Antes de nada quiero decir que éste es mi primer fic, así que el estilo de redacción aún está sujeto a cambios.
RESUMEN: Es un duro año para Harry. Sus amigos se alejan de él, la presencia de nuevos amigos, tanto como de nuevos enemigos, y la reciente muerte de su padrino le acechan. Y Voldemort está buscando un anillo mediante el cual puede alcanzar el poder que anhela.
Aunque es posible que gran parte de su depresión no esté tan muerta como parece.
PRÓLOGO:
El cazador deslizó las manos sobre el suelo, borrando sus huellas. Con su rifle y cuatro balas en el bolsillo para recargarla como únicas armas, se había convertido en la presa.
No les daría la satisfacción de dejarse cazar, no. Aquella época de su vida ya estaba atrás. Los hombres que le perseguían llevaban extraños palos de madera. En un principio, Richard no supo para que podían servirles, pero vio el devastador efecto que tuvo en su compañero, que se retorció de dolor, para después morir tras un fogonazo de luz verde.
No entendía el dialecto que hablaban. Solo sabía que cada vez que decían una palabra, la madera la canalizaba y liberaba un poder imponente y amenazador.
Cuando estuvo seguro de haber dividido su rastro, volvió a correr, en dirección al coche que tenía en el linde del bosque. Corrió y corrió, borrando su rastro e intentando confundir a sus perseguidores, hasta que al fin encontró el gran todoterreno verde oscuro. Se llevó las manos al bolsillo y cogió las llaves. Dejó el arma en el asiento del copiloto, y se subió frente al volante. Respiró hondo antes de meter las llaves en el contacto, girarlas y meter la primera marcha.
-Bombarda – escuchó. A pesar de estar dentro del vehículo, la palabra sonaba alta y clara, y Richard supo que algo malo iba a pasar. Cogió la escopeta y abrió la puerta del coche. Saltó fuera justo cuando algo debajo del enorme vehículo lo hacía elevarse un metro sobre el aire, para luego rodar sobre el suelo y pasar a escasos centímetros suyos.
Apuntó con el rifle y disparó. La bala surcó el aire y se hundió en el pecho de uno de los hombres. Eran al menos una docena, pero se llevaría a unos cuantos por delante.
En la escuela militar le habían enseñado a enfrentarse a varios enemigos, pero no como hacerlo contra una docena de personas que vestían túnicas negras y máscaras metálicas, y que podían utilizar negros encantamientos.
Vio como el hombre al que había apuntado caía sobre el suelo tres metros detrás. Las balas eran de una potencia inmensa, del calibre 28, y podían acabar con cualquier hombre. Aquella era la prueba.
Empezó a recargar mientras corría hacia el coche, rompiendo la ventanilla del copiloto con el codo y rodeando el vehículo para ponerse detrás de él, y romper la ventana del conductor con el rifle. Aquello le proporcionaría un rango de visión mayor que el que esos hombres tenían, gracias a lo que tendría más posibilidades de acabar con ellos.
Se levantó, apuntó y volvió a disparar. Vio como algunos de esos diablos, pues a Richard no se le ocurría otro término con el que dirigirse a ellos, retrocedía un paso, aparentemente asustado, mientras otro de sus compañeros caía, y la sangre brotaba del hombro. A pesar de no haber atravesado el corazón, la bala acabo con él.
Buscó otra bala en su bolsillo y la introdujo en el rifle tras el escudo que ofrecía el todoterreno.
Volvió a disparar, y otro de esos hombres cayó. Solo le quedaban dos balas.
Disparó una y mató a otro. Después volvió a esconderse tras el coche. Su respiración, antes tranquila, se había agitado de repente, y su corazón latía a una velocidad vertiginosa, casi sobrehumana. Se llevó la mano izquierda al anillo de bodas que tenía en la mano derecha, y lo retiró. Hizo un pequeño agujero en el suelo y allí lo enterró. Era de plata pura, pero Richard sabía que esa no era la única particularidad del objeto.
Respiró hondo y salió de detrás de su refugio, alzó el rifle hacia el cielo y gritó.
-AQUÍ ME TENÉIS. VENID A POR MI SI OS ATREVÉIS, CABRONES.
-Cruccio – el hombre habló con tranquilidad, pero Richard sintió como los huesos se le desencajaban y se tiró al suelo, retorciéndose de dolor.
El resto de los hombres unieron sus voces a la del primero. El dolor era insoportable. Richard cogió el rifle, con la mano temblando, pero en vez de apuntarles a ellos, se llevó el cañón a la boca. Su mano temblaba, pero no le quedaba otra alternativa, si quería librarse de ese dolor.
Cerró los ojos, ajeno ya a todo dolor. Ahora se encontraba solo, en un espacio vacío, en nada. Absolutamente nada. Se permitió el vacilar y el dolor volvió a acosarlo, con más intensidad si cabe. Estaba claro que no tenía otra opción.
Apretó el gatillo.
-¿Dónde está el anillo? – preguntó Voldemort, apareciendo allí tres horas después. Miró a su alrededor -. ¿Y cómo es posible que un muggle haya matado a cuatro mortífagos?
-Con eso – Malfoy señaló hacia el rifle, hundido en la boca del hombre.
-Bien. Eso ahora es lo de menos. Encontrad el anillo, y hacedlo rápido. Hoy vengo enfadado.
-¿Otra vez Black, mi señor? – preguntó el rubio.
-Por supuesto. Nunca debí haberle sacado de ese maldito velo. Debí haber dejado que se pudriera allí dentro.
Voldemort se dio la vuelta y desapareció de allí, dispuesto a volver a hablar con su prisionero.
