Disclaimer: Ni los personajes, ni la serie Yu-Gi-Oh me pertecen y no tengo derecho alguno.

No hay intención de lucro alguno con la publicación de este escrito.

Advertencias: Yaoi, es decir relaciones entre hombres, temática homosexual. Así que el tema no te agrada o te ofende, por favor no sigas.

Spoilers de toda la serie.

Prólogo.

Año 2.043 a.C., a 50 millas de la ciudad sagrada de Waset.

Recordaba los hechos que le habían llevado a esta situación desesperante. No podía dudar ahora, no podía mostrar debilidad, debía ser fuerte, aunque se siguiera sintiendo débil, aunque fuera una princesa de sangre real. Sabía que contaba con el apoyo del pueblo, de los sacerdotes, de la nobleza, del faraón, mejor dicho del difunto faraón. Pero aún así, tenía sus dudas de que lo que se estaba llevando a cabo fuera suficiente para detener el mal que se había levantado sobre todo Egipto.

Observa como los trabajos para hacer desaparecer la entrada a la cueva, son eficaces y más rápidos de lo que se tenía previsto. Los obreros trabajaban a destajo como nunca lo habían hecho, no por la gloria de Egipto sino por su vida y por la de los suyos, acompañados por los cánticos sagrados de los sacerdotes y la luz que despiden los objeto milenarios, al menos de seis de ellos. Todo ello, para evitar que la plaga que se ha levantado en Egipto continúe prisionera en el interior del pequeño santuario, construido en el interior de la cueva. Encerrado en el sarcófago de oro, cubierto con los hechizos de protección más poderosos jamás conocidos, para evitar que el ser que esta en su interior salga. Sí, porque lo que hay en su interior ya no es una persona, simplemente un ser hambriento de venganza, lleno de rencor y odio.

Todo debía hacerse con la mayor diligencia. Porque si algo salía mal, si había un error por mínimo que fuera, todo sería en vano, y eso es algo que no se puede consentir. No después del sacrificio de tantas vidas, sobretodo la vida de su amado faraón y de sus amigos.

- Alteza – el hombre se arrodillo ante ella. – El ladrón está aquí.

Ella se volvió hacía atrás, viendo al causante de sus desgracias, aquél que maldice por milenios, ójala pudiera matarle, pero le necesitaban vivo, se necesitaban mutuamente para evitar más dolor, más muerte y la posibilidad de continuar viviendo.

- Bakura, el ladrón de tumbas, sirviente de Zorc Necrophidius – dijo ella cada palabra con odio y desprecio.

- Tetisheri, la bailarina favorita del Faraón -le respondió con el mismo desprecio.

- Más respeto ante la reina, ¡maldito ladrón! - le gritó el soldado y a punto estuvo de prenderle, pero un gritó desgarrador proveniente del interior le paralizó.

Y no fue el único que quedó inmovilizado sino todos los que estaban allí, unos a otros se miraron, pudiendo ver como sus caras se transformaban al pánico. Algunos incluso salieron gritando, suplicando por su vida a los dioses.

- ¡No os detengáis! ¡Continuad con vuestro trabajo! ¡Por Ra, no os paréis! – gritó ella a los presentes, mostrando una seguridad que no tenía. Para luego volverse al albino. – Supongo que has traído la sortija milenaria y el manuscrito del cántico.

- Sí, esta todo en mi cabeza. Pero tienen un precio – dijo con una sonrisa. – Me quedaré con los objetos sagrados.

- ¿Cómo te atreves si quiera a pensarlo? ¡Es que no te importa nada, ni nadie! – dijo ella prácticamente fuera de sí. - ¡Eres un loco si piensas que te los entregaré!

- Como bien has dicho, no me importa nada ni nadie de este mundo. Todos están muertos, mejor dicho, asesinados por los faraones de esta tierra. ¡No lo olvides bailarina, los únicos culpables son los faraones! – exclamó furioso. – Si no me das lo que quiero me iré y no habrá nada que hacer.

El ladrón de tumbas empezó a andar por donde había venido, sin que nadie se atreviera a detenerle, le temían lo suficiente para evitar que se fuera.

- Serán tuyos – dijo ella, apenas un murmullo pero lo suficientemente audible para Bakura.

- Perfecto, ¿a qué estamos esperando entonces? No creo que tarde mucho en librarse de ese sarcófago y aún tiene poder suficiente para convocarlas y desatar su furia contra mi y tu pueblo - dijo él dirigiéndose hacia la entrada de la cueva apartando a quien se interpusiera en su camino. – Sólo espero que esto no se vuelva contra mí.

- Bakura deja la sortija milenaria con los otros objetos milenarios – le pidió ella siguiendo los pasos del albino, quien con un movimiento rápido se quita la sortija colgada de su cuello, depositándola con los restantes objetos milenarios. – espero que no hagas ninguna de las tuyas.

- Tranquila bailarina, estamos del mismo lado, por lo menos hoy – dijo deteniéndose delante de la entrada cada vez más pequeña de la cueva y comenzó un cántico en una lengua ya olvidada, al tiempo que el cielo se volvía más oscuro, haciendo que el día se volviera noche.

En esta ocasión el grito proveniente del interior, fue acompañado por un temblor de la tierra, haciendo que parte de las rocas que obstaculizaban la entrada se derrumbaran encima de los trabajadores, sepultando y matando algunos. Pero Bakura continúo su cántico sin importar lo que sucedía en su interior, los objeto milenarios se elevaron del suelo, comenzando a dar vueltas alrededor del albino, ya no simplemente brillaban sino también emitían destellos dorados.

- Ra, Horus, Sejmet, Anubis, Isis, Bastet, Apis, Osiris, Seth, Maat, Path, Hathor, Nut y todos los demás dioses escuchar mi súplica, ayudarnos a vencer a este ser. Prestarnos vuestra fuerza – decía ella arrodillada, suplicando.

- Los dioses no te escucharan, no se atreverán a hacerlo Tetisheri. No escucharon mi súplica – la voz sobrenatural provenía del interior, la reconocían todos. – Bakura, tú también nos traicionas, tú deseabas más que nadie que el faraón pagara por sus crímenes. Tu venganza, yo te la he proporcionado y ahora nos traicionas.

La joven miraba al ladrón de tumbas desesperada, había parado su cántico y observaba atentamente la entrada. Si Bakura no cumplía con su función, todo estará perdido. Atemu y Seth se habrían sacrificado por nada, uno encerrado en el puzzle milenario para la eternidad y él otro muerto.

- Los objetos milenarios son un buen precio – dijo riendo para luego murmurar unas palabras que solo fueron escuchadas por la reina. - Una promesa es una promesa, sobretodo a la persona que se ama, aunque él esté muerto – con una sonrisa sincera en su rostro y luego continuó el cántico con más fuerza.

- ¡Maldito seas! Cuando salga de aquí acabaré contigo, te encontraré y cuando lo haga te arrepentirás por tu traición Bakura . En cuanto a ti, bailarina mediocre, tu destino no será mejor que el de los demás.

Entonces el viento apenas perceptible antes, comenzó a ser más fuerte, dirigiéndose hacia la entrada de la cueva.

Todo el mundo estaba allí, ante la entrada, cualquier persona que pudiera empujar las rocas que la bloqueasen, no tenían tiempo que perder, podía liberarse de donde se encontraba. Mientras que Tetisheri rezaba y rogaba a los dioses.

De pronto el silencio y la sensación de que el tiempo se ha detenido. Ella miró hacia delante y vio como únicamente quedaba una pequeña obertura por cerrar la entrada. Bakura se dirigía hacia esa pequeña obertura con una esfera de luz en sus manos, como consecuencia de la combinación de los poderes del cántico y los objetos milenarios, dispuesto a sellar al ser que ha asolado Egipto, de una forma inolvidable.

- Esto se acaba aquí – dijo Bakura haciendo que la luz se acoplara la obertura. En el momento que lo hizo toda la pared de rocas comenzó a brillar.

- Sólo me detienes, ladrón. Nos volveremos a ver – dijo aquélla voz.

Se escuchó un zumbido, proveniente a sus espaldas. La joven reina volteo horrorizada, tenía una corazonada de que era lo que se dirigía hacia ellos. Pero eso era imposible.

- No puede ser hemos sellado el poder de todas las cartas. ¡Es imposible! – gritó uno de los sacerdotes presentes.

- Pues, se ve que se os olvidó uno – dijo Bakura colocándose delante del proyectil con los objetos milenarios, haciendo que aquello parara en seco a escaso centímetros de él. Al ver la forma rectangular sus ojos se abrieron desmesuradamente, su labio inferior tembló. – No, esa carta no.

- Ven a mí, mi pequeña – dijo la voz desde el otro lado de lado de la pared de luz, la carta atravesó la pared sin que nada ni nadie pudiera hacer nada, luego la luz desapareció para dejar ver una pared lisa de roca con unas extrañas inscripciones en su superficie superior .

- ¿Qué carta era? – preguntó Tetisheri desesperada.

- La inmortalidad – susurró él.