Día 1: Cuddles.

Con los pies descalzos se desplaza por el obscuro pasillo y esconde un bostezo en la ancha manga del camisón que tenía por pijama, prenda de ropa que era más claro que no le pertenecí a pero que aun así le encantaba usar.

Toca la puerta con suavidad sintiendo la textura rocosa detrás de sus nudillos y sin esperar respuesta se adentra en la habitación.

En la oficina se encontraba nadie más que su prometido el cual escondido tras la pantalla brillante del computador, aún se encontraba trabajando. Sin encender la luz avanza por la estancia y le abraza por los hombros escondiendo el rostro entre el cuello del mayor en una suave caricia. Le siente relajar los músculos de la espalda.

—¿Qué haces despierto a estas horas Minnie?

—Desperté y no estabas en la cama. —Queda frente al castaño y le dedica una media sonrisa adormilada para luego quedar sentado en su regazo y abrazarle por el cuello.

—Es tarde ya, deberías estar en la cama.

—No puedo dormir si no estás. —Murmura cerca del oído contrario y suspira sintiéndose invadido por el sueño.

Taemin se acurruca contra su cuerpo y juguetea con su cabello gracias a la punta de sus dedos, Minho ríe por lo bajo cuidadoso de no perturbar el adormilado cuerpo de su joven y hermoso prometido; teclea algunas palabras apresuradas y finalmente se siente poder relajarse con tranquilidad una vez terminado su trabajo, el organizar cenas apresuradas de ensayo no era para nada divertido.

Se recarga en el respaldo de la silla y sonríe para sí al sentir como Taemin hablaba entre sueños pidiendo que le diese algún dulce para comer.

Le recorre la espalda con las manos hasta que quedan aseguradas en la cintura del menor y le habla entre susurros haciéndole saber que era momento de volver a la cama.

—¿Abrázame sí? —Le tiene en brazos y siente como le rodea la cintura con las piernas para mayor estabilidad en el abrazo, asiente varias veces en respuesta a sabiendas que el pequeño se encontraba más que perdido en el mundo de los sueños y se dirige con paso parsimonioso hasta su habitación para así finalmente caer ambos rendidos, escondidos entre las sábanas.