Prólogo
–No esperaba volver a verte –admitió una voz tenue. La chica no era capaz de apreciar por aquel tono si él había estado llorando o no, pero de algún modo, lo sabía, lo sabía casi por instinto, por la forma en la que en él se dejaba arropar por la oscuridad y por cómo él le estaba dando la espalda.
–Yo tampoco. Te eché mucho de menos –dijo ella, y aquello también sonaba a una confesión. No se habían dicho muchas cosas la última vez que se vieron, y ambos parecían arrepentirse profundamente de no haber sido claros.
–¿De verdad? Cualquiera lo diría, teniendo en cuenta que no se te ocurrió enviarme ni una sola carta –respondió el chico, y en esa ocasión no fue difícil percatarse de que estaba muy, pero que muy dolido.
Ella se abrazó a sí misma, apretando su estómago, y necesitó respirar profundamente un par de veces antes de contestar.
–¿Acaso piensas que no lo intenté? –De algún modo, ella misma se quedó sin aliento después de decir estas palabras, demasiado nerviosa para continuar. Volvió a respirar hondo, y vio a la figura del muchacho descansar el peso sobre la otra pierna, incómodo, o quizás nervioso como ella–. Ni siquiera sé aún qué hicieron con Bettie, y a veces sueño con que vuelve a mi dormitorio, que ella te ha encontrado y trae una carta tuya consigo.
Él se giró, y su mirada cansada se posó en la suya. Inevitablemente se acercó y le tendió la mano, ofreciéndosela.
–Perdóname. No te voy a mentir, pero en ocasiones me alegraba de no volver a oír de ti. Me sentía más seguro, pero a la vez, me preguntaba qué había pasado contigo, con mi amiga. –Con aquello, ella decidió darle la mano. La de ella estaba caliente y húmeda por el sudor de los nervios, así que le agarró tímidamente; la de él estaba fría, pero tomó la mano de ella con fuerza, esperando que esa conexión le transmitiera todo aquello que no se atrevía a decir, que no habían podido decirse, que habían debido decirse mucho tiempo atrás–. Mi amiga Holly. Merlín, no sabía que necesitaba tanto decirlo en voz alta. Holly, no retires la mano, no me importa el sudor.
Ella le sonrió, un poco cortada. No era la primera vez que se cogían de la mano, pero sí la primera en mucho tiempo. Hubiera preferido que aquel contacto hubiera sido más agradable para él, pero al menos se sentía más confiada por lo que él había dicho.
Con su otra mano, él apartó el pelo de la parte izquierda del cuello de la muchacha, y armó una mueca de disgusto al ver una cicatriz, cerrada y ya mucho más pequeña de lo que alguna vez había sido. Pensó, por un momento, que volver a hablarla, volver a mantener una relación de amistad, abriría esa cicatriz, y la podría hacer crecer mucho, pero mucho más.
Tal pensamiento lo aterrorizó. El sueño, que lo había hecho sonreír inconsciente en su cama con doseles rojos, se transformó rápidamente en una pesadilla. No quería volver a verla. No quería más daño. No deseaba reencontrarse con el dolor.
