Presente I

La luz de la luna se filtraba por entre las gruesas cortinas y en el fuego aún quedaban brasas ardiendo. La cama mostraba entre sus sabanas revueltas dos cuerpos muy pálidos que descansaban uno junto al otro destacándose entre tanta blancura unos cabellos rojizos y otros de un delicado tono arena.

Ambos eran la imagen misma de la perfidia y allí descansaban un par de sacrílegos cuyas tranquilas poses al dormir no denotaban el tormento interno que vivía uno de ellos. Maestro y alumno reposando juntos en la misma cama con la confianza de los que llevan años siendo amantes; el mas joven abrió sus ojos y sudando se incorporó con cuidado para no molestar al otro, se deslizó con gracia fuera del lecho y hurgando entre sus ropas tiradas de cualquier forma sacó una daga con el emblema de su familia, la punta brilló bajo la luz lunar y con pulso firme la mantuvo alzada y moviendo su mano caminó hacia el lado dónde descansaba el hombre que le había enseñado todo lo que sabía y, sin mayores prejuicios lo apuñaló con fuerza en el corazón hundiendo la daga en el lugar mismo dónde latía el órgano vital. El muchacho abrió los ojos y se revolvió tratando de quitarse a su asesino de encima y el dolor se reflejó en ellos al ver de quién se trataba. Un estertor seco salió de su garganta y su cuerpo se sacudió en horribles espasmos luchando por seguir viviendo pero nada podía hacerse y así acabó el mas valeroso héroe que pisara las tierras nórdicas: Siegfried guerrero de la estrella Alpha.

Alberich sonrió perversamente y pasando la daga por su propio rostro la deslizó dejando un reguero de sangre que se confundía con sus cabellos.

-Mataste a mi hermana…y por Hel que he cobrado venganza dejando al descubierto la cicatriz que tantos años oculté en mi corazón.

Unas gotas de sangre le corrieron por la mejilla y se deslizaron por el mentón hasta el suelo, rápidamente se vistió y echando una última ojeada al cadáver salió de la cabaña. La nieve azotó su cuerpo y el viento le cortó la respiración, las ramas de los árboles se mecían violentamente y toda la naturaleza expresaba la furia por el crimen cometido. Megrez se subió el cuello de la chaqueta y avanzó contra el viento y nieve sintiendo la opresión en su cuerpo como si todos los dioses le espiaran y supieran lo acontecido.

Caminó hasta un acantilado y allí lanzó la daga que había acabado con la vida de su maestro, sus ojos verdes no mostraban signos de arrepentimiento y la sangre se había secado en su rostro no sintiendo dolor por el corte que era cubierto por los desordenados cabellos.

En estado de shock se sentó en una enorme roca que dominaba el lugar, la risa de su hermana retumbaba en sus oídos y en su tono cantarino dejaba apreciar felicidad.

-Estarás feliz hermana mía, acabo de asesinar al que destrozó tu corazón y te arrebató la vida…ya no hay señal de sus manos en mi cuerpo y su aliento no se une al mío. Su desgraciada calidez se ha ido.

Un relámpago iluminó el cielo y el trueno retumbó terrible erizándole la piel, pronto todos sabrían lo acontecido y le buscarían maldiciéndolo. Tenía que irse de Asgard, desaparecer pero antes explicaría el porqué de su accionar, era una deuda que tenía.

-Que tormenta mas terrible – susurró temerosa Flare apartando su grácil cuerpo de la ventana.

Hagen sonrió y por toda respuesta la cubrió con una manta, la joven se sorprendió y el rubor coloreó sus mejillas bajando la mirada para no encontrarse con la de su amigo de toda la vida.

La tierna escena se interrumpió por la llegada de Hilda cuyo aspecto desosegado llamó la atención de ambos, Flare rápidamente se acercó a su hermana mayor.

-¿Hilda te sucede algo?-.

La sacerdotisa de Odin la miró y sorprendiéndose de sus presencias negó con la cabeza, ni siquiera les había visto, tan concentrada estaba.

-No siento el cosmos de Siegfried…- murmuró más para sí misma.

Hagen y Flare se miraron, desde que el Capitán de los divinos la había abandonado por Alberich, Hilda ya no era la misma y pasaba las horas mas preocupada de esos dos que de Asgard y su bienestar.

-Tal vez el Capitán salió de excursión – respondió Hagen.

-No con esta tormenta. – respondió inmediatamente Hilda.

La menor de las princesas se arropó en su manta mientras el guerrero de Merak encendía su cosmos para rastrear el de su líder, ambas lo observaron atentamente fijas en su bien parecido rostro.

-No…no lo siento yo tampoco, señorita Hilda – exclamó acongojado.

Ésta iba a decir algo cuando un nuevo trueno hizo gritar a Flare, en ese momento las puertas se abrieron y Alberich apareció medio cubierto de sangre y con la mirada extraviada, al verlo Hagen sufrió un sobresalto y su cuerpo se erizó de temor.

-Megrez…- su voz se oyó por encima de la tormenta.

Alberich dirigió sus ojos a los de su compañero y ambos se enfrentaron en ese duelo de miradas que fue roto por la mayor de las princesas, la que tomando con violencia a Delta le gritó:

-¿Qué pasó?... ¡Por Odin, Habla! -.

Un segundo interminable se dejó sentir por toda la habitación permitiendo oír los latidos de los corazones y las respiraciones anhelantes.

-Siegfried está muerto.

Hilda se desplomó con un grito desgarrador, Flare se echó a llorar convulsivamente y solo Merak conservó la calma, incluso se acercó a su compañero sin socorrer a ninguna de las dos princesas.

-Dime que no lo hiciste tú…- siseó consternado.

Su compañero lo miró y por toda respuesta señaló su cicatriz. Hagen aspiró hondamente y sin mas tardanza lo empujó fuera de la estancia.

La puerta se cerró con un ruido seco y ambos se enfrentaron mientras la luz de las antorchas iluminaban sus cabellos.

-¿No pudiste esperar? – masculló.

-No, no pude… sabía que tu querías hacerlo pero me correspondía a mi y por Loki que lo imaginabas.

-Maldición tenemos que irnos cuanto antes Alberich ¿por qué viniste? ¿Qué les dirás? Hilda se recuperará y lo divulgará si no tienes un buen plan es mejor que desaparezcas.

Alberich se apoyó en la pared y Hagen acercándose le acarició con dulzura el rostro, rozando la cicatriz que se veía extraña en sus pálidas facciones.

-Tu rostro se ve distinto con esa marca pero ahora vuelves a ser mío como siempre debió haber sido pelirrojo, yo también sufrí sabiendo que estabas con él e imaginándolos a ambos retozando en la cama, día y noche aparecías a su lado y te veías feliz.- con una mueca de ira se apartó de él.

La mirada de éste taladro la suya y tomándolo por el brazo le espetó con cólera:

-No empieces con pendejadas de nuevo ¿sabes lo que es estar con alguien que no amas? Cada vez que me tocaba sentía que mis dientes se romperían al apretarlos con tanta fuerza para aguantarme y tenía que esforzarme para no salir corriendo a tus brazos…Siegfried, el puro y bueno no fue más que un hijo puta, asesino e hipócrita. Pero eso nadie va a creerlo porque mi fama es peor que la suya que siempre procuró mantener oculta.

-Pues es hora de cambiar eso – sonrió Hagen.

Su compañero y cómplice le devolvió la sonrisa y algo de su antigua resolución se reflejó en sus ojos, comprendía el aprieto en que se hallaba metido y su acción era la más rastrera desde que Caín mató a su hermano Abel.

Hagen lo tomó con delicadeza de un hombro y ambos salieron raudos por las puertas destinadas a la servidumbre, corrieron hacia los establos y se alejaron galopando del Valhalla. Mientras lo hacían Alberich recordaba la primera vez que junto a su hermana vieron a Siegfried, hijo de Segismundo y Sieglinde.

" Los árboles eran nudosos y muy viejos, casi tanto como los del bosque de hierro en la frontera de Midgard y Niflheim, el panorama era lóbrego y se decía que estaba maldito a causa de tanta muerte ocurrida allí en la última guerra de Asgard contra los gigantes de hielo, en uno de ellos se oían risas infantiles lo que hubiese bastado para erizar los cabellos hasta del mas experimentado de los caminantes, pero su temor se hubiera visto atenuado en gran parte al ver en lo alto de sus ramas a dos niños jugando a perseguir ardillas tan comunes de las estepas nórdicas, uno de ellos era blanco como la nieve que le rodeaba y sus cabellos rojos le daban la apariencia de un diablillo, a su lado una niña algo mayor se balanceaba haciendo ondear el velo de su vestido y sus cabellos negros se perdían al estar junto al tronco; su rostro era pálido y sus ojos intensamente verdes destacaban su rostro dónde solo se reflejaba inocencia, de pronto se sobresaltó y tomando a su hermano del brazo siseó:


-Mira...Alberich, viene gente.


Su hermano observó el camino y por él se acercaban dos muchachos casi de su misma edad.


- Tonta...tienen tu edad, ni siquiera son hombres aún - rió lanzándole un puñado de hojas al rostro.


Ésta masculló ofendida y comenzó a bajarse apresuradamente para ver mejor a esos muchachos que le indicaba su hermano. Ambos eran altos y uno era rubio mientras que el otro tenía los cabellos de un tono similar al calipso y por sus vestiduras se notaba que provenía de la mas alta aristocracia, ambos charlaban alegremente.


- Nuestra familia estará feliz de recibirte Siegfried, un descendiente de los volsungos es un honor para nosotros.


La niña se estremeció al verlo y aún más al oír la palabra "volsungo", era la estirpe que tenía estrecha relación con el anillo "Andvarinaut" y cuyo destino estaba ligado a él. recordó el oro maldito y la leyenda del dragón y al verlo comprendió que bien podía ser él, el matador de dragones.


Ambos la saludaron con cortesía al pasar y su corazón se aceleró al sentir fijos en ella esos ojos azul hielo.


- Ingríd,es tarde, vámonos a casa - Alberich estaba a su lado, sin prestar mayor atención a los paseantes.


Ella lo siguió como una sonámbula y ambos corrieron entre los copos de nieve."

El crepitar del fuego iluminó el rostro de Phenrill, afuera de la caverna nevaba furiosamente y jinx dormitaba mientras se asaban un par de liebres. Aliotho se estiró situando sus brazos tras la nuca y respiró hondo disfrutando del aroma de la carne asándose a fuego lento. El viento aullaba y se sintió extrañamente desolado mientras un presentimiento de fatalidad oprimía su pecho.

"¿que será esto que siento?" - se preguntó mientras la luz de su zafiro menguaba.

Jinx alzó la cabeza y olisqueando en dirección a la entrada de la caverna aulló lúgubremente.

Hagen sujetó la capucha que amenazaba con dejar al descubierto su rostro mientras pagaba al posadero, en Midgard no había tormenta sino una extraña tranquilidad y en la negrura del cielo se destacaba la luna bañada en un resplandor rojizo.

-Linda luna...- exclamó Alberich a modo de saludo tomando las llaves que el hombre regordete le tendía.

- Es la luna de los condenados, cuando alguien muere asesinado el cielo lo anuncia y así lo saben los dioses.

El hombre sonrió con ínfulas de gran conocedor y Hagen dándole la espalda le respondió:

- Esas son tonterías.

Ambos subieron las escaleras que crujían bajo su peso completamente ajenos al bullicio de las otras habitaciones, Alberich abrió la puerta y arrojando la capucha se tiró a la cama cerrando los ojos con fuerza. su compañero encendió el fuego y acercándose se sentó en el borde contemplándolo con algo de turbia curiosidad.

-¿Cómo lo mataste?.

Oyó la voz venida desde muy lejos y abriendo los ojos miró el techo, en un rincón colgaban unas finas telarañas y la madera estaba vieja y enmohecida. recordó la sensación de poder que se expandió por su cuerpo al sostener el cuchillo en sus manos y como, juntando todo el odio y rencor acumulado durante años lo hundió en la piel.

-Lo apuñalé, dos...tres veces, ya no recuerdo - respondió lentamente - la sangre me salpicó, estaba caliente y su olor...jamás lo olvidaré, se estremeció con movimientos exangües con un estertor demoníaco y murió - Alberich rió - Ni siquiera se dio cuenta que fui yo quién lo maté.

Hagen lo miró impresionado por su sangre fría, de improviso su compañero se incorporó y llevándose la mano a la boca corrió hacia el lavabo y vomitó, vomitó hasta casi sentir que el alma se saldría por su garganta y abriendo el grifo de la ducha se metió bajo ella mientras los temblores lo asaltaban.

-Alberich...-.

Éste miró, el cabello completamente empapado y la sangre corriéndole por la garganta manchándole la ropa, no sentía el frío del agua, ni el dolor de su propia cicatriz. Hagen señaló la sangre que se acumulaba en el fondo y dos palabras brotaron de sus labios.

-Eres inmortal.