Los Personajes son de Meyer.
La historia es enteramente mia.
¡Un gran Saludo!
Los invito a disfrutar de esta historia que me sale del corazón.
Prólogo
Hacía un frió de mierda en Kingston. A buena hora se le vino a ocurrir a ella mudarse a ese maldito lugar, en el fondo sabía que esa decisión había sido mayormente tomada por su familia. Ellos no querían estar lejos de ella, y ella como toda buena hija había decidido no defraudarlos. No es que Kingston estuviera tan cerca de Forks, pero ella muy bien pudo haber dejado el país sin mirar atrás.
Pues debía haberlo hecho, porque ese frió de mierda no se lo aguantaba ni Santa Claus.
¿Cómo haría ese viejo barrigón para volar tan campante por los cielos a esa época del año, y con semejante frió
Ella no tenía ni idea, solo sabía que el frio de la vispera de navidad lo tenía pegado en los huesos.
Desde ya hacía unos tres años que no volvía a Forks para celebrar aquellas fechas. Desde que había encontrado trabajo en Kingston apenas y habia tenido tiempo para pensar en ese pueblo lluvioso y aburrido. Bueno, aquello era una verdad a medias, pero la otra mitad de esa verdad se negaba a recordarla.
Principalmente porque le recordaba lo débil y estúpida que había sido.
Y esa Isabella Swan estaba felizmente asesinada y enterrada, muchas gracias.
La mujer de ahora 26 años que ella veía todas las mañanas en su reflejo no era nada como la inocente joven de ojos chocolate que había sido al dejar Forks. Ahora era una mujer de negocios, con una mirada imperturbable y a veces fría como un témpano.
Sus colegas la miraban con curiosidad, nadie nunca había podido llegar a ella, a conocerla realmente.
Y nadie nunca podría, porque ella no lo permitiría. No otra vez.
-Señorita Swan, lamento informarle que su apartamento no será habitable hasta despues de las fiestas- Un amable señor, vestido con un uniforme naranja, la había sacado de sus pensamientos. Ella no pudo hacer más que cerrar los ojos con exasperación.
Maldita inundación y maldita navidad.
El Bloque de apartamentos en el cual se alojaba había sufrido una avería de tuberías masiva. ¿El resultado? Todas las pertenencias de su piso flotando campantemente a su alrededor.
La pintura, la madera, las sillas, los adornos. Todo estaba hecho un desastre y aunque pudiera secar todo, la humedad y la madera podrida podrían ser perjudiciales para su salud.
¿Solución?
Ir a Forks a pasar las fiestas.
No es que ella hubiera querido de todos modos, pero había cometido el error de colocar a su madre en la lista de personas a las que se debía llamar si ocurría alguna emergencia. Y al no poder localizar a Isabella, debido a que se encontraba en una junta de trabajo, habían decidido llamar a su madre.
La misma que la había llamado histérica como ella sola y le había ordenado que fuera a Forks ese mismo día. Sin posibilidad de replica. Pasaría las fiestas rodeada de su familia y un techo caliente.
Genial.
Había solicitado sus vacaciones acumuladas con el único propósito de pasarlas en soledad. Disfrutando de una buena copa de vino en su apartamento y realizando cualquier actividad que la relajara.
No tenía intención de visitar a su exasperante madre, su amado padre y la puta de su hermana Rosalie.
No señor, no quería aquello.
Pero sin embargo, ahora se encontraba metiendo de mala gana una paleta con sus pertenencias menos mojadas en la parte trasera de su auto.
Para ese momento ya estaba estresada, sentía una punzada aguda en su coronilla. Jamas se sentía así, ni siquiera despues de una ardua jornada de trabajo.
Trabajar todo el día era sin duda mas gratificante que irse a ver la cara a Rosalie durante semanas.
Pero bueno, ya tendría 88.1 millas para lamentarse al respecto.
Claro, si la puta nieve la dejaba llegar a su destino.
Y la puta nieve la había dejado llevar a su infierno personal. Bueno, casi.
No sabía como era posible que tanta nieve se acumulara en un pueblo tan pequeño. El caso es que el camino hacia la casa de sus padres se le había hecho tortuoso. Había manejado incontables horas que no tenia intención de contar. Casi habían pasado dos días desde que había dejado su hogar. Lo menos que quería era una ducha, una cama tibia y algo de beber.
Con gran contenido de alcohol si era posible.
Pero no, la jodida nieve la había dejado atrapada a unos cuantos metros de la casa de sus padres. Y fuera de su auto una ventisca tenia lugar.
Genial, terminaría como un jodido muñeco de nieve.
Isabella no pudo evitar pegarle al manubrio de su auto con su propia frente, en señal de rendición.
Su apartamento inundado, incontables horas metidas dentro de su auto para llegar a Forks, la puta nieve que parecía burlarse de ella. ¿Es que algo más podía salir mal?
Maldita nieve, maldita navidad.
Salió de su auto como pudo, estar enfundada en zapatos altos y una falda de tubo ejecutiva no es que la ayudaran mucho, pero aún así logro sacar su maleta y caminar rumbo a su casa.
Los dientes le castañeaban, y para ese momento su elegante moño se había desarmado parcialmente, todo debido a la brisa. La suave blusa de chifón color crema que traía no era una protección adecuada contra semejante clima tan despiadado.
Y aún así avanzó con paso decidido. Claro, hasta que pisó el asfalto congelado y se dio de culo contra la vida.
- ¡Hijo de...!- Isabella soltó un grito de exasperación mientras veía como su falta de había rasgado por un lado debido a su abrupta caída. El frió del suelo le estaba congelando el trasero, tanto que no había sentido demasiado el impacto del golpe.
Ya estaba harta de esa situación. Se quitó los tacones aunque sus pies sufrieron las terribles consecuencias. y practicamente corrió hasta su casa, buscando algo de calor y tranquilidad.
Llegó a la calzada de la casa de sus padres sin sufrir algún otro daño, pero su aspecto era realmente lamentable. En ese momento no tenía ganas de fingir felicidad y dar abrazos. Decidió que primero subiría a su habitación vieja y luego saludaría.
Si señor.
-¡Isabella! ¡Querida hija!- había dicho su exagerada madre nada más al verla- ¡Mírate! Estas...- su sonrisa decayó un poco despues del efusivo abrazo que le dio. Ella solo rodó los ojos- Terrible...¿Qué te ha ocurrido?-
Isabella hubiera preferido tener esa conversación en un lugar mas cálido y no en la entrada de su casa. Pero tuvo que contener paciencia, la cual ya estaba al límite.
-Verás madre...-
-¡Olvídalo querida! Ya hablaremos de ello más tarde- Su madre la interrumpió, como siempre. Su mirada se volvió dudosa, sabiendo que lo que diría molestaría a su pequeña hija- Isabella, ya que estas muriendo de frió te llevaré a la habitación de invitados. Ahí podrás calen...-
-¿Invitados? Si mal no recuerdo la ultima vez que estuve aquí tenia mi propia habitación, madre- Isabella dejó caer su maleta pesadamente en el suelo, mirando a su madre sin comprender.
-Sí querida, pero veras... Tenemos un invitado sorpresa. Y él...- Su madre se retorcía las manos con nerviosismo, pero ella no la dejó terminar.
Su paciencia tenia fecha de vencimiento.
Y ya había caducado.
-¡Pues me importa una mierda!- Gritó pasando por un lado de su madre, con la intención de que todos la escucharan. Y si el invitado que había osado a usurpar su habitación estaba presente pues jodida mierda, mucho mejor.- Mi departamento parece piscina recreativa, manejé una eternidad de horas hasta aquí. Me di de culo por esta puta nieve. ¡Así que me voy a mi maldito cuarto, joder!-
Isabella pudo escuchar una amena charla tener lugar en el salón al cual segundos despues irrumpió. Un pesado silenció se apoderó del lugar al verla llegar. Sí, su estado era deplorable, pero su mirada llena de fuego era lo que los tenía pegados a su silla.
Nadie explotaba tan enérgicamente como Bella Swan.
Isabella miró a los presentes en la sala. Ahí estaba su querido padre con un colorido y horrible suéter de lana. Su hermana con su nuevo y flamante prometido Emmet y Ed... Edward. Edward Cullen.
Edward Cullen.
Mierda, Edward Cullen.
Isabella se quedó pegada al piso cuando lo vio ahí. Sentado como si nada en el sillón de SU casa. Con esa mirada tranquila de siempre y la seriedad adornando su rostro.
Maldito fuera.
-¿Y tu que mierda haces...?- Dio un pasó hacia él dispuesta a arrancarle la cabeza cuando su madre la tomó del brazo. Su rostro mostraba una determinación que la enfureció.
-¡Isabella! Esas no son formas de tratar a los invitados. Te dije que ocuparas la habitación del fondo y no se hable más. No voy a discutir más al respecto jovencita- Ella pudo sentir como sus mejillas se sonrojaban de la ira.
Él no solo pretendía perturbarla con su presencia, no. También se quedaría en SU casa y en SU habitacíon.
Para colmo, cuando estaba a punto de replicar, un chucho con un listón rojo en la cabeza salió de algún lugar de la sala y se prendió de su falda. El maldito perro no estuvo contento hasta que desgarró más el lado de su falta que ya estaba en precarias condiciones, todo para dejar el hilo de su tanga azul a la vista.
La situación no podía ser mas bochornosa. Su hermana Rosalie la miraba con horror, claro ella estaba con cada cabello en su lugar. Mientras Isabella era, nuevamente, un chiste a su lado.
No pudo soportarlo más.
-¡Váyanse a la mierda todos!- Gritó al tiempo que, en un acto de rabia, tomó el lado de su falda y terminó por desgarrarla, quedando en prendas menores frente a todos.
En ese momento le importaba un carajo. Le tiró los restos de su falta a Edward en la cara y se giró muy digna.
Al subir las escaleras lo ultimo que vieron de ella fue el contonear de sus cremosas nalgas.
Y a pesar de la advertencia se su madre se metió en su cuarto y cerró de un portazo.
Malditos todos.
Un incómodo silencio se apoderó de todos los presentes al ver el estallido de la menor de los Swan. Charlie parecía muy entretenido con las llamas de la chimenea, y Renee por su parte no dejaba de organizar el centro de la mesita de café nerviosamente.
Al final tuvo que ser Edward el sacrificado para apaciguar a la fiera. Al fin y al cabo por su culpa fue que Isabella había tenido esa reacción tan explosiva.
Aún con la falda desgarrada de Isabella entre sus dedos, Edward Cullen subió las escaleras con calma.
A sus treinta y dos años eran muy pocas las cosas que toleraba. Entre ellas, la mala conducta. Sobre todo la de una chiquilla tan traviesa como lo era Isabella.
Aunque tenía que admitir que de chiquilla ya ella no tenía nada.
Estuvo a punto de ir a la habitación del fondo cuando vió la luz de la habitación de Isabella encendida.
Sonrió tenuemente, claro que ella no haría caso.
Para ese momento Isabella ya se encontraba en el pequeño baño de la que alguna vez fue su habitación. Se había soltado el precario moño y quitado la camisa de chifón. Había dejado a la vista su conjunto de lencería color azul pálido.
Isabella dejó caer su cuerpo adelante suspirando y agarrándose del lavamanos. Su ira habia desaparecido y muchas otras emociones se arremolinaban en su interior.
No podía creer que él estubiera de nuevo en su vida. Pensó jamas verlo de nuevo despúes de que terminó su relación con su hermana Rosalie.
Porque sí.
Edward Cullen era el ex de su hermana.
Pero cual habia sido su sorpresa al enterarse de que ahora ella estaba comprometida con nada más y nada menos que el hermano menor de Edward. Al parecer algunas cosas quedaban en familia.
Durante sus épocas universitarias Isabella habia estado prendada del novio de su hermana. Él era unos cuantos años mayor que ambas, pero endemoniadamente irresitible.
Y obviamente la Isabella de, entonces, veintidos años no pudo ser inmune a sus encantos.
En sus años de universidad ella no hacía otra cosa que soñar con él, estaba enamorada de aquel hombre. El hombre de su hermana.
Maldita fuera Rosalie. Perra suertuda.
Edward la entendía como nadie, la cuidaba, pero tambien era severo. Esa era una de las cosas que a ella más le habian encantado.
Edward Cullen a sus veintinueve años tenía un semblante tan serio y tan calmado como un hombre entrado en años. Era comedido, ferreo y cuando debía reprenderla no dudaba en hacerlo.
Pero la pasión en sus ojos era indiscutible.
Pasión que disfrutaba la puta de su hermana todas las noches. Mientras ella no hacía más que yacer en su cama sola y celosa.
Al final de su última epoca en Forks, Las cosas entre su hermana y Edward no estaban nada bien. Isabella nunca supo que fue lo que ocurrió entre ambos.
Solo sabía que a Edward algo se le había apagado en los ojos cuando miraba a Rosalie, ya no era lo mismo. Ya no la amaba.
Entonces, ella habia tomado la desición de tenerlo para ella.
Un dia lo besó, y dios sabe como lo había disfrutado. Edward recibía sus besos. Aún recordaba como la tomaba del cuello y la pegaba a él. Recorriendo cada centímetro de su boca con su lengua, fundiéndolos a ambos en una pasión como ninguna.
Pero luego él se separaba y la miraba con ojos impasibles, erméticos.
Besaba su frente y se iba. Eso era todo.
Ella se juró que él seria suyo.
Pero cuando se marchó al terminar su relación con Rosalie y no tuvo contemplación ante ella lo odió.
Lo odió como a nadie.
Y ahora él estaba de vuelta y como si nada, atormentándola.
Salió del baño al tiempo que Edward se sentaba tranquilamente en la cama. Sus miradas se encontraron, Chocolate y esmeralda.
-Isabella...-Su nombre en sus labios parecía casi una caricia y ella cerró los ojos. Sentía como la mirada de Edward la quemaba, observando su cuerpo y su piel al descubierto.
Él pensó que ella estaba hermosa y por un instante recordó a la pequeña Isabella. Claro que cuando ella abrió los ojos se sorprendió al no encontrarla.
Aquella mujer no era la Isabella que él había conocido.
Ella se había vuelto dura por su trabajo, ya no mostraba sus sentimientos tan abiertamente. Y le dedicó a Edward una mirada brillante. Maliciosa.
Lo había decidio.
Había respetado su decisión al irse. Le había dolido, sí. Habia llorado, sí. Se habia vuelto dura, definitivamente sí.
Pero él había vuelto por su propia voluntad. Y ahora ella no estaría dispuesta a dejarlo ir otra vez.
-¿Qué haces aqui, Edward?- exigió saber con una mirada penetrante, mientras caminaba hacía él con suma lentitud. Caminó hasta que se detuvo entre sus piernas y él tuvo que alzar su verde mirada para contemplarla.
Pudo ver como tragaba pesado.
-Como sabrás, Emmett y Rosalie se acaban de comprometer y...- Isabella dejó un dedo en sus labios, haciendo que los ojos verdes de él se agrandaran por la sorpresa.
-No juegues conmigo Edward...- Ella empujó su pecho suavemente, sentándose a horcajadas. Podía sentir el calor de sus piernas por sobre su ropa. Su pecho duro contra la suave piel de ella- Dime realmente que mierda estas haciendo aqui.-
Él se inclinó sutilmente hacia atrás, tratando de escapar del toque de la castaña. Pero ella astutamente se acercaba cada vez más, dejándolo casi postrado en la cama.
-Isabella, detente- exigió él con voz áspera cuando lo tuvo acostado en la cama. Pero ella estaba bien sentada sobre él, mirándolo como si fuera su presa. No cedería tan facil.
-Eso mismo te dije yo, ¿Es que no te acuerdas?. Te dije que te detuvieras, pero no lo hiciste. Te fuiste- Su acusación se le clavó en el pecho con fuerza. La furía contenida dentro de esa pequeña mujer era peligrosa.
-Tenía que hacerlo, yo necesitaba...- Ella lo tomó de la mandíbula aún con una mano en su pecho para soportar su peso. Se acercó cuidadosamente a su rostro, sus sedosos cabellos le hacian cosquillas a Edward en el rostro.
-Eres un maldito, te odio- Susurró antes de apoderarse de sus labios.
Edward dejó escapar un gemido bajo al sentir el sabor de sus labios nuevamente, Isabella degustaba los suyos con fuerza. Le estaba monstrando lo mucho que lo odiaba con aquel beso tan fiero. Pero tambien le demostraba lo mucho que lo había extrañado.
No quiso responder al principio, tenerla practicamente desnuda sobre él era más de lo que podía soportar. Pero sin proponerselo ya se encontraba encontrando su lengua con la suya. Comenzando una placentera batalla.
Isabella gimió en sus labios suavemente antes de, inesperadamente, llevar una de sus manos entre las piernas de Edward y tomarlo entre sus manos.
Apretó con fuerza haciendo que gimiera de dolor.
-Isabella, joder- Murmuró él mirandola con fiereza y tomándola del cabello suavemente.
-No debiste volver Edward, no debiste- Susurró como si aquello hubiera sido una sentencia, aún sin soltarlo.
Edward dejó una de sus grandes manos sobre la de ella, tratando de que por fin lo soltara, pero sus ojos se agrandaron y un jadeo brotó de sus labios cuando Isabella se sentó en sus manos unidas. Dejándolo sentir el calor de su centro sobre el dorso de su mano.
Maldita mujer.
-Isabella- Su nombre sonó como una advertencia, pero la sonría maliciosa que ella le dio lo sorprendió.
-No te atrevas a hablarme así...-Susurró bajando una vez mas hacia sus labios para morderlos.- Eres mío ahora-
Ella dejó escapar una pequeña risa al alejarse un poco y ver la mirada atónita de él.
-Te fuiste y lo acepté. Pero has vuelto, estas en mi casa. En mi cama. No te irás de nuevo- Murmuró mirándolo a los ojos con fuego en ellos.
Edward Cullen supo en ese momento que no podría irse.
-Eres mío. Y si me dejas...- Volvió a apretar su entrepierna sacándole un gemido- Me vas a conocer-
Hola Chicos!
¿Como están?
Hoy al despertar tuve una iluminación y me levanté a escribir esto.
Espero que les guste, les agradecería un comentario para saber si les ha gustado tanto como a mí.
Los invito a que me acompañen en esta nueva aventura.
Los quiere.
Bell Cullen Hall.
