Saludos, mis nobles amigos. Aquí os traigo un nuevo cuento.
No sé cómo me saldrá porque sólo tengo el principio; pero Idril, una amiga mía, me pidió que hiciera uno y aquí está.
Espero que os guste.
Capítulo uno: El Sueño
Caminaba solo. El trayecto era largo. Estaba cansado, muy cansado. Sólo quería descansar. Lo único que pedía era un rato para sentarse y descansar. Pero cada vez que aminoraba para detenerse, una fuerza superior a él lo impulsaba a caminar, a seguir caminando.
Siempre caminando, siempre solo.
El camino era recto, infinitamente recto y ascendente. A lo lejos, no había horizonte, el camino seguía y seguía hasta donde la vista del enano alcanzaba. Y se perdía al fondo en una densa niebla color rojo sangre.
Entonces empezó a oír la voz.
Esa extraña, susurrante voz que ya conocía tan bien. La misma de siempre.
"Dos, sólo dos serán.
Provistos de mágicos versos.
Uno recipiente eterno.
Otro salvador certero.
Dos, sólo dos serán…"
Él iba vocalizando a la vez que la voz puesto que ya se lo sabía de memoria.
El enano volvió a sentir la presencia a su lado. Fría, pero cálida a la vez.
La presencia lo tocó. Entonces el mundo comenzó a girar muy rápido. El enano se sumió en una vertiginosa espiral de blancos, negros y grises. En ella, a su alrededor, oscilaban fantasmagóricas figuras. Hombres tenebrosos, gigantes, goblins… Todos oscurecidos por un mundo de eternas sombras. Pero la figura que atemorizaba al viejo enano, la única que le inspiraba algún miedo, era la Dama. La Dama Negra, la había bautizado él. No sabía quién era. Tenía la belleza más armoniosa que hubiera visto nunca, su belleza era… sobrenatural. Vestía un fino vestido de lino negro. Su pelo, largo y rizado, también era negro. Todo en ella era bello; pero sus ojos… Los pozos de oscuridad más hondos que hubiera visto nunca. Irradiaban maldad a su paso. El enano no era capaz de soportar su mirada más de un segundo. Le ardía el pecho, le ardía el corazón. Y en ese dolor insoportable, gritó…
Flint se despertó de golpe, gritando. Sus mejillas estaban mojadas y su respiración era agitada. Le dolían las costillas.
"Maldita sea" pensó "otra vez esa dichosa pesadilla; ¿por qué no se me irá de la cabeza?"
Levantándose, vio por la ventana que ya estaba a punto de despuntar el alba. Había tenido suerte, normalmente siempre se despertaba bastante antes y no podía volver a conciliar el sueño, por lo que llevaba bastantes días sin dormir bien.
Se desperezó, se vistió rápidamente y se dirigió a El Último Hogar para ver si Otik accedía a prepararle unas patatas picantes (en contra de lo que pensara todo el mundo, a Flint le parecían un magnífico desayuno).
Cuando llegó a la posada, se encontró con que Tanis le estaba ya esperando en una mesa, con aire serio.
-Hola Tanis –dijo el enano intentando aparentar afabilidad.
-Buenos días Flint –respondió el semielfo- ¿Has dormido bien?
-Perfectamente, gracias ¿y tú?
-Mientes.
-¿Cómo? –el enano estaba verdaderamente sorprendido de que su amigo se comportara así.
-No duermes bien, Flint. Últimamente estás más arisco que nunca y tienes ojeras.
-No es nada –respondió el otro dándose la vuelta bruscamente para pedirle su desayuno a Tika que pasaba por al lado de la mesa en ese momento.
-Flint –lo llamó entonces Tanis mirándolo seriamente con sus ojos verdes- cuéntame qué te pasa.
El enano lo miró seriamente, pero al momento apartó la vista porque la puerta se abrió de golpe. Por suerte, a esas horas había poca clientela y la que allí estaba ya se había acostumbrado a ese mismo golpe todas las mañanas.
Rudto, general de la guardia del emperador Varkian entró en la apacible sala con un repulsivo aire de pomposidad adquirida simplemente por ser el sobrino del emperador. Se sentó en una mesa y pidió a gritos una jarra de cerveza, tenía la insana costumbre de beber cerveza a todas las horas del día.
El general Rudito estaba destinado en Solace. Su misión era sofocar cualquier indicio de puesta en marcha de los rebeldes, llamados "La Coalición", que pretendían dar forma a una revolución en contra de la dictadura del emperador.
El emperador Varkian llevaba varios años imponiendo su mandato de terror en todo Ansalon. Tanis recordaba perfectamente aquel año en que Raistlin se fue. También recordaba la muerte de Kitiara y cómo, casi milagrosamente, Dalamar había conseguido recuperarse de su pelea con ella.
Siete años después, Par Salian, archimago jefe de la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, había muerto apaciblemente, en su cama de la Torre y su legado había pasado a manos de Dalamar, quien más sabio e inteligente que ninguno, controlaba ahora a toda la orden mágica y había conseguido imponer un poco de paz, por lo menos entre los suyos.
Casi simultáneamente a esto, Varkian, comandante de un gran ejército de allende los mares, había desembarcado a lo largo de todo Ergoth y había extendido su ejército hasta Goodlund, y desde Nordmaar hasta el Muro de Hielo. Incluso algunas Torres de Alta Hechicería, Thorbardin y Qualinesti habían sido tomados por la fuerza. El último reducto de esperanza, el lugar, antes vedado a casi todo Krinn pero que ahora acogía a todo el que probara que, ciertamente, no era un espía sino un miembro de la Coalición, era Silvanesti. Silvanesti, antes hogar de los elfos, ahora última fortaleza de los que aún tenían esperanza. Fortificada por los enanos y protegida por los magos, era el único lugar que Varkian todavía no había conseguido tocar.
Por supuesto el emperador no había intentado tocar la Torre de Palanthas, pero ni siquiera los magos de la Coalición se atrevían a entrar ahí. Tampoco había tocado la de Wayreth, pero los pocos magos que quedaban en ella, Dalamar incluido, no tenían refuerzos, puesto que todos los magos que habían viajado a Silvanesti ya no podían salir porque en esos momentos estaba sitiado.
A pesar de todo, aún quedaban algunos ciudadanos libres en Krinn: aquellos que no habían querido interponerse en una guerra que sabían que no iban a ganar. Aquellos que estaban esperando una buena oportunidad para atacar… desde fuera.
Los compañeros eran algunos de esos. Flint y Tanis se habían quedado en Solace, apoyando a Caramon que había quedado bastante traumatizado después de lo de su gemelo. Siete años después, aunque había recuperado parte de su corriente jovialidad, aún no se había recuperado del todo. Tas se había ido a recorrer mundo en busca algo, cualquier indicio que les pudiera ayudar. Y Sturm estaba encerrado en Silvanesti porque tiempo atrás había ido a hacer una visita a la Coalición Central y allí se había encontrado con el sitio del país en medio de su visita.
-Tanis… -comenzó entonces el enano sacándole de sus cábalas- verás, es que…
Entonces el general pidió a gritos otra jarra de cerveza.
-Ya sabes que yo nunca sueño –siguió con la conversación el enano-, pero… últimamente…
-¿Te acucia la misma pesadilla todas las noches? –creyó adivinar su amigo.
-Si –dijo simplemente Flint.
-¿Cómo es esa pesadilla?
El enano le contó lo que soñaba todas las noches y Tanis quedó pensativo; intentando dilucidar qué significaría eso.
Entonces, como llegado del cielo, la puerta se abrió una rendija y un sonriente kender de calzas azules y copete castaño entró en la sala silbando alegremente.
-¡Tanis, Flint! –gritó en cuanto vio a los dos amigos sentados en la gran mesa de al lado de la chimenea, ahora casi vacía- ¡cuánto me alegro de veros!
Corriendo saltó en los brazos del enano y le dio un gran abrazo, mientras éste hacía todo lo posible por quitárselo de encima.
En ese momento Rudito se levantó con cara de evidente enfado y se acercó al kender que brincaba de alegría.
-Me estás molestando pequeño renacuajo –dijo cogiéndole por la pechera del jubón amarillo brillante y levantándolo del suelo.
-Déjalo en paz –dijo Tanis entonces levantándose y acercándose al general, mientras todo el mundo dejaba de beber y miraba expectante la escena.
El hombre, medio ebrio, lanzó a Tas hacia un lado y éste cayó dentro de la chimenea apagada, llenándose a sí mismo y a Flint de hollín.
-A mí no me des órdenes, asqueroso semielfo –dijo entonces Rudito sacando la espada y colocándosela a Tanis en el cuello.
-No pretendo dar órdenes –aclaró Tanis apaciguador, pasando por alto el retintín con que el otro había dicho la palabra semielfo- sólo os pedía que le dejarais, le controlaré, ya no armará más escándalo.
-Bastardo mestizo –murmuró el hombre.
-¡Por las barbas de Reorx! –saltó entonces Flint- ¡Eso ya no te lo permito!
El enano sacó su hacha y, sin que a Tanis le diera tiempo de reaccionar, atacó al general, que aunque estaba ya medio borracho, todavía tenía la suficiente cordura como para ver que le estaban atacando y defenderse de las arremetidas del enano.
-¡Traidor! –gritó el general entonces- ¡Traidores, todos vosotros sois unos traidores¡Os condeno por miembros de la Coalición a muerte¡Os daré muerte a los tres aquí mism…!
No pudo terminar la frase y cayó de bruces al suelo porque uno de los clientes, el herrero, le había dado en la cabeza con una jarra que se había roto por el impacto.
-Rápido –dijo entonces Tika- marchaos, id a nuestra casa y escondeos allí. No vayáis a las vuestras porque os buscarán en ellas. Caramon e Ilfirin deben estar aún ahí, decidles de mi parte que os escondan.
-Gracias Tika –dijo Tanis mientras seguía al enano y al kender que ya atravesaban la puerta de salida.
Caramon acababa de levantarse y se estaba preparando un buen desayuno cuando la puerta de la calle se abrió y una muchacha de unos veinte años, su vecina, entró en la casa sonriente.
-Hola Caramon –dijo dejando las bolsas que traía encima de la mesa- he traído algunas de las especias que me pediste y los ingredientes de las pociones de Ilfirin. Por cierto ¿dónde está?
-¿Dónde crees tú? –respondió el guerrero sonriendo y mirando hacia arriba.
La chica sonrió también.
-Por cierto –dijo entonces sacando un sobre lacrado de su bolsillo- han traído esto para tu hija.
Dejó la carta encima de la mesa, acto seguido se despidió y se fue cerrando la puerta tras de sí.
Caramon se había mudado de casa al volver a Solace, muchos años atrás, ya ni siquiera recordaba cuánto hacía exactamente de eso. Su nueva casa constaba en la parte baja de dos habitáculos. Uno, el más grande, el que rodeaba el tronco era el salón principal de la casa. Al fondo de éste había un ala separada que hacía las veces de dormitorio de Caramon. Ambos estaban poco decorados, pero lo poco que había era de buen gusto. Además las ventanas eran muy amplias ya que a Caramon le gustaba la luz.
En el techo del salón había una trampilla camuflada de la que bajaba una escalera extensible cuando se abría. A través de ésta se encontraba el desván, pero éste no era ni remotamente parecido a la parte baja de la casa. Tenía un único ventanuco redondo y, tanto de día como de noche se alumbraba con grandes velas de cera roja. En una de las paredes había un gran baúl. El baúl que Caramon jamás abría, por nada del mundo. El baúl donde su hija había recogido lo poco que quedaba de Raistlin en la otra casa y lo había guardado. En la pared frente al baúl había una serie de estanterías, todas llenas de libros de magia, aritmancia, alquimia… La tercera y última pared estaba cubierta de estanterías algo más separadas que las de la otra pared y llenas de frascos, bolsas, botes y bandejas con todo tipo de ingredientes para pociones.
El tejado era a un agua y caía por un lado, por eso sólo había tres paredes. Bajo el ventanuco, sito en el techo, había un pequeño escritorio con un tintero, plumas de distintas aves y varios rollos de pergaminos. Al lado del escritorio había un pequeño colchón de paja cubierto con tres grandes y pesadas mantas de lana. En la única silla de toda la habitación, inclinada sobre un papiro escrito, muy antiguo, con un pergamino al lado en el que tomaba notas a la luz de una vela casi consumida, estaba sentada Ilfirin, única hija de Caramon que, para desgracia de su padre, había decidido seguir los pasos de su tío y, dicho sea de paso, tenía bastantes aptitudes.
Mirando por el ventanuco cómo amanecía con sus grandes ojos azules (idénticos a los de Raistlin antes de pasar la prueba) enmarcados en negras ojeras, se preguntó si algún día llegaría a descifrar ese odioso pergamino en el que llevaba inmersa más de un mes.
Nunca había tardado tanto en descifrar uno, normalmente la orden mágica siempre le pedía que le descifrara cosas porque se le daba bien.
Pero ese que tenía delante, el más difícil de todos los que había intentado descifrar, no se lo habían ordenado. Lo había encontrado ella en una cueva al sur de Qualinost mientras espiaba con su amiga Idril a una avanzadilla del ejército de Varkian.
Entonces se le ocurrió una idea. Abrió el baúl de su tío y sacó un pequeño botecito con un polvillo verde. Cogió un puñado y lo esparció sobre el papiro mientras pronunciaba en voz baja unas palabras arcanas.
De pronto una gran explosión la lanzó contra las estanterías llenas de libros.
Caramon lavaba los platos cuando, de repente, un gran ruido llamó su atención. Venía del piso superior.
Dejó todo lo que estaba haciendo y se acercó a la trampilla, pero entonces recordó que su hija estaba usando la magia allí arriba. Así que se paró y miró la rendija; no salía ninguna luz. Pegó el oído a la madera; no se oía nada. Se aseguró de que su hija no estaba pronunciando ningún hechizo en ese momento y de que no rompería su concentración y entró.
Se encontró con una mesa chamuscada, un papiro intacto encima de ella, un bote roto en el suelo y un polvo verde esparcido por él. En otra pared, las estanterías estaban vacías y todos los libros estaban tirados y desordenados en una gran montaña en el suelo.
No había ni rastro de Ilfirin.
-Ay –sonó una voz apagada debajo de la pila de libros.
Entonces un gran volumen de alquimia se movió y una mano con un anillo en forma de las tres lunas y una manga roja apareció por el hueco que había dejado.
Caramon corrió a su lado y la ayudó a salir del montón, para luego revisar de arriba abajo si había sufrido algún daño.
-Estoy bien, padre –le aseguró ella pronunciando un hechizo que restauró el frasco y devolvió todo el polvo verde a su interior- es sólo ese maldito papiro; tengo el presentimiento de que esconde algo importante.
-Bueno, sea lo que sea lo que esconda, no merece que mi hija se quede más tiempo sin desayunar –afirmó Caramon acariciando el rojo cabello rizado de su hija- además, ha llegado una carta con sello élfico.
La chica sonrió y acompañó a su padre al piso de abajo. Cuando tenía medio cuerpo al otro lado de la trampilla dijo tres palabras en idioma arcano y bajó cerrando la trampilla.
En el desván, los libros comenzaron a volar, por orden alfabético y de tema, a las estanterías correspondientes.
