—¿Qué tal me queda?
—Vamos, Dro, devuélvemelo, sabes que no tengo tiempo...
—Está bien, ahora te lo devuelvo. Pero, ¿qué tal me queda?
—Estupendo, como todo, mi amor.
Con un beso en su frente, Gauche cogió su sombrero de la cabeza de Droite mientras ésta hacía un mohín con los labios. Se sentó para abrocharse los zapatos mientras su novia se arreglaba el pelo, que se le había desbaratado después de jugar con el sombrero. Sus rizos brillaban por el sol matutino y, entre ese pelo y su sonrisa, deslumbraba a quien la mirase. Eso era una de las cosas que más le gustaban.
Mientras él se la bebía con los ojos, Droite, a sabiendas de que estaba siendo observada, aprovechó para ralentizar su metódico modo de peinsarse con el fin de que Gauche se quedase más tiempo en casa. Primero un mechón, luego otro, seguido del tercero, y así eternamente. Tardó unos quince minutos en hacerse las dos trenzas que tanto le gustaban a su amado. Quince minutos que él usó para terminar de arreglarse para salir, dividiendo su tiempo entre mirarla y desayunar.
—Tengo que irme ya, Dro.
—Prométeme que no tardarás mucho, Gau.
—Sabes que siempre estamos juntos, uno al lado del otro.
—¡No es lo mismo! No me digas que para ti es lo mismo. A mí me gusta tenerte cerca, sentirnos piel con piel.
—Cuando volvamos a casa ya sabes que así será hasta que toque volver a salir. Estoy contigo todo el tiempo que puedo, pero no siempre puede ser así —suspiró Gauche, con cara de hastío—. No olvides que, aunque a veces no estemos juntos, somos inseparables.
—Lo sé, mi amor. Gracias. Ten un buen día.
—Tú también, cariño. Adiós, Droite.
