Renuncia: Detective Conan es propiedad de Gosho Aoyama.


A taste of honey


Ran huele a tardes lluviosas y sabe a la amargura de esperar por la eternidad. Shinichi lo sabe, pues lo ha soñado cada noche oyendo sus llantos al otro lado de la puerta, y al otro lado de la vida. Su tacto es fantasmal y la mirada vacía de ella le sabe a la llovizna lenta que cae por las noches dibujándole la soledad como quien no puede imaginarla.

Shinichi la soñaría incluso muerto.

Ella es algo así como una luz tibia que titila en su propia noche invernal y con la piel embarrada y los ojos angustiosamente amables le dedican palabras imaginarias en su propio silencio. Los labios de Ran son como nieve hirviente mientras que su cuerpo es de lluvia y Shinichi ya no sabe hasta qué punto se está ahogando en ella. (La palabra amor se le enreda entre miles de acertijos que a tal punto ni él mismo puede resolver).

Las manos secas y con aroma a tierra de él le sostendrían el rostro y le dedicaría palabras que no son excusas, y el tacto físico de ella ya no sería un sueño. (A Shinichi le gustaba la sombra de ella contra el atardecer mientras volvían a casa y él se contentaba, pues amaba la sencillez de verano que ella traía).

Shinichi la sueña para tenerla junto a él. Su sueño secreto se cumple, pero de repente él ya no es él. Es…

(Conan-kun… ¿ése es tu nombre, no?).

No hay «Shinichi y Ran».

–Adiós, días felices.

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Es Ran esta tristeza calma que se alimenta de nostalgias que nunca sucedieron. Se pasa las noches observando a la ventana y la oscuridad le abraza, casi tímida. Se imagina que la eternidad tan prometida permanece en la infancia que ella nunca olvida, cuando lo amaba sin preocupación y con sus manos pequeñas entrelazadas, sin lunas que los separen.

A Ran le gustaría echarse a reír de vez en cuando y no añorar la tibieza imaginaria de Shinichi, que ya no está. Lo sueña, a veces, que pasa por la puerta y se rasca la cabeza entre nervioso y tímido, y que su voz no se extingue nunca más a pesar de que él siempre se va, lejos, lejos.

Shinichi es toda añoranza y Ran es todo lo que nadie puede alcanzar. A veces ella sueña que él vuelve y que entrelazan sus manos y sus ojos ya no son tan distantes como siempre le parecieron. Entonces Ran rompe en carcajadas de mentiras y finge que amar no duele tanto.

Siempre piensa que él vuelve a ella, todo el tiempo. Pero él no es él, es una sombra más pequeña que la mira con los mismos ojos llenos de constelaciones y le dicen

(Ran-neechan, él volverá, pase lo que pase)

que amar no es tan malo.

–Conan-kun, a veces tú podrías ser esos días felices.

(ojalá tú fueras Shinichi, Conan-kun).

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A veces piensan que la eternidad es una palabra gastada y recíproca, pero no pueden evitar remarcarla en cada promesa que se juran incluso cuando no están juntos. Ran se pierde en sus manos de piel de papel que se rompen a cada llovizna de la ausencia de él; y Shinichi mure en la eternidad de tener una identidad que no es.

Es que él le jura mil versos que ella no quiere oír, cubriendo sus oídos, sollozando, pues exclama al vacío que esas no son más que excusas. Y Shinichi solo quiere quererla, de la manera correcta, pues su cariño está roto y solo puede tenerla entre pesadillas.

Y Ran querría no llorar al abismo de lo eterno, pero pierde sus ojos en la lluvia que cae sobre el cemento y sus pies desnudos, que corren en busca de él.

–Es que, verás, contigo todos mis días están rotos, pero aún así me contento con tu mano empapada.

(Y jura que no son excusas, jura que incluso me sigues queriendo aunque te espere siempre).

Shinichi y Ran están rotos, y están enamorados de la eternidad.

(pero están a su lado incluso si el otro ya está extinto).

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