Marlene Mckinnon podía sentirse orgullosa del modo en que defendía sus ideales. Formaba parte de algo grande, algo que algún día demostraría que no todo es blanco y negro. Que había grises de por medio.

Estando en la Ordén del Fénix, Marlene aprendió, pero aprendió sobre la vida, gracias a la gente que como ella defendían sus creencias.

Con Sirius Black, Marlene aprendió que todas las personas tenemos algo bueno y malo dentro de nosotros. La cuestión era qué parte decidíamos potenciar.

Con Alice y Frank Longbottom, aprendió lo bonito que era creer en un mundo mucho mejor que el que les había tocado vivir.

Con Lily y James Potter aprendió que valientes no solo eran los caballeros de los cuentos. Que las personas que luchaban por las vidas de los demás eran los propios caballeros de esta historia.

Con Alastor Moody, Marlene creyó ver a un hombre realista y desolado por la realidad que todos los días se asomaba por la ventana, pero que a pesar de ello, luchaba para moldearla, para cambiarla a una realidad solo ligeramente diferente.

Marlene podía jactarse de sentirse plena, cuando salía a la calle a luchar contra los encapuchados. Siempre fue una adicta a la adrenalina, pero que en vez de convertirla en una mujer masoca, la transformaban en una heroína. Porque cambiaban el mundo, decía ella.

Puede que en algunos momentos se haya venido abajo, ¿pero quién no? La realidad cada día es más dura y ella va perdiendo la confianza. Pero no debe hacerlo, porque si ella no lo cree, nadie lo hará por ella.

En su vida ha conversado con muchas personas, pero en especial recuerda una.

-Eh Mckinnon, ¿qué ocurre?

-Nada, pensaba, ¿y tú Black?

-Comía. ¿En qué piensas?

-En lo que sucede, en la muerte… hoy han traído más aurores caídos. Creo que de lo que llevamos de semana ya han caído cinco.

-Lo sé, iba con ellos, fue la loca de mi prima.

-Tengo miedo Black.

-Mira Marlene, si ahora mismo te preguntara, si darías tu vida por todas las personas que corren asustadas, o se esconden en sus casas, ¿qué me dirías?

Porque a partir de esa conversación, Marlene Mckinnon pudo asegurar que no temía la muerte. Que si llegaba llegaba y que ella misma la recibiría sin inmutarse, porque murió intentando cambiar el mundo, y esa sensación de orgullo no se la arrebató aquella luz verde.