¡Hola chicos/as! Gracias por haber escogido esta historia, de verdad. Primero, debo decir (o más bien gritar) "¡HE CONOCIDO A LANA Y A BEX!" (en la Stroytelling Con). Son hermosas, y Lana hablando en castellano... ¡buf!
Solo decir que los personajes de OUAT no son míos y que no me pertenecen.
Espero que el rated de la historia este bien, si no es así decírmelo, todavía no me aclaro con eso jajajaja
Por ultimo, sí, ya es lo ultimo, decir que esta historia tiene 6 capítulos (ya esta terminada). Puede sonar a poco pero son 48 paginas del Word (en principio tan solo iban a ser 3 jajaja).
CAPITULO 1
Robin Hood se había levantado a las cinco de la mañana para prepararle el desayuno de cumpleaños a Regina. Era el primero que pasaban juntos y quería que fuera especial, Regina solía levantarse a las seis y llegaba casi a la hora de cenar, ser alcaldesa llevaba trabajo. Abrió la puerta con cuidado, no quería que se le fastidiara la sorpresa. Aquello era especial para él, quería crear tradiciones con la que era su amor verdadero. Dejó la bandeja sobre la cómoda y recolocó la rosa que se había ladeado en el jarrón de cristal. Se sentó junto la morena y le acarició la mejilla, sonrió al ver como se le había revuelto el cabello, aquella no era la Regina que la gente conocía. A aquella tan solo la conocía él.
- Regina – susurró acariciándole con los dedos sus labios.
Realmente era una mujer hermosa, no podía creer la suerte que tenía de tenerla a su lado. Había querido a Marianne, pero amaba a Regina.
- Mmm… - Regina giró la cara para seguir durmiendo.
Robin sonrió y bajó sus caricias por los brazos hasta llegar a las palmas de las manos de la alcaldesa.
- Regina, amor – volvió a susurrar.
- Emma...
El arquero paró en el acto, se le había congelado la sonrisa que tenía. ¿Emma? ¿Había dicho Emma? ¿Emma Swan? ¿La rubia? No, aquello era imposible. Regina era su amor verdadero, lo había dicho el polvo de hadas de Tink. Estaban destinados, lo suyo era amor, amor del de verdad.
Regina se desperezó, había dormido de maravilla. Sonrió al ver el desayuno que Robin le había dejado a su lado, se había acordado de su cumpleaños. El café estaba algo frio, se lo podía perdonar, un hombre del bosque no estaría acostumbrado a todos aquellos electrodomésticos modernos. Mordió una de sus tostadas sintiéndose algo culpable, sabía perfectamente quien era la causante de que hubiera dormido tan bien. La Emma imaginaria había vuelto a visitarla, llevaban así… había perdido la cuenta de todas las noches en las que, de alguna manera, había dormido con la Salvadora. Tenía que admitir que desde entonces estaba más risueña.
Buenos días Alcaldesa Mills – Archie no había cambiado su forma de saludarla desde que se rompió el hechizo tiempo atrás. En el fondo se lo agradecía, lo mismo que la terapia que le había estado ofreciendo a Henry hasta entonces.
- Doctor Hoper – acarició a Pongo que, como siempre, iba a su lado. Sí, hoy estaba de buen humor.
Entró en la cafetería y fue a por su segundo café, Robin se lo había hecho demasiado cargado, tanto que no se lo había podido acabar, tan solo había tomado un par de sorbos algo fríos.
- ¡Regina! – MM casi se abalanzó sobre ella -. ¡Feliz cumpleaños! – rodó los ojos al sentir los besos de la que era su hijastra pero sin hacer ademan de apartarse -. ¿Qué haces aquí de buena mañana?
Para Regina, su cumpleaños no era tan importante, llevaba cumpliendo los treinta y cinco demasiado tiempo, ya había vivido todas las celebraciones posibles, para ella era solo un día más.
- Gracias Blanca, de verdad – le regaló una pequeña y rápida sonrisa -. Un café Mocca, Ruby – pidió -, con poca nata por favor.
- Vente a sentar conmigo, David ha ido a por el periódico, llegara en nada – dijo arrastrándola.
- Tengo una reunión a las ocho…
- ¡Oh venga Regina! – le suplicó -. El ayuntamiento esta al otro lado de la calle y todavía son las siete y media – le recriminó -. ¡Mira, David ya esta aquí!
Al final Regina se encontró sentada con ellos dos.
- ¡Es el cumpleaños de Regina! – saltó MM nada más David tuvo su bebida.
- Blanca…
- Eh… oh… feliz cumpleaños – David siempre tan efusivo.
Si hubiera sabido que vendrías te habría preparado algo con unas velas – se lamentó la morena.
- Entonces estoy de suerte – susurró.
Se masajeó las sienes, las reuniones con los enanitos siempre la dejaban de mal humor. La sensación de bienestar con la que se había despertado ya casi se había desvanecido. Eran todo unos gruñones, hasta el más feliz lo era. Tan solo se preocupaban por sus minas y sus diamantes, todo lo demás les daba igual. ¿Qué las minas podían derrumbarse de nuevo? ¡No importaba mientras pudiesen conseguir sus malditos cristales para crear polvo de hada para las monjas! De todos los habitantes de Storybrooke, a quien más detestaba Regina era a los enanitos y a las monjitas con alas.
- ¡Queremos lo que es nuestro! – gritó uno de los enanos.
- Esta bien Leroy, como queráis, pero queda todo bajo vuestra responsabilidad, yo no quiero saber nada de esto. ¡Ahora largo!
El tiempo se le pasaba demasiado despacio, había momentos en los que dudaba que de verdad se hubiera roto la maldición al completo. Entonces miraba hacia el reloj y lo veía correr.
- Alcaldesa, la Sheriff desea hablar con usted si tiene un hueco –la voz de Lacey se escuchó por el interfono del teléfono.
- Déjala pasar, tengo un hueco en mi agenda – sino, lo buscaré. Quien te ha visto y quien te ve Regina.
Miró su reflejo en la pantalla del ordenador y se dio el visto bueno justo cuando la puerta se abría.
- ¡Hola Regina! – le gustaba la efusividad de Emma, compartían algo así como una amistad.
- ¿Qué haces por aquí Emma? – le preguntó con una sonrisa más que amistosa.
- Mamá me dijo que era tu cumpleaños así que… ¡FELICIDADES! - se sentó frente la mesa de la morena y dejó la bolsa que llevaba en el suelo.
Aquella vez no se molestó en ocultar su puesta en blanco ocular.
Emma se río.
- No me sorprenderé si mañana lo veo publicado en el periódico – se quejó -. Tu madre adora las celebraciones.
- ¿Me lo dices o me lo cuentas? – dijo levantando una de sus cejas rubias -. ¿Por qué no me lo habías contado?
- ¿Lo de mi cumpleaños? – Regina ladeó la cabeza.
Emma asintió haciendo que un mechón de su cabello se moviera de su sitio.
- No es nada del otro mundo Emma – le dijo encogiéndose de hombros.
- No me ha dado tiempo de comprarte un regalo…
- ¿Ibas a hacerme un regalo? – Regina no pudo evitar ocultar su sorpresa.
- Es lo que hacen las amigas, ¿no?
Sí, las amigas hacían aquel tipo de cosas. Pero, ¿y su Emma imaginaria?
- ¿Qué es eso? – señaló por encima de su escritorio en dirección al suelo.
- ¿La bolsa? – Regina asintió -. La comida, como no me había enterado he tenido que improvisar algo.
- ¿Y con una comida crees que voy perdonarte que te hayas olvidado de mi cumpleaños? – bromeó la alcaldesa.
- Esperaba que si… - Emma le siguió el juego -. Entonces, que, ¿me perdonas?
- Tendré que hacerlo… ya no soy malvada, ¿recuerdas? – dijo entre risas y guiñándole un ojo.
- ¡No te creo! ¿Me lo dices enserio? – río Emma.
Llevaban así casi una hora, riendo y comiendo sin parar. Emma había traído demasiada comida, había parado de engullir en su segunda hamburguesa y media. Al menos había pensado en la morena, ella no comía aquella comida basura que a la rubia tanto le gustaba. Para ella solo ensaladas de distintos tipos (la Abuelita hacía una con piña que estaba para chuparse los dedos. De echo Regina se los había relamido). Casi parecía que era una degustación de la cafetería.
- Si lo llego a saber no te lo cuento Emma – se quejó la morena cruzándose de brazos -. No es divertido…
- Me estoy riendo, ¿no? ¡Entonces es divertido! – dijo Emma con un rastro de sonrisa en los labios.
La morena la fulminó con la mirada.
- Vale, vale, ya paro… - levantó las manos como signo de paz -. Anda, cierra los ojos.
- ¿Para que?
- Ciérralos Regina, por favor – le pidió -. ¡Que no voy a hacerte nada, tonta!
Regina cedió sabiendo que si la rubia se hubiera presentado años atrás pidiéndole aquello seguramente hubiera acabado con una bola de fuego en la cabeza. Ahora haría todo lo que ella le pidiera, simplemente confiaba en ella. Había aprendido a hacerlo.
- ¿Los tienes bien cerrados?
- Los tengo – le aseguró.
- ¿Seguro?
- ¡Que si, Swan! Mis ojos están bien cerrados, pero no por mucho rato – le avisó.
- ¿Swan? Hacia mucho que no me llamabas así…
- ¿Si?
- Sip – sonrió al ver el gesto de confusión que se le había dibujado en el rostro de la alcaldesa -. No me importa, me gusta tu tono autoritario.
Regina se echó a reír.
- ¡No los abras!
- ¡Que no los abro!
- Cuenta hasta tres y ábrelos.
- ¿Cuento yo? Eres vaga hasta para esto – se río – Empiezo, ¿eh? Una… Dos… y ¡tres! ¡Los abro!
Emma empezó a cantar justo cuando las pestañas de la morena empezaron a moverse. Nunca había tenido buena voz pero no iba a dejar a Regina sin su cumpleaños feliz. Además, ¿qué era un pastel de cumpleaños sin su respectiva canción?
- ¡Cuuuuumpleaaaaañoooosssss feeeeelizzzzzzz! – terminó de chillar Emma.
Empezó a aplaudir pero paró al ver las lagrimas de la morena, no había ni soplado las velas.
- ¿Tan mal canto? – preguntó dejando el pastel en la mesa y acercándose a su silla.
- Son lagrimas de emoción, no me lo esperaba – se las secó con el dorso de las mano -. Pero sí, cantas mal – dijo apoyando la cabeza sobre el hombro de Emma que se había agachado para abrazarla. Sí, en el fondo aquella rubia era cariñosa.
Emma rodó los ojos (un gesto muy propio de la mujer a la que abrazaba) sin decir nada, tan solo apretando los brazos alrededor de ella.
- ¿Pretendes ahogarme? – preguntó con una sonrisa en los labios. La verdad es que estaba disfrutando de aquello.
- No todos pueden decir que han abrazado a la Reina Malvada – la pincho -. ¡Y sin que le aplaste el corazón!
- Idiota – la insulto dándole un golpe en el hombro -. Espera Emma, un rato más, por favor… - Regina no quería soltarse.
- Te gustan los abrazos Swan, ¿eh? Son marca registrada, solo los se dar yo – bromeó buscando quitarle hierro al asunto. Sabía que la morena no era una de esas mujeres a las que les gustaba mostrarse vulnerables -. Si quieres puedo enseñárselos a Robin – le guiñó un ojo a pesar de que la morena no lo podía ver.
Regina se echó a reír.
- No seria los mismo…
- Cierto, puedo atenderte a domicilio entonces – sentenció.
- ¿Serias como mi putita personal?
Emma desorbitó los ojos pero le respondió sin aflojar el abrazo.
- ¡Ya te gustaría!
- ¡O a ti!
Y rompieron a reír.
- ¿Esta filtreando conmigo señora Alcaldesa? – Emma recostó su cabeza sobre la de la morena para estar más cómoda. Sonreía y aspiraba olor a manzana.
- ¿Tan malo seria Sheriff Swan? – resultaba más sencillo decirlo sin mirarla a la cara. Esto se te esta yendo de las manos.
- En absoluto – pareció que aquella respuesta había tardado toda una vida.
- El señor Gold ya esta aquí Alcaldesa, le espera en la sala de juntas con los demás miembros del concejo – dijo la voz de la secretaria a través del interfono del teléfono.
Emma: Al final me he quedado sin mi trozo de tarta… ¿Tengo que pedir una cita para poder probarla?
No habían podido hablar después de aquello pero no le importaba, en absoluto. Ya estaba todo dicho ¿no? Hood le importaba una mierda y Hook… bueno, con Hook había sido todo algo imprevisto, el beso de agradecimiento que le había dado en Neverland no debería de haber acabado así… Ella (aparte del pirata) tan solo había estado con Neal… todo lo demás habían sido mujeres, aunque claro, esto jamás lo había dicho a nadie. No era de las que iban pregonando sus preferencias sexuales.
Regina: Yo tampoco la he probado… Las reuniones con Gold acostumbran a ser eternas, ya sabes lo que te digo.
Emma: ¿Habrás apagado las velas no? No quiero ser la responsable de quemar el Ayuntamiento…
Regina: No te preocupes por eso, te pagare un buen abogado. ¿Nos comemos la tarta esta noche? Henry ha quedado con Violet.
Emma: ¡Tarta!
Regina: Me tomaré eso como un si, después te digo la hora, SWAN.
- ¿Cómo que has quedado? ¡Es tu primer cumpleaños conmigo! Había reservado mesa en un lugar especial…
- No lo sabía Robin… No puedo decirle que no a Emma, no ahora… Lo siento… Podemos celebrarlo otro día, no importa, de verdad.
- A mi si – Robin parecía enfadado -. Parece que prefieras pasar más tiempo con tu querida amiguita que no con tu amor verdadero… El polvo de hadas no se equivoca.
- No seas infantil – sabía hacia donde estaba yendo la cosa.
- Regina…
- Hago tarde, después hablamos – se colocó el abrigó y guardó las llaves en el bolso.
- Te escuché hablar en sueños – dijo como ultimo recurso -. Esta mañana.
- No se de que me hablas – cerró la puerta tras de ella.
- Y… aquí esta tu putita personal – Emma se sentó en el asiento del copiloto -. Mejor que nadie me oiga decir esto – dijo riendo.
- Y puntual, ¡que placer! ¿Es este mi segundo regalo del día?
- Soy original, que le vamos a hacer – dijo encogiéndose de hombros y trasteando con el dial de la radio del Mercedes -. ¿Traes la tarta?
- ¿Así que solo me quieres por esto? ¿Por la tarta? ¡Me siento utilizada!
- Es de chocolate así que sssht.
No se habían alejado demasiado del coche, solo lo necesario. El bosque estaba precioso, casi no había luna y las estrellas eran las que se encargaban de alumbrar a las estaba en completo silencio, tan solo se escuchaba lo que ellas decían, nada más, ni un solo ruido de animales.
- Me encantan las estrellas, adoro tumbarme y mirar al cielo pero no se demasiado de ellas, tan solo lo típico – le contó Emma.
Habían tendido en la hierba fresca una manta del coche de la morena, Emma ni siquiera se le había pasado por la cabeza que pudieran necesitar algo como aquello.
- En el Bosque Encantado aprendí sobre ellas, si quieres algún día podría darte alguna clase…
- ¿Yo hago de putita y tu de la profesora cachonda? – la miró levantando la ceja.
- En casa tengo un telescopio – dijo Regina.
- Acepto – dijo al segundo -. ¡Que barata soy, por Dios!
- No se lo diré a nadie, tu secreto esta a salvo conmigo. ¿Comemos?
La rubia asintió. ¡Preguntarle a ella si quería comer! ¡Que desfachatez! Se moría de ganas de hincarle el diente…
- Comes demasiado lento… - dijo mirando la tarta que le quedaba a Regina en el plato, la suya se había acabado hacia tiempo.
- Y tu demasiado rápido – en ello se parecía a Henry -. Tienes chocolate, ¿puedo?
Emma asintió y se quedó muy quieta, estática.
- Relájate Emma, no voy a morderte – le sonrió pasándole un dedo por la comisura del labio.
- Perdona…
- ¿Cómo esta Hook?
- ¿Vamos a hablar de Hook ahora?
Regina negó con la cabeza.
- Hood y yo discutimos antes de recogerte – no era un lamento, tan solo quisiera que lo supiera.
- ¿Estas bien?
- De maravilla – le dijo -. ¿Qué?
- Que comes sin mancharte, ¿cómo voy a decir que tienes algo para poder limpiarte?
Regina le sonrió con aires de suficiencia, ella no era de las que se manchaban pero aquello le había gustado, le había encantado. Emma era dulce.
- Vale, ya se, cierra los ojos de nuevo – le pidió.
Regina los abrió muchísimo al ver lo que la rubia se había atrevido a hacerle. Le había manchado con su propio chocolate, había pringado su propio dedo para pasárselo por los labios de la morena.
- ¿Y ahora que? – preguntó -. ¿Vas a besarme?
- Es la única forma de limpiarle el chocolate señorita Mills, debería ser más limpia comiendo – la reprendió acercándose hacia ellos.
- Lo tendré en cuenta para la próxima vez – le aseguró.
Si había algo que Emma adorase era el chocolate, desde que era pequeña no había ni un día que pasase sin tomarse algo de este. Ahora no, ahora el chocolate a secas había bajado un escalón. La mejor combinación era con Regina. Si alguien le preguntara su sabor favorito seria el chocolate con esencia de Regina Mills. Si, aquello sabía a gloria. O esperaba que la gloria supiera así.
El beso era perfecto. Los labios de la morena eran tan acolchados que daban ganas de morderlos (y alguno hubo). Era un beso suave y caliente a la vez, lento pero rápido, profundo. Casi no podían ni pensar, tan solo deseaban seguir así, olvidándose de todo. Se había producido un cortocircuito en los cerebros de ambas, era como si se hubiera modificado algo y que solo les permitiera pensar en los labios de la otra. Regina había cerrado los ojos, Emma los había abierto, quería recordar perfectamente aquel momento, con sensaciones e imágenes, con todo.
- Me acabo de volver adicta.
- ¿A que? – Regina seguía algo turbada por la falta de aire, habían alargado el beso más de lo necesario.
- A tus besos – dijo acercándose de nuevo a ellos y lamiendo el poco chocolate que había quedado.
- Gracias por este cumpleaños – dijo nada más aparcar frente la casa de Emma y el pirata.
Emma le sonrió, nunca le habían dado las gracias por algo así. De echo pocas eran las veces que le habían dado las gracias por algo, ni por salvar a la gente de Storybrooke. Ella era la Salvadora, así que se suponía que aquella era su misión, independientemente de todo lo demás.
- ¿Quieres pasar?
- No creo que le guste a Hook, Emma…
- Oh… ya… cierto, Hook…
Regina sonrió, Emma se veía adorable.
- Entonces… avísame cuando llegues a tu casa – le pidió.
- Como deseé usted señorita Swan – antes de que Emma abriera la puerta del Mercedes, Regina la atrajo hacia ella y la besó.
Si, definitivamente aquellos besos sabían a gloria.
- Buenas noches Regina.
La morena se quedó hasta que entró y después se marchó.
Regina: Estoy entrando por la puerta. Que duermas bien, Emma.
Emma: Soñare contigo entonces.
La morena entró con una sonrisa, tan solo se habían estado besando pero aquello… aquello había sido mejor que todo lo que había vivido hasta ahora. Incluso superaba lo que, tiempo atrás, sintió por Daniel.
- Es algo tarde ¿no? – Robin se había quedado esperando a que la morena llegara.
- Un poco sí – reconoció la morena metiéndose en el baño para desmaquillarse. Una reina siempre debía de ir espectacular.
- ¿Qué habéis hecho? – Robin levantó la voz para que Regina la escuchara.
- Nada, comer tarta y poca cosa más – dijo sin prestar demasiada atención a Robin, ahora mismo lo que más le interesaba eran sus ojos -, nada interesante.
Regina, siguiendo la buena educación que le habían inculcado, no tardó mucho en meterse en la cama con la piel tan limpia como la de un bebé.
- Amor… ¿celebramos tu cumpleaños ahora? ¿Le ponemos la guinda a esa tarta?
- Estoy algo casada Robin, es tarde… - se excusó, no quería besar otros labios y borrar la huella de Emma -. Mejor vayamos a dormir – pidió.
El hombre, molesto, le dio la espalda. Regina fue la que apagó la luz sin importarle demasiado los sentimientos del hombre con el que compartía cama. ¿Cómo hacerlo si tenia algo más importante en la cabeza como eran los labios de la rubia Emma Swan?
Espero que os haya gustado, ¡gracias por leer!
