Prólogo

- Ya se le vuelve a notar por la raíz… –murmuró Trohen al mirar de cerca el pelo de su hijo.

Séphora, siempre atenta a su hijo, no se le pasó por alto el gesto apesadumbrado de su marido al contemplar el pelo de su niño.

- No me digas que…¿Tan pronto? No puede ser… –gimió Séphora-, si hace una semana que le diste la última. Cada vez le dura menos ¿No será que el tendero te engaña y te da menos cantidad de la que dice? –dijo entre lágrimas- De ese canalla me espero cualquier cosa, se aprovecha de este pueblo de una manera vil y rastrera…-se podía notar la desesperación manar de sus palabras.

- No te preocupes, mañana hablaré con el tendero. Seguro que todo es un malentendido –dijo Trohen ofreciendo su más cálida sonrisa mientras acariciaba los hombros a su mujer.

En realidad hacía semanas que no pasaba por el puesto del tendero. Un determinado día, se encontró con que los precios de lo que él le compraba habían subido hasta niveles prohibitivos. Cuando Trohen preguntó a que se debía ese incremento tan abusivo, el tendero respondió:

- Te lo explicaré encantado, si tú me dices, porque alguien tan moreno como tú necesita teñirse el pelo –dedicándole una sonrisa cruel.

Al no decir palabra, el tendero prosiguió:

-Ese silencio me vale como respuesta. No se en que andarás metido –le dijo más serio-, pero no te voy a delatar porque ni a ti ni a mi nos interesa ver aquí a la Guardia ¿Verdad? –mientras mostraba su sonrisa más cínica-. Mejor haré como si no supiera nada, pero no quiero volverte a ver por mi tienda.

Mientras Trohen se marchaba furioso oyó las palabras lejanas del tendero:

-Yo que tú tendría cuidado, si un simple mercader como yo ha descubierto esto ¿quién te dice que alguien más no lo ha descubierto?

Desde entonces había tenido que buscar por los alrededores adentrándose cada vez más en la basta y yerma inmensidad de Cameria. Tras cada incursión era más pequeña la cantidad de tinte que podía elaborar, por lo que la duración de su efecto iba disminuyendo progresivamente. Había intentando ocultárselo a Séphora, pero esta labor se volvía más difícil con el paso de los días.

Una vez acabada la mezcla, prosiguió untándole el resultado por las raíces del cabello del pequeño. No era algo que le gustara mucho al pobre niño, pero era mejor eso que la muerte y destrucción de todos los habitantes de la aldea.

"¿En qué mundo algo tan pequeño, recipiente de vida y carente de maldad, puede estar marcado desde su nacimiento a toda una vida, en la que siempre va a tener que estar ocultando su verdadero ser?" -pensaba cada vez que miraba a la cara del bebé. Aunque bien conocía la respuesta: Un mundo gobernado por el déspota Dranoel.

Éste, al subir al poder, decretó que cualquiera que viera un niño rubio, debía informar inmediatamente a cualquiera de la Guardia, bajo pena de muerte a los que supieran de su existencia y lo ocultaran. No se sabía que hacían con los niños rubios, solo se sabía una cosa: No se volvía a saber del niño, ni de su familia.

Nadie en la aldea sabía de la existencia del bebé, obviamente habían visto a Séphora embarazada, pero Trohen tuvo que decir que había perdido al niño (cosa que no era tan raro en una primeriza) y que desde entonces se encontraba deprimida en casa; así de paso explicaban su ausencia en actos sociales y tenía más tiempo de cuidar al bebé. Había sido un arduo trabajo para él, pues es quien al final daba la cara por los dos.

Un golpeteo fuerte en la puerta sacó a Trohen de sus pensamientos. Con una rápida mirada a Séphora, ella asintió y cogió al bebé, apresurándose a esconderse en el compartimento secreto situado bajo la cama de matrimonio. Él por el contrario se acercó lentamente a la puerta, para ver quien requería su atención.

-¿Quién va? -preguntó Trohen, extrañado de la visita.

- Un abbmigobb…- sonaba gutural y con una vocalización forzada.

-Todos mis amigos están muertos o muy lejos de aquí y desde luego no tienen ese acento ¿De dónde vienes y qué quieres?

-De doggnde vengobb es iguelevaaanteg, lo que impoggtab eb que guellos ya están cegcab y viegnen a pog el niñobb.- dijo mostrando enfado y con un acento más arraigado que antes.

Trohen se quedó consternado: ¿Quién era? ¿Cómo sabía lo del niño? ¿Quiénes eran ellos? ¿Podía confiar en él? ¿Por qué de repente se sentía tan débil?

-¿Cómo se que puedo confiar en ti?

- Si no conggfías en mi, todos moriréis. Soy lab últimab esperanzab parab gel niñob.

Dubitativo le abrió la puerta y contempló una figura antropomorfa de casi dos metros. Vestía una toga morada raída y mohosa que le cubría todo el cuerpo, y rezumaba un fuerte olor a pescado. Estaba empapado de la cabeza a los pies y por más que contempló el cielo, no vio indicio de lluvia alguna. Antes de que pudiera preguntarle algo, una extraña voz que retumbó en su mente le dijo:

"Perdón por introducirme en tu mente, pero no hay tiempo, mi lenguaje humano es tosco y me manejo mejor telepáticamente. Dame al niño y lo podré salvar, no se criará entre humanos y nunca más podréis verle, pero a cambio no le faltará de nada y crecerá sano y fuerte. Mis únicas condiciones son que os quedéis en esta casa y hagáis como si no pasara nada".

"¿Pero que será de nosotros y de la aldea?"-pensó Trohen.

"Lo siento pero sólo puedo garantizar la seguridad del niño" respondió el extraño mirando al suelo apenado.

Entendió entonces que esta sería la última vez que vería a su hijo, tanto si se lo daba al extraño como si se quedaba y enfrentaba a los que vinieran, de los cuales no sabía nada.

"¿Qué interés tienes en este niño? ¿por qué es tan importante para ti?"-pensó con tristeza Trohen.

"Creo que sabes la respuesta a la pregunta -suspiró el extraño-, este niño marcará un antes y después en la historia. Éste es el niño de la profecía, si muere todo estará perdido".

"Séphora no lo entenderá…" -pensó mientras sollozaba.

En ese momento apareció Séphora llorando con el bebé en brazos y se lo entregó al extraño.

-También le he oído en mi cabeza –dijo entre lágrimas-, estoy de acuerdo en que es lo mejor para el niño.

Séphora se echóo a los brazos de Trohen y ambos lloraron y se consolaron juntos.

"Lamento que todo sea así, pero ahora debo marcharme, pues si me demoro más podría entrar en peligro la integridad del recién nacido"-dicho esto salió a toda velocidad de la casa, con el niño y unos movimientos poco humanos.

Minutos más tarde de la salida del extraño se empezaron a oír gritos, Trohen salió de la casa corriendo y no dio crédito a lo que ocurría ante sus ojos: Había dragones rojos sobrevolando las casas y prendiendo fuego a todo que alcanzaban sus llamaradas, vio leones negros que atacaban a aquellos que escapaban de las llamas. Todo era caos y destrucción.

Una roca enorme pasó rozando su cabeza y se estrelló contra la casa de al lado, seguida de una tremenda explosión, que le tumbó y dejó inconsciente en el suelo por unos minutos. Cuando despertó oía un pitido muy agudo en sus oídos y estaba totalmente desorientado. A su alrededor todo era muerte y desolación, todo estaba derruido, había fuego por todas partes.

Tendido en el suelo, fue ganando audición y atisbó a oír una conversación entre dos hombres.

-…entonces no encontrasteis ningún bebé, ni vivo ni muerto? ¿Me estás diciendo que todo esto ha sido en vano? ¡¿Acaso no sabes lo que le hago a aquellos que me traen tan malas noticias?!

- No… mi señor –dijo el soldado con miedo-, hemos… hemos encontrado una mujer, tenía quemaduras muy graves y…y las piernas bajo una montaña de escombros. No paraba de decir "mi bebé", pero no pudimos sacarle más información porque murió minutos después…

"Séphora –pensó Trohen-, no, no puede ser ella…no, no, ¡NO!"

-¡Séeeeephoraaaa! –gritó sin pensar mucho en sus consecuencias.

-Parece que es tu día de suerte, soldado –dijo el que parecía estar al mando-. Ese hombre acaba de salvarte el pescuezo. Machoke, acaba con él, pero no le mates del todo, parece ser que tiene una información que nos va a ser de gran utilidad.

Lo último que vio Trohen fue un gigante de ojos rojos, al cual siguió un golpe que le cortó la respiración y le llenó la boca de sangre.