Capítulo 1: Los ojos carmesí
Ya habían pasado 3 años desde la última vez que la chica de los cabellos naranjas había visto a su segunda familia, constituida por Gin-chan, Shinpachi y Sadaharu. Honestamente, los extrañaba, y estaba ansiosa por verlos, pero no podía dejar el trabajo de lado tampoco. Después de todo, trabajaba por su cuenta, y viajaba por muchos sitios, matando a cada bestia que se le interpusiera en el camino. La chica lo disfrutaba, era lo que su padre hacía antes de retirarse después de todo, y si bien uno nunca se queda en un lugar fijo con este tipo de ocupación, se puede conocer gente nueva en el camino y aprender muchísimo; en fin, le gustaba la idea. Su hermano, del cual no se supo mucho más en los últimos años, también se dedicaba a recorrer el mundo por su cuenta, aunque nunca se encontraban.
La Tierra se veía pequeña y preciosa desde el barco volador en el que andaba Kagura; mirando por la ventana, esbozó una sonrisa, sentía que estaba llegando de nuevo al lugar a donde siempre podía regresar. Con la mano sosteniendo su cabeza en la parte del mentón, observaba este hermoso paisaje desde lejos: aunque muy pronto, podría al fin estar allí.
Luego de un rato enormemente largo, por fin estaba en Edo de nuevo. No veía la hora de poder abrazar a Sadaharu otra vez, regañar a Gin-chan por seguir siendo un vago como siempre, tener alguna que otra disputa con Shinpachi... Aunque dudaba que fuesen a seguir estando juntos aquellos. Luego de que la pequeña se había marchado de la Tierra, no tuvo muchas noticias de la Yorozuya: prefería no comunicarse con ellos, porque sabía que tendría ganas de volver a casa. Ellos entendían a la perfección esa situación y, aunque por supuesto la extrañaban, respetaban su decisión.
Edo estaba lleno de Amantos —como lo había estado siempre, y nunca iba a dejar de estarlo. Nobu Nobu seguía comandando, y, si bien el día estaba algo soleado (lo cual la obligó a sacar su paraguas), se notaba un aire algo "pesado", como de depresión.
Entre tanto caminar, se encontró con un lugar conocido: el antiguo cuartel del Shinsegumi. No pudo evitar recordar al Príncipe Mayo, al Gorila, al chico del badminton, al Afro, a... Y por supuesto, al maldito sádico. Si bien en ese momento quería reprimir las últimas palabras que intercambió con él, no pudo. Le era sencillamente imposible olvidar a quien empezó como alguien que le caía mal, luego se volvió su rival, para después convertirse en... un compañero de luchas. O más que eso, un amigo. Era alguien a quien recordaba con cariño, más después de esa pelea final que tuvieron, en donde prometieron volverse mucho más fuertes. Kagura pensaba entre sí "si me lo encontrara de nuevo... de seguro le ganaría una pelea", pero sabía que eso era muy improbable. Sin embargo, había cierta esperanza en su corazón, y tenía esas secretas ganas de que algo pasara, de saber de él. Odiaba admitirlo, pero... Extrañaba sus tonterías.
Caminando bastante más, al fin pudo llegar a la Yorozuya. Como sospechaba, estaba vacía. Lo que sí, el bar de Otose estaba abierto, por lo cual entró sin pensarlo dos veces.
—Bienveni- ¡¿Kagura-sama?! —era la voz de Tama. La bella robot de pelos verdes por supuesto que la había reconocido al instante.
—Estoy de vuelta —dijo Kagura, sonriendo y mirando hacia adentro, para ver si podía divisar alguna cara conocida.
— ¿Qué dices Tama? ¿Acaso tienes alguna falla? Kagura-chan se marchó hace mucho de aq… —Otose quedó, no sólo boquiabierta (haciendo que se le cayera el cigarrillo), sino que también sus ojos parecían dos platos enormes— ¡Oh! ¡Kagura-chan! —luego de eso, la abrazó como si hubiesen pasado décadas desde haberla visto. Kagura sonrió muchísimo, realmente había sido una cálida bienvenida.
—Por Dios, que hasta no pareces tú, ese cabello largo, esa vestimenta tan de señorita, hasta has perdido el 'aru' que tanto te caracterizaba antes. ¡Ni tienes restos de comida en la boca! Qué emoción, nunca creí que iba a verte así, Kagura-chan. —pareciera que hasta Otose iba a largarse a llorar, aunque notoriamente aguantó sus lágrimas.
—Lo sé-aru —se le escapó, quizá porque recordaba cuando tan sólo era una niña.
Las tres chicas se echaron a reír al unísono.
—Y dime, Otose-san... ¿has visto a Gin-chan? ¿O a Shinpachi? ¿Siquiera a Sadaharu?
—La situación no es tan fácil... Hasta ahora, andaban a las escondidas por así decirlo, de un lugar a otro... El gobierno tenía bien en claro que eran sus enemigos. No he sabido de ellos hace mucho tiempo, así que no sabría decirte.
—Está bien... Los andaré buscando estos días. Tengo poco tiempo libre, así que si no los llego a encontrar pero tú sí... Por favor diles que vine-aru.
—De acuerdo. ¿Ya te irás? ¿No quieres tomar algo? —dijo Otose, riendo por lo que se le había escapado a Kagura anteriormente.
—Lo siento, tengo prisa... Aunque quizás vuelva en la noche —concluyó, lamentándose.
—Sabes que esta es como tu segunda casa, siempre podrás venir.
La chica del traje chino blanco salió a dar otra vuelta, a ver si encontraba a alguien que pudiese ayudarla. De seguro alguna cara conocida iba a ver, por más de que no fuera directamente Gin-chan.
Caminó, y caminó, bajo el radiante Sol, que ya le estaba empezando a molestar. Para peor, andaba con un pañuelo cubriendo su cabeza que le había dado Otose, por si acaso andaba alguien del gobierno cerca, después de todo, Gin-chan y Shinpachi estaban en eso mismo.
Ya era su segundo día en la Tierra, y apenas sólo había visto a Otose y compañía. No volvió al bar porque sabía que no podía apegarse a ellas lo suficiente, porque le costaría volver a lo suyo. Tenía el ceño increíblemente fruncido, y se sentía muy frustrada. Realmente sentía que no podía hacer nada aquí, que había sido en vano volver, que no servía para nada todo esto... Kabukichou estaba igual que cuando lo había dejado, al menos de forma física: le faltaba el espíritu de su gente, la alegría de cada día.
Entre tanta depresión, sintió un sonido extraño a lo lejos, algo que la llamaba. Se dio media vuelta y pudo notarlo: era Sadaharu. Se expresión cambió notoriamente y, sin pensarlo dos veces, se tiró a abrazarlo. El enorme perro la cubría de besos, se notaba que la extrañaba muchísimo. Entre tanto cansancio y calor, Kagura al fin había obtenido su recompensa, y una increíble.
Empezó a caminar junto al animal a su lado, hasta que pudo divisar a Catherine de donde el animal venía.
—Otose me ha dicho que lo trajera contigo, lo hemos estado cuidando estos años porque no tiene a dónde ir, y sabes cómo es ella con eso. Quería que te sorprendieras y me hizo traértelo hasta aquí y todo, por eso no dijo nada —dijo Catherine, quién se veía bastante molesta con el encargo de Otose-san— Pero bueno, qué más hay que hacer. Al menos ese rostro volvió a sonreír, todo lo que Otose-san quería, después de verte tan mal anoche mientras dormías.
—Está bien, muchas gracias-aru —finalizó—. Aún así, sólo me quedé anoche porque no tenía a dónde ir, buscaré a los demás en estos días y luego me iré de nuevo, pero agradécele a Otose-san, ¿sí?
Luego de esto, la chica —ya mujer— se retiró con su mascota. Quizá llamaba un poco la atención, pero suponía que no se darían cuenta de que era ella, había cambiado muchísimo con los años (además, el pañuelo blanco que cubría semejante parte del rostro también ayudaba.) Cada vez que podía, aprovechaba la oportunidad para jugar un poco con Sadaharu, era increíble cómo lo había extrañado, y el animal sin dudas, también.
Ya el tercer día en su búsqueda por los demás, apenas tenía unas horas para volverse a su planeta, ya que su plan inicial de quedarse eran unos tres días. Recorrió otras partes del distrito para ver si reconocía a alguien. Un par de caras conocidas lejos y ya, poca gente que amaba quedaba en el sitio.
Encontró un lugar familiar: aquél puente en el que solía pasar mucho sus días. Con Sadaharu al lado suyo, bajó al pequeño río que allí había. Agarró algo de agua en sus manos y la extendió a lo largo de su rostro. También mojó un poco a su querida mascota, quien parecía disfrutarlo, debido a lo pesado que estaba el clima. La pelirroja miró fijamente el agua, encontrando por supuesto allí su reflejo. Cómo había cambiado en todos estos años. Parece mentira que aquella chica comilona se había ido para siempre, que aquella chica inmadura y gritona ya no existía en su ser. En parte, extrañaba los factores que la hacían ser así: posiblemente cambió porque dejó de ver a los demás, se alejó de ellos por mucho tiempo y perdió esas manías. Si bien eso la hizo crecer bastante, extrañaba su niñez. Ahora tenía una vida fija y podía mantenerse por sí misma, sí, pero igual ya no eran tan "divertido". No estaba mal, pero no era lo mismo.
En fin, se cubrió el rostro de nuevo con el pañuelo y, levantándose, emprendió camino de vuelta, cuando de lejos vio algo inusual, que la hizo fruncir el ceño, alguien que estaba escondiéndose en las sombras, y que cuando la vio, salió corriendo.
Por supuesto, la chica salió a correr a la persona de inmediato, ¿y si era del gobierno, y quería comunicar que estaba aquí? Podrían encontrar a Gin-chan o a Shinpachi. Sin dudas, temía lo peor.
La persecución duró unas cuantas cuadras, algunas personas miraban asombradas por la velocidad en la que iban, y ciertamente tenían razón. Kagura se sentía impotente por la rapidez de esta persona, aunque estaba cerca de alcanzarla. Debía hacerlo rápido, ya que Sadaharu había quedado sólo en el río, y temía dejarlo sin compañía por mucho rato; sin embargo, antes de volver, tenía que darle lo suyo al espía.
El encubierto decidió agarrar un callejón —poco astuto, pensó Kagura—, si lo que quería era ocultar su identidad, estaba arruinado.
—¿Acaso eres tonto? ¿No sabes que para que no te derroten no debes encerrarte en un callejón nunca-aru? —se le había escapado de nuevo. No sabía si era el aire de Kabukichou o simplemente lo hacía a propósito, para ver si alguien la reconocía—. Vamos, dime, ¿eres del gobierno cierto? ¿Me estabas espiando? Si me respondes, no te haré daño-aru.
El espía no decía nada.
—Está bien, no me dejas más remedio-aru.
Empezaron a pelear, allí. Sus espada y paraguas se cruzaron unas cuantas veces, sin lograr dañar al otro. Kagura pensaba que el espía simplemente se estaba conteniendo, porque no era tan duro como parecía en su corrida: se dedicaba más bien a esquivar ataques por parte de la pelirroja, no a dañarla.
Más y más choques, más y más idas a un lado y al otro, hasta que por fin, había logrado apuntarle al cuello.
—Ahora dime, ¿quién eres? ¿Qué quieres conmigo-aru? ¿Debería acaso quitarte esta capucha que te has armado-aru?
Pero sin darse cuenta, a Kagura ya se le había caído el pañuelo en la pelea. La cara del espía era indescriptible. Estaba enormemente sorprendido.
—¡Habla! ¡Ahora-aru! —terminó la chica.
En eso, el espía se quitó la capucha. Ni bien se la empezó a sacar, Kagura pudo divisar unos ojos rojos muy intensos, color casi carmesí. Sin dudas, sabía de quién se trataba, y no lo había notado.
