Un Prologo...
Miré a Yashiro. Una de las comisuras de su boca había cambiado de posición y ahora se curvaba hacia arriba.
Una sonrisa.
Torcida.
Apenas invasiva.
Pero una sonrisa.
Alrededor de nosotros se había formado un grupo de personas que grababan, fotografiaban y cuchicheaban; sobre él, sobre mí y sobre lo que ambos (mejor dicho, yo) nos habíamos empeñado en negar y desmentir. Parpadeé y la sonrisa había desaparecido. Pero había estado allí. Yo la había visto.
– ¿Quieres que limpie esas gafas para ti? –Tragó saliva; la nuez se le levantó y descendió acto seguido. El vapor del café, sostenido por una de sus manos, empaño aún más sus cristales y escondió, sutilmente, el nervioso rubor de su rostro. Creí verlo asentir. – Por ti lo haría mil veces más – me oí susurrar.
Tomé sus lentes para limpiarlos con las mangas de mi chaleco. Aún hacía algo de frio, a pesar de que faltaban pocos días para empezar la primavera.
Fue solo una sonrisa. No cambiaría nada. Nada seria para mejor. Él no me perdonaría. Estaba en todo su derecho. Y solo era una sonrisa. Apenas insinuada. Apenas dibujada. Una pequeña línea trazada en un gran y magnifico lienzo teñido con la gracia de la vida.
Una sonrisa que yo recibiría. Con los brazos abiertos y el corazón encantado. Porque cuando la primavera llega, la nieve se derrite copo a copo, y tal vez lo que acababa de presenciar fuera el primer copo de nieve que se derretía en nuestra relación.
Le entregue sus gafas limpias y, con algo de dificultad, inhale antes de sonreír. La situación me hacía gracia. El estar rodeada de miradas expectantes, me emocionaba. Y el tener a Yashiro frente a mí, inundaba mi corazón de valentía, amor y devoción.
Cuanto lo extrañaba.
Hace siete años atrás, me hubiera alterado, sonrojado, (talvez) enojado, avergonzado y claramente preocupado por mi imagen pública. Ahora, nada de eso me importaba. Únicamente tenía en mente cuanto quería decir y pedir; cuanto añoraba que esos ojos color caramelo se fijaran en mí y me volvieran a sonreír. – Lo siento, yo… no se como demostrarte cuanto lo siento... solo se que, yo. Te amo –solté con esperanza a flor de piel. –Solo puedo estar enamorada de ti… y lo volvería a estar, sin dudar, en mis siguiente mil vidas.
Me sonrojé. Ahora era una mujer hecha y derecha declarando sus (recientemente descubiertos) sentimientos de amor. Sin alterarse, avergonzarse, enojarse y, aún más, sin preocuparse de estar compartiendo semejantes emociones en medio de una cafetería-franquicia. Inexplicablemente no me importó. Sonreí tanto como mis labios me lo permitieron. Y lloré de alegría cuando, con un simple gesto, los labios de Yashiro me sorprendieron –… Podría estar enamorado por mis siguientes mil y un vidas, únicamente de ti, Kanae –.
...Con sabor a latte caramelo.
