La ventana de la buhardilla alumbraba nuestros cuerpos permitiendo, dada la inutilidad de aquel pobre trozo de tela semejante a una cortina, que la luz se colara directamente por una rendija de la misma que siempre gusté de comparar con el ojo que el cielo se permitía entreabrir para vigilar a aquella estrella que una vez dejó caer sobre la tierra y que ahora yo salvaguardaba entre mis brazos.
Fuera o no una ñoñería y por mucho que fingieras odiarme contar aquello siempre que nos encontrábamos a expensas de conciliar el sueño en aquel lugar, cada vez que salía de mis labios no podías evitar el sonrojo que te delataba y que a mi, siempre, se me antojaba demasiado adorable.
Enredado como estabas entre las sábanas, difícil era que te movieras con la soltura propia con la que lo hacías, pero claro está, los manotazos y empujones para permitirte aquella pequeña e inconsciente conquista de territorio nunca me hacían salir bien parado. Acorralado contra el lateral de la cama, habías conseguido que al menos tres cuartas partes de ésta fueran desaprovechadas e inaccesibles a mi persona. Acurrucado como te encontrabas contra mi pecho, con una agarre tan fuerte de la camiseta de mi pijama que raro hubiera sido que no llevaras contigo un cacho al voltear, mascabas el sueño con la misma apacibilidad con la que un crío lo haría.
Las facciones de tu rostro gustaban de dulcificarse bajo la tenue luz que lo bañaba y la tranquilidad de tu gesto se acentuaba, acariciado por la noche. Quizá, de vez en cuando, arrugabas levemente la nariz y te apretabas más contra mí murmurando cosas ininteligibles a mis oídos.
¿Qué andarías soñando? ¿Nadabas en sueños?
Hubiera puesto la mano en el fuego a que en aquellos instantes, te sumergías suavemente en el agua en pos de cualquier libertad de movimiento y como aislamiento de aquel mundo de problemas en el que, irónicamente, se te hacía más difícil respirar.
¿Sería entonces la sensación de salir a respirar cuando, de una manera inconsciente, apretabas el puño con más fuerza mientras insistías en acurrucarte en mi pecho?
Besé tu frente en un intento de tranquilizarte y emitiste un leve gruñido que no tardé en responder rozando fugazmente mis labios contra los tuyos, que frunciste al segundo. Otra vez ese quejido. Otro beso, esta vez en la punta de la nariz, consiguiendo que te revolvieras en el sitio.
-M-makoto, duérmete…-tu voz perdía intensidad y presa del sueño, unías las palabras que salían de ti casi en un balbuceo- noséquéhacesquenoduermes.
A pesar de aquel intento de entablar una pequeña conversación, tus párpados se mantenían echados. Chasqueaste la lengua, presa de la molestia que era tenerme dándote mimos a aquellas horas y decidiste que descansarías mejor si era tu nuca la que acababa en el punto de mira de mis labios.
Haciendo crujir cada muelle del colchón, aproveché el poco espacio que me dejaste para abrazarte, gesto que para mi sorpresa fue gratamente correspondido. Esa vez, como sustituto de mi pijama, te agarraste al brazo que había pasado sobre ti, de tal manera que quedaste con la mejilla apoyada sobre la palma de mi mano.
-Soy el Guardián de esa estrella que una vez cayó a la tierra, no puedo dormir- confesé en un susurro.
