Siempre se la pasa en mi sembrado de girasoles cuando terminamos cualquier reunión, siempre lo regaño y aún así no falla el día en que él está.

El día que se ausentò me preocupé, sin querer fui a su casa, estaba haciendo frío. Su casa era grande y lujosa, estaba con las cortinas cerradas, impidiéndome ver el interior.

-Señor Kirkland… -voltee y era un pequeño subdito de él- ¿qué hace..? -enseguida tapé su boca con mi mano-.

-No digas nada si no te convertiré en rana- asintió y le dejé- ¿qué le pasó a *cof* *cof* él *cof*-.

-¿Al señor Braginskaya?-.

-Y-Yes ejem… ejem… -.

-¿Se preocupa por él?-.

-D-DE NINGUNA M-MANERA!- dije aun sabiendo que era verdad-.

-Le dio gripa… eso fue lo que pasó… usted ¿vino a visitar…? Mmmm se fue…- el muchacho bajó la mirada descubriendo un ramo de girasoles, tomó el regalo y se lo llevó al joven soviético- se lo mandan, me retiro- se las puso en su mesita cerca de la cama-.

El chico de ojos violetas y cabellos plateados abrió un poco los ojos y luego sorprendido los abrió completamente.

-¿Qué es? *achí* -tomó el ramo y vio una tarjeta-.

"Recupérate pronto, si no, no tendré quien regañar."

-Arthur… gra...achú cias-.

El muchacho sonrió y abrazó el obsequio quedándose profundamente dormido. Cuando estuvo mejor y fue a la reunión, esperó a que todos salieran excepto el joven inglés.

-Arthur, Arthur; muchas gracias-.

-No hay de qué -dijo ruborizándose un poco y viendo a otro lado, el ruso sonrió y le dio un beso a sus labios-.

-Te veo en tu jardín, da- sonrió y salió corriendo-.

-Oye! ¡Vuelve aquí! ¡POR ALGO ES MI JARDÍN!