PRÓLOGO.
Voluntad.
En el día más brillante, en la noche más obscura…
Ningún mal escapará a mi vista.
Quien venere el poder del mal,
Tema a mi poder…
¡La luz de la linterna verde!
En el día más brillante…en la noche más obscura.
Las palabras apenas salían de mis labios, ¡qué importa! Mi batería de poder se encontraba perdida, ya que por alguna maldita y extraña razón no podía acceder a ella. Si mi anillo no se encontrara descargado, las cosas en este momento se volverían más sencillas. Pero en fin, tendré que resolverlo, porque puedo hacerlo, resolver todo este embrollo. Ya sé lo que tengo que hacer…
Mi nombre es Sofía Valdez, y soy de la tierra. ¿A qué me dedico? Pues en realidad no es complicado; al tener una 17 años no se puede hacer mucho: vas a la escuela, haces tus deberes, y encajonas a tu mamá preguntándole porqué sangras cada determinado tiempo mientras están comiendo un sándwich de mermelada; en fin, cosas de todos los días. Me gustaba mi vida, bueno, en realidad la soportaba, porque era simple, sin peligros, ni emociones…en especial sin emociones, y creo que por ese lado empecé a preguntarme si había algo más en este mundo que simplemente hacer tarea, lavar platos, y luego irte a dormir para despertar haciendo todo nuevamente. El mundo como lo conocía comenzaba a volverse aburrido para mí, por lo que necesitaba algo para con lo que sentirme "encendida". Probé en un primer momento con los deportes, pero una niña corriendo más rápido que otros niños en una escuela masculina y conservadora empezó a traerme problemas (¡malditos pendejos pene chicos!). Eso me lleva a decir que también intenté con las relaciones sexuales. No me malentiendan, me encanta decirle "hacer el amor" y todas esas cosas cursis, en serio lo adoro, pero cuando exploras a muchos chicos de tu escuela incapaces de hacerte volar al cielo mientras gritas como un animal golpeado, con los ojos mirando hacia tu cerebro, una empieza a tener algunos conceptos como cosas irreales. Debí acostarme con más de 14 chicos distintos, más de una vez con cada uno, y aunque en un primer momento, cuando sientes un duro pedazo de carne romper tus partes íntimas hundiéndote en un mar de momentáneo placer, ninguno de ellos logró llenarme al punto que yo quería.
Los regaños de mi madre, je…fueron la parte fea. En serio me dolió mucho que me dijera que era una fácil, pero ya sabes cómo son los padres, ¡no nos entienden! Yo sólo quería emociones, y si tenía que romperme brazos y abrir las piernas para conseguir unos malditos segundos en un ardiente paraíso, pues bien valía la pena. Pero nada, ¡nada!, se le compara al día cuando recibí por primera vez, mi anillo de linterna verde.
Todo estaba normal: acababa de echarme un polvo con un chico, dejándolo seco por completo, porque déjenme hacer el paréntesis de que aunque tuviera diecisiete años, era mucho más activa que cualquier alumna bien portada de mi generación; después de mi primera vez, unas dos o tres veces más, ya no tenía ningún seguro o "llenadera" que pudiera apaciguar mi calentura infantil. Como decía, regresaba a casa, esperando un terrible regaño por parte de mi madre, ¡y oh sorpresa! Me encuentro un endemoniado y grotesco alienígena golpeándola sin cesar; estando casi moribunda, me pide que huya lo más pronto posible; mujer, no me lo pides dos veces. Y ahí me tienes, corriendo por mi vida a través de las muchas escaleras del edificio, tratando de escapar del monstruo ese. Algunos vecinos salen e intentan detenerlo, pero este fácilmente tritura a cualquier tipejo que se ponga en su camino, ¡cómo los despedazó! Fue total…
Me terminé metiendo en uno de los departamentos, y a mis espaldas el alienígena matando a todo el mundo con su fuerza bruta. Finalmente, llegué a la cocina, terminando en un puto callejón sin salida; si, mi cara era de "la he cagado". El alien estaba por entrar, y grité como una pinche marica; pero después de hacerme en los calzones, comprendí que no tenía otra opción: era él o yo. Ni hablar; así que alisté mis puños, y rezaba con que esas clases de karate y taekwondo sirvieran de algo. Y más valía, ya que el maestro de karate también me había dado duro por detrás.
El alien entró, y lancé el primer golpe, el cual él pudo bloquear, soltándome una patada en el estómago que me sacó el aliento. Después de eso, siguió golpeándome en la cara sin frenar; la fuerza con la que impactaba sus puños contra mi rostro era brutal; sentí el dolor en un inicio, luego la presión, el aturdimiento, y después…nada. No escuchaba, no sentía, sólo tenía la leve concepción de que esto era todo, hasta aquí habían llegado mis andanzas. Todo fue golpe tras golpe, golpe tras golpe.
Pero de entre los sonidos de carne lacerada y sangre chorreando, escuché unas palabras que jamás creí que escucharía en toda mi vida.
–"Sofía Valdés de la tierra, tienes la habilidad para superar un gran temor" –no sabía si reír o llorar, y fue entonces que pasó mi parte favorita–. "Bienvenida a la corporación Linterna Verde".
Cuando sentí el pequeño objeto introducirse en el tercer dedo de mi mano, a pesar de que apenas podía sentir algo de mi cuerpo, no pude contener la emoción mental: ¡alabado sean los putos dioses! (o debería decir "guardianes"), ¡había recibido un anillo de linterna verde! Y vaya que pensaba usarlo en este hijo de puta. Hice aparecer lo primero que me llegó a la mente: una espada, ya que esa mañana había leído algo acerca de Juana de Arco, y una no puede evitar la satisfacción de emplear un símbolo fálico para darle una lección a algún marica de por ahí. Ataqué directo al estómago, una y otra vez, haciendo que el maldito alienígena se desangrara y viera sus miserables tripas. Quise dar un golpe exacto en la verga, pero el hijo de puta se movió y le di en la entrepierna. Bueno, algo es algo.
El miserable se estaba tambaleando, y finalmente cayó en el piso de una cocina que hasta ese momento recordé que era ajena, percibiendo en ese instante como unos tipos me miraban horrorizada, y lo peor es que traían unos niños consigo; los niños no me vieron feo, pero si tenían cara de no comprender nada de lo que estaba sucediendo; pues bien, lección número 1 en el libro de Sofía niñitos: no dejar que un puto adulto se aproveche de ti. Con el anillo materialicé un martillo tan grande para poder destruir sus cabezas, pero es en ese momento cuando se escuchó nuevamente la voz del arma esmeralda.
–Niveles de energía llegando a cero.
Imaginen la mentada de madre mental que les hice a los guardianes por semejante babosada, ¿a quién se le ocurre enviarme un anillo de poder sin estar cargado? Digo, si bien he leído mis cómics, no es que precisamente uses el anillo para algo importante una vez que lo recibes, ya que no acostumbras ir a la pelea inmediatamente después de recibirlo, ¡pero joder!, ¡¿y si fuera otra puta crisis final?!, ¡¿una noche obscura?! Si alguno de esos hombres como Hal Jordan, John Stewart, Guy Gardner (como me calienta ese hombre), u otro muriera en batalla, sería lógico dar el anillo cargado a un próximo portador y continuar en la batalla. Miré al alienígena en el suelo; en fin, el trabajo parecía hecho. Salí corriendo como su puta madre de ese departamento, hasta llegar afuera del edificio.
¡Y eso es básicamente todo hasta ahora! He estado vagando por las calles durante horas, escondiéndome de la ley. Si, se preguntarán, ¿por qué una recién alistada oficial intergaláctica está escapando de un mediocre escuadrón terrestre? Simple: mi anillo está descargado, por lo tanto no puedo acceder al universo de bolsillo para tomar la batería de poder, y sin ella, no puedo decir el juramento, y poner a andar esta cosa, y si no la pongo a andar, y me encuentran los polis, la cosa se va a poner fea aquí. Si, ya sé que fue un alienígena, y yo no tengo la culpa de nada, pero oye, ¡no se puede confiar en la ley hoy en día! Demasiadas normas hacen imposible ver la simplicidad de los hechos. Sin embargo, ser encontrada por la ley no es mi único problema, ya que he estado pensando mucho desde que recibí este anillo.
Según mis investigaciones (y con ello me refiero a los cómics que escondo debajo de mi cama), el anillo tiene activado la aplicación de fuerza letal, lo que significa que ya pasó la guerra con el Siniestro Corps, y si mi intuición no me falla, ya que nunca me ha fallado…bueno, casi nunca, significaría que también ya pasó la noche más obscura, la batalla con Nekron y los linternas negras. En estos momentos deben estar enfrentando la ira del primer linterna, Volthoom, lo que quiere decir que igual tanto Hal Jordan como los demás linternas, (incluyendo al sensual Guy), están ocupados enfrentándolo; ¡vaya suerte la mía! Estoy sola en esto, pero… ¡un momento! Si no mal recuerdo, los guardianes declararon guerra con el libre albedrío, o en el peor de los casos son presos del primer linterna, el punto es… ¿quién me mandó el anillo?, ¿y por qué? Por unos momentos miré al cielo, y noté que todas las estrellas permanecían en calma por ahora, ¿qué sucede allá?, ¿pasó algo malo?, ¿y qué tal si las aventuras de un linterna verde no son como la cuentan los cómics?, ¿qué tal si…perdieron…y me mandaron el anillo como última esperanza del universo? ¡Dios santo! Mi instinto me dice que me mandaron este anillo desde otra dimensión, para tener una última pizca de voluntad y depositar sus ínfimas esperanzas en una desconocida. Digo, es una opción, pero si estoy en lo correcto, quiere decir que soy la última esperanza del puto universo…bueno, tanto el de ellos como el mío, siendo claros.
¡Pero estoy varada aquí, en la tierra, con la policía pisando mis talones! Mierda, mierda, mierda, debo pensar en algo, debo hacer algo. Tiene que haber alguna forma de cargar el anillo, ¿pero cómo…? ¡Ah! No puedo pensar con tanta hambre. Primero debo comer algo, y luego pensar en cómo salir de este embrollo. Dios, lo que daría por un polvo ahora mismo, joder que si, y a juzgar por donde andaba, creo que puedo tener las dos cosas a la vez. Me apresuré por unas cuantas avenidas más, y llegué a una residencia típica, con un portón negro antes de entrar, y toda la cosa. Aquí vive un amigo mío, un grandulón de pacotilla llamado Daniel, y es de los chicos que prefiere pasarse toda la tarde en casa leyendo que salir a parrandear. La puerta necesitaba llave, pero aunque ya pasó mucho tiempo de estar aquí, me sabía perfectamente cómo hacerme paso; me introduje sigilosamente al pequeño patio, y decidí ocupar la manguera antes de entrar, ya que aún estaba cubierta de sangre por lo del alienígena. Una vez que estoy lo suficientemente limpia, me acerqué a la puerta tocando el timbre, pero al escuchar algunos pasos acercándose, me quité el anillo y lo guardé en mi bolsillo. Se abrió la puerta y ante mí apareció la montaña de músculos dedicándome una sonrisa amable; tengo que admitir que aunque se la pase en su habitación todas las tardes, estaba en buena forma. Pude jurar que sus ojos se iluminaron al verme:
–¡Sofía! Tanto tiempo, milagro que te dejas ver –me dice alegre.
–¡Ay! Mira quién lo dice –le digo con una sonrisa.
–¡Pásate! ¿Quieres algo de tomar? ¿De comer?
–De comer, ¡me estoy muriendo de hambre!
–Pues sírvete lo que quieras, ¡la casa invita!
Ese era el buen Daniel, siempre atento conmigo; aunque era tonto e ingenuo, puedo decir que era un buen tipo. También cabe decir que tuve la oportunidad de probar "su equipo", pero fue un momento muy breve, una "calentura emocional", según él, ya que no quería ser de los chicos que engañaba a su novia. Tengo medio resentimiento con él, porque aunque quiera ser fiel, y respeto eso, ¡me lo dijo a mitad de pleno faje! Ya saben, cuando las cosas se ponían más que duras. Me aparté un rato, pero nunca hubo rencor, ya que cuando iba a su casa, él siempre me recibía con los brazos abiertos, dispuesto a atenderme. Al entrar pude ver a Yoselín jugando videojuegos en la sala, y a Arturo revisando cosas en la computadora; ambos me saludaron al llegar, sin distraerse de lo que estaban haciendo. Verán, la madre de Daniel murió hace tiempo, y su padre siempre está afuera por asuntos del trabajo, por lo que la casa del grandulón siempre queda disponible para sus amigos. Yo soy la que lleva más tiempo conociéndolo, ya que estos chicos apenas cruzaron palabra con él por ser compañeros de universidad, así que no me llevo mucho con ellos. A pesar de todo, su relación de "amistad" es demasiado extraña, ya que Daniel prefiere pasársela encerrado todo el día en su cuarto, cuando éstos se la pasan acá haciendo cualquier cosa que les venga en gana…claro, no es que causen mucho problema. Sin embargo, una ojeada a la sala me permitió ver que me faltaba una persona; le pregunté si hoy no veía a la Carmen.
Ella era su novia, una mujer de su misma edad, aunque actuaba como una maldita niña mimada ante todo, sin mencionar que era una coqueta con todo hombre que se le cruzaba, para lástima de Daniel el atento. A veces venía por aquí, y se la pasaba fumando en el sillón de la sala, pero en muy contadas ocasiones. No nos tragábamos una a la otra, ya que pensaba que yo le robaría a Daniel, ¡cómo si le afectara tanto a esa puta de mierda! Al preguntarle sobre ella, el grandulón se detuvo, un destello de tristeza cruzó por su rostro, y me dijo lo que ya sabía que pasaría tarde o temprano:
–Carmen…Carmen y yo ya no estamos juntos…
–¿Y por qué? –inquirí. Como si no lo supiera.
–Se fue con otro… –fue todo lo que me dijo.
Daniel podría ser tonto, tarado, y a pesar de todo lo que lee, es muy ingenuo, y por lo mismo tiene corazón que le rompan; ya saben cómo son estos niños sensibles, hacen a alguien su todo, y luego no saben qué hacer, ¡y lo peor de todo es que no es algo malo!, es una característica muy tierna de un hombre…de un buen hombre, pero siempre he dicho que cada quien se busca lo que cosecha. Le puse una mano en el hombro.
–Híjole Daniel, lo siento… –no era alguien expresiva, pero si imaginaba lo que estaba sintiendo–. ¿Quieres hablar…?
–No, no –negó levemente–. Sólo iré a mi cuarto y leeré un poco para distraerme. Estoy bien –no grandulón, no lo estás, pero respeto tu decisión. Iba a subir la escaleras, pero antes de irse, volteó a verme sonriendo–. Me alegra que hayas pasado por aquí, me alegraste la tarde.
Y se fue. ¡Joder! Ahora si me siento mal por él; un torpe tan tierno como él no se merecía algo así. ¡Carmen en serio era una puta de mierda! Claro, ya sé qué van a decir, ¿cómo una fácil como yo lo dice? Pues bien, sin herir susceptibilidades, les explicaré: Carmen, es una puta, y yo soy una fácil, ¿cuál es la diferencia? Resulta que Carmen cambia hombres como cambia de ropa, por el hecho de que se siente vacía por dentro, y sin respetar el más mínimo gesto de simpatía hacia ella, porque cree que eso la hace ser débil; yo busco emociones y aventuras no porque me sienta vacía, ¡sino porque disfruto mi vida! Disfruto de mi cuerpo, mi piel, tocarme el clítoris, sentir una tibia humedad correr por mis muslos en los momentos de mis orgasmos, y a cada hombre con el que estuve le di su respectivo tiempo y respeto, aunque ellos no pudieran complacerme, jamás me burlaría de ellos, quizá un chiste o dos, pero en buena onda, además de que me ha tocado en más de una ocasión que alguno de ellos tuviera novia, y estaban temerosos ante lo que hacían, porque creía que los iba a chingar, ¡y no! No era ese mi objetivo, solamente el de sentir las más asombrosas sensaciones de mi vida. Si Dios, cuando esté frente a él, decide mandarme al infierno por ello, yo le respondería: "haber, tú me diste el don de la sensibilidad, ¡no puedes culparme por usarlo como yo quisiera!", digo, así le diría yo si tuviera que rendirle cuentas a él, y ya que tengo el anillo, quien sabe. Los otros dos me dijeron que intentaron animarlo, pero que no pudieron, concluyendo de que estaría bien por ahora…
¿Cómo? ¿Consumidores de la tecnología como ustedes me vienen a enseñar lecciones de vida a mí? ¡Eso si me da gracia! Lo siento chicos, pero ustedes no entienden ni la mitad. Juro que una vez que tenga mi anillo cargado, voy a probar los límites de la fuerza letal con la puta de Carmen; yo no necesito compensar nada como ellos…
Me encaminé a la cocina y saqué del refrigerador un poco de Spaguetti, la puse en el microondas el tiempo suficiente, y empecé a comer. Mientras devoraba lentamente el platillo, me puse a pensar en Daniel, y lo triste que estaba. Me dije a mi misma que tenía que hacer algo, pero no sabía exactamente qué. Fue cuando volví a mirar el plato de lasaña, y concluí que llevarle algo de comida sería un buen comienzo. No me gusta hacerle de puta sirvienta, pero supongo que él se alegraría al verme llevándole su alimento. Tuve que decirme varias veces: ¡vamos Sofía! Sé una buena amiga. Le preparé una porción, y subí las escaleras hasta su cuarto, no toqué la puerta, pensando lo divertido que sería cacharlo masturbándose, pero para mi decepción, sólo estaba leyendo. Él se sorprendió al verme, y no era para menos ya que sólo llevaba unos calzoncillos bastante ajustados y una playera sin mangas:
–Hola Dani. Como soy tan buena amiga, te traje algo para tragar en tu estado de niño rechazado –ok, tal vez eso se escuchó muy rudo, pero él conocía mis intenciones, y la sonrisa que se asomó por su cara confirmó el agradecimiento.
–Gracias Sofía, pero el niño rechazado no tiene hambre.
–¡Ósea, me hiciste prepararlo por nada! –dije en cómica ofensa, dejando el platillo en una mesita.
–No lo tomes así.
–Tal vez sólo debí aparecerme en ropa interior, y así estarías feliz.
–Si te pusieras unas botas negras de tacón, quizá…
–No abuses de tu suerte, pervertido.
Nos sonreímos mutuamente. Me alegra haberlo contentado, pero la sombra de la tristeza aún estaba en su rostro. Suspiré para mis adentros, pero me surgió una idea de la nada. Él estaba triste y yo necesitaba adrenalina, así que, ¿por qué no?
–¿Sabes? Se me ocurrió algo muy loco, pero hasta ahora me doy cuenta de que…nunca terminamos lo que empezamos… –el me miró extrañado. Sabía que no lo convencería con palabras.
Tan pronto como dejé de hablar, me quite la playera, dejando ver mis pechitos ocultos por mi sostén blanco.
–Sofía, por favor –intentaba negarlo, pero él me deseaba–. Ahora no puedo.
–¿Te parece que estoy pidiendo tu maldita opinión? ¿Desde hace cuánto nos conocemos? ¡Somos amigos! No tiene nada de malo…
No leía mucho, pero me atrevo a decir que su moralidad y sus pasiones están teniendo lucha en su interior. Si no fuera tan niño bueno…en fin, creo que no tengo otra alternativa más que darle lo único por lo cual estaría a mis pies, literalmente. Me senté en el escritorio frente a su cama, y le mostré mi mejor sonrisa seductora mientras cruzaba mis piernas sensualmente frente a él:
–Vamos Daniel, ven aquí, y dame un masaje en los pies.
–¿Cómo? –se sonrojó. Ya casi te tengo…
–He caminado muchísimo en este día, y mis pies están muy cansados. Necesito que alguien me los consienta –noté como su cuerpo empezaba a reaccionar–. Si lo haces bien, te daré un tiempo para que le hagas a mis pies lo que tú quieras, ¿si?
Le guiñé un ojo, y eso fue suficiente para que su hombría se alzara frente a cualquier razonamiento aburrido. Vaya, sí que ha crecido. Me encantó que su enorme pene se viera sometido a mi santa voluntad, y debo decir que me excitó un poco. Él puso delicadamente el separador en su libro de poesía romántica universal, y lo puso a un lado, llegando hasta mí de rodillas. La mirada de hambre sexual que mostraba su rostro no tenía precio, lo cual me hizo soltar una risa coqueta que lo hizo estremecer. Debo admitir que era hábil con las manos, porque me descalzó rápidamente, y con una delicadeza casi solemne. Una vez que mis pies desnudos estuvieron a la vista, él tomó primero uno y empezó a masajearlo con manos fascinadas, sin perder el control necesario para darme la satisfacción que deseaba. No me excitaba en lo más mínimo, pero si que se sentía muy bien. Pasaba de un pie a otro, y yo gemía suavemente para hacerle saber mi aprobación en cuanto a su trabajo:
–Muy bien Danielito –le dije ya pasando un rato–. Es hora de darte tu premio.
E inmediatamente puse uno de mis pies justo en su cara, respondiendo con suaves caricias, e inhalando el aroma que despedía él. Tengo que admitir que mis pies apestaban muchísimo, pero a Dani pareció encantarle; nunca entenderé la fijación por los pies olorosos de una mujer, ya que eso, en algunos casos, los excita. Él pasó de olisquear a besar, y de eso, a lamer con desenfreno. Tuve la oportunidad de tocarle su erección mientras seguía en lo suyo, y me pareció lo suficientemente erecto…pero quería excitarlo más. Le puse mi otro pie en su cara y lo aparte lo suficiente como para poder levantarme; carajo, su expresión de dominado me encantaba, era justo lo que necesitaba. Rápidamente me quité los pantalones y mis bragas, luego me volví a sentar y le ordené que se acercara mientras abría mis piernas. El veía mi "tesoro" con fascinación, y pensó que era el momento de la "gran entrada", pero lo volví a arrodillar y tomé sus cabellos haciendo que estampara su cara contra mi vagina, a lo que respondió con olisqueos y besos leves, ¡vamos Dani, me estás aburriendo! Presioné aún más su cara contra mi cosita, a lo que pareció entender, comenzando a lamer desesperadamente, ¡oh si, nene! Esto está mejor. Su lengua se introducía en mi clítoris de tal modo que me sacaba uno que otro grito de placer, es decir, no era perfecto, podía mejorar mucho, pero tampoco lo hacía mal.
Ya después de un ratito de lamidas, decidí ponerle el juego más emocionante, apartándolo una vez más, y girando sobre mi misma, mostrándole directo en su cara todo mi posterior. El sin pensarlo comenzó a besar y lamer mis nalgas, y aunque se sentía rico, le ordené que lo hiciera más fuerte, y si algo ya probó Daniel es comprender mis mandatos, por lo que tomó mi trasero, y lo abrió, empezando a lamer mi culo con una desesperación tan deliciosa, que me permití disfrutar un poquito de ese hambriento gesto. Me subí al escritorio como pude, e igual le ordené que lamiera mi vagina, a lo que hizo gala de sus músculos, levantándome lo suficiente para tener ambas cosas accesibles a su paladar. Todo se puso más cachondo cuando mis jugos vaginales caían directo en su rostro, y me sentaba de vez en cuando asegurándome de que se untaran lo mejor posible; si esto no lo hace feliz, al menos no me olvidará en toda la noche. Tuve mi primer orgasmo de este encuentro, y él se lo bebió todo con tal gusto, que una vez más volvió a mi culo sorbiendo a más no poder. Dios, quizá subestimé al chico, por mi santa madre que…que…
Oh no… ¡Mi madre!
–¡Daniel! ¡Ah…! Detente… –intenté soltarme, pero su agarre en mí seguía muy firme–. Daniel, ¡Ah…! Carajo, ¡detente idiota!
–¿He? –fue todo lo que dijo ante esa expresión, con todos los jugos sexuales aun escurriendo de su boca.
Intenté brincarlo para poder alejarme, pero no sé qué hizo que también se movió, y terminamos los dos contra el suelo. Rápidamente me levanté, y busqué mi ropa comenzando a vestirme.
–¿Sofía? ¿Estás bien? ¡¿Qué ocurre?!
No le respondí, ¡mierda!, ¿cómo pude haberlo olvidado? ¡Dejé a mi madre moribunda en el piso del departamento! Qué imbécil soy. Fue tanto mi apuro por no ser atrapada que la olvidé completamente. Dios, la recuerdo, estaba tan dañada…más vale que siga respirando. Estaba vestida y por salir, pero sentí el agarre de Dani.
–Sofía, ¿por qué no me respondes? Creí…que te estaba gustando.
–No es eso.
–¿Te lastimé? ¿Hice algo mal?
–¡No! Maldición, sólo tengo que ir a un lado, ¡ahora!
–Deja vestirme, te llevaré en mi auto, llegarás más rápido.
–No Daniel, no puedes acompañarme. Tengo que ir sola –en ese momento me atrajo más hacia él.
–¿Por qué? ¿Estás en problemas? Déjame ayudarte Sofía, por favor.
A veces odio que Daniel sea tan abnegado. Él es el claro ejemplo de que lo caliente no quita lo tonto. Aunque debo admitir que es un tonto tierno, muy lindo conmigo…pero no, no puede ayudarme, no ahora, no con lo que se avecina:
–No Daniel, por favor, sólo suéltame.
–¿Qué es? Dime por favor…
–No puedo decirte Dani, ¡por favor! Sólo suéltame, no puedo perder más tiempo.
La sombra de dolor volvió a los ojos de Dani, y aunque me maldije a mí misma para mis adentros, le agradecí que me soltara. ¡Carajo!, ¿por qué tratar con sentimientos es tan duro?, por algo el camino de una superheroína es solitario:
–Está bien… –susurró–. Sólo prométeme…que estarás bien.
Maldita sea por pensar con las vísceras, ya que sin decir nada, planté mis labios con los suyos en un gran beso, recordando el estúpido estereotipo de dar el último beso antes de ir a la guerra:
–Soy más fuerte de lo que aparento –dije al separarme de él–. Y ni creas que te vas a salvar de mí, grandulón, me la debes, y vas a terminar lo que empezaste, miserable pervertido.
Mientras le mentía, le di otro besito, esta vez más suave. Claro Sofía, ni siquiera tú sabes si regresarás de esto, pero no tengo otra alternativa más que darle ánimo a mi muy peculiar forma de hacerlo. Me alejé de él, salí de la habitación y no me detuve hasta estar fuera de la casa, y mientras corría con todas mis fuerzas, saqué el anillo y me lo coloqué en la mano derecha. Sé que no funciona, pero me hace sentir mejor, además con lo que viene…no es mala idea tenerlo cerca.
