sabía que Umi seguía sus mismos pasos, nerviosos y algo lentos. Pero la seguía.

– ¿Ya se van? –Alisa hizo aparición desde su cuarto.

– Sí, regresaré en la tarde –volvió su cuerpo para encarar a su pequeña hermana– ¿Quieres que pase por ti?

– No, Yukiho me invitó a pasar la noche en su casa. Mamá accedió.

– Vale, vale –le dio un cariñoso abrazo–. Pórtate bien.

– ¡Sí! –contestó enérgicamente.

– ¿Lista, Umi? –ladeó la cabeza para ver a su amiga.

La nombrada dio un pequeño salto, asintió con la cabeza, aceleró su paso y se despidió de Alisa para ir en su encuentro con Eli.

Caminando por las orillas de un rio a las afueras de la ciudad, Eli era la única consciente de la cercanía y del roce del dorso de su mano con el de Umi. El aire frío del clima le hacía más evidente el calor ajeno. Miró de soslayo a su acompañante, seguramente esa gabardina y esa bufanda le mantienen su temperatura, pensó. Por un momento quiso meter ambas manos y tocar directamente el cuello de la peliazul, sonrió de manera siniestra ante la idea.

Umi hablaba amenamente sobre algo que había sucedido en la escuela. Por alguna extraña razón, siempre terminaba hablando demasiado sobre cualquier otra persona que no fuera ella misma. Sobre todo de sus amigas. Y aunque ella sabía que seguramente la mitad de su conversación no será almacenada en la cabeza de Eli, porque solía olvidar las cosas o distraerse demasiado rápido, no le molestaba en absoluto. Era algo a lo que ya se había acostumbrado, a la densidad de la rubia.

La peliazul siguió caminando hasta que sintió como le jalaban ligeramente por una de las mangas de la gabardina. Giró el cuerpo para encontrarse con Eli, su rostro estaba siendo adornado por un ligero sonrojo.

– Paremos –pidió la mayor–, tengo frío y quiero descansar.

– Si paramos, te dará más frío –Umi le dedicó una mirada llena de confusión y cierta inseguridad.

– Aún no me acostumbro al ritmo que llevo en la universidad –le dijo, desviando la mirada, sin soltar la manga de Umi.

– Y pensar que solías ser la presidenta –la peliazul miró a sus alrededores buscando algo.

– En la prepa solía ayudarme Nozomi. Ahora es como lo doble, para una sola persona, cada día.

– Pero se supone que este es un fin de semana –le reprendió.

– ¿Y andar preocupándome ahorita de que tengo deberes? No, gracias –un pequeño puchero que después se volvió una mueca de sorpresa cuando sintió la mano de Umi tomar la suya.

– Ven –Umi estuvo buscando algún lugar donde pudieran sentarse a descansar un rato, y al no encontrar bancas, decidió buscar un lugar suave sobre el pasto. Señalando un lugar en específico, continuó–. Siéntate ahí.

Eli pestañó varias veces y, sin decir palabra alguna, obedeció las órdenes de la menor. Dejó caer su cuerpo sobre el pasto y alzó el rostro para ver a su compañera. Umi se estaba quitando la gabardina justo enfrente de ella. Sin poder evitarlo, se sonrojó violentamente.

– ¡Ey, Umi… –agitó las manos al aire como formulando lo que su boca no profería.

Sin embargo, todo terminó cuando Umi se sentó a su lado y con una mano, dio pequeñas palmadas a una de sus piernas. Eli volvió a mirarla con evidente desconcierto. La peliazul sólo suspiró, y tomando a la rubia por los hombros, la recostó sobre su regazo. Después le puso su gabardina encima.

– Duerme un rato –le sonrió tiernamente y, al ver que la rubia iba a decir algo, negó con la cabeza–. No te preocupes, estoy acostumbrada al frío.

Eli volvió a cerrar la boca despacio. Escondió parte de su rostro en el cobijo que le proporcionaba la gabardina para tranquilizarse. A su nariz llegó de golpe el aroma de la arquera. Era dulce. En realidad no tenía frío. Ella estuvo viviendo gran parte de su vida en Rusia y allá el frío es más fuerte que en Japón. Y podría asegurar que Umi debía saberlo, o al menos suponerlo. Prefirió no comentar nada. Posó una de sus manos en una de las piernas de la peliazul, quien sólo dio un pequeño brinco.

– ¿Segura?

– Sí –la miró a los ojos–. Cuando era pequeña, tenía que entrenar con las mismas ropas delgadas y además descalza. Mi abuela solía darme vitaminas, diciéndome que eran dulces. Terminé acostumbrándome. Aparte tengo suficiente con la bufanda y mi suéter–volvió la mirada enfrente, sabía que Eli se refería a otra cosa. Era algo que había aprendido a hacer para evitar ciertos temas.

Eli sonrió ampliamente. Volvió a acomodarse hasta quedar en una posición reconfortante. Sintió como la mano de Umi le acariciaba el cabello y, sobrepasada en segundos la sorpresa, se dejó inundar por la embriagante sensación de tranquilidad que le recorría el cuerpo. No pasó mucho tiempo para que quedara profundamente dormida.

Umi observó a la persona que tenía recostada sobre ella. Cuando vio que había sido arrastrada por los brazos de Morfeo, dejó que el pánico saliera y le sacudiera los sentidos. ¿Qué diablos estoy haciendo?, se preguntó una y otra vez. Sentía la calidez de la cabeza de Eli sobre sus piernas y el calor que se acrecentaba cerca de sus rodillas, donde la rubia había posicionado una de sus manos. Sin vergüenza.

Seguía pasando su mano por el cabello de Eli. Desde que entró a la universidad, su característico peinado de coleta lo portaba muy rara vez. Alisa le llegó a contar una ocasión, que la mayoría de las veces su hermana sale corriendo con una tostada en la boca y un termo con té, ya que le cuesta levantarse y casi siempre termina saliendo tarde. ¿Tan cansada estás como para dormir en la calle?, preguntó mentalmente.

Decidió dar un vistazo al lugar. Regularmente era Eli quien decidía sobre los lugares a los que saldrían, si no los conocía, preguntaba por ellos o simplemente ella la llevaba. La mayor parte del tiempo eran lugares bastante concurridos, desde cafeterías, cines, museos o templos; por esa razón miró con curiosidad el paisaje, no era más que un simple río, no había arboles de cerezo, o siquiera algún árbol o flor cerca que adornara el sitio, era un lugar casi desierto, debido a la escasa gente que pasaba cerca de la avenida. ¿Por qué habrá querido venir aquí? El sol estaba ocultándose y los arreboles dibujaban el río de un todo rojizo. Eli seguía profundamente dormida. El clima se volvía más frío. Quizá sea momento de regresar.

– ¿Umi?

La nombrada volteó, abrió los ojos de la sorpresa. Quien se acercaba a la arquera era Nozomi, vestía un abrigo color caqui, debajo una camisa a rayas morada y una falda marrón, cubría sus piernas con unas medias negras. Sonrió al ver a su amiga, quien se sentó a un lado de ella, contraria a Eli.

Nozomi se dio cuenta desde que reconoció a Umi, que la persona que estaba recostada era Eli. Y sonrió de manera divertida ante la imagen que ambas chicas le ofrecían.

– Umi-chan –canturreó y sonrió con picardía–, espero no interrumpir nada.

– ¿Eh? –se sonrojó ligeramente–. No, Eli quería descansar.

– ¡Oh, vaya manera de hacerlo! –dijo en voz baja, mientras se tapaba la boca con una de sus manos mientras se reía suavemente. Eso sólo provocó que Umi se sonrojara más–. Así que por fin sucumbiste a los encantos de Elicchi.

– ¿Qué? ¡Claro que no!

– No te culparía, ya que es la lista y bella Elichika –dijo alzando su dedo índice al cielo. Volvió a sonreírle a la peliazul, pero ahora con una mezcla entre melancolía y ternura.

– ¿Cómo has estado, Nozomi? –Preguntó la arquera, recuperando por completo la compostura y correspondiendo la sonrisa– Aparte de Nico, no hemos sabido mucho de ti.

– Cualquier cosa que quieran saber de Nicocchi pueden preguntarle a Maki-chan –lo dijo con una seguridad aplastante y sonriendo, cerrando sus ojos, intentando ocultar el verdadero significado de ese argumento–. Yo estoy bien, sigo ayudando al templo. De hecho, vengo de ahí.

– Lo sé, Alisa me dice que luego te ve ahí.

– Sí, Alisa–chan solía pasar a saludarme –le dijo, aún con la sonrisa puesta y los ojos cerrados.

Algo no cuadra aquí.

– Nozomi, ¿podría preguntarte algo? –lo soltó tan de la nada, que la nombrada abrió los ojos para ver a la chica. Umi se encontraba viendo a Eli, acariciándole el brazo por encima de la ropa.

– Claro, soy toda oídos –volvió a sonreír de manera misteriosa. Hacía algún tiempo que había trabajado en impedir que el brillo de sus ojos la delatara.

– ¿Tú y Eli… –pausa, giró el rostro para verla a los ojos– tuvieron alguna discusión?

Nozomi abrió, incluso más, los ojos de sorpresa. Sabía que la peliazul solía ser directa cuando algo le molestaba o desagradaba, pero pensó que tendría que responder otra clase de pregunta. Sonrió sabiéndose expuesta, nunca había tenido que darle explicaciones a nadie, ni siquiera a sí misma. Y ahora esta chica…

– Discutíamos por muchas cosas, Umi-chan –carraspeó dirigiendo su mirada al sol que estaba por ser engullido por el horizonte–. Pero si te refieres a algo más grave… sí.

Umi guardó silencio, esperando que la chica continuara, pero no lo hizo.

– ¿Por qué?

– Humm, Umi-chan es muy curiosa –espetó tocándole ligeramente la nariz a la peliazul con su dedo índice–. ¿Quieres mi versión o la verdad?

– La verdad.

Nozomi la miró a los ojos, Umi había madurado, pero era algo que pasaba desapercibido para ella misma. Le sonrió cariñosamente y le acarició una de sus mejillas. La peliazul se sonrojó ligeramente ante el inesperado tacto, apretando suavemente el brazo de Eli que antes acariciaba.

– Le dije que nunca podrías enamorarte de ella… –pasó su mano de la mejilla ajena, al cabello azulado, pasándole un mechón detrás de la oreja. Acercó sus labios a su oído y antes de poder terminar la frase, escuchó su nombre.

– ¿Nozomi?

El inesperado frío que sintió Umi cuando Eli se levantó y cuando Nozomi volvió a su posición anterior, la aturdió ligeramente. Sintió la asfixiante tensión entre ambas chicas, o para ser precisa, la incomodidad de la rubia. Miró a diestra y siniestra, estaba en medio y eso la hacía sentir advenediza. Volvió su mirada para ver un par de ojos esmeraldas que parecían no percatarse de ella, sólo le devolvían la pesada mirada a la otra, con una llena de dulzura y algo más que no era capaz de identificar.

– Hola, Elicchi –sonrió con una extraña confianza surgida de ningún lugar–. Cuanto tiempo sin vernos.

– Yo… –en ese momento se paró Umi, tomando su gabardina y volviendo a vestirla– ¡iré por un dulce a esa tienda!

Eli la miró extrañada, pero antes de poder detenerla, Umi se había alejado lo suficiente, además seguía un poco adormilada. Tallándose los ojos y estirándose, volvió a recobrar un poco de consciencia. Vio como Nozomi se reacomodaba acortando la distancia entre las dos.

– Has de extrañarme bastante como para venir aquí –Nozomi fue la primera en romper el silencio que empezaba a devorarlo todo, y aunque lo dijo en un tono juguetón y burlón, no pudo impedir el bufido ajeno–. ¿Sigues enojada por eso? Deberías de ser un poco más comprensiva, Elicchi, nunca te pedí nada.

– No creíste en mí –carraspeó Eli con un tono de ironía. Posó ambas manos en el pasto a su espalda y se estiró hasta encarar directamente al cielo oscuro.

– No es que no creyera en ti, simplemente no quería creer aquello

La imagen que vio le ablandó el corazón, Nozomi estaba abrazando sus piernas, mientras recargaba la barbilla entre sus rodillas con una expresión totalmente melancólica. Se removió incomoda. Habían sido semanas de aparentar ante las otras que nada había pasado. Y luego otras más para distanciarse hasta curar las heridas por su cuenta cada una. Extrañaba a su amiga, pero qué clase de amigo no cree en los deseos del otro. Era demasiado egoísta, lo sabía, porque eso implicaba ir en contra de los propios. Suspiró. Era la primera vez en meses que se veían.

– Digamos que eso ya no importa… –comentó lentamente, mientras la otra se volteaba y la miraba. Sus ojos estaban cristalinos. La abrazó– ¿cómo sigues?

– Enamorada… –le contestó sin romper el abrazo, escondiendo su rostro en el cuello de la otra.

– Este… yo me refería a…

– Lo sé, lo sé. Sólo bromeaba –se separó y la tomó por los hombros, sonriéndole.

Nozomi volteó hacia donde Umi se había dirigido, la chica venía de regreso con una expresión estoica, parecía haber presenciado la escena, porque cuando se supo observada, se detuvo por un instante. Regresó la vista a su amiga, quien también se encontraba observando a la peliazul.

– ¿Así que por fin se decidió? –preguntó unos instantes antes de que Umi las alcanzara.

– No lo creo –Eli sonrió.

Umi estaba frente a sus dos amigas, observando primero a una y luego a la otra. El espeluznante ambiente había sido remplazado por uno totalmente extraño. Estiró sus manos, inclinando levemente la cabeza, extendiendo los dulces que había comprado. Las otras dos se miraron entre sí, y riendo ligeramente, aceptaron.

Nozomi se había retirado después de eso, alegando que tenía que terminar unos deberes pendientes para mañana. Prometió mantener contacto con ambas.

Umi ayudó a Eli a ponerse de pie y una vez levantada, volvió a estirarse. Tenía que regresar a Umi a casa antes de que se hiciera más noche, seguramente su madre no la dejaría salir de nuevo con ella si la regresaba a tan altas horas. Pero todo lo sucedido aquel día le había agotado emocionalmente de una manera que no había experimentado desde la graduación. Volvió la vista hacia la peliazul, quien la miraba con curiosidad.

– ¿Tengo baba en la cara?

– No –la chica soltó una suave risa, un sonido hermoso para la rubia–. Vamos.

Y tomando firmemente la mano de Eli, Umi empezó a hacer su camino de regreso. Fueron caminando así por un largo rato hasta alcanzar la estación más cercana y antes de adentrarse, se detuvo en seco, haciendo que la rubia girara el cuerpo.

– ¿Umi?

– ¿Podría quedarme hoy en tu casa? –Se rascó con nerviosismo la mejilla–. A mamá le tranquilizaría más el hecho de que esté ya en una casa a que te tengas que regresar sola a tales horas.

– Claro – le dijo Eli con una delicada sonrisa.

– Genial, ¡gracias!

Volvió a tomarle la mano, ahora con un poco más de fuerza, entrelazando sus dedos con los de Eli, para sorpresa de la rubia, quien se encontraba visiblemente sonrojada. Harasho…

N/A: Bueno, después de años de inactividad no creí regresar, pero aquí estoy con una nueva historia de una de las parejas que me ha robado el corazón. Me siento primeriza otra vez xD así que no puedo decir mucho. Espero sea bien recibida y agradable para quien la lea. Se recibe toda clase de comentarios, críticas constructivas, sugerencias, etc.

¡Saludos y hasta la próxima! :D