El uno y el otro
Sabían que pasaría. El fuerte lazo que los unía desde que nacieron les anunciaba que había llegado la hora de separarse, la primera vez y la última. No les sorprendió demasiado; después de todo, su hermano menor era el mejor amigo del héroe destinado a acabar con la guerra y toda su familia estaba lista para defender sus ideales a pesar del peligro de derramar la sangre puramente mágica que corría por sus venas. A pesar de eso, nunca lo dijeron en voz alta; ninguno de ellos, porque cada uno pensó en que era una noticia demasiado terrible para darle al otro. Mucho menos lo mencionaron a su familia ¿Qué caso tenía preocuparlos? Imaginarse a su madre llorando antes de tiempo era una escena que les partía a los dos el corazón y la posibilidad de que su padre se arriesgara para salvarlos los hacia estremecer de terror y culpa. Tampoco se lo dijeron a sus hermanos; los mayores intentarían evitarlo inútilmente igual que su padre y seguramente la necedad de no poder aceptar que era inútil los conduciría a una muerte segura. Los menores tampoco podían saberlo, porque ambos estaban ligados al núcleo de la guerra de una manera tan especial que era injusto someterlos a otra tortura. Por eso no, no se lo dijeron a nadie y apenas atinaron a intercambiar miradas entre ellos, despidiéndose sin palabras el uno del otro y prometiéndose en silencio intentar irse juntos porque la vida no tenía sentido estando separados; porque era simplemente incoherente que una mitad eligiera vivir sin la otra.
Aunque apenas se permitieron pensar en eso, nunca pensaron exactamente lo mismo. Uno pensó que quizás habría esperanza, que quizás su intuición le estaba fallando y no pasaría nada; que, con suerte, toda la familia sobreviviría y festejaría haber salido ilesa de todo el desastre que se había originado. El otro pensó que seguramente sería el quien muriera y la idea, al contrario de asustarlo, le infundio valor al saber que su gemelo se quedaría en su lugar para salir adelante y él no tendría que sufrir la difícil tarea de vivir sin su otra mitad. Por separado, a cada uno le reconforto su propia idea: el primero pensando que todo estaría bien y se reirían después de el estúpido presentimiento que habían tenido; el segundo pensando en que al menos, sabiendo que moriría, podía despedirse de todos y hacerles prometer que serían felices aunque él no estuviera.
La guerra marcho de la misma manera en la que ambos habían esperado. Muchos murieron antes de que terminara y su familia adopto el papel que no les correspondía por su ascendencia pero sí por sus ideales. Sus hermanos mayores se convirtieron en soldados, lo mismo que ellos; sus padres se convirtieron en pilares no solo de su familia y su hermano más terco pareció recuperar la razón poco a poco, dándoles esperanza de poder abrazarlo antes de que los dos tuvieran que irse. El más chico hizo lo que siempre habían sabido que haría: siguió a su mejor amigo a una muerte segura con la lealtad grabada en el alma, listo para luchar y sacrificar su propia vida de ser necesario. Su única hermana lucho a su propia manera, confinada en un castillo otrora lleno de alegres recuerdos pero ahora lleno de peligros; sufriendo por la situación, por su familia y por estar enamorada del objetivo número uno del enemigo. Los dos observaron todo en silencio, haciendo bromas de vez en cuando, luchando y encontrando su propia manera de salir adelante; ambos dudando de su propio futuro y riéndose, casi sinceramente, de la desgracia de que uno perdiera una oreja.
El día que sucedió no fue un día o al menos no se sintió como uno. Pareció una semana y sucedieron tantas cosas que apenas tuvieron tiempo de despedirse de la manera en la que uno de ellos había planeado hacerlo. El otro acepto la despedida aún renuente a darse por vencido pero devolviéndola por las dudas, por si acaso tenían que separarse entre ellos o de su familia. Las sospechas fueron confirmadas poco antes, cuando por azares del destino tuvieron una última reunión familiar, a mitad de la guerra, en una sala donde pudieron abrazarse sin peligros. El optimista agradeció infinitamente la oportunidad de poder verlos a todos pero supo que era por algo; el pesimista aprovecho la oportunidad para ver por última vez a su madre, a su padre y a sus hermanos y guardar en su memoria, para siempre, la bendita imagen de la buena vida que había llevado por dieciocho años aunque no estaba seguro si en la muerte la conservaría. Ambos disfrutaron el momento como si fuera el último, sintiendo el peligro latente y sin poder identificar a cual de ellos se refería; el que se consideraba más débil rogó que si alguien fuera a morir fuera él y no su hermano, ninguno de ellos, ninguno de su familia; el que no se consideraba ni más fuerte ni más débil se limitó a desear lo mejor para todos los que estaban en la batalla.
Sucedió cuando no estaban juntos, como un golpe bajo que el destino se aseguro de darles con fuerza. Si el uno hubiera estado junto al otro, hubieran cumplido el plan y se habrían quedado juntos porque no habría sido imposible separarlos. Si el que no murió hubiera visto como el otro caía fulminado, hubiera desechado las ganas de vivir y se hubiera ido con su hermano, a sabiendas de que se volvería loco estando solo. Pero no sucedió así, no estaban juntos y el que creía que iba a morir sintió como moría en un momento de la batalla pero para su desgracia, segundos después, se dio cuenta de que estaba ileso y el terrible conocimiento de que lo que había sucedido le cayó de pronto. El que creía que no iba a morir y guardaba las esperanzas de que todo resultaría bien, apenas y tuvo tiempo de darse cuenta de que estaba equivocado; murió aún sonriendo, riéndose de la última broma que había escuchado y que, como regalo del mismo destino que torturaba a su gemelo, había hecho su hermano más serio, el terco, aquel que pocas veces en su vida se atrevía a reírse un poco.
Cuando George pudo volver a ver a Fred, solo encontró un cuerpo sin vida, vació de la alegría que siempre había caracterizado a su hermano. Mientras sostenía a su hermano y su madre lloraba sobre el cadáver, no pudo evitar pensar en como él, el débil, el pesimista, el que se había despedido y estaba listo para irse, había sido el que se quedara ahí, vivo pero partido a la mitad y hecho pedazos.
