Algo sonaba en la cabeza de Richard Castle. Era una música lejana y distorsionada, como cuando se oye la tele alta del vecino a través de las paredes.

Había una parte de él que prestaba atención a la melodía y mantenía su mente relajada. Pero había otra que estaba luchando en su interior, queriendo salir, pero no era capaz de vencer a la parte que lo mantenía en un ensueño. Indudablemente estaba drogado.

Imágenes distorsionadas se formaban en su mente, veía pirámides egipcias enormes que flotaban en un cielo rosa con nubes de algodón. Veía a moteros armados con palos que se acercaban a él surcando el firmamento como Papá Noel. Él en cambio estaba en el suelo, intentaba moverse, pero sus pies estaban atrapados por unas arenas movedizas.

Los moteros estaban ya muy cerca, veía sus bates y cadenas izados en el aire. Luchaba por caminar, luchaba por huir, no lograba moverse ni un milímetro. Buscó a su alrededor, se agachó, intentó sacar arena con la manos, pero entonces también sus manos acabaron atrapadas, porque se hizo dura como el cemento.

Ya estaban encima suyo, ya oía el estruendo de las motos. No, mentira, lo que oía era esa maldita música pero más fuerte. Cerró los ojos y giró la cabeza.

Un golpe de agua fría en la cara le sorprendió en sus delirios. No fue del todo desagradable, pues se dio cuenta que tenía los labios secos, sacó la lengua y lamió unas pocas gotas. Seguía sin poder moverse de pies y manos, pero algo había cambiado... Sí, le dolía la espalda, le dolía la rodilla mala -la que se machacó haciendo snowboard-, la cabeza le zumbaba... pero seguía oyendo la música, esa odiosa canción.

Otro golpe de agua interrumpió sus pensamientos. Este le sentó peor, pues el líquido le entró por la nariz y empezó a toser. Y entonces se dio cuenta de que estaba empezando a recobrar la consciencia, abandonando el mundo de sus pesadillas, para entrar en otro.

- ¡Despierta ya!¡Me tienes aburrido!

La voz emergió de algún lugar indefinido. Abrió los ojos. Intentó enfocar, pero todo eran luces y sombras sin sentido, además tosía y tosía intentando recuperar la respiración. Estaba en posición fetal, muy incómodo, en un sitio pequeño y estrecho, intentaba estirarse y mover los brazos pero debía de estar atado, porque no conseguía mas que hacerse daño en muñecas y tobillos.

El agua volvió a caer, él se movió para que no le diese en la cara y entonces cayó en la cuenta de que estaba en una bañera y que el agua fría provenía de una ducha en lo alto. Castle, entre tos y tos, emitió un ruido desde lo más profundo de su garganta, algo así como un gruñido de rabia mezclado con un alarido de dolor que, gracias a Dios, por lo menos sirvió para que dejaran de ducharle.

Parpadeó varias veces, seguía sin ver mucho, pero pudo distinguir que estaba en una habitación a oscuras aunque intuía que una bombilla debía de estar encendida en alguna esquina, pues veía fantasmagóricas sombras proyectarse sobre los azulejos de la pared.

Respiró agitadamente varias veces para intentar oxigenarse e intentó estirarse dentro del cubículo, pero era muy angosto, Algo se movía con él. Sería el agua que se había ido acumulado en la bañera. Instintivamente curvó la espalda para incorporarse un poco y dejó libre el desagüe, que tragó líquido drenando la poza lentamente.

-Buen chico... Hubiese estado muy feo que te ahogaras después de las molestias que me he tomado para traerte hasta aquí.

Oyó la voz mezclada con esa música que rondaba por su cabeza que aún sin llegar a reconocerla sabía que era una canción que le ponía de los nervios.

-¿Quién...?¿Quién es...? - preguntó Castle confuso al vacío.

La sombra de la pared se movió haciéndose más grande y entonces la luz se fue acercando. Le enfocaron con una linterna a la cara y el escritor intentó evitar la luz directa, que le quemaba las pupilas.

-¿Quién eres? ¿Dónde estoy? - volvió a preguntar, esta vez enfadado, moviendo dolorosamente sus piernas para acompañar la pregunta con un zapatazo en la bañera.

- Oh, bueno, no hace falta perder los modales señor Castle. Un poco de paciencia.

Dicho esto, el hombre desapareció de su vista llevándose la dichosa luz cegadora. La música retumbó por sus oídos durante unos segundos de silencio, oscuridad e incertidumbre, durante los que rondó por su cabeza el hecho de que le hubieran llamado por su apellido. Se hizo la luz. Unas barras fluorescentes colgadas precariamente del techo iluminaron la instancia. La fría y azulada iluminación inundó el campo visual del escritor, algunos tubos parpadeaban, para desesperación de su sensible cerebro.

- ¿Mejor? - le preguntó la voz desde la lejanía.

El sitio parecía grande porque el techo se extendía hasta donde se perdía su vista, aunque claro, él no veía mucho más allá de la bañera. Le extrañó comprobar que la cuba era de un acero inoxidable rayado por el uso, y un un poco más grande que una convencional. La silueta de un hombre, recortado a contraluz le contempló desde el borde. Quizás se había acercado o quizás había estado ahí todo este rato. No sabría decirlo.

- ¿No has reconocido mi voz? Es una pena... quizás te inyecté demasiada dosis...

La silueta movió una mano y la puso delante de su cara como para comprobar sus reflejos. Él sólo consiguió ver una cortinilla de dedos moviéndose de un lado a otro. El movimiento de las manos cesó y entonces vio manchas de sangre en las paredes de la bañera. Se preguntó si sería suya.

- Bueno, vamos a darte unos minutos más para que te espabiles, de acuerdo, Rick?

Volvió a sentir el agua helada cayéndole encima. Estaba semiinconsciente, dolorido, indefenso... Volvió la cabeza todo lo que pudo y consiguió ponerse casi boca abajo. Ahora el agua le caía en la nuca. Notó un cosquilleo en el cuello, hizo un movimiento y cayó una cucaracha delante de sus narices, que el agua arrastró hasta hacerla desaparecer, pataleando, por el sumidero. Pensó que, comparado con él, era un bicho afortunado.