Aquí os dejo este pequeño fic (tan solo cuatro capítulos), pero lo leí el otro día y en seguida le escribí a la autora para ver si me dejaba traducirlo, y contestó al día siguiente. En su página está catalogada para todos los públicos, así que no esperéis sexo (jajajajaaj, pillinas). Es muy tierno. A ver si os gusta. Su autora es Briskal, el original es en italiano, y titula Polvere di stella, traducido en español como Polvo de estrellas.
Me quedo aquí contigo
Habían transcurrido muchos años desde la primera maldición lanzada por la Evil Queen contra su hijastra Blancanieves y todos los habitantes del bosque encantado. Tantas cosas habían sucedido durante esos largos años y nuevos amores habían nacido en Storybrooke, entre ellos el joven Henry Mills, ahora veinteañero. El muchacho había crecido, y por lo tanto también su físico había naturalmente cambiado. Con un atisbo de nostalgia, tanto Emma como Regina habían vivido la fase de la adolescencia de su "niño", habían visto las primeras huellas de barba en su rostro, y habían notado que Henry era tan alto como su abuelo David. No fue una sorpresa conocer de boca de Ruby que el joven Mills y Ava compartían a menudo un chocolate caliente en el Granny's, y quizás alguna otra cosa, pero no habían tenido nunca el valor de investigar sobre el asunto. Además, había desarrollado magia. No era poderoso como su madre Emma, y para ser sinceros tampoco le interesaba tanto, pero algún encantamiento podía hacer sin demasiados problemas.
Durante estos largos años, Emma y Regina habían compartido tantas cosas: después de diferentes percances, discusiones y otras tantas maldiciones rotas in extremis, las mujeres habían enterrado sus viejos rencores y ahora se frecuentaban como dos buenas amigas, aunque entre ellas siempre existía esa extraña tensión siempre que se miraban o se sonreían una a la otra. Mary Margaret y David habían intentado en vano arrancarle una confesión a Emma sobre su verdadera relación con la mujer, pero la hija siempre había dicho que no era nada más que una amistad.
Los dos no estaban muy convencidos, y también Henry había comprendido que quizás había llegado el momento de hacer algo. En realidad, había esperado demasiado tiempo para intervenir: desde pequeño había tenido el presentimiento de que entre sus madres había mucho, mucho más. Digamos que estaba claro como el sol lo que sentían, pero eran testarudas y torpes cuando se trataba de sentimientos, quizás deberían tener un pequeño empujón. Ya tenía en mente qué hacer, y pronto pediría ayuda a su abuelo Gold para poner en ejecución su plan.
Era una bella tarde de junio cuando el joven encontró a su madre Regina acurrucada en la cama. Apoyado en el marco de la puerta con expresión desenvuelta, Henry tenía el ceño serio: la última maldición había sido rota gracias al perfecto binomio entre las dos mujeres, pero la ex Evil Queen parecía estar más exhausta de lo normal. Se acercó a la cama, sentándose al lado de su madre.
«¿Ma? ¿Te sientes mal?» le preguntó, acariciándole la cabeza.
Regina sonrió, mirando en seguida en su dirección para encontrarse dos luces esmeraldas observarla con preocupación.
«Solo estoy cansada, tesoro. Estate tranquilo»
Henry asintió
«Bien, pero llamaré igualmente a Emma»
La alcaldesa resopló con expresión irritada
«¿Para qué molestar a tu madre? Deja que se ocupe del trabajo por el que le pago, en vez de servirle en bandeja de plata una excusa para perder el tiempo»
El muchacho comenzó a reír de forma sarcástica
«No. Parece que cuando estás con ella tus fuerzas vuelven rápidamente. Creo que para ti es mejor que cualquier medicina, quién sabe por qué»
Regina lo miró con la boca abierta
«Solo es la conexión mágica» respondió con expresión desdeñosa, intentando dar una explicación lógica, olvidándose por un momento que su hijo ya no era un niño y por supuesto no era idiota. Nunca lo fue.
«Naturalmente» murmuró el joven. «De todas maneras la llamo; en un rato me voy a casa de Ava y Nicolás para estudiar matemáticas. Esta semana es el último examen antes de las vacaciones. Después creo que vamos a ir al cine»
«¿Vendrás a cenar?»
«No, por eso no quiero que estés sola. Esta noche duermo en casa de los abuelos; mañana vamos a ir a las caballerizas; David ha organizado una especie de torneo medieval y quiere enseñarnos a Nicolás y a mí cómo se usa una lanza, mientras que el tío Neal continúa con las clases de equitación»
A pesar de haber pasado siete años y de darse cuenta de que su hijo ya no era ciertamente un niño, Regina lució una cara de horror
«Henry Mills-Swan» comenzó con expresión severa «si crees que te dejaré imitar a esos toscos caballeros estás muy equivocado. ¡Podrías herirte con las lanzas y con todo lo demás!»
La sonrisa de su hijo se alargó más, tanto que su madre suspiró resignadamente en menos de un minuto. Cuanto más crecía, más se parecía a Emma y después de tanto tiempo, una cosa se había admitido a sí misma: nunca se había podido resistir a aquella sonrisa. Ni a la suya, y mucho menos a la de su madre. Es más, últimamente se derretía cada vez que Emma le sonreía.
La besó en la frente velozmente; se levantó de la cama estirándose bien para después coger el móvil del bolsillo delantero de sus pantalones.
«Verás que mamá estará aquí en menos de diez minutos» le dijo riendo de nuevo: estaba convencidísimo de que Emma se precipitaría en cuanto leyera el mensaje. ¡Era tan previsible!
Regina se rindió
«Está bien, pero lo hago por ti»
«Sí, estoy seguro de ello» respondió él tecleando un sms a la Salvadora. «Adios, má, nos vemos mañana» gritó corriendo por las escaleras.
«¡Ponte bien la corbata del uniforme, no te he criado para que vayas por la calle como un vándalo!» le gritó Regina moviendo la cabeza «y procura volver entero mañana, o ¡juro por Dios que David encontrara su cabeza empalada en un pica!» amenazó con poca convicción en la voz.
En la planta de abajo, el joven estalló en una sonora carcajada
«Tranquila, y diviértete con Emma esta tarde; sabes, ¡lleva puesta la camiseta blanca que te gusta tanto!»
La alcaldesa se quedó con la boca abierta de nuevo, mientras sus mejillas enrojecían: ¿es posible que su atracción haya llegado a ser tan evidente?
«¡HENRY MILLS-SWAN! ¡VEN AQUÍ DE INMEDIATO!» gritó una vez más, pero los únicos sonidos que logró percibir fue el de la puerta que se cerraba y la risa de su hijo en el jardín.
La guinda del pastel fue obviamente la llegada de Emma Swan en una nube de humo blanco: Henry se había equivocado. La mujer había aparecido en menos de cinco minutos.
«¡Regina!» exclamó la muchacha con cara de preocupación, acercándose rápido a la cama «estás trastornada, ¿qué sucede?» le preguntó alisándole los cabellos y poniéndole una mano en la frente para ver si por casualidad tenía fiebre.
La mujer suspiró. A pesar de estar acostumbrada al tono de voz alarmado de la sheriff, siempre sentía una enorme alegría al constatar que se preocupaba por ella: la hacía sentirse amada, de algún modo. Y el hecho de que a menudo y sin pedírselo Emma se tomaba la libertad de tocarla, no ayudaba a su estado de ánimo.
«No hagas caso de lo que te ha escrito tu hijo, querida, no me estoy muriendo» respondió con tono calmo, intentando no deslizar su mirada hacia la tristemente famosa camiseta blanca: a pesar de no tener ya 28 años, Emma alardeaba todavía de un físico admirable, y con los ejercicios que hacía en el gimnasio, sus brazos estaban todavía tonificados, así como el resto de su cuerpo. Tragó saliva, intentando borrar ciertos pensamientos que le estaban viniendo a la cabeza.
«¿Por qué cuando hace o dice algo tonto es mi hijo?»
Una sonrisa maliciosa se dibuja en el rostro de la alcaldesa
«¿Quieres de verdad una respuesta, Miss Swan?»
Emma le sacó la lengua.
«Ja, ja, Regina. ¿Me dices qué es lo que pasa?» le preguntó una vez más, sentándose con calma en la cama, cerca de ella.
«Estoy bien. Solo que la última maldición que hemos roto me ha debilitado un poco y estoy cansada»
«Deberías descansar»
«Óptima intuición, Miss Swan: es lo que estaba haciendo antes de que nuestro hijo decidiese que era mejor contactarte porque tienes sobre mí el efecto de una medicina» le respondió con tono desdeñoso, pensando un momento después en lo que había dicho. Sintió el corazón acelerarse y la situación empeoró al ver la espléndida sonrisa dibujada en el rostro de la sheriff.
«¿La mejor medicina, eh?» dijo Emma, levantándose, para ir y colocarse mejor en el otro lado de la cama. Se quitó los zapatos y se echó cerca de la otra mujer.
Regina la miró falsamente escandalizada
«¿Qué diablos crees que estás haciendo?»
«¡Oh, oh, ese lenguaje, señora alcaldesa!» respondió Emma imitándola «Dado que soy tu medicina, tengo la intención de quedarme contigo. Incluso toda la noche, si es necesario, así que resígnate querida. Muchas películas, descanso, una buena pizza y ya verás que te vuelven las fuerzas»
«¿Y qué te hace pensar que te permitiré hacerlo?»
«Tres cosas, en realidad» respondió Emma cogiendo el mando a distancia de la mesita para encender la tele «la primera es esta» le dijo cogiéndole una mano, descargando una poco de su magia. Regina se sintió rápidamente mejor ante su toque, y era más que consciente de que el alivio no solo se debía a su mutua conexión.
La Salvadora rio «Un punto para mí, Majestad» La mujer resopló con expresión de fastidio…o al menos así hubiera querido que pareciese.
«¿Y los otras dos razones cuáles serían?»
«La segunda es que te conozco, Regina, sé cuándo mientes. Y la tercera es que en realidad me quieres y te gusta tenerme a tu alrededor cuando estás mal. Tres puntos de fundamental importancia, sobre todo el último» murmuró tiernamente entrecruzando los dedos con los de ella «ahora, dado que también tú me conoces y sabes lo testaruda que soy, relájate y descansa. Yo me quedaré aquí contigo. No me voy a ir»
La mujer se rindió «Ok, pero que quede clara una cosa: yo no te quiero, Miss Swan» dejó caer ella, apoyando de todas maneras la cabeza en su hombro.
Emma lanzó una sonrisa irreverente «¿Ah no?
«No, decididamente no» respondió la otra, relajándose y cerrando poco después los ojos.
Regina se había dormido en seguida, y había transcurrido solo una hora cuando la sheriff sintió cómo la alcaldesa se giraba y se abrazaba a ella. Emma la estrechó contra ella, permitiéndole dormir serenamente sobre su pecho, mientras que con la mano le acariciaba los sedosos cabellos que olían a champú de manzana. La rubia suspiró con una expresión pensativa; hacía unos años que habían comenzado este juego. Si una no se encontraba bien, la otra corría rápidamente en su ayuda, y muchas de las veces acababan descansando abrazadas. En realidad, antes de llegar a mimarse la una a la otra, habían pasado muchas cosas. Habían comenzado a acercarse después de que Regina la hubo perdonado por el asunto de Robin, y fue en aquel período en que Emma había comenzado a preguntarse sobre la naturaleza de sus sentimientos hacia ella. Paradójicamente, había sido el propio Hook quien le hizo comprender determinadas cosas: en primer lugar, por el remordimiento de haber arruinado la historia de la mujer, había decidido no verlo más. Tenía un problema mucho más grave en el que pensar, y al joven pirata parecía que le daba igual. En su cabeza, Emma tendría que haberse concentrado en su eventual historia, y no perder tiempo con Regina: antes o después calmaría su rabia. Ya eso había contribuido a irritar bastante a la sheriff; Killian le había parecido muy egoísta. De todas maneras, ciertamente no lo amaba: es más, lo que siempre sintió, desde un principio, fue gratitud. Quizás con el tiempo lo hubiera logrado. Quizás. A menudo se había preguntado cómo hubieran ido las cosas entre ellos, pero la respuesta que se daba era siempre la misma: la única persona que querría a su lado era la ex Evil Queen. Hook había sacrificado su barco, es verdad, pero Regina le había dado sus recuerdos. Le había regalado un espléndido año en Nueva York, renunciando a Henry. Renunciando a su hijo, su bien más preciado. Killian había sido valiente, pero Regina era otra cosa. Otro planeta. Afortunadamente, a pesar del desastroso episodio con Robin, ella la había perdonado y desde ese momento Emma había hecho saltos mortales para estar cerca de ella. Es ahí cuando había comenzado aquella extravagante amistad. Poco a poco habían comenzado a salir juntas, cada cierto tiempo. La sheriff era una presencia constante en la vida de Regina, y viceversa. No solo compartían un hijo y la magia, sino que se habían convertido en dos pilares de salvación para Storybrooke. Sí, porque también Regina había sido aceptada como un héroe. Ya desde los tiempos de la derrota de Zelena, para ser sinceros. Algunas veces iban a cenar a Granny's junto a Henry, otras a casa de Mary Margaret como una familia. Otras, Emma iba a la mansión Mills, para quedarse hasta tarde. Ahí, degustaba la legendaria lasaña que la mujer cocina con extrema maestría, jugaba a la Xbox con Henry, charlaba hasta tarde con la alcaldesa, mientras saboreaban una buena sidra de manzanas. Algunas veces se había quedado a dormir, en la habitación de invitados, pero cuanto más pasaban los días, las semanas y los meses, más las mujeres se acercaban, y de la "habitación de invitados" solitaria, habían pasado a quedarse dormidas juntas en el sofá, hasta compartir la misma cama.
Después de un tiempo, habían ratificado su amistad firmando los papeles para que Henry obtuviera el doble apellido Mills-Swan y desde entonces, todo lo que hacían juntas se había convertido en rutina. También los sentimientos por Regina habían madurado: habían evolucionado con el tiempo, y cuando, después de algún infortunio o maldición, se encontraba entre los brazos de la mujer, Emma se sentía verdaderamente completa. Al principio había relacionado todo con la magia que compartían, pero ahora era consciente de que amaba a Regina Mills.
Apagó la tele, y comenzó a observar a la mujer que dormía encima de ella. Le dio un beso en los cabellos, mientras el corazón comenzaba a palpitar ferozmente. Sí. Estaba realmente enamorada de ella, pero quizás lo correcto sería dejar las cosas como estaban. Suspiró, sin saber qué hacer: pensaría en ello. A lo mejor pediría un consejo a sus padres. Atrajo a Regina un poco más hacia ella, y cerró los ojos, durmiéndose poco después, acurrucándose al calor del cuerpo de la mujer aferrado al suyo.
