La historia de Inuyasha y sus personajes no me pertenece. Son autoria de Rumiko Takahashi.

A Fuego Lento

"Las personas somos como el sol; cuando amamos, damos calor, cuando odiamos, quemamos." Anónimo

Que horror… que bochorno… ¡Que calor! Aquello era lo único que Kagura era capaz de pensar en medio de aquel hostil clima.

Estaban en pleno verano. En la época moderna de Kagome, esas fechas estarían ubicadas en el mes de agosto, en plena canícula. Eran los días más calurosos del año, cuando la tierra se encuentra más cerca del sol, pero en la era Sengoku, 500 años atrás, esas cosas no se sabían, y Kagura sólo comprendía que estaba padeciendo un calor tremendo; era el primer verano que vivía.

En realidad ella había nacido a finales del invierno, cuando el reseco y frío clima comenzaba a dar paso a la relajante y fresca primavera, así que en sus primeros meses de vida la youkai disfrutó de un agradable ambiente y creyó que así seguiría, pero nadie le advirtió que existía el verano, y ahora todo había cambiado, y definitivamente el dichoso verano, como Kanna le había dicho que se llamaba, era de lo mas insoportable.

—¡Que calor!— volvió a exclamar Kagura. Era como la quinta vez que lo hacía en lo que había transcurrido la mañana y parte de la tarde. En realidad, era una constante queja de su permanente irritabilidad, pero ahora intensificada a causa del calor. Se sentía irritable, cada vez más débil, con mucha flojera y sin la capacidad de pensar en otra cosa más que en esa horrible sensación de sofoco.

Kagura se abanicaba insistentemente, intentando aliviar un poco su cuerpo, que como era de esperarse, se encontraba caliente, cubierto de una ligera y pegajosa capa de sudor. Ni siquiera el campo de fuerza que rodeaba el castillo era suficiente para detener a dicho enemigo. A Inuyasha le costaba mucho trabajo encontrar el campo, incluso Sesshoumaru tenía que forzar el olfato, y ningún monstruo podía traspasar el campo venenoso, sólo el calor. Kagura juraba y perjuraba que prefería mil veces ver a Inuyasha penetrar en el campo de fuerza, en lugar del calor veraniego, y por sobre todas las cosas prefería sentir el calor y el sudor provocado por una ardua batalla que por nada, simplemente por estar echada ahí, en el piso, como lo estaba ahora, agitando su abanico contra su rostro.

El sudor le escurría por el rostro en trémulas y finas gotas saladas, desde las sienes y la frente, y cada tanto debía enjuagarlas. Sus manos estaban resbalosas, y sus piernas sofocadas en medio de la ropa. Sentía la espalda empapada; la ropa se le pegaba a la piel incómodamente. El cansancio se apoderaba de ella y si Naraku hubiera llegado en ese momento para ordenarle cualquier tontería y tener que salir, bajo el abrasador sol, el aire estancado y con la debilidad a flor de piel, seguro que lo mandaría al carajo sin importarle que eso le costara la vida.

Kanna se encontraba a su lado, sentada y con su inesperable espejo entre las manos. Su eterna mirada impasible no mostraba disgusto alguno frente al clima que se sentía en esos momentos. Kagura la observó fijamente, intentando encontrar algún indicio de acaloramiento, como sudor o cansancio, pero nada, quizá, solamente una ligera capa de sudor en el cuello.

Tal vez Kanna estaba muerta de calor, tal vez más que ella. La niña siempre llevaba el cabello suelto y sin duda ese detalle podía doblar la sensación. Si ella, que llevaba el cabello recogido como siempre, estaba acalorada, quién sabe cómo se sentiría la pobre Kanna, y por su misma condición inexpresiva, no se atrevería a decir ni quejarse de nada. Kagura podía darse el lujo de abrir ligeramente su yukata o levantárselo hasta los muslos, pero no Kanna. En un acto de benevolencia, Kagura apartó el abanico de su rostro, comenzando a sentir de inmediato los estragos del calor cuando la brisa desapareció, y en lugar de abanicarse ella misma, comenzó a brindarle algo de aire a su hermana. Los níveos cabellos de la pequeña se alborotaron, despeinándole el fleco ligeramente húmedo y haciendo que la niña la mirara, como si apenas se estuviera dando cuenta de su presencia.

—Debes de tener calor, ¿verdad? Esto es un horno— dijo Kagura, sin dejar de agitar su abanico.

—No. Yo no siento calor, ni frío— contestó Kanna escuetamente.

—¡No te creo! Yo sé que no tienes sentimientos y lo que sea, pero no es posible que este infierno te pase de largo— exclamó la youkai.

—No tengo calor— repitió la niña. Kagura frunció el entrecejo, ligeramente enfadada.

—Bien. Eso me gano por tratar de portarme bien contigo— espetó ofendida —Entonces me lo quedaré yo, porque yo sí que me estoy derritiendo—

Volvió a abanicarse, y tuvo que acelerar el ritmo. Apenas habían sido unos momentos en los cuales dejó de usar su abanico, y era impresionante que el calor en su cuerpo se hubiera intensificado considerablemente.

Kagura no entendía el por qué, pero el castillo de Naraku parecía funcionar como un gigantesco horno en llamas. El aire se antojaba estancado, abrumador y tediosamente pesado. El calor se metía por cada rendija y cada esquina, por cada ventana y cada puerta, como un enorme espectro. Las paredes encerraban el calor que se intensificaba conforme el día avanzaba, y el ambiente era cada vez más desesperante para la pobre de Kagura. Entonces pensó que quizás afuera estaría un poco fresco. Haría el mismo calor, pero seguramente el ambiente no se sentiría tan encerrado como dentro de la mansión.

—Yo me largo de aquí. Esto está insoportable. Voy al patio— murmuró Kagura de mala gana, mientras se levantaba, y después vio a su hermana —¿Vienes conmigo?— Kanna se limitó a negar con la cabeza.

—Como quieras— susurró la youkai antes de salir de la habitación.

Kanna, una vez que se quedó sola, comenzó a usar una de sus aniñadas manos a modo de abanico.


Kagura no perdió tiempo en recorrer con rapidez los pasillos hasta llegar a la salida. Una vez fuera, se sentó cerca de las escaleras que conducían al patio. Se despatarró, y sin importarle que se viera mal, dejó una de sus piernas colgando y la otra la dejó arriba, mientras subía ligeramente su yukata para dejar que sus piernas se refrescaran. Debajo de las tres capas de ropa, sentía las piernas aun más encerradas y acaloradas que el resto de su cuerpo. Se abrió la ropa para refrescar un poco su pecho, pero procurando que por ningún motivo sus senos corrieran el riesgo de quedar expuestos, aunque si por ella fuera, hubiera preferido andar desnuda por ahí, pero con Naraku presente en el castillo, esa idea no le agradaba mucho. Finalmente se soltó el cabello, que cayó libremente por su espalda, pero sin desatarlo, dejándolo en una descuidada cola de caballo mientras algunos desarreglados mechones le caían a un lado del rostro, pegándose a su piel.

Definitivamente afuera estaba ligeramente más fresco. Igualmente hacia calor, pero el aire circulaba con un poco más de libertad y el ambiente no era tan sofocante como el estar encerrada entre cuatro paredes que parecían funcionar como un pequeño cuarto del infierno. De inmediato comenzó a abanicarse, sintiendo el alivio cuando la delgada capa de sudor que cubría su cuerpo reaccionaba a la tenue brisa. Kagura suspiró satisfecha.

Pasó varios minutos en esa posición. Comenzó a ansiar que anocheciera. Cuando el sol comenzaba a esconderse, regularme el ambiente se refrescaba e incluso el aire se tornaba un tanto más frío. Últimamente deseaba con ferviente ansia el anochecer de cada día, tanto, que se podría decir que casi competía con su deseo de libertad.

Siguió abanicándose, sin dejar de hacerlo un sólo segundo. La muñeca ya le dolía, pero era preferible aguantar esa pequeña molestia que la enorme molestia del clima. Aunque el astro rey no lograba penetrar su figura del todo en lo alto del cielo, gracias a la oscura barrera, Kagura supuso que ya pasaba del medio día, por lo tanto seguramente estaría aun aguantando las horas más calientes. El atardecer se le antojaba tan lejano como su libertad.

—¡Pero que calor! ¡Que horror!— volvió a exclamar; esta vez casi lo gritó, mientras aumentaba el ritmo del abaniqueo.

—Es insoportable— respondió otra voz, más como para si mismo que secundando la afirmación de la mujer demonio, aunque en ese momento Kagura no le prestó mucha atención. Se podría decir que por un momento pensó que era ella misma respondiéndose, pero no tuvieron que pasar más de dos segundos cuando cayó en la cuenta de que se trataba de una voz grave, de hombre, y de uno que conocía y aborrecía aun más que ese calor.

Sobresaltada, miró hacia atrás. Naraku acaba de salir de la mansión, a juzgar por las puertas que aun se mecían detrás de él. Tenía los ojos cerrados y una mueca de fastidio. Sin decir nada, se sentó no muy lejos de Kagura, adoptando la postura que generalmente usaba al sentarse. Una pierna sobre el suelo, doblada, y la otra levantada y flexionada, recargando en ella el brazo. Usualmente se le veía relajado así, pero ahora se veía hastiado.

Kagura, disimulando la impresión, más no su molestia, sin darse cuenta, dejó de mover su abanico. Parpadeó un poco mientras lo veía de reojo. No había mucho que observar, Naraku estaba igual de disgustado que ella gracias al clima. Se veía acalorado. Una ligera capa de sudor lo cubría, como a ella, sólo que la de él era más gruesa y brillante. Su largo cabello, en ese momento, seguramente un verdadero fastidio para el hanyou, estaba atado en una cola de caballo, aunque aun así, siendo una melena tan abundante, casi parecía que lo llevaba suelto. Su ropa estaba a nada de descubrir su torso por completo. Apenas era detenido por unos de los brazos, quedando las mangas extremadamente flojas, y lo tenía abierto hasta el abdomen. En cierto momento Naraku intentó mover su cabello tratando de refrescarse, pero no funcionó y al final lo dejó en paz.

Era extraño verlo en una condición tan humana.

Hubo un incomodo silencio, al menos para Kagura. Naraku ni la miró. Aun así ella se planteó la posibilidad de levantarse sin decir nada y meterse al castillo, pero de sólo pensarlo a la joven demonio se le revolvió el estomago y casi podía sentirse desfallecer. También pensó en la opción de sentarse en otra parte, pero ese era el lugar más fresco… ¡Y ella había llegado primero! ¡Había mucho lugar! ¿Por qué Naraku tenía que sentarse junto a ella precisamente? Además, cabía la posibilidad de que eso pudiera ofenderlo, y no se veía de muy buen humor, aunque quizás estaba tan acalorado que el castigarla, esta vez le resultaría algo aburrido.

Kagura odiaba eso. El no saber qué hacer frente a Naraku. Nunca se sabía con exactitud cómo podía reaccionar ese monstruo. Kagura bufó en voz baja, muy molesta y sin saber qué hacer.

—No empieces a gruñir, que hace demasiado calor como para que yo pierda mi tiempo molestándote— argumentó Naraku, como leyéndole la mente y sin siquiera mirarla.

—¿Y por qué necesariamente tienes que sentarte aquí?— espetó la joven, sonando más como una niña encaprichada que como una mujer furiosa.

—No creas que eres tan importante— le escupió Naraku con rudeza, mirándola finalmente —Es aquí donde esta más fresco— Naraku no supo qué demonios hacia ahí. Cuando estaban juntos, las cosas nunca terminaban bien y siempre resultaba irritante para ambos, y para el hanyou, un dolor de cabeza extra, pero no se iba a quitar de ahí aunque a Kagura le molestara. Era la parte donde el aire circulaba mejor, además era su castillo y él se sentaba donde se le diera la gana, y si a Kagura no le gustaba, entonces mejor que se fuera.

Además, ¿de cuando acá él iba acceder a los caprichos de su rebelde sirvienta?

Kagura gruñó en voz baja, agitando con rudeza el abanico, mirando de reojo a Naraku y con profundo desdén. Los minutos pasaron tormentosamente lentos. El calor se intensificaba. Ahora no sólo era calor abrumador, el ambiente se había vuelto aun más sofocante cuando una ligera sensación de humedad comenzó a hacerse presente. Al cabo de unos minutos la humedad aumentó. Se podría decir que prácticamente la tierra estaba exhalando vapor, y tanto Naraku como Kagura se sentían dentro de un horno caliente lleno de agua. Kagura agitó más rápidamente el abanico, intentando refrescar la incomoda sensación del sudor, pero poco era lo que su arma le ayudaba. Apenas y le refrescaba el rostro y parte del cuello, debajo de sus ropas todo era un infierno. Comenzó a sentirse mareada, y la incomodidad de estar tan cerca de la callada (aunque aun así insoportable) presencia de Naraku ya había comenzado a darle dolor de cabeza.

Ya sin tolerarlo más, Kagura gimió con un fastidio doloroso y se dejó caer hacia atrás. Dejó sus piernas flexionadas y medio expuestas entre las telas del yukata, importándole un soberano carajo que Naraku estuviera presente. Cuando esta se dejó caer, su amo le prestó atención sólo un momento, por pura inercia, y después volvió a su misma posición, lamentándose mentalmente del insoportable clima. Le habría gustado joder a Kagura un rato, pero estaba tan acalorado que hasta tenía la sensación de debilidad que experimentaba cuando llevaba a cabo sus metamorfosis dentro del sótano, además, hace tiempo que no reconstruía su cuerpo y ya era hora de desechar lo que no servía.

Odiaba con todas sus fuerzas el calor. Le recordaba siempre la tortuosa sensación de las abrasadoras llamas que lo consumieron cincuenta años atrás. La presencia de Onigumo, sus sufrimientos y deseos, aun lograban hacer estragos en el nuevo ser que había nacido del bandido, sin contar el hecho de que el calor inevitablemente le recordaba a Kikyou. Comenzó a ponerse de malas cuando aquellos recuerdos inundaron su mente.

Kagura, absorta de aquello, de vez en vez gemía en el suelo, quejándose. Estiraba una pierna y después otra, las flexionaba y repetía el ejercicio, tratando de refrescarse en vano.

—¡Ya deja de hacer eso!— exclamó Naraku, iracundo, volteando a ver a la joven. Esta de inmediato se irguió con expresión molesta.

—¿Hacer qué?— inquirió de mala gana.

—Quejarte. Me provocas dolor de cabeza— espetó Naraku. Kagura entonces se sentó y se acercó a Naraku, sin una pizca de temor en el semblante. Estaba tan acelerada por el calor que sentía su sangre hervir, sintiéndose capaz de hacer cualquier cosa y desafiar a cualquiera. De pronto había pasado de la pereza y el fastidio, al enojo desmesurado gracias al clima.

Era curioso, el clima; cómo algo con lo cual se convive toda la vida, día tras día, a cada hora, puede influir tanto en el comportamiento, tanto de humanos, animales, híbridos o demonios. Nadie se salva; en el crudo invierno, la mayoría desean tener un par de brazos para abrazar y que lo abracen, y así mitigar la helada crudeza. En el calor, se desea la tranquilidad y alguna brisa fresca. A veces provoca mal humor y que los ánimos se caldeen, o incluso es capaz de despertar la libido de los más desinhibidos, pero con ninguna de las variantes se suele estar cómodo. De cierta forma, los caprichos del clima tienden a nublar la mente de las personas.

—Pues entonces déjame salir— dijo ella, mirándolo directamente a los ojos.

—No—

—¡Sólo quiero darme un baño!—

—No— volvió a repetir su negativa el hanyou, mirándola de reojo y con desconfianza.

—¿Por qué? Hace demasiado calor como para pensar en traicionarte. Apuesto a que Inuyasha y compañía están por ahí derritiéndose. Sólo saldré a tomar un baño— intentó convencerlo una vez más, y para su sorpresa, había dulcificado su voz, pero muy poco. Quizá para ganar su simpatía y permiso. Pocas veces rogaba por algo, quizá sólo cuando amenazaba con absorberla y parecía que de verdad iba a hacerlo, pero estaba tan desesperada en ese momento que podía ser capaz de vender su alma a cambio de un baño.

—He digo que no—

—¡¿Por qué?— volvió a exclamar la joven. Naraku se restregó las manos contra el rostro, profundamente irritado por la insistencia de Kagura, que en ese momento, más que una extensión suya, parecía una mosca revoloteante en su oído. Bueno, ¿había existido alguna vez diferencia entre Kagura y un insecto?

—Que remilgada— susurró él —Jamás volveré a crear a una mujer… tan difíciles, tan delicadas— murmuró con hastío.

—Sólo quiero darme un baño— repitió la joven —No haré nada en tu contra—

—¿Por qué no te bañas en uno de los estanques entonces?— inquirió él, intentando sacársela de encima.

Kagura miró hacia el estanque más cercano, considerando la posibilidad. Era grande y lo atravesaba lo que antes habría sido un bello puente que armonizaba con el jardín, ahora seco e infértil; el puente estaba medio destartalado y la madera podrida. El pequeño lago aun tenía agua, pero se encontraba teñida de un profundo y nauseabundo color púrpura y hasta sus narices llegaba la hediondez del veneno estancado. Una enorme burbuja de aire se elevó hasta la superficie del agua y explotó pesadamente. ¡Ni loca metería un sólo dedo en esa agua pútrida! pensó Kagura arrugando la frente.

—No. Está asqueroso—

—Aun así es agua— argumentó Naraku.

—Podrida, y creo que hay un animal muerto ahí. ¡Ni hablar!— exclamó —Déjame salir, sólo un momento, para bañarme. No aguanto mi cuerpo ni un minuto más— dijo mientras golpeaba el piso, conteniendo las ganas de decir algún humillante "por favor".

—Si tu cuerpo es el problema, ahora mismo podría absorberte y acabar con tu sufrimiento— propuso Naraku con voz sombría, esperando que así Kagura dejara de molestar y si tenía suerte, que saliera de su vista.

—Pues no dudo que seas capaz de hacer eso ahora. Pareciera que estás derritiéndote— contestó ella con desfachatez, como si la amenaza no le hubiera afectado en lo más mínimo.

Bien, eso lo sacó un poco del juego. Kagura solía ser sarcástica y desafiante, pero ahora mismo parecía fuera de sus cabales, quizá por el calor, seguro.

—Te lo advierto, Kagura… no me provoques, no en este momento— amenazó el hibrido, hostigándola con su penetrante mirada.

—¡Pues es muy fácil! Si me dejas salir…— y esto lo acompañó con un exagerado ademán de su mano, elevándose al cielo —… no te molestaré más—

Hubo un largo y tedioso silencio. Naraku se mantenía con el entrecejo tenso y la boca torcida. ¿Estaría Kagura planeando algo? Conociéndola, lo más seguro es que sí. ¿Sería para él un problema más molesto que el de ese mismo momento, hostigándolo con el dichoso baño?

—Está bien— sentenció, dispuesto a dejarla salir para que dejara de molestar. De todas formas, si no le daba el permiso, seguro que más tarde encontraría la manera de escurrirse de ahí y salir, y entonces él se vería obligado a castigarla, y no tenía los ánimos de arrastrarla por las greñas hasta el sótano y encadenarla por una semana entera.

Kagura por un momento sintió una arrebatadora felicidad recorrer su cuerpo entero. Por un momento sintió el fugaz e impulsivo relampagazo de arrojarse sobre Naraku… pero, ¡Nunca! ¡Antes muerta! la había hecho rogar hasta el cansancio por una salida, se había humillado una vez más. No podía cometer ningún error. Estaba cansada, acalorada y harta, sólo quería disfrutar el momento, ¿acaso era mucho pedir un baño? Se portaría bien por esta vez (si aguantaba lo suficiente).

Estuvo apunto de meterse a la mansión, esperando que su hermana la acompañara (estaba segura, la mocosa estaba muerta de calor, además, estaba feliz, y se sentía generosa en ese momento) pero Naraku no perdió oportunidad de advertirle, que si cometía cualquier tontería, no dudaría en matarla.

Por esta vez, Kagura aceptó de buena gana. No pensaba arruinar el baño. Sus posibilidades en ese momento de intentar traicionar a Naraku estaban muy mermadas. No conseguiría nada más que un castigo y quizá la muerte. Necesitaba una situación de tensión, una debilidad al aire y podría, quizás, asestar un golpe contra él, pero no por ahora.

Naraku se sintió aliviado al liberarse de la presencia de Kagura, sin embargo el calor no desapareció. Esperaba que lloviera; cuando la canícula comienza con lluvia, es presagio de un clima medianamente tolerable.


Dentro de la mansión, el calor era ya inaguantable. Era como si la madera absorbiera la humedad del ambiente y dejara pasar entre sus rendijas y espacios el vapor caliente, dejándolo dentro, estancado, como una especie de enorme sauna.

Kanna estaba que se derretía. Aguantaba bien esos climas extremos, pero esto ya era una exageración. La pequeña albina en ese momento parecía la superficie de un espejo mojado. Las gotas de sudor se apilaban en su infantil frente y nuca, escondidas debajo el cabello, el cual conforme avanzaba el tiempo, se volvía cada vez más insufrible. Incluso tuvo la tentación de cortarlo.

Sus piernas comenzaron a guardar calor dentro del vestido y la posición en la que se encontraba sólo empeoraba las cosas. Incluso el marco de su espejo estaba caliente al tacto. Ya para ese entonces, Kanna intentaba calmar el calor de su cuerpo ventilándose velozmente con su propia mano, pero no ayudaba mucho. Lo intentaba hacer tan rápido que parecía estar jugando carreras con el clima, aunque ella iba perdiendo miserablemente. Comenzó a darle sueño y a sentirse muy cansada, incluso le dolía la cabeza y un malestar parecido a la desesperación comenzaba a zumbarle los oídos. Cualquier doctor habría determinado que Kanna estaba sufriendo una grave deshidratación.

Llegó cierto momento en el cual Kanna creyó que un desmayo era ya inminente. Pensó en pedirle ayuda a Kagura, pero su impavidez no se lo permitió, además estaba tan cansada que ya no sentía las piernas, pero todo eso desapareció cuando Kagura irrumpió estrepitosamente en la habitación, como solía hacerlo. Parecía muy feliz, cosa que la desconcertó, pues esta creía que ahora mismo su hermana estaría quejándose a los cuatro vientos por el clima.

—¡Sabía que sí tenias calor!— exclamó triunfante la youkai, mientras se abanicaba. Kanna no respondió nada, sólo se limitó a mirarla.

—Vamos, levántate. Nos largamos de aquí— dijo la mujer demonio mientras se acercaba a ella. Kanna no movió ni un músculo. ¿A que se refería con irse de ahí? Dudaba mucho que Naraku la hubiera dejado en libertad como para que ella dijera eso con tanta naturalidad y euforia, como si su creador no existiera.

Se quedaron un momento en silencio. Kanna sólo la miraba, y Kagura esperaba una respuesta, pero no la esperó por mucho tiempo. Kagura carecía de la virtud de la paciencia.

—¡¿Qué esperas?— vociferó la mujer —Tenemos permiso—

—¿Permiso?— inquirió en voz baja la albina. La sorpresa en su voz apenas se notaba —¿Naraku te dio permiso?—

—Sí— dijo esbozando una sonrisa soberbia —Me costó bastante, así que deja de perder el tiempo y levántate. Iremos a algún río. Quiero bañarme, y estoy segura de que tú también. Parece que estas a punto de deshacerte— comentó mirando el aspecto cansado de su hermana, no sin cierta lastima. La niña no podía negarlo, la capa de sudor en su cuerpo era tan incomoda que un baño no le caería nada mal.

La niña terminó por tomarle la palabra y levantarse con tranquilidad, aunque al momento de hacerlo un pequeño mareo hizo que perdiera el equilibrio, pero mantuvo el suficiente control como para no caer. Cuando recuperó la calma siguió a su hermana hasta la salida, donde se encontraron con Naraku, quien seguía sentado en el pasillo y con expresión de fastidio. Kagura no le prestó mucha atención y lo pasó de largo, pero Kanna no pudo evitar sorprenderse un poco. Nunca había visto a su amo así. Parecía realmente molesto, sin duda por el extremo clima. El sudor lo cubría e incluso tenía abierto el kimono, y su semblante estaba apoderado por una mirada perdida y cansada, ni siquiera lo había visto así después de perder una batalla o fallar en un objetivo que había planeado con obsesivo cuidado.

Quizás el único enemigo que Naraku era incapaz de enfrentar o siquiera planear algo contra él, era el clima, o el calor, en especifico.

Por supuesto, Kanna no preguntó ni se le quedó viendo, habría sido tomado como una indiscreción, así que solamente siguió a su hermana, pero en su camino Naraku las interrumpió.

—No quiero nada de tonterías, Kagura— le advirtió Naraku, mirando a la aludida con hostilidad. Kagura se limitó a verlo de reojo, con una dureza que incluso competía con la de Naraku. Si algo había heredado de él, eran aquellos perversos gestos.

—No te equivoques. Hace tanto calor que ni siquiera tengo ánimos de traicionarte— espetó con fastidio siguiendo su camino hasta llegar al patio, donde tomó una de sus plumas y tanto Kagura como Kanna fueron rodeadas por un tornado. Cuando este desapareció, ambas ya se encontraban montadas sobre la enorme pluma y en lo alto del cielo, apunto de atravesar la barrera.

Naraku las siguió con la mirada. No esperaba que Kagura se llevara también a Kanna, pero no dijo nada, además la pequeña podría servir de guardia para vigilar a Kagura.

Era muy curioso… lo más usual en Kagura es que ésta se aprovecharía de la situación para escapar, pero si tenía a su lado a Kanna, eso sería imposible. No supo exactamente si Kagura pensó en ello, o simplemente la llevó con ella porque quería y no tenía intención alguna de huir.

Pensó que de todas las extensiones que había creado, sin duda alguna las hermanas Kagura y Kanna, eran las más extrañas. Tenían que ser mujeres.

Bueno, fallos de los primeros experimentos.


Este fanfic originalmente sería un oneshot, pero cuando terminé de escribirlo llegó a las veinte hojas y era demasiado, así que lo dividí en dos capítulos.

Comencé a escribirlo pocos meses atrás, justo cuando comenzó la canícula en mi ciudad, donde es tortuosa. Vivo en una ciudad calurosa, y no sólo eso, sino también llena de humedad. Imagínense, vivía en una casa diminuta como el demonio, a la cual le daba el sol durante toda la tarde y que carecía de aire acondicionado o un mísero abanico de techo. Me las tuve que arreglar con ventiladores bastante cutres. El calor me pone especialmente mal. Lo soporto más que el frío, pero aun así es casi intolerable. Me da un sueño y flojera tremendos, la humedad te hace sudar como una cerda y era horrible querer dormir en las tardes, porque los colchones parecían exhalar vapor y había que mojarlos antes, y el efecto no duraba mucho, así que cuando despertaba estaba toda fumigada por el calor y debí bañarme unas ocho veces al día durante el verano. Por acá se alcanzan casi los 50 grados y pasamos el verano entero a más de 45.

No sé si habrá quedado muy OOC, y en realidad este pequeño fanfic no tendrá acción ni mucha emoción, es más bien de tipo lineal, tal vez hasta aburrido, pero tenía que quitarme la espinita y escribirlo por puro gusto. Tampoco habrá romance entre Kagura y Naraku, tal vez un par de insinuaciones muy sutiles, aunque me hubiera encantado encontrar alguna manera de emparejarlos.

Otra cosa: no sé qué tipo de clima tenga Japón. Tengo entendido que es un poco húmedo, que llueve y que en invierno suele nevar. Al parecer el verano no es tan intolerable como lo es aquí en México, pero creo que en plena canícula cualquiera, en donde quiera que esté, siente calor, más si estamos ubicados 500 años atrás donde ni por chiste existía el ventilador eléctrico y traían encima todas esas garras.

En fin, espero les haya gustado. Espero su opinión; son libres de decirme lo que les gustó, lo que no les gustó, lo que piensan o incluso darme criticas constructivas, pero por favor, respeto, que me gusta comerme a los maleducados.

A todo esto, no tengo idea de quién pueda ser el autor de la frase del principio, me la encontré por ahí en Internet, y me pareció adecuada.

Me despido

Agatha Romaniev