Disclaimer: Los personajes no me pertenecen a mí, sino a Sir Arthur Conan Doyle y a la BBC. Los utilizo simplemente con fin de entretenimiento y sin ánimo de lucro. Es puro entretenimiento.

Notas: Este fanfic participa en el Rally "The game is on!" del foro I am Sherlocked, para el equipo "El sabueso de Baskerville".

Advertencias: AU. John reportero. Sherlock naturalista. Johnlock.

Betas: Smileinlove y Ertal77. Muchísimas gracias a ambas por su tiempo y sus aportaciones. Fueron maravillosas (*.*)

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Tuvalu, Tuvalu...

Capitulo 1

1.

John despertó sobresaltado atinando únicamente a sujetarse con fuerza a los laterales de su asiento, como si eso fuera a conseguir salvar su vida en caso de que aquel avión se estrellara. Bueno, si a eso se le podía llamar avión. Llevaba aproximadamente treinta y tres horas de viaje. Treinta y cuatro si contaba desde que se despidiera de su pequeño apartamento en el centro de Londres, tomara un taxi y acudiera con resignación al Aeropuerto Internacional de Heathrow.

Odió cada uno de los días que duró la preparación de aquel viaje, odió presentarse en la revista con aquella sonrisa falsa, intentando no mostrar que en realidad lo último que le apetecía hacer era perderse en una isla olvidada del Pacífico. Se suponía que él era un reportero de campo, uno que se había encargado de documentar la situación de los refugiados en los últimos conflictos de guerra, llegando incluso a recibir el impacto de una bala perdida en el hombro derecho. Era incluso el mejor pagado de toda la redacción, pero a él no le importaba el dinero. Era de locos, pero le gustaba exactamente aquello que hacía, documentar al límite, en medio de situaciones donde otros darían media vuelta y huirían.

Por eso no entendía que lo hubieran elegido a él para realizar aquel reportaje, uno que pretendía concienciar a todo el planeta de la realidad de la amenaza del calentamiento global. Era algo importante sí, no dudaba de ello, pero no era algo para John Watson, o al menos eso pensaba él.

Tuvalu no era más que un conjunto de islas perdidas en el Pacífico, y el único peligro que John iba a encontrar allí era el de que aquellas tierras, con el tiempo, iban a ser engullidas por el agua debido al aumento del nivel del mar.

Las turbulencias cesaron de repente. Apenas iban cinco personas en esa avioneta, pero agradeció ver que no era el único con cara de espantado. Había viajado en un gran Boeing-747 hasta Sydney, con mejores comodidades de lo esperado. Le habían servido comida, cena y refrigerios varios, había dormido e incluso visto una película sobre la familia típica metiéndose en problemas, pero durante todo ese trayecto había sentido paz y tranquilidad. En Sydney, tras esperar una hora y media, había tomado un avión comercial a Nadi, en las islas Fiji. Y es que no había forma de viajar directamente a Tuvalu. Dos veces a la semana, los martes y los jueves, salía un vuelo desde Nadi hasta Tuvalu, un vuelo que nada tenía que ver con aquel Boeing-747. Aquellas dos horas estaban pesando en él mucho más que las anteriores treinta; y pese a estar todo el tiempo en tensión mirando incansablemente la turbina del aparato, haciendo fuerza mental para que no dejara de girar, el sueño le venció unos minutos, únicamente para darle un susto de muerte. Aunque claro, eso jamás lo reconocería en voz alta.

John regresó la mirada a la pequeña ventanilla de la avioneta, por la que únicamente se podía ver la turbina y kilómetros de agua. Poco a poco, ante sus ojos apareció un curioso conjunto de islas, algunas alargadas, otras simples atolones en medio de la nada, y allí, observando la escasez de la extensión de tierra a la que se dirigía es donde fue consciente del porqué serían engullidas por el mar.

La avioneta se dirigía a una isla en forma de ele, en el centro de la cual podía observarse la pista de aterrizaje. El avión realizó un ajuste en su trayectoria que conllevó nuevas turbulencias, eso o simplemente aquel odioso aparato apenas podía conservar la estructura en su sitio. John volvió a agarrarse inconscientemente a los laterales del asiento, mientras repasaba mentalmente todo lo que le habría gustado hacer en la vida… Mierda, mierda, mierda, pensaba una y otra vez; tal vez debería rezar, eso es lo que la gente normal hace, ¿no?, a uno u otro dios, pero de su cabeza lo único que salían eran improperios, la mayoría dedicados a la junta directiva de la revista. Piensa en un lugar mejor, piensa en un lugar mejor…

Y así, entre las súplicas de sus pasajeros, la avioneta tomó tierra en la isla de Funafuti, la única de las nueve islas con el suficiente espacio para alojar una pista de aterrizaje, si un camino de arena y grava podría obtener semejante nombre.

Los pasajeros no tardaron en comenzar a levantarse, aún con el aparato en marcha. Entendía la necesidad de tocar suelo firme, pero más la de apartarse de aquel montón de chatarra que milagrosamente había conseguido llegar a su destino. Solo de pensar que debía tomarlo de vuelta hacía que un gran nudo se formara en su estómago.

Lo bueno de ser una isla tan pequeña era que todo estaba relativamente cerca. Lo malo, era que en aquel país todo se hacía con calma. El servicio de autobús que comunicaba la pista de aterrizaje con las zonas turísticas iba a una velocidad tal, que John pensaba que habría llegado antes andando.

Ahora, ahí delante de lo que sería su alojamiento, una choza prácticamente flotante, recordaba la sonrisa unida al comentario de la directora de la revista cuando le indicó que habían elegido un alojamiento magnífico, uno que podría aportar unas fantásticas vistas y por ende unas magníficas fotografías.

Un pequeño niño recorría la pasarela que unía varias de ellas, con sus pies descalzos, algo que sin duda intentaría inmortalizar pero no en ese momento. Tomó su maleta del asa y comenzó a recorrer el camino hasta su choza. Al entrar, el olor no era lo más agradable del mundo. Pero tenía un armario, un pequeño baño y una cama rodeada de mosquitera, seguro que lo agradecería en las noches. Dejó su pequeña maleta sobre una silla y se dejó caer en la cama. Estaba tan exhausto que apenas pudo quitarse los zapatos y apoyar la cabeza en la almohada antes de dormirse. Y es que sentir el estrés de no controlar lo que iba a pasar, de tener que confiar su vida a terceras personas, conseguía que consumiera toda su energía.

2.

La isla de Funafuti no era la más bella de las nueve, aunque eso no significaba que no tuviera su encanto. Era donde se concentraba la mayoría de la población, la única de alguna manera conectada con el resto del mundo, y a donde llegaban los productos importados.

Las islas estaban conectadas entre sí por un ferry, un pequeño barco carguero que hacía un par de recorridos diarios entre ellas. Si un día lo perdía, lo más normal era que tuviera que dormir a la intemperie, o pedir asilo dentro de alguna vivienda de los habitantes.

Ya habían pasado dos días desde la llegada de John a la isla, el primero de ellos prácticamente perdido en descansar. El segundo dedicado a conocer a la gente del lugar, sus costumbres, sus bailes típicos, que eran uno de los mayores reclamos de los pocos turistas que se dignaban a pisar por allí. No se podía decir lo mismo de su gastronomía, rica en pescado, que aunque John no le hacía ascos no podía considerarla de sus preferidas. Si bien no podía quejarse, ya que en la última misión, como a él le gustaba llamar a sus viajes profesionales, tuvo que pasar tres días prácticamente sin suministros.

La idea de la revista era documentar la época de la subida del agua. Hacía ya años que, entre los meses de febrero a mayo, las zonas más costeras eran inundadas. La revista quería fotos del antes y del después, para conseguir ese nivel de concienciación necesario. Por eso John había recorrido todas las zonas de viviendas, ahora aún secas, con sus lugareños, obteniendo imágenes que contrastaban en belleza y pobreza, porque Tuvalu es uno de los países más pobres del mundo. Su población vivía con una economía de subsistencia, cada ciudadano tenía una labor para con la comunidad, trabajaban las tierras, construían sus viviendas, cuidaban de sus niños…y jugaban al futbol, entre otros deportes típicos. Hasta tenían una selección nacional de futbol.

John regresaba de la zona más meridional de la isla, donde se ubicaban los órganos de gobierno. Allí había podido conseguir una de sus fotografías favoritas hasta el momento. Con el edificio de gobierno de fondo, y en primer plano sentadas en unas pequeñas sillas de madera, un grupo de ancianas compartían vivencias y reían ampliamente. Seguramente aquellas mujeres jamás habían conocido otras tierras que aquellas, ni otra vida, pero sin lugar a dudas habían sido felices allí.

Se dirigía hacia su cabaña, cuando observó en la playa un grupo de jóvenes jugando un partido de futbol y se desvió hacia ellos cámara en mano, para inmortalizar el momento. No fue hasta llegar allí que lo vio, un joven turista que sentado en la arena miraba al infinito del mar, con la vista perdida. El aire revolvía su cabello, consiguiendo que unos pequeños rizos cayeran con gracia sobre su frente, al otro lado kilómetros de playa virgen. Eso, aunado a la luz anaranjada del atardecer, hacía de aquel un momento irrepetible, uno a inmortalizar, y no dudó en sacar una fotografía de aquello.

Esperaba que al oír el sonido de la cámara el joven se girara hacia él; así le podría dar explicaciones de quién era y el porqué de aquella fotografía, pero nada de ello sucedió. El hombre permaneció exactamente en la misma pose, como si nada a su alrededor estuviera pasando, sumido en sus pensamientos. Curioso, pensó John y se volvió hacia el grupo de chicos que jugaban al futbol, para conseguir una o dos fotografías decentes antes de acudir a asearse y cenar.

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N/A: El reto de esta quincena se me está complicando un poco y es que en mi cabeza esta historia se hizo enorme. Espero que sea de su agrado y me dejen un comentario que me anime a terminarla a tiempo.

Para este capítulo he tenido dos betas maravillosas que dedicaron su tiempo a mejorar el texto con sus aportaciones, de nuevo gracias queridas.

Besos, Lord.

N/A sobre Tuvalu:

"Tuvalu, antiguamente islas Ellice, es un país insular perteneciente a la región de la Polinesia, localizada en el océano Pacífico, aproximadamente a mitad de camino entre Hawái y Australia. Tuvalu es el miembro de las Naciones Unidas menos poblado, con sólo 11.810 habitantes. Su territorio en el océano Pacífico consta de 4 arrecifes de coral y 5 atolones que no superan los cinco metros sobre el nivel del mar, convirtiéndolo en el país con menor altura máxima después de Maldivas.Debido a esta característica está evidentemente amenazado por el calentamiento global y la subida del nivel del mar (según estimaciones,Tuvalu desaparecería en el 2050).

De acuerdo con el Protocolo de Kioto, sobre todo los países ricos están obligados a reducir sus emisiones. Tuvalu es, paradójicamente, uno de los países más pobres del mundo, y su compromiso con el medioambiente es un ejemplo. Hacia el año 2020,Tuvaluespera convertirse en el primer país sin emisiones de carbono, luego de abandonar los combustibles fósiles y generar toda su energía de fuentes renovables. Tuvalu lucha por sobrevivir al naufragio con el ejemplo".