Hey! Aquí Consuelo reportándose. Mi sueño se hizo realidad (?) Dios, desde siempre, desde que entré al fandom de Hetalia he querido escribir Franada. Es una pareja tan hermosa, sinceramente, está entre mis favoritas. Se me había ocurrido ya hace un tiempo, he incluso tenía el prólogo terminado, pero nunca corregido. Y me decidí. Todo gracias a una amiga muy especial... (Cristina, si lees esto debes saber que te quiero, y eres la mejor amiga que existe. Siempre lees mis historias antes que nadie y en serio. Te lo agradezco desde el fondo de mi corazón.)
Ni idea de cuanto capítulos tendrá, solo espero que sea bien recibida. Aunque siento que esta pareja se merece más atención de la que tiene actualmente, no me rendiré e intentaré dar mi mejor esfuerzo :)
Okay!
Aclaraciones:
Recuerden que los personajes de esta historia no me pertenecen, son propiedad de Himaruya Sensei. Esta historia en sí es un Alternative Universe, que como tal no tiene nada que ver con la trama original de la serie. Cuando escribí esto, tuve que investigar mucho sobre flores. (Me encantoooo ; ;) Adoro las flores, entonces se me hizo tan genial. Ah. Me emociona en serio. No creo que haya que aclarar algunas de las frases que utiliza Francis, porque son más o menos comunes. Si tienen alguna duda, de todos modos pueden preguntar, no muerdo. :))
–Diálogos de los personajes.–
«Pensamientos de los personajes.»
Francis es Francia.
Matthew es Canadá.
Feliks es Polonia.
"El amor que florece del alma, nunca desaparece, aún después de que termine la primavera."
Prólogo
. . .
Como cualquier otro día a fines primavera en Paris, el sol era majestuoso en lo alto del cielo tan puro y celeste, con una que otra esponjosa nube blanca que manchaba aquel lienzo tan extenso e interminable. La brisa entre fresca y tibia de la tarde hacía más agradable la fuerza con la que los rayos del sol bañaban a la ciudad, aliviando de sobremanera las altas temperaturas.
Y con el buen clima, las flores y plantas estaban felices y alegres.
Aprovechando que finalizó la tarea de desempacar su equipaje, tomó su regadera y la llenó de agua fría. Salió al pasillo del nuevo conjunto de apartamentos que ahora era su hogar aquí en Francia; lugar en donde sus masetas descansaban bajo la sombra, lejos del agobiante calor de la tarde.
No deseaba que sus adoradas florecillas se secaran producto del sol; sería la perdida de mucho y arduo trabajo. Y cerrando la puerta tras de sí, sonrió feliz al ver lo colorido de sus plantas.
Eran dos masetas: En una, unos preciosos lirios blancos descansaban dichosos junto a las magnolias, que con su hermoso color entre rosado y blanco resplandecían dando un toque sutil y de simpleza.
Cerca, en otra maseta de piedra más grande, las extrañas violetas persa, (que habían sido un regalo de su madre antes de mudarse a su nuevo departamento), lo cual por supuesto agradecía con todo su corazón, se encontraban situadas a un extremo. Siguiéndoles las orquídeas de un tono azul brillante.
Por último a su lado –y algo mezcladas ambas– las más maravillosas, sus favoritas:
Rosas lavanda.
–Bien, manos a la obra. –Dijo con su voz en un casi susurro.
Con sumo cuidado, recargó hacia un lado su regadera de lata, y lento, comenzó su labor de regar aquellas flores.
. . .
Merde.
Hoy no era su día de suerte.
La resaca que llevaba, el palpitar en su nuca, las náuseas y el calor. Toda esta mezcla provocaba que su cabeza doliera de una manera aún más horrorosa.
La noche anterior aprovechando que era día viernes, junto a sus dos mejores amigos se había ido de parranda. No hacía falta decir que bebieron hasta que no pudieron estar en pie. Pero que conste, él solo tomó vino de calidad, así que su problema solo se limitaba a esa molesta jaqueca y un poco de nauseas, y lo agradecía.
Para sumarle más a su penosa suerte, camino a su departamento luego de marcharse de la casa de su amigo español, se encontró a una hermosa extranjera. ¡Con un cuerpazo! Que ni siquiera dios se lo creería de haberla visto. Orgulloso y seguro de sus talentos franceses de seducción y romanticismo, intentó de coquetearle un buen rato, pero fue totalmente rechazado. ¿Y la razón? Tenía novio.
«Para otra vez será Francis…» Intentó de darse ánimos. Claro, si su suerte andaba de buenas para la próxima.
Con pesado caminar se dirigía hacia el pasillo en dirección a su puerta. Por los barandales blancos que separaban el centro del edificio y los pasillos, la luz se colaba desde el cielo y le daba un toque mágico al lugar.
Esto siempre le había maravillado, pero ahora con su mirada nublada de negatividad ni siquiera podía encontrarle gracia alguna.
Ansiaba con todas sus fuerzas correr a su cama y verse envuelto en las suaves sabanas de seda. Ah, sí. Eso sonaba perfecto.
Le hacía falta echarse una buena siesta y tomar algo para su desagradable dolor de cabeza que insistía en hacerse más fuerte cada minuto.
Quizás, más tarde seguiría con su pintura a medio terminar….Sí. Pero todo eso después de dormir.
Mientras seguía pensando en cosas triviales, casi sin importancia, se vio parado ya al frente de su amado hogar.
Dispuesto a abrir la cerradura rebuscó la llave correcta dentro de sus bolsillos, pero fue en ese momento que se disponía a introducirla en el agujero de esta, en que escuchó una agradable melodía que provenía desde no muy lejos, a sus espaldas.
–¿Que…?–Confundido giró su rostro hacia ambos extremos. ¿Qué era eso, algún tipo de fantasma que venía a buscarle? No Francis, se suponía que los espíritus solo aparecían en la noche, y aún era de día–.Un momento…–Atrás.
Oh.
Cuando se dio la media vuelta, ahí le vio.
Alto, delgado, con un cabello rubio y laceo, un poco desordenado. Ocupaba unas gafas sobre su nariz, las cuales se resbalaban cada cierto rato, teniendo que subirlas con la diestra que estaba desocupada. Y si, un extraño rulo caía gracioso sobre sus demás hebras doradas. Parecía ocupado y muy concentrado regando unas macetas repletas de flores.
Lucían muy bien cuidadas y bonitas. Algún día le gustaría pintarlas, fue lo único que pensó en ese momento.
–Debe ser el nuevo vecino. –Murmuró anonadado, para sí mismo.
Tenía entendido que el dueño del apartamento estaba en busca de un arrendatario…Algo así le había comentado Feliks días atrás en la junta de vecinos.
Feliks era uno de los propietarios, que vivía de hacía tres años en el apartamento contiguo al propio junto a su pareja Toris. Feliks era muy amigable si le agradabas. Pero si no, sería mejor que te mantuvieras alejado de él y su pobre novio que no podía decirle que no, aunque quisiera.
Debía admitir que nunca pasó por su mente que el lugar fuera ocupado tan rápido con un nuevo arrendatario, normalmente tardaba muchísimo más. Pero era una sorpresa. Y unas de las gratas al ver lo guapo que se veía el nuevo inquilino.
Sin pensárselo y con clara curiosidad se encaminó hacia donde él estaba.
¿Estaría bien ir? Francis se debatía mientras con desconfianza y titubeante avanzaba paso a paso por el costado interior del pasillo que conectaba cada apartamento.
Tan solo iría a saludar, a darle la bienvenida. ¿Por qué estaba tan nervioso? Definitivamente hoy todo iba mal… A lo mejor, lo ideal sería ir más tarde, o mañana. O cuando ese dolor punzante en su frente desapareciera.
Pero ya estaba a medio camino…
No podía dar marcha atrás, y en cualquier momento podía notarlo. Así, se convenció de que no debía detenerse y esta vez caminó como normalmente lo hacía, como Francis Bonefoy, solía hacerlo.
Al parecer el otro seguía sin notar su presencia y que cada vez se acercaba más. No fue hasta que vio al francés frente de sí que cayó en la cuenta de que no estaba solo, y con un pequeño grito de asombro se tambaleó hacia atrás dejando caer la regadera de lata con ruidoso golpe en el piso.
–¡L-lo siento…!–Soltó tratando en vano de evitar que el agua se dispersara más por el suelo. Agradeció en sobremanera de que sus flores estaban intactas y sin un rasguño, pues la regadera había caído a tan solo centímetros de una de las macetas.
Francis por su parte tuvo que tapar su boca para no soltar una risita por la expresión que había puesto el chico de lentes al momento de verle, pero luego de percatarse de lo que hacía –y de lo estúpido, además maleducado que podía parecer– se abofeteó mentalmente.
Se agachó en cuclillas a ayudar al otro y recoger el objeto de lata con sutileza.
–Mon dieu, ¿Estás bien?–Preguntó con su acento francés muy marcado, típico de una persona que había vivido toda la vida en ese país. –Ven, te ayudaré.
Estiró su mano hasta el más alto que le miraba con la boca entreabierta. Asintió varias veces con las mejillas sonrosadas y tomó la mano que le era ofrecida, y así ambos se levantaron del frío piso de cerámica.
Se miraron un rato en silencio, el de lentes sin saber que decir se tocaba el cuello con nerviosismo. No era común que alguien llegara y le notase tan fácilmente.
Estaba más que acostumbrado a ser prácticamente invisible para las personas. Por eso, le tomó desprevenido, y también porque estaba concentrado en tararear esa canción tan pegajosa que tenía en su mente.
«¡Qué vergüenza! ¿¡Acaso escuchó?!» Pensó con la cara aún más roja. Por favor, si existía algún dios allá arriba; que no fuera así.
–E-ehrm… Gracias, estoy bien. –Dijo bajo, encogiéndose en sí mismo.
Francis sonrió y le entregó la regadera, mientras hacía esto observó bien el rostro del contrario.
Tenía unos ojos violeta, brillantes, lo rodeaban unas pestañas rubias largas y finas.
Al verse escrutado con la mirada del francés corrió la suya hacia un extremo. Esos ojos celestes le hacían sentirse nervioso e inquieto.
Al dirigir la mirada a sus pies, notó a su lado, una flor desparramada y con el tallo roto.
–U-una de mis rosas…–Lamentó con las cejas juntas, y la recogió con cuidado, casi con temor de que se rompiese en sus manos.
Francis entrecerró sus ojos reconociendo aquella flor de ese color tan hermoso… Esa era… – ¿Es una rosa lavanda?–Inquirió sorprendido. Hace muchísimo que no veía una de esas, era raro que alguien las tuviera de manera doméstica.
No eran muy comunes.
Al de lentes se le iluminó el rostro de repente. –¿Tú las conoces? –Dijo parpadeando varias veces seguidas.
–Sí, mon dieu. Es una de las flores que más me gustan, y éstas en especial son las más hermosas que he visto hasta ahora. –Le sonrió nuevamente, provocando que las mejillas contrarias se encendieran de un rojo vivo y brillante.
–Comprendo…Éstas son mis favoritas. Fueron un regalo de mi madre hace algún tiempo. Y las violetas persas de acá, también lo son. Me ha costado un poco cuidarlas, son muy delicadas. –Rió suavemente.
Esa risa a Francis le pareció ser la más armoniosa y bonita que había oído en toda su vida.
–Oh, nunca había visto esas… Son muy hermosas.
–L-lo son… Pero mis favoritas siempre serán las rosas lavanda, aunque, ésta ya se ha estropeado. Es mi culpa por no percatarme de que tenía el tallo débil…–Suspiró con tristeza.
Francis al ver esa expresión tan lamentable se le encogió el corazón y decidió animarle.
No sabía la razón, pero no quería verle nunca, nunca más triste.
–¿Sabes? En un libro, leí que estas flores tenían un significado muy especial.
Los ojos violetas se iluminaron nuevamente, pero con un brillo diferente. Muchísimo más cegador, y levantó su cabeza hacia Francis, con una pequeña sonrisa.
–Si lo sé, significa…
–"Me he enamorado de ti."
Lo dijeron al mismo tiempo, sus voces juntas y complementadas. La melodiosa voz de Francis, junto a la suave y bajita voz del canadiense de ojos violetas. Al unísono sonrieron con torpeza.
Francis sintió algo en su pecho, un imperceptible cosquilleo y mariposas revoloteando.
Fue casi igual en el caso de Matthew, pero los cosquilleos y mariposas, eran casi el triple de sosegadoras.
Al darse cuenta de que se habían quedado así por un buen rato, Francis tosió aclarando su garganta, y se disculpó con un pequeño sonrojo en sus mejillas.
–M-matthew…–Balbuceó avergonzado, casi tan despacio que Francis tuvo la leve sospecha de que se lo había imaginado, o había sido un susurro de la brisa que meció sus cabellos.
–¿Matthew?
–Mi nombre es Matthew. –Aclaró esta vez mirándole con timidez entremezclada con un sentimiento extraño, sintiendo como si estuvieran hablando realmente por primera vez en todos esos 10 minutos.
«Vaya, es un nombre perfecto para él» Pensó tomando su mano. Y dejó un beso sobre esta. –Un gusto, mon cher. Mi nombre es Francis, encantado.
. . .
¡Gracias por leer! Espero su opinión. Actualizaré pronto. ;) ¡Chau!
