Gracias a Verónica y Kathu, siempre apoyándome para continuar escribiendo. Las amo demasiado.

Y gracias a todos los lectores por darle una oportunidad a este fic.

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Atencion: La trama real de Harry Potter no me pertenece, este es una historia alternativa con un par de Personajes propios.

Credito a J.K. Rowling por escribir HP.


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Ch. I - El ataque mortífago.

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Londres. Mi ciudad natal. Inglesa de nacimiento, con un pasado y un futuro incierto. Permítanse contarles mis orígenes, los que después de mucho tiempo pude descubrir. En mis venas debería de correr la sangre más pura y antigua de la estirpe nórdica, mi madre fue descendiente directo del primer y más poderoso clan de magos de las heladas tierras germanas. Yo no soy precisamente de linaje puro germano, ya que mi padre no era más que un ingles común y corriente -o eso creía-. Mi madre tuvo algo así como una aventura romántica con él. A los dos años de mi nacimiento ella murió, llevándose consigo toda la alegría de la mansión donde vivíamos, además de que terminó con la poca cordura que le quedaba a mi padre, o mejor dicho, mi eterno tutor: Marius.

Una tarde nublada descubrí por accidente en su habitación un sin numero de objetos mágicos, así como un estuche cuidadosamente guardado que contenía, lo que a mi me pareció, una reluciente varita mágica. Mis ojos brillaron de forma especial, a partir de ese momento deseé con toda mi alma poder practicar magia algún día; ya que después de todo ese mundo fantástico no me era tan indiferente -siendo hija de magos, desde luego-.

Toda mi niñez la viví escondida, atrapada y sola en una enorme mansión vacía y fría. Mi único compañero y guardián era un viejo amigo de mi madre, un cazador oscuro, un vampiro. Marius cuido de mí de la forma en que un padre haría, era atento y sumamente cariñoso. Demasiado sobreprotector. A pesar de su insistencia en convertirme en una digna hija de una 'gran dama' -historia de mi madre la cual desconocía-, yo prefería ocultar mi feminidad de cualquier forma posible. A simple vista podía pasar por un muchacho cualquiera, siempre vestida con mis pantalones holgados y rotos, mi sudadera desteñida y una gorra estilo militar vieja que jamás me quitaba de la cabeza, con la cual cubría mis ojos verdes y mis facciones femeninas. Mientras menos luciera como una chica mejor para mi, a mis dieciseis años lo único que me importaba era pasar desapercibida entre la gente y aprender magia.

Por capricho tal vez, insistí a mi tutor que me ingresara en la escuela de magia y hechicería mas reconocida del mundo, Hogwarts. Claro está, no soy una aprendiz en esto de la magia. Con los años, había convencido a Marius de enseñarme mucho más que las simples bases. Aun así no se como lo logró, pero Marius cumplió mi petición. Y como siempre, nada me negaba. Estaba tan acostumbrada a salirme con la mía. Así que este año por fin cumpliría uno de mis sueños, que por tanto tiempo había ignorado: asistir a Hogwarts.

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Y llegaron las finales del campeonato mundial de Quidditch, deporte del cual Marius era un gran admirador. No podía creer que haya accedido a acompañarlo. Nunca ha estado entre mis gustos ir a lugares tan concurridos; mi naturaleza solitaria y apática me lo impedía. Más heme ahí, metida entre un millar de tiendas de campamento, corriendo entre ellas para escapar unos instantes de la asfixiante vigilancia de Marius sobre mí. Por estar cuidándome la espalda y cerciorándome de que mi tutor no me seguía, quite la vista del frente unos instantes; los suficientes para provocarme un fuerte choque con un chico de espaldas a mí. Ambos caímos duro contra el suelo, escuchando el crujir de como un objeto bajo nosotros se hacia pedazos. Después de asimilar el golpe me puse de pie inmediatamente, traté de musitar algo parecido a una disculpa y recogí unos anteojos que, en efecto, estaban completamente rotos.

- Perdona.-extendí mi mano para ayudarle a levantarse- No me he fijado por donde iba…-

- No al contrario, fue culpa mía ya que estaba parado a medio camino –él cogió mi mano con fuerza y se puso de pie torpemente sonriendo, entonces noté que me mira detenidamente, algo que me incomoda.

- Eh, lamento lo de tus gafas. - le doy los varios pedazos rotos y me acomodo a prisa la gorra, la cual se me había levantado un poco- Sostenlas con cuidado.- Le dije, y saqué mi varita- ¡Oculus Reparo!-

- Gracias. –se puso los lentes que lucían como nuevos y de nuevo sonrió de esa forma tan simple y agradable. - pero aparte de que repararas mis anteojos me gustaría saber ¿como te llamas? yo soy Harry. – me ofreció su mano.

Dude un momento. Al parecer no se había percatado de que era una chica. Ja, era muy obvio, después de todo no lucia ni cercanamente como una. - Un placer conocerte, Harry. - Finalmente estreche su mano con fuerza. - Mi nombre es Nouk Blackwood. – así es, continué la farsa de ser un muchacho. Si él no lo había notado no tenia por que aclarárselo, ¿o si?

Un extraño y pecoso pelirrojo salió de la tienda en ese instante, llamando a Harry un poco molesto; pero al notar mi presencia guardó silencio y dirigió una mirada interrogante al que consideré su amigo. - Tropezamos accidentalmente y rompió mis lentes –explicó brevemente.- pero Hermione no ha sido la única que los ha reparado con magia. –sonrió dirigiendo la mirada hacia mi.- Ronald Weasley, mi mejor amigo. –señaló al chico y continuó las presentaciones- y él es Nouk Blackwood. -

No me quedo de otra más que por educación saludarle de mano también. Al parecer ese simple gesto creó cierta fraternidad rara entre nosotros, de las que hay entre los chicos, ya que ese pelirrojo también me consideraba como tal. Entonces empezaron entre ellos a hacer comentarios sobre el campeonato; al igual que Marius estaban emocionados, sentimiento el cual no compartía. No tuve otra mas que cortésmente escuchar sus charla, sin prestarles demasiada atención desde luego.

Salí de mis pensamientos cuando me percaté de una presencia más. Era una chica de cabellos castaños, que a mi parecer jamás le habían enseñado para que servia un cepillo, ya que su alborotada cabellera fue lo que más me llamó la atención. Parecía inspeccionarme de arriba a abajo con mucho interés, algo que me molestó. Así que decidí salir de ahí lo más rápido posible. Haciendo un gesto con la mano me despedí de Harry y Ronald, quienes me vieron confundidos ya que parecía como si huyera; y desaparecí entre las tiendas de campamento sin darles tiempo de decir nada.

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Después del partido de Quidditch, Marius y yo regresamos a nuestra nada ostentosa tienda. Era hora de la cena y nos encontrábamos ya sentados a la mesa. Los elfos domésticos que siempre nos acompañaban se disponían a servir la comida. Mi guardián no paraba de relatar enérgicamente el partido a nuestra ama de llaves. La mujer era más dura que una roca. En aquel momento su mirada recia y esa leve sonrisa, fingida por cierto, se dirigían a Marius; tratando de mostrar interés por su charla.

Me sentía desfallecer del aburrimiento. Mecánicamente movía mis extremidades para introducir los alimentos en mi boca. Mi vida en aquellos instantes me parecía monótona e insoportable. Aunque mi rostro mostrara serenidad, por dentro puedo asegurarles que estaba gritando. Anhelaba libertad para ser diferente; no esa niña mimada que debía seguir las reglas de sociedad, todo para no deshonrar el importante nombre de mi familia. Pero desde que mentí ante esos chiquillos, el imaginarme viviendo como otra persona, me hizo sentir sumamente bien. Ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera en volver realidad mi mentira.

Un estrepitoso sonido y un sin numero de gritos de terror me hicieron reaccionar. Vi entrar de repente a uno de nuestros elfos domésticos, se dirigió a Marius diciéndole que los mortífagos atacaban el campamento. Nunca había visto su rostro mostrar tanta preocupación, así que me inquieté por saber cual era la razón. Salí de la tienda buscando esos a los que llamaban mortífagos. Volteé de un lado a otro y lejanamente logré ver a un grupo de hombres misteriosamente enmascarados y encapuchados, todos de negro. Apuntaban con sus varitas a las tiendas, prendiéndoles fuego y destrozándolas a su paso. La gente corría despavorida. En un abrir y cerrar de ojos se creó un horrendo caos.

No entendía el por que, pero un peculiar y muy profundo interés por aquellas personas despertó en mi. Me quede parada, prácticamente inmóvil, viendo como estaban cada vez más cerca del lugar donde me encontraba. Entonces sentí como jalaban de mi brazo con fuerza. Escuché la voz Marius lejanamente. Ordenaba a gritos, a la servidumbre, huir y regresar a la mansión. Pero mi mirada no se apartaba de aquellos magos, quienes se aproximaban con paso firme a nosotros. En eso uno de ellos lanzó una especie de bola de luz verde hacia mí. Sin darme tiempo para reaccionar –ya que parecía como si estuviera en algún tipo de trance- Marius me jaló, sujetándome de la cintura y apretándome con fuerza contra su cuerpo. A pesar de su naturaleza vampírica, una extraña calidez emanaba de él, algo que me agradó. No hice otra cosa más que abrazarme a él, y perderme en su perfume. Un aroma inconfundible y delicioso con el que trataba de ocultar el olor a sangre de sus presas.

Cuando abrí de nuevo los ojos me di cuenta de que habíamos vuelto a la mansión. Seguía aferrada a mi fiel guardián, acurrucada en su pecho como una pequeña niña. Fue entonces cuando sentí su mano acariciar mi cabeza quitándome la gorra. El hechizo ilusorio se perdió y mi negra cabellera cayó sobre mis hombros y mis verdes ojos se dirigieron a encontrarse con los suyos, tan negros como una noche sin luna ni estrellas. Nuevamente sus dedos se acercaron a mi rostro, acariciando mis mejillas con suavidad. Me sentía frágil, como una muñeca de porcelana que si soltaba sin duda se rompería. Su mirada era dulce. La preocupación de hace unos minutos se había esfumado por completo. Parecía tranquilizarlo el hecho de que estuviéramos en la mansión sanos y salvos. Sonrió y murmuró algo, como siempre insistía en que era una chica linda y que hallaba absurdo el que yo tratara de ocultar mi feminidad.

- Eres una mujercita preciosa – me decía todo el tiempo. Pero en ese momento al decirlo, hizo que mis rodillas temblaran. Siempre había visto a Marius como tutor y compañero, como un padre. Mi único y mejor amigo en realidad. Pero una sensación extraña aceleró los latidos de mi corazón. Entonces me di cuenta que, en aquel preciso instante, no veía a Marius como un simple guardián, sino como un hombre que quería proteger su tesoro más valioso. Fue entonces cuando interpreté su atención y cuidado por mi de forma diferente.

Antes de poder decir una palabra, la seca voz del ama de llaves llamando a Marius se escuchó desde la puerta. Hilda nunca había estado de acuerdo de que mi relación con él fuera tan "cercana". Pero jamás me ha importado lo que esa mujer piense de mí, y puedo asegurarles que ha pensado muchas cosas, ninguna de ellas positivas. Según me contaron una vez los elfos domésticos, mi madre y ella nunca simpatizaron. Y a mi me encantaba hacerla rabiar. Pero el hecho de que me fuera pronto a Hogwarts la hacia feliz. De seguro piensa que se ha librado de mí. Incluso me ha preparado ella misma las maletas, asegurándose de que no olvide llevarme nada.

Sin ganas de discutir con ella, o de siquiera regresarle esa mirada cortante que me dirigía, subí a mi habitación a dormir. Después de todo aquel alboroto de los mortífagos necesitaba descansar. Después de una breve ducha caí rendida en mi cama sin saber de lo que ocurría a mí alrededor hasta despertar el día siguiente.

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N/A: Muchas gracias por leer el primer capítulo, espero sus reviews con sus opiniones y pues que continuen este relato conmigo hasta el final ;D