Mis buenos amigos;
Una vez más, me permito molestarlos con un fanfict fuera de lo común. Aviso a todos que es un Draco/Ginny, post-Hogwarts escrito en primera y tercera persona. Nada convencional, pero innovador al fin y al cabo. Espero que sea del agrado de todos, y que dejen muchos reviews.
Disfruten:
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La rosa y la serpiente
Capítulo I
Un gélido rencuentro
Sabíamos que a los cazadores de focas, en general, no les gustaba mucho que los extraños se inmiscuyan en sus actividades, y ya habíamos fracasado en nuestro intento de ser admitidos por un capitán canadiense a bordo de su pesquero. Pero al fin tuvimos suerte y pudimos conseguir, a través de gestiones realizadas en La Haya, que se nos permitiera embarcarnos en el Norvarg, con base en el puerto noruego de Tromso.
Capitaneaba la nave un viejo lobo de mar llamado Jakobsen, quien nos reservó, por un precio de 500 dólares, el camarote usualmente destinado a los enfermos. Las cosas, sin embargo, no nos resultaron tan sencillas como habíamos pensado. Cuando llegamos a Noruega, el barco ya había zarpado, de modo que nos vimos obligados a viajar hasta Canadá y luego, desde Terranova, pudimos alcanzar al Norvarg en un helicóptero.
En una fría mañana de marzo, con una temperatura de 22 grados bajo cero, partimos de St. Anthony, pequeño poblado en el extremo nordeste de Terranova. El día, por fortuna, estaba despejado, de modo que volamos hasta el barco sin mayores contratiempos. Al fin, pues, podríamos ser testigos de la caza de focas en la región.
Dentro del Norvarg, el aire estaba penetrado por un rancio hedor a pescado, sangre y grasa, bastante difícil de soportar para nosotros que no estábamos acostumbrados. Todo estaba embadurnado de sangre, pero lo que más nos impresionaba era contemplar, a través de las portillas del camarote, a las focas madres que alimentaban a sus pequeños. Era un espectáculo triste y conmovedor.
--No lo soporto, Gin. Es horrible. No se cómo permití que me arrastraras hasta aquí. ¡La mitad de la nada! Sin celulares, televisión, radios, agua caliente, jabón, ¡nada! ¡Rodeados por una manada de brutos malolientes! ¿Me estás escuchando, Ginny? ¡Ginny!—
Iban ya dos días de soportar los insufribles berrinches del fotógrafo que me acompañaba en aquella travesía, Colin Creevey. Yo, a estas alturas, había desarrollado un infalible sistema para ignorar la constante y molesta perorata del hombre: pensar en las vacaciones que tomaría de regreso a Londres; y es que el viaje por las islas griegas, planeado hace un par de temporadas ya, era el único pensamiento que me ayudaba a mantener la cordura en un lugar tan inhóspito y desolado. Pobre de mí… Y es que no importaba a donde mirase, cada vez que sacaba la cabeza por la portilla del camarote, lo único que veía a mi alrededor eran extensiones interminables e infinitas de hielo y nieve.
Tuvimos que madrugar el día siguiente, y abandonamos así el barco con las cámaras, dispuestos a tomar fotografías. Antes de llegar al hielo, atravesamos un muelle muy resbaladizo, por doquier manchado de sangre. Los hombres que trabajaban en este muelle se levantaban a las cuatro de la mañana, para ocuparse de empacar las pieles obtenidas por los cazadores el día anterior y, a pesar de que ya estaban acostumbrados, casi todos se quejaban del intenso frío. Un frío que calaba despiadadamente en mis pobres huesos y los del quejica de Colin.
Soplaba una suave brisa helada, que levantaba el polvo de nieve del suelo, haciéndolo bailar cándido en el aire. Colin había avanzado bastante ya, comenzando así a tomar fotografías de las focas y su hábitat. Yo, por otro lado, repasaba mentalmente como había llegado allí; "un reportaje sencillo", me había dicho Percy, mi "querido" jefe en la Revista Magical Geographic. ¿Sencillo?, ¡cómo no! Pero al final, trabajo era trabajo, y no quedaban reporteros que cubrieran esta historia para el número del siguiente mes. Debo admitir que me encanta viajar, conocer, experimentar... Recorrer el mundo el mundo se volvió una maravillosa y palpable realidad, cuando entré a trabajar en la revista como reportera gracias a la ayuda de mi hermano Percy. Lo único que me fastidiaba en realidad de este viaje, más que el frío asfixiante de la zona, más que falta de lechuzas en medio del Atlántico Norte, era la compañía. Y es que había una sola palabra para describir a Colin Creevey, el fotógrafo que lastimosamente me acompañaba en esta gélida travesía: quejica.
En lo que concernía a mí, traté de no alejarme mucho del campamento montado por los cazadores. Me aseguré de registrar detalladamente el proceso terrible que era la caza de estos animales. De cuando en cuando, me descubría riéndome sola, acordándome de alguna broma de los gemelos, o algún chiste feminista que solía contar Susana, una compañera de trabajo y por los que ella era famosa en la oficina; tratando de esta manera de permanecer inmutable ante el espectáculo que se vivía en los alrededores. Los cazadores, enfrascados en su faena como estaban, me veían como el más raro de los bichos. Estoy segura que nunca se han topado con una mujer tan sexy…en fin. Me resultaba extraño pensar que ninguno de aquellos hombres me encontrara mínimamente atractiva, y comenzaba a poner en tela de duda la orientación sexual de los corpulentos y mugrientos cazadores. Un concierto de Village People en medio de la nieve, pensé divertida, mientras disparaba con mi cámara.
El sol apenas había brillado aquel día. Oculto entre las eternas nubes nórdicas, permaneció escondido, como si no quisiera ser testigo de la caza que se suscitaba sobre el helado suelo de nieve. Una vez concluida la jornada, todos nos dirigimos al barco para cenar. Algunos de los hombres estaban tan casados, que se quedaron dormidos durante la cena. Poco después, todos nos retiramos a nuestras literas.
HL
La fría mañana recibió al sol chispeando tenuemente. Los jadeos y ladridos de seis perros, de brillante y espeso pelaje gris, inundaban la nevada inmensidad. Con fuerza y coraje tiraban de un trineo pequeño hecho de madera; el hombre que comandaba a los canes agitaba en su mano, no un látigo de cuero que era la usanza local, sino que blandía en el aire una varita de caoba, como si dirigiese a la más experimentada de las orquestas. El gélido aire golpeaba su rostro a medida que avanzaban en la tundra; el hombre reía, emocionado, alborozado, libre…Había descubierto el mundo, sus máximos placeres y deleites, no en un marco epicúreo, más bien disfrutando de un éxtasis hedónico y vacío. Pero estaba harto, cansado de la frivolidad e hipocresía de la alta sociedad inglesa; hastiado de naufragar en un mundo de máscaras de hierros, gozando de insidiosa lujuria, viviendo mentiras verdaderas.
Ahí, en medio del eterno hielo, la existencia era tan simple y pura, que ya le era muy difícil concebir siquiera la idea de vivir alejado de aquel blanco y majestuoso paraje. Al fin, después de una crianza que lo marcara tortuosamente, una juventud abocada a la envidia y el odio, y una adultez cuyo vértice fue el placer y la satisfacción de sus más oscuros deseos; al fin, tras una vida de excesos y frustraciones, encontró en aquel lugar la reflexión y la paz. Su rostro estaba cubierto por una espesa barba, cuyo color se confundía con el polvo blancuzco que levantaban los perros en carrera, haciendo que luciera mayor de lo que era en realidad; su semblante se había tornado adusto y grave, reflejando una imagen de consumada seriedad.
HL
Ese día en particular, me levanté con el ímpetu y los ánimos renovados; por su lado, Colin, tenía una ojeras horribles en el rostro, como si hubiese dormido sobre una cama de clavos…todos oxidados.
--¿Cómo amaneciste?—le pregunté con una sonrisa. Él se limitó a lanzarme una mirada que se debatía entre el sueño y el odio. – ¿Eso quiere decir que bien?—reí ante su habitual berrinche matutino.
--Estoy así— Colin hizo un gesto con sus dedos, separándolos por pocos centímetros—Estoy así de hacer que te crezcan tentáculos gangrenados sobre tu cabeza de zanahoria, Weasley—su tono era de ultratumba.
Los cazadores habían comenzado muy temprano su faena. Aunque el viento gélido iba arreciando, eso no me iba impedir hacer mi trabajo; así que, como no lo había hecho hasta ese día, me permití alejarme un poco del campamento, y de paso, de la incesante perorata de Colin también. Caminaba despacio a través de la tundra; a unos trescientos metros delante de mí, había un gran número de focas reunidas. A la lejanía, parecían estar jugando unas con otras, envueltas todas en un cierto halo de candidez animal. Me acerqué con cautela, pero mi corazón latía agitado; debo admitir que a mis veinticinco años, no había visto un espectáculo tan enternecedor: las pequeñas focas junto a sus madres, correteando sobre la nieve espesa me recordaban a un peluche de Pochaco que me regaló Bill, luego de su primer viaje a Egipto.
De pronto, olvidando la querida imagen de Pochaco y mi niñez, a mi mente llegó una imagen terrible y apabullante, que hizo temblar mis rodillas, haciendo que un siniestro escalofrío recorra mi cuerpo. ¡Por Merlín, había olvidado pagar las tarjetas de crédito antes de viajar! No es que tuviera problemas de solvencia, ni mucho menos, pero por alguna razón extraña, siempre me olvidaba de dejar el cheque en el correo; y eso, sólo tenía un inconveniente (sin contar los intereses por mora), y era un inconveniente altísimo, de ojos hendidos y barbón: Johann, mi agente de crédito y sus llamadas melosas a recordarme que me acerque a hacer el pago, y de paso, que le acepte una invitación a ver una estúpida cinta Muggle de ciencia ficción. ¿Flash Gordon? ¡No lo creo!
Entonces, un extraño gruñido, hosco, hizo que diera asustada un saltito donde me encontraba. Sentí un incesante y nuevo escalofrío recorrer mi espalda; me volví rápidamente sobre mis pies, y lo que vi en ese momento sólo consiguió intensificar la horrible y punzante sensación de la que era presa. Frente a mí: una manada de lobos salvajes, siniestros y al acecho. Mis piernas no se movían, no respondían a mis pensamientos, no era señora de mi cuerpo, mis ojos estaban firmemente fijados sobre los largos y brillantes colmillos más próximos a mí.
En forma infructífera, traté de proferir un grito de horror, pero el sonido se ahogó en mi garganta. El aspecto de los animales era espeluznante y sobrecogedor, advertía en los hundidos ojos negros de ellos un indómito deseo que buscaba ser satisfecho, el pelaje en sus hocicos se notaba claramente erizado, casi expectante, mientras un fino hilillo de saliva se escurría de estos. Llevé mi mano al bolsillo del abrigo, sólo para descubrir que no tenía mi varita conmigo. ¡¡Mierda!!, maldije una y mil veces mi falta de precaución, maldije una y mil veces mi suerte.
Noté las patas traseras del animal tensándose, como preparándose a saltar; mi corazón se encogió de terror al imaginar que mi vida terminaba ahí, en medio del eterno nevado, en medio de la nada… ¿Qué había hecho yo de mi vida? ¿Qué había conseguido? De forma vertiginosa y fulminante, los recuerdos de una vida pasaron como flashes frente a mis ojos: La Madriguera y las fiestas familiares, el jovencito de brillantes ojos verdes y el amor que nunca fue, Hogwarts y sus eternos pasillos, la cruenta lucha contra el Señor Oscuro, una larga lista de amores medio amados y empresas jamás concluidas. Marruecos, Las Bermudas y Japón, todos viajes de autodescubrimiento más que de trabajo, que no condujeron a nada, nunca,…Los inexpresivos ojos de la bestia parecían aguardar una respuesta a la silente pregunta que formulaba mi cuerpo en tensión. ¿Moriría ahí?
El fiero animal pareció salir de un oscuro trance, se abalanzó sobre mí; mientras el resto de la manada esperaba anhelante a que yo cayera al suelo, sin vida. Cerré con violencia mis ojos, al advertir como las fauces temibles del lobo se cernían contundentemente sobre mí, resignada a un final prematuro, el preludio de mi muerte. Un mareo, un desliz, y luego, sólo sombras…
HL
La mujer pelirroja yacía inconsciente sobre el suelo. El primer destello de luz había impactado de lleno en el lobo, mientras éste en pleno salto buscaba encajar sus letales colmillos en el cuerpo de la joven. El resto de la manada embraveció al ver a su camarada caer y retorcerse de dolor, aullaban todos, salvajemente, preparándose a atacar. Una y otra vez, sendos destellos de luz provenientes de la punta de una varita, impactaron en los cuerpos maltrechos de los animales, arrancando de éstos gemidos de dolor, a la vez que se encogían lastimados sobre la nieve; el remanente de la manada escapó a prisa de la presencia del sujeto y la mujer, gruñendo y aullando por lo bajo, perdiéndose así pronto de su vista.
El hombre corrió hacia la pelirroja, esperando que no sea demasiado tarde; se arrodilló a su lado y la movió de la posición en que se encontraba. Retiró con su mano el brillante y rojizo cabello de su frente, consiguiendo así observar su rostro; lo primero que Draco Malfoy notó fue el tenue vaho que exhalaba la mujer, y la falta de color en sus mejillas. Alegrándose de que estuviese viva, la tomó entre sus brazos, la levantó del helado suelo, y tras un sordo sonido que se perdió en la inmensidad del nevado, ambos desaparecieron de ahí.
HL
Un terrible dolor de cabeza me despertó. ¿Así se siente estar muerta? Intenté incorporarme pero el constante martilleo en mis oídos me lo impidió; Quédate quieta, me dije a mi misma, tratando en vano de mitigar aquella sensación que me acosaba. Reposaba sobre un acogedor colchón, y mi cabeza lo hacía sobre una mullida almohada; al mover mis manos sentí la calidez de una manta cubriendo mi cuerpo. Estoy acostada en una cama que no es la mía, pensé ligeramente asustada. Lenta, y con cautela abrí los ojos. Fue como mirar a través de una lente desenfocada. Vi formas y colores, pero todo estaba difuminado, parpadeé varias veces, esperando que las imágenes ganaran nitidez. Contemplé por un instante las vigas del techo. Las paredes eran simples troncos. ¿Una cabaña? ¿Cómo había llegado allí?
Traté nuevamente de incorporarme, pero el dolor de cabeza arreció contra mí de pronto.
--No deberías levantarte aún, Weasley, lo que sucedió allá afuera no fue cosa de broma—
La voz del hombre era grave y profunda. La había oído antes en alguna parte, de eso estaba segura, pero la cabeza me dolía demasiado para pensar en ello. Las sombras en la habitación escasamente iluminada me impedían ver su rostro. Una cama extraña. Un lugar extraño. Un hombre extraño, pensé.Abrí nuevamente los ojos, y advertí que el sujeto me miraba fijamente a lo ojos, como tratando de develar los misterios de mi alma.
--Cuando estés lista, te llevaré a tu campamento—dijo el hombre con tono serio. Mi corazón se aceleró cuando se levantó y se perdió camino a una habitación. Al poco rato llegó con mi ropa en sus manos… ¿mi ropa? Descubrí entonces que sólo vestía una camisa de algodón negra, demasiado grande para mí, y ropa interior térmica de hombre. Me ruboricé con violencia, e instintivamente cogí la manta para asegurarme de que estuviese bien cubierta. El hombre comenzó a reírse mientras jugaba con la varita en sus manos. Se reía… ¿de mí?
--No te preocupes, mujer, digamos que tuve ayuda "mágica" para cambiarte y así estuvieses más cómoda—el sujeto se acercó a mí, y yo no pude más que encogerme donde estaba; dejó sobre la cama mi ropa y me sonrío, o más bien, se burló. La tenue luz que emanaban un par de velas sobre la cómoda a los pies de la cama, me permitieron apreciar el rostro de mi salvador un poco mejor: era atractivo, de una belleza adusta y oscura; su cabello platinado, su incipiente barba, y esos ojos grises, de un gris tan profundo e inmutable, que parecían surreales.
--Gracias—solté en un susurro.-- ¿Te importaría irte mientras me cambio?—
--Sí, me importaría— replicó él sereno. Me pareció notar como una siniestra sonrisa se dibujaba en el rostro del hombre.
— ¿Perdón?— tragué en seco, al escuchar su respuesta… ¿Acaso había dicho que…o yo escuché mal? — Inspiré profundamente, calmando así mis nervios que comenzaban a agitarse.
--A decir verdad, Weasley, tú— hizo una ligera pausa, recorriendo con matiz sinuoso mi silueta—fuiste una de las pocas que no tuvo el privilegio de pasar por las sábanas de seda en mi alcoba—
Abrí desmesuradamente los ojos, y me obligué a mantener la calma, mientras él acercaba una silla a la cama, y tomaba asiento junto a mí. Y así, como si hubiese sido golpeada con fuerza por una bludger desbocada, al mirar en forma más profunda en sus infinitos grises, descubrí al fin con quien estaba tratando.
--¿Malfoy?... ¿Draco Malfoy?—
El susurro de mi voz se perdió en medio del crepitar incesante de las llamas en la chimenea. Se movió lentamente donde estaba, y acercó su rostro al mío, sin apartar ni un instante su mirada de la mía. Podía advertir su aliento, acompasándose con el mío propio; no recordaba cuándo fue a última vez que un hombre me intimidó como lo hacía él. Tomé aire, con disimulo, y le dirigí la más fulminante de las miradas, esperando amedrentarlo…un poco al menos. Me percaté tarde de que mi actitud tuvo un efecto más que contrario al que deseaba. Él llevó su mano a mi rostro, y con su solo dedo índice acarició mi nariz, hasta la punta, en un movimiento sutil, en un movimiento sinuoso.
--¿Asustada?—
La sola pregunta hizo que mi espina sea recorrida por una sensación de vértigo y ansiedad. Necesitaba salir de ahí, me dije a misma. Me permití entonces observar a sus ojos grises, que en ese momento reflejaban la tenue luz de las velas; eran ojos poderosos, cautivantes…
Nuevamente arremetió contra mí. Esta vez, llevó su mano, muy despacio a la fina línea que separa mi mandíbula del cuello, sólo para comenzar a deslizar sus dedos sinuosos hasta el nacimiento de mis pechos, en un movimiento que se acompasaba con nuestras respiraciones. Sus largos dedos se cernían sobre mí, tan lentamente, con tanta carencia, que no pude más que dejar escapar un corto gemido de mis labios, mientras mi respiración se entrecortaba. Era ahora o nunca.
En un ágil movimiento, considerando que aún el dolor de cabeza estaba matándome, le arrebaté su varita de las manos. Recuerdo que la sostuve con demasiada fuerza, tanta, que mis nudillos comenzaban a tornarse blancos debido a la presión. La apunté hacia él, tratando de no hacer notorio el ligero temblor de mis manos, y le dirigí la más acerada de mis miradas.
--Bueno, mejor dejo que te termines de vestir. El campamento no está muy cerca que digamos, y no quiero verme obligado a enfrentar a una manada de lobos nuevamente. Por lo menos, no sin mi varita.
Se levantó del asiento junto a la cama, y me dedicó entonces una mirada que jamás olvidaré: una mirada que evocaba al mismo tiempo, una arrogante sensualidad y una circunspecta madurez. ¿Cómo era posible que una persona pareciese tan siniestra y correcta a la vez?, me pregunté. Una pregunta que me asaltaría a partir de ese momento, en reiteradas ocasiones, cada vez que volvía a pensar en él.
Una lacónica sonrisa suya me arrancó de mis cavilaciones.
--¿Y bien?—preguntó él serio, mientras acariciaba nuevamente con sus grises ojos el nacimiento de mis pechos.
--Sal del cuarto mientras me cambio, por favor—pedí con un tono que aún para mí era extraño; un tono de suficiencia, con cierto dejo de deseo. ¿Quería acaso que él se quedase ahí, mientras yo me cambiaba…?
El se encogió de hombros, como restándole importancia a mi petición. Por un instante dudé que fuese a salir de la habitación, pero él pareció sopesar la situación una vez más mientras yo mantenía la varita en ristre. Se encogió de hombros y abandonó el cuarto. Sólo el triste crepitar de la madera siendo consumida voraz por el fuego me acompañaba; aún no sabía a ciencia cierta que había pasado, por qué había permitido que él me tocase así…como lo hizo. Preferí de momento obviar aquellos pensamientos, salté de la cama y me vestí rápidamente. Inspiré un par de veces, retomando así la compostura perdida con sus caricias. ¡No! No quería seguir pensando en eso, pero el recuerdo de su concupiscente tacto sobre mi piel estaba aún fresco en mi mente y volvía al acecho a momentos. Cuando por fin creí haber desterrado aquellos pensamientos de mi cabeza, su larga figura irrumpió en la habitación.
--Si estás lista, vamos ya.
Por alguna razón, ni su figura ni su tono de voz me parecían tan intimidantes ya. Le permití que se acercase a mí, y me envolvió con un grueso abrigo de lana. Retiró de mis manos su varita, y yo volví a encontrarme en total indefensión frente a él, pero no me preocupé. Sabía que él no me dañaría.
--No necesitarás esto a donde vas— me dijo en el más ecuánime de los tonos, y me sonrió. Una sonrisa cálida y sincera. No supe que responderle en aquel momento, mientras nuestras miradas se cruzaban, como si hablasen un lenguaje mudo que nosotros desconocíamos, pero que definitivamente nos acercaba, nos incitaba.
HL
--¡Carrara, Planiol, Garófalo, vamos amigos!—
La férrea voz de Draco Malfoy, alentando a sus perros mientras halaban del trineo, se apoderó de la tundra. Los seis perros jadeaban, y con fuerza halaban del vetusto trineo. Ginny viajaba firmemente sujeta a la cintura del rubio, quien a ratos la observaba por encima de su hombro, entre divertido y agradecido por haberse encontrado con ella. Y es que la presencia de la mujer, extrañamente había levantado los disminuidos ánimos del rubio. Se sorprendió, esbozando una tímida sonrisa, mientras el polvo de viento que levantaban los perros en carrera, acariciaba frenético su rostro.
La pelirroja sentía desfallecer. Aún no entendía por qué se deslizaban a través de la helada planicie, montados sobre un trineo que parecía que se desbarataría en cualquier instante, en lugar de aparecerse cerca del campamento del Norvarg, que se vislumbraba como la opción más lógica.
--¿Cómo vas allá atrás?— inquirió Draco, casual, al notar que Ginny mantenía los ojos totalmente cerrados.
-- Te responderé cuando la cabeza deje de darme vueltas—
Ella no comprendía por qué, pero comenzaba a sentirse a gusto. Aún con los constantes ladridos de los perros corriendo y el murmullo del viento llenando la inmensidad, al mantener su cabeza acurrucada contra la firme espalda de él, conseguía escuchar los fuertes latidos de su corazón, como si se tratase de una poderosa y masculina melodía. Al cabo de varios minutos de recorrido, fue visible el campamento. Los cazadores continuaban enfrascados en su faena, absortos en sus asuntos. La voz de él ordenando a los canes que aminorasen la marcha, y luego el trineo deteniéndose de pronto, le confirmaron a la pelirroja que habían arribado ya.
--¿Llegamos?—preguntó Ginny mientras abría los ojos, esperando la corroboración de lo que ya sabía.
--Sí, así es Weasley. — Draco asió las manos de ella, retirándolas de su cintura. — Espero que no te moleste devolverme mi cintura— dijo mordaz. Ella hizo de cuenta que no escuchó el comentario, y lo miró con indiferencia. Desmontaron con cuidado del ruinoso trineo, envueltos en un incómodo silencio que se prolongó demasiado. Mientras comprobaba que los perros estuvieran bien, Draco aprovechó para darle la espalda a la pelirroja, desentendiéndose totalmente de ella; aunque no fuese eso lo que en realidad deseaba. De hecho, ansiaba todo lo contrario.
Ella se puso frente al rubio, y al igual que lo hiciese él en la cabaña, le dedicó una sincera y cálida sonrisa.
--Gracias, Malfoy. Apreció mucho lo que hiciste por mí, si necesitas algo, cualquier cosa, sólo házmelo saber—
A Draco le parecieron de lo más singulares las palabras de agradecimiento de la mujer. Su femenino y delicado semblante esbozando una expresión de gratitud lo enmudecieron de momento. Nuevamente, sólo sus ojos hablaban por ellos.
--No fue nada importante lo que hice. — Aclaró él impasible. — Enfrentarse a manadas de lobos salvajes por proteger a pelirrojas desmayadas, es de lo más usual por estos lares—
El comentario del rubio arrancó una espontánea carcajada de la mujer.
--Será mejor que te vayas de una buena vez, Weasley. Has vivido suficientes aventuras por un solo día. — Le dedicó una última sonrisa. — Ten una buena vida, niña, de seguro te lo mereces. —
--¡Espera!...por favor— exclamó Ginny en un arrebato, cuando él regresaba al trineo. — Toma— ella llevó las manos a su cuello, y desabrochó una cadenilla plateada, de la que colgaba un dije en forma de sol, también plateado. En un movimiento que sorprendió a Draco, ella apresó una de sus manos entre las suyas, y depositó en ésta la cadenilla.
Él tenía la intención de asegurarle que no era necesario, que no esperaba nada a cambio de lo que había hecho; pero al observar de nuevo a los infinitos ojos marrones de ella, la simple idea de decirle que no, se desvaneció de los confines de su mente. Aún con su mano entre las de ella, largó un suspiro, vacilante e inquieto. Y sin más, retornó a su trineo, retornó a sus perros, retornó a su vida.
Ginny siguió al trineo en marcha hasta donde la vista se lo permitió, sin percatarse de que un atisbo de sonrisa comenzaba a dibujarse en su rostro.
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Y así, llegamos al final del primero de los capítulos de este fict. ¿Lo odias? ¿Lo amas? ¿Sería mejor que me dedicase a la carpintería? Déjame saberlo, regálame un RR y exprésate. Sé que no es lo mejor, pero como decía mi mentora: "es lo que hay".
Atentamente;
Eduardo Monar – Hermionelover
Patriarca de la Familia Malfoy
Desde el Séptimo Círculo del Infierno.
PD. A más tardar, en 10 días el nuevo capítulo. (Suponiendo que haya RR).
