Capítulo 1. El nuevo profesor de Vuelo.
- Katie... –
- Entonces el malnacido trabó la puerta del compartimiento con un hechizo no verbal. Traté con un alohomora, pero no cedió. Como fue un no verbal especifico no sabía qué contraconjuro usar, por lo que le lancé un mocomurciélago y lo amenacé con un tragababo...
- ¡Katie, detente! – Leanne me sujetó el brazo para interrumpir mi avance y me miró consternada.
- ¡¿Qué? -
- Mira a la mesa de profesores... – Giré mi cabeza, curiosa por la exaltación de mi amiga. Había algo de alarma en su voz, pero no le di importancia. Estaba demasiado ofuscada todavía con el Capitán de Quidditch de Slytherin como para notar el nerviosismo de Leanne.
No debería haber volteado así, tan confiada y despreocupadamente. Debería haber concurrido a un par de sesiones con un psicólogo, realizado cursos de yoga y convertirme al Budismo primero, porque no estaba preparada para lo que vi. No, sin dudas no lo estaba.
Oh, Merlín...
Todo el Gran Comedor se paralizó por un momento, y en seguida comenzó a dar giros a una velocidad abrumadora, provocándome un malestar que, si bien conocía, hacía mucho no sentía.
No sé cuánto tiempo me mantuve ahí, inmóvil, a medio camino de mi asiento en la mesa de Gryffindor. El tiempo y el espacio se ausentaron de mi consciencia. Me aislé de todo y de todos: de los pequeños tirones que Leanne daba en mi camisa y de los no tan pequeños empujones que me daban otros compañeros, gritándome que me saliera del paso. No los escuché. Todos mis sentidos estaban enfocados en la infrecuente figura que se erguía en la punta izquierda de la mesa de profesores, donde durante todo el tiempo en que residí en el colegio vi sentarse a Madame Hooch, la educadora de vuelo, árbitro en los partidos de Quidditch…
Eso no era normal. Eso no era justo. Eso estaba mal.
Indudablemente estaba soñando otra vez. Admito que ésta era una fantasía más extraña que las habituales, porque usualmente él no formaba parte del cuerpo de profesores del colegio (aún no había llegado a ese extremo de fetichismo), pero aún así tenía que ser un sueño. Porque todo lo demás sí lo parecía. No estaba en el lugar correcto, pero sus ojos chocolate no se apartaban de los míos y su sonrisa no podía ser más exquisita. Ahora seguía la parte en que él venía hacia mí y…
-Katie, ¿Estás bien? –
.. Y yo mataba a Leanne, lenta y dolorosamente, como castigo por siempre despertarme en la mejor parte.
En cuanto me giré hacia ella para reprocharle - gritarle, pegarle, cantarle un "Padre Nuestro" y tres "Ave María" - me di cuenta: Seguía parada en medio del comedor, obstruyendo el paso, con compañeros empujándome para llegar a su sitio y con mi mejor amiga mirándome preocupada. No era un sueño...
Volví mi cabeza nuevamente hacia la mesa de profesores, hacia él. Y me libré de toda duda al no encontrar su mirada en la mía. En cambio estaba enfocada en la gran cara de Hagrid, con quien parecía haber iniciado una más que interesante conversación.
No, no era sueño. Porque los ojos de Oliver Wood ya no se encontraban en los míos.
No podía creerlo. ¡Y yo que cinco minutos atrás creía que mi mayor problema este año eran los exámenes! Claro que Flint también era un problema, pero no tan grave: no era una novedad que quisiera romperme un brazo para impedirme jugar Quidditch (aunque esta vez había empezado a intentar desde el viaje en el Expreso de Hogwarts, punto para él por la inventiva).
Parece ser que esa señora huesuda y fea a quien la gente llama "Suerte" se había puesto en mi contra, aliándose con el gordo y calvo "Sr. Destino" para hacer de éste el peor año de mi vida. Los EXTASIS, Flint, y ahora Oliver Wood.
Me senté en una silla distinta a la que ocupara desde mi primer día en el Colegio de Magia y Hechicería, donde unos simpáticos gemelos me habían hecho un lugar que desde entonces siempre fue mío. No quería verlo. No estaba lista. Mis piernas eran gelatina, mi corazón retumbaba en mis oídos y mi estómago estaba danzando. Me sentía afiebrada y tonta.
"Cálmate, Katie. Respira hondo. No lo habías visto en dos años, ¡pero tampoco es para que reacciones así!"
Dumbledore se levantó después de que la profesora McGonagall hiciera sonar su copa con una cuchara para llamarnos la atención. Volteé mi cabeza sólo un poco, lo suficiente como para alcanzar a ver el centro de la mesa donde el director, de pie, se disponía a darnos el pequeño discurso de bienvenida de todos los años.
"Saludos, alumnos. A los viejos, es un placer volver a verlos. A los nuevos, es un gusto verlos por primera vez. A todos, el bosque prohibido está prohibido. Y también el quinto piso, el ala oeste. Me complace anunciar al nuevo Profesor de Vuelo, el Sr. Wood, a quienes deben conocer, si no por haber sido amigos aquí cuando estudiaba con nosotros, por la fama mundial que rápidamente alcanzó como Guardián del equipo de Quidditch "Puddlemere United". La señora Hooch no podrá asistir este año, y el Sr. Wood ha accedido a suplantarla. Por favor, hacerlo sentir como en casa. Ahora sí, a disfrutar del banquete: he oído que los elfos se han esmerado realmente con el budín de limón."
Recién entonces me percaté de que no sólo a mí me había afectado la presencia de Oliver en el colegio. Mientras Dumbledore hablaba –y seguramente desde antes pero en mi estado de semi inconsciencia no lo había notado- las tres cuartas partes de las féminas de Hogwarts lanzaban suspiros y risillas tontas, comentaban por lo bajo y volvían a suspirar.
Pero era distinto. No era la misma afectación.
Yo no suspiraba por la súper estrella de suspiraba por mi amigo Oliver. Ese que se había sorprendido de mi Finta de Porskov, el que me ayudaba con las tareas de transformaciones cuando no las entendía, el que nos hacía practicar a las 4 de la mañana con una temperatura de diez grados bajo cero porque "la copa tiene que ser nuestra". Ese muchacho de ojos color chocolate que se quedaba hasta bien entrada la madrugada preparando jugadas y me despertaba al apuntar el alba para que le diera mi opinión. El que nunca hizo burlas por mi situación, siendo el que más pendiente de ella estaba. El que nunca me hizo a menos por estar dos años retrasada, pero aún así no quiso arriesgarse con "una chica de cuarto año", no importaba que esa chica tuviera sólo un año menos que él. Ese chico despeinado, que andaba siempre con la corbata mal atada y siempre con una sonrisa para sus amigos.
Yo suspiraba por ése Oliver, del cual me enamoré, no sé bien cuándo, rompiendo una promesa que yo misma me obligué a hacer. Yo extrañaba a ese Oliver.
Y odiaba al ídolo en el que se había convertido, el ser mediático que no contestaba las cartas, que no estaba en casa para la Navidad porque "las finales están cerca, tenemos que entrenar".
Cuando razoné esto, tuve miedo. Miedo porque iba a enfrentarme –en las comidas y en el campo de Quidditch, al menos- con alguien a quien una vez conocí, pero ahora me era completamente ajeno. No sabía cuánto había cambiado, pero sabía que lo había hecho. Y sabía que lo suficiente como para no responder ninguna de las 47 cartas que le escribí desde que terminó el colegio – sí, las conté-.
- ¿Qué vas a hacer, Katie? – me preguntó Leanne cuando caminábamos hacia la Sala Común después de la comida (demás está decir que no probé bocado, aún cuando el budín de limón se veía realmente bien).
-¿Qué voy a hacer con qué, Leanne? – Claro que sabía a qué se refería, lo que no sabía era la respuesta adecuada a su pregunta.
- No te hagas la tonta, Katie, no te sienta. Realmente no entiendo cómo para algunas cosas eres tan madura, incluso para tu edad, y para otras tan… tan… chiquilina. -
- ¡Oye! ¡Más respeto a los mayores! – Falso enojo, la salida rápida para desviar cualquier tema de conversación.
- No, oye tú. Apenas si respiras desde que lo viste. ¿Hablarás con él? No hay nada de malo en que una vieja amiga…
- No, Lee, por favor, no sigas. – Respiré hondo y relajé los hombros – Fuimos amigos, hace tiempo. Ya no lo somos. El grandioso Oliver Wood no tiene amigos por estos pagos. Y si no ha respondido ni mis cartas ni mis llamados telefónicos, no creo que quiera hablarme. Ahora mismo debe estar demasiado ocupado firmando autógrafos a todas las adolescentes que…
- Palabra –
Habíamos llegado al retrato de la Dama Gorda. Cuando Leanne murmuró "Ironbelly Ucraniano" y la pintura se corrió cediéndonos el paso, el tan familiar calor de la sala común de Gryffindor nos golpeó de una manera tan dulce que no pude evitar sonreír. Ese iba a ser mi último año en aquel lugar. Mi último año para poder admirar las figuras que se formaban en el fuego de la chimenea, para poder disfrutar de la calidez de los tapices dorados y escarlatas, de la suavidad de mi sillón favorito justo en frente del fuego, de la paz que transmitía todo el conjunto. Esa pequeña sala había sido mi hogar los últimos seis años, y si bien durante los últimos dos había sentido que algo – o alguien- faltaba, sabía que nunca iba a sentirme como allí en otro lugar. Era donde pertenecía.
- Adoro este lugar. - suspiró Leanne, cerrando los ojos por un momento, aspirando fuertemente el aroma a leña, pergamino y tinta, mezclado con esencia de Gryffindor e historias fantásticas que jamás se irían de ese lugar.
Fuimos a las habitaciones de séptimo año. Como siempre, todas nuestras cosas ya estaban ahí. No pude evitar mirar por una ventana hacia la pista de Quidditch. ¡Tantas historias allí, también! Algunas verdaderamente tristes, otras…
- Piensa esto, Katie: Si prefiriera estar firmando autógrafos antes que hablar con sus amigos, se habría quedado en donde estaba, jugando para el Puddlemere, viajando por el mundo. Sé que no piensas que es el mismo Oliver, y probablemente haya cambiado. ¡Tú también cambiaste! Pero está aquí. Eso tiene que decirte algo.- Se metió en la cama sin decir nada más, dejándome sola con mis pensamientos.
Maldita Leanne. Me hacía ver las cosas desde otro punto de vista siempre. No es que me gustara ser pesimista, pero había aprendido que las fantasías no son buenas, que es mejor ser objetivo y ver la realidad tal cual es, no como se quiere que sea.
Lo malo era que, para ver la realidad, tenía que saber por qué Oliver había vuelto a Hogwarts.
…
Había sobrevivido bastante bien a la primera semana de clases: ningún castigo por parte de los profesores, ningún hueso roto pese a los intentos del capitán del equipo de Quidditch de Slytherin y ninguna muestra de interés hacia mi persona por parte de Oliver Wood. Sí, bastante bien.
No es que yo demostrara interés en él, tampoco.
De hecho, cuando podía ausentarme del Gran Comedor, lo hacía. Después de todo, ¿para qué me habían enseñado mis gemelos favoritos a escabullirme en las cocinas? Así no tuve que verlo durante las comidas. Caminaba por los pasillos lo más rápido que podía y miraba de reojo hacia las esquinas, sólo por las dudas. No quería que, si se daba la casualidad de encontrarnos mientras me dirigía a alguna de mis clases, él se viera obligado a saludarme. Pasaba las tardes en la Sala Común, realizando deberes o adelantando lecturas. ¿Para qué arriesgarse a entrar en el campo de visión de mi antiguo capitán sentándome bajo un árbol a la orilla del lago?
Fue así que llegué a la tarde del viernes sin tareas para hacer, sin libros que leer, sin más ideas para mantener mi mente y mi cuerpo ocupados y no pensar en Oliver.
Después de interceptar a Harry en la puerta de la Sala Común para preguntarle cuándo sería la selección del nuevo equipo de Quidditch (respondió muy sorprendido que yo no necesitaba hacer la prueba, pero pedí que me evaluara como a todos los demás postulantes – necesitaba mantenerme ocupada, ¿recuerdan?), me quedé con Leanne hasta tarde charlando sobre las novedades del castillo (de todas las novedades menos de una, claro), de los deberes, de los chicos que según ella merecían una noche entera de plática cada uno, e incluso comenzamos a divagar sobre cuándo habría sido la última vez que Snape se había lavado el cabello. Cuando el tema se desvió hacia las ovejas de lana rosada que había visto durante las vacaciones, supimos que era hora de dormir, y caímos en los brazos de Morfeo en lo que tardamos en llegar a la habitación que compartíamos con otras tres chicas de séptimo año con las que nunca me había llevado muy bien.
¿Alguna vez les ha pasado que sienten que acaban de apoyar la cabeza en la almohada y ya están despiertos otra vez? Bien, a esa horrible sensación súmenle la divina voz de Leanne cuando acaba de levantarse, unos decibeles más altos que los saludables, diciendo algo como que era tarde y que se echaría todo a perder, mientras me robaba la manta escarlata y me sacudía por los hombros.
Gruñí y escondí mi cabeza bajo la almohada.
-¡Por favor, Katie! ¡Despiértate ya! ¡Es tarde! ¡Jamás llegarás a tiempo!-
¿Tarde? ¿Seguía repitiendo que era tarde? ¿Tenía que ir a clases ya? ¡Acababa de acostarme!
Bien, McGonagall no se enojará porque falte. Puedo decir que tenía un terrible dolor de cabeza, y listo. Al fin y al cabo, ya leí todo lo que se supone que dará hoy... Lo estuvimos hablando anoche con Leanne, lo recuerdo... Justo antes de que empezara a enumerar a los diez chicos más lindos de Hufflepuff… Espera, ¿anoche? ¡Anoche fue viernes! ¿Acaso Lee había perdido la cabeza?
-¡¿Acaso has perdido la cabeza? – Me senté en la cama impulsada por el enojo. Me había despertado de golpe. La ojimiel que se hacía llamar mi amiga dio un salto, sobresaltada por mi reacción. - ¡Despertarme un sábado a las.. – miré el reloj que reposaba en mi mesa de luz, y elevé mi voz aún más al ver la hora – 7:45! –
- Calma, Katie, despertarás a las demás. – Se acercó a mí una vez más. – Lo siento, no quería que reaccionaras así. Pero… - me dejé caer sobre la almohada y cerré los ojos tratando de controlar la alteración. La sentí sentarse en mi cama y tomar aire. – . –
Dijo todas las palabras casi juntas, muy rápido, por lo que mis recién despiertas neuronas tardaron en hacer las sinapsis necesarias para captar el mensaje completo. Cuando lo hicieron, volví a pegar un salto, pero esta vez fuera de la cama.
Veinte minutos después estaba frente a la puerta del castillo, bañada, cambiada y perfumada, pero inmóvil e hiperventilando.
¿Qué había pensado? Sin dudas, nada. Había actuado por impulso, pero hasta ahí llegaba mi coraje. Hasta la puerta. Esa que separaba la seguridad interior del terreno de Hogwarts, donde se encontraba la pista de Quidditch, lugar de las clases de vuelo.
Ya no podía negar más que moría de ganas de ver a 'el nuevo profesor'. Tuve que reconocer ante mí misma que no había ido a las comidas por la angustia que podía provocarme su indiferencia, que miraba a cada lado del pasillo con la esperanza de verlo al menos de lejos, y que a la vez me mantenía encerrada por miedo a verlo en los terrenos de Hogwarts rodeado de bonitas adolescentes enloquecidas con el ídolo del Quidditch.
Pero ahora… Él estaría dando clases, no firmando autógrafos. Yo lo observaría desde las gradas, él no notaría mi presencia. No me ignoraría, simplemente desconocería que yo estaba ahí.
Leanne, que había permanecido callada y sonriente todo el rato, abrió la puerta y me empujó hacia el Sol. Entrecerré los ojos, bufé, pero no me di la vuelta.
-Tal vez algún día te agradezca esto, Lee. – dije, intentando sonar molesta.
-Ya me lo agradeces, Katie. Lo sabes. –
Escuché cómo sus pasos se perdían en el interior del castillo. Tomé una gran bocanada de aire y ordené a mis piernas que me llevaran hasta el campo de Quidditch.
Me senté en las gradas, en un rincón especialmente ensombrecido, desde donde podía verle a la perfección. De espaldas, pero a la perfección. No estaba demasiado lejos, mas su voz se resentía y no quería llegar a mis oídos. Hice uso de todo mi raciocinio para mantenerme en donde estaba y no sumarme al grupito de niños asustados que miraban con temor y admiración a su profesor. Bien, no podía oírle pero al menos podía verle. Fui consciente de que la intensidad con la que mis ojos recorrían su figura hubieran puesto incómodo al cualquiera que se hubiera percatado de ella, pero poco me importó. Observé cada detalle, memorizándolos. Su cabello seguía siendo rebelde, oscuro casi negro. Lo llevaba un poco más largo que la última vez que lo había visto, pero se veía igual de suave, brillante y despeinado. Como si hubiera escuchado mi pensamiento, se pasó una mano por la cabeza, revolviendo su pelo aún más. Mordí mi labio inferior y bajé la vista hacia su espalda, más ancha y trabajada, pero no en exceso. Tan apetecible… Sus brazos eran fuertes, como siempre lo habían sido. ¿A quién abrazarían ahora que no me rodeaban a mí? Aún cubierta con la túnica holgada, su figura seguía siendo escultural.
Mi respiración se volvió pesada a medida que repasaba cada detalle, hasta que de pronto me percaté de que había pasado un detalle por alto. Su espalda era más ancha y sus brazos más fuertes, sí, pero había algo más. Algo que no encajaba. Algo que lo hacía parecer débil y vulnerable. Volví a repasarlo con la vista, tratando de encontrar esa diferencia oculta entre el Oliver que recordaba y el que ahora veía.
Quise golpearme por no haberme dado cuenta antes: era su postura. Sus hombros estaban caídos, su espalda imperceptiblemente (para ojos no expertos en Oliver Wood) encorvada. Había un gran peso sobre la imponente figura, un peso sobre el alma que resguardaba. Mi pecho se quejó. ¿Qué era lo causante del aspecto frágil y cansado de mi capitán? ¿Cómo era posible que yo estuviera tan ajena a todo eso, cuando hacía tres años podía decir con exactitud cuando algo le molestaba o le afligía?
Alcancé a ver que el grupo de alumnos retornaba al castillo justo antes de que mis ojos se anegaran en lágrimas. Torpemente me puse de pie y comencé a desandar las escaleras, lágrimas cayendo y corazón adolorido.
Entonces comprendí que me dolía que él estuviera afligido y que me dolía aún más el hecho de no conocer por qué y saberme incapaz de ayudarlo, porque, a pesar de los años de ausencia e ignorancia, seguía irremediablemente enamorada de Oliver Wood. Porque aunque él había hecho caso omiso de mis cartas y demás intentos de comunicación, yo jamás había dejado de pensar en él. Jamás había dejado de esperar que escribiera, llamara, e incluso se pasara por Hogsmeade o por mi casa. Porque aún esperaba que para mi cumpleaños me regalara un buen libro, como lo hacía desde mi cumpleaños número trece. Por eso yo mandaba un obsequio a casa de su abuelo cada tres de febrero. Una foto del equipo de Quidditch, una bufanda (siempre las perdía), y un par de guantes de piel de dragón habían sido los últimos tres. Nunca recibí un 'gracias', pero las lechuzas volvían sin el paquete, por lo que supongo que los recibía.
Seguía tan enamorada de Oliver Wood que cada noche, al cerrar los ojos, soñaba con él. Y durante el día, soñaba despierta. Soñaba que volvía y se quedaba conmigo. Soñaba que nunca se había ido, o que yo me había ido con él. Seguía tan enamorada de Oliver Wood que a pesar de tener diecinueve años jamás había tenido un novio ni me interesaba tenerlo. Seguía tan enamorada de él que seguía rememorando aquella noche, el campo de Quidditch, la lluvia, su beso…
Y darme cuenta de que seguía tan intensamente enamorada de él como a los dieciséis años, no me permitió darme cuenta de que estaba atravesando la pista de Quidditch en dirección hacia el blanco de mis pensamientos sino hasta que fue muy tarde y él se giró hacia mí, enfrentándome
Nos detuvimos simultáneamente, ambos tomados por sorpresa, aunque él difícilmente hubiera creído que no era mi intención chocarme con él de esa forma. Un escalofrío recorrió mi espalda. Fui consciente de que mis mejillas se teñían de rojo a medida que el aire se volvía más denso y escaso.
Era más hermoso que la última vez que lo había tenido frente a frente. Aún a esa distancia, pude apreciar cada pequeño detalle de su rostro. Sus ojos seguían siendo los mismos, si bien sus cejas estaban más pobladas. Su mandíbula cuadrada, sus labios finos, se habían acentuado haciéndolo ver más adulto y más... sensual. Tragué saliva y pestañé.
Oliver emergió del trance en el que parecía haberlo dejado la sorpresa, soltó la escoba que sujetaba con su mano derecha y dio un paso hacia mí.
-Kates…
