Diario de Marc Morhange, Academia Kadic, alumno de cuarto curso. Nueve de octubre.
Han pasado unas semanas desde que el gobierno decidió ponerle fin a la fábrica abandonada que hay cerca del colegio. No sé ni para qué se utilizaba anteriormente y por lo visto ellos tampoco se acuerdan. Lo único seguro es que antes de que empezasen las obras, tenía por lo menos que echarle un último vistazo.
El edificio se hallaba en una isla justo en medio de un rio. La única forma de acceder a pie era por un puente que lo cruzaba. Este puente tenía una salida del sistema de alcantarillado por el cual se podía pasar desde otro en el parque.
Las obras se iban a realizar poco después de empezar el curso, así que en cuanto me enteré de la noticia me dirigí hacia allá enseguida. Lo que descubrí a continuación fue aún mejor de lo que esperaba: Al cruzar el puente me decepcionó que solamente había unas lianas por las que descender a la planta principal. No soy un tipo muy atleta, por lo tanto, me caí de morros al primer intento.
"A ver cómo salgo yo ahora de aquí," me quejé a mí mismo.
En el primer piso no había nada. Por suerte existía un ascensor para acceder a los diversos sótanos de la fábrica. Decidí explorarlos uno por uno. En el primero encontré el servidor de un superordenador cuántico que tenía pinta de haber sido diseñado hace veinte años. Tuve de descender otras dos plantas más para toparme con el disco duro.
La sala era grande y resplandecía con una pálida luz azul. Casi todo el espacio disponible lo ocupaba un cilindro de metal oscuro cuya superficie se hallaba cubierta de extraños jeroglíficos dorados. Era una enorme estructura cilíndrica de la cual desprendía una palanca.
"Espero no arrepentirme de esto!" declaré. Y así fue como la puse en marcha.
JacquesAsí que este es la famosa Kadic, ¿eh? Pues tiene buena pinta, la verdad… para los académicos, claro. Para los chicos normales como yo es de lo más cutre. Solamente hay una clase de educación física con un profesor que, según mi hermano, tiene fama de patoso. Nada más llegar me inscribí en el equipo de fútbol, a ver si algo aquí funciona como es debido. Claro que lo dirige el mismo profe patoso, ese tal Jim Morales.
Por lo visto el tal Jim hace bastante por aquí, hasta se encargó de mostrarnos a todos nuestros cuartos. Aquí residen los chicos en una planta y las chicas arriba. Lo explicó el propio Jim de esta manera: "Y que quede claro que por la noche está absolutamente prohibido visitar a la planta no correspondiente. Osea, que las chicas se quedan arriba y los chicos abajo. Y aquel que no lo haga recibirá dos horas de castigo. ¿Alguna pregunta?"
Un chico por detrás de mí levantó la mano.
"Podemos ver nuestros cuartos ya? Me muero de cansancio."
Todos nos reímos un rato, excepto Jim, claro.
"Muy gracioso, Bonniface. Me da que nos vamos a llevar bien, ¿no es así? En fin, ya que te empeñas, tu cuarto es éste de aquí, casualmente. Compartirás con el señorito Jacques Morhange."
Así que aquel chico era mi compañero de cuarto, ¿eh? Por mí bien. Ese tal Bonniface, Luís Bonniface, me daba que me iba a caer bien. Aun así, había algo que no me cuadraba.
"Esto… Jim?" le pregunté cuando nos abrió la puerta a Luís y a mí. "No es que no me guste compartir… pero tengo entendido que mi hermano tiene cuarto para él solo… y me habían dicho que…"
"Marc Morhange, ¿verdad?" preguntó Jim mirándose un registro. "Sí, tienes razón. Y creo que tus padres reservaron una habitación singular para ti también, sólo que hubo un error en el registro. Hablaré con el director a ver si nos aclaramos un poco. De momento te tendrás que quedar con Bonniface, ¿de acuerdo?"
"De acuerdo," asentí.
Jim salió de la habitación y me giré para verle a Luís, un poco indignado.
"No te ofendas, ¿eh? Es que suelo ser muy solitario y no nos conocemos de nada."
"Razón de más para presentarnos como es debido," sonrió el muchacho. "Luís Bonniface. Y tú eres Jacques Morales, ¿no?"
"Morhange," le corregí. "Morales es el profesor que nos acaba de dejar aquí."
"Que mal, ya he metido la pata," se lamentó Luís.
"No te preocupes, prefiero que me confundan con un profe que me confundan con el superdotado de mi hermano," le aseguré.
"¿Tu hermano es superdotado?" preguntó asombrado. Ojalá no hubiera dicho nada.
"Sí, y ya que estamos mis padres son Pierre e Ivette Morhange, los actores de EuropaCorp."
"¡¿Pierre e Ivette Morhange?! Tío, ¡estoy flipando ahora mismo!"
"Me imaginaba que ocurriría esto…" gruñí. "No se lo iba a decir a nadie y ya se me ha escapado. Ahora todos van a saber que soy el hijo de dos actores y el hermano de un niño prodigio de la informática. ¡Genial!" Y yo que quería establecerme por mi cuenta.
"Eh, no te preocupes. Yo te guardaré el secreto si tu prometes guardar el mío," propuso Luís.
"Trato hecho, ¿cuál es el tuyo?"
"Pues… no se me ocurre nada… pero cuando se me ocurra te lo diré" prometió mi amigo.
"Está bien" asentí riéndome.
Sabine"¡Venga, te lo suplico! ¡Ve conmigo, anda!" grité detrás de Inna. "¡Será divertido, te lo prometo!"
"¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡No pienso apuntarme a ese estúpido equipo de animadoras!" replicó ella. "No es lo mío. Además, nunca me aceptarían."
"Pero si eres cien mil veces más ágil que yo. Y más atleta y más…"
"¡Basta! Que no, ¿vale? Mira, si quieres apuntarte, te doy todo mi apoyo. Pero no me gustaría ser animadora y ya está."
Me di por vencida. Cuando se pone testaruda no hay quien pueda con ella. Además, acababa de pasar por delante de nosotros alguien que me desvió la atención.
"¿Inna… qui…quien es… ese chico tan guapo que va por ahíííííí?" tartamudeé.
"¡Yo que sééééé!" respondió ella imitándome. "Pero si prometes no dejarme sorda te presento."
"¡Nononono!" chillé apretujándole el brazo para que no fuera. "¡Que me da vergueeeeenza!"
Inna se echó a reír. "Y luego dices que la tímida soy yo. Anda, vamos."
Protesté enérgicamente, pero, como ya he dicho antes, cuando Inna Vasilyeva se pone testaruda no hay quien pueda con ella.
Hasta ése momento, Inna había sido mi mejor amiga desde siempre y yo la suya, bueno, su única amiga. Su familia se mudó desde Rusia cuando era muy pequeña. Dice que no se acuerda de su país natal, pero la asociación siempre la sigue a todas partes. Al principio cuando llegó al Kadic la gente pasaba de ella porque era callada y casi siempre de mal humor. Luego, gracias a su idiosincrasia problemática, emergieron rumores de que era de esos niños rusos cuyos padres la mandan a un internado para evitar que se los lleven las mafias rivales. Ahora hasta hay quien la teme.
Pero yo lo único que temía era lo que me estaba obligando a hacer. Me plantó justo enfrente del chico mono de antes. Él iba paseando tan tranquilo con su amigo y de repente… ¡zas! Ahí estaba yo, balbuceando sin saber que decir.
"Esto… *ejem*… hola. Eeeh… hace buen día, ¿no? Un poco caluroso la verdad… ¿no crees?" tartamudeé con voz más aguda de lo normal. El chico me miro como si fuera de otro planeta.
"Pero ¿qué dices? ¿Caluroso? ¿A mediados de octubre? Debes de estar loca."
"Ay, sí… digooo… tienes razón, err… no sé qué me pasa. Perdóname."
"Perdonada. Y ahora, si me disculpas, tengo clase en diez minutos y no quiero llegar tarde."
Y ahí me dejó junto con su amigo que me puso la mano en el hombro para animarme.
"No te preocupes por él. No tiene ni idea de cómo hablar con la gente. Y mucho menos las chicas," me aseguró.
"Te entiendo, tengo una amiga que es igual," le dije mirando en la dirección de Inna, que observaba a distancia. "La intento apuntar en el equipo de admiradoras y no hay manera."
"¿En serio?" preguntó sorprendido. "¿Quién rechazaría una oportunidad así? Mira, si al final del día no acepta me apunto yo mismo."
Solté una carcajada. Aquél chico había logrado tranquilizarme.
"Y soy Luís. Luís Boniface," dijo él.
"Sabine Pépinot," respondí. "¿Qué clase tienes ahora?"
"Ciencia química con la profesora Hertz."
"¡Anda! ¡Igual que yo!" exclamé.
"Tráete a tu amiga la no-animadora si viene también. Hay que elegir asiento. Si nos damos prisa conseguiremos uno cerca de cierto amigote mío," me dijo guiñándome el ojo. No tuve más que sonreír, asentir y seguirle. Y eso hicimos Inna y yo.
MarcDurante los primeros días del colegio regresé cada tarde a la fábrica. Estaba seguro de que las obras ya tendrían que haber empezado; sin embargo, al cruzar el puente descubrí que la excavadora principal había volcado y caído al rio sin explicación alguna. Lo miré con curiosidad un rato y después regresé a lo mío.
En aquel superordenador hallé muchísimos programas informáticos directamente desde la ciencia ficción. Resulta que aquél superordenador cuántico custodiaba una especie de mundo virtual, o al menos lo hizo una vez, porque apenas quedaban datos activos. Llevaba toda la semana trabajando en una manera de restaurarlo. Al parecer se hizo ya una vez, así que sólo tuve que reiniciar ese proceso. Ahora ya habían vuelto los cinco sectores y a mi lado una proyección holográfica me indicó que lo había conseguido.
"Enhorabuena," me felicitó una voz detrás de mí. Me dio un vuelco el corazón. Aquél susto era de catedral, lo aseguro. Al cabo de un rato me giré para ver quién me estaba haciendo compañía.
Cuando lo hice descubrí a una joven de mi edad que reconocía de algunas clases mías. Llevaba una chaqueta de cuero negro, un top blanco con rayas azules, botas negras y unos vaqueros que le llegaban hasta las rodillas (probablemente unas medias porque hacía un frio que pelaba). Su pelo era de un brillante naranja, el mismo color que sus muñequeras, y le llegaba hasta el cuello donde visualicé su gargantilla rosa y la cadena dorada de un colgante que la muchacha llevada escondida dentro del top. Me miraba con unos intensos ojos azules como si estuviera emocionada de verme y se acercó para hablarme.
"Sabía que eras tú quien viene aquí todos los días. Bonito, ¿verdad?" me dijo.
"Pero… ¿desde cuándo conoces tú este sitio?" le pregunté.
"Desde pequeña," respondió ella. "Mi hermana me llevó aquí una vez y me habló sobre este sitio. Desde entonces siempre he querido ver Lyoko con mis propios ojos."
"¿Lyoko?"
"Es el nombre del mundo virtual que acabas de reactivar," explicó. "Ven conmigo, hay algo que creo que aún no has visto."
Me llevó en el ascensor hacia el tercer sótano. Ya lo había visto antes pero no lo presté mucha atención. "¿Sabes para qué sirven estos escáners?" me preguntó. Negué con la cabeza. "Sirven para virtualizar a seres humanos en el mundo de Lyoko y luego materializarlos en la vida real." Lo dijo con un tono de lo más serio, pero no pude evitar reírme.
"Creo que ves demasiadas pelis de ciencia ficción," le dije. Ella frunció el ceño.
"¿Ah sí? Vuelve a la sala de control a ver si el programa existe," me desafió. Así que regresamos y… ¡tenía ella razón!
"¿Cómo lo sabías?" pregunté asombrado.
"No importa, pero tengo que pedirte una cosa," dijo ella. "Cuando dije que quería ver a Lyoko con mis propios ojos… tenía algo más en mente…"
"Quieres que te virtualice, ¿no es así?" aclaré. Ella asintió con la cabeza. "No estoy muy seguro… en teoría podría activar el programa, pero nunca lo he hecho antes, obviamente. Podría salir muy mal."
"Vamos… dime que no sientes un poco de curiosidad…" dijo con voz tentadora y acercándose a mí hasta casi apoyarse en mi hombro. "Porfi…"
En ese momento había dado en el blanco. Mi propio hermano me hacía eso cuando quería algo de mí. Siempre daba resultado. Además, había algo en esa chica… no sé lo que era… que me ponía nervioso, pero al mismo tiempo dispuesto a hacer lo que podía por ella. Pegué un suspiro. "Está bien. Métete en uno de los escáners antes de que cambie de opinión."
"¡Gracias!" exclamó ella y echó a correr hacia el ascensor.
"Por cierto…" la detuve. "¿Cómo te llamas?"
"¡Alena!" respondió. "¡Alena Tyron!"
InnaSabía que acabaría sucediendo tarde o temprano. Sabine se pasa el día con sus nuevos amigos, esos tales Luís Boniface y Jaques Morhange. Ahora sólo quiere ligar con Jacques o conversar con Luís. Cada día es peor. Poco a poco se va olvidando de mí. La verdad, era de esperar. Pero Sabine siempre era… distinta. Era la única que no me daba de lado cuando las cosas se ponían feas o en el día a día.
"¿Se puede?" me llamó a la puerta de nuestro cuarto. Asentí y ella abrió la puerta.
"¿Qué? ¿Hoy no estas tus nuevos amigotes?" interrogué malhumorada.
"Pues… la verdad es que sí…" respondió ella. Y al entrar asomaron las cabezas de Boniface y Morhange.
"Creí que los chicos no podían estar en este piso," dije.
"Por el día sí," respondió Boniface. "Jo, qué cuarto más chulo tienes."
"Menuda recepción," comentó Morhange. "Me voy a la habitación de mi hermano. Hace rato que no lo he visito."
"¡Espera, no te vayas!" le llamó Sabine, pero ya era tarde. Mi amiga parecía desilusionada.
"Aun no le has dicho…"
"¡No!" me interrumpió. "No voy a revelar mis sentimientos después de tan sólo cinco días."
"Bah, pero si lo sabe todo el mundo," contestó Boniface. "Es un milagro que él mismo no lo haya notado."
"Eso pasa a menudo," explicó Sabine. "Por ejemplo, una vez en sexto Inna…"
"¡Ya vale! No quiero discutir problemas amorosos con vosotros. Si queréis, seguidle a Morhange a ver a su hermano," interrumpí.
"No es mala idea," dijo Boniface. "Aun no me ha presentado al futuro Tesla."
"Pero te vienes con nosotros," declaró Sabine. "Venga, te conviene salir de aquí."
"Vale, vale," suspiré. Cuando Sabine se pone testaruda no hay quien pueda con ella.
La habitación de Marc Morhange estaba vacía. Encontramos a Jacques fuera usando el móvil.
"No contesta," dijo extrañado. "No es propio de él tener el teléfono apagado."
"Pareces preocupado," observó Luís.
"Lo estoy. Ayer intenté venir a verle y me abrió la puerta con aspecto horrible. Tenía pinta de haber recibido una descarga eléctrica y llevaba muchos cortes en la cara. Cuando le pregunté qué le había pasado va él y me cierra la puerta en las narices. Y hoy… ¡mirad este desastre!"
Tenía razón. O Marc Morhange no era muy ordenado o aquí pasaba algo. Varias partes mecánicas se hallaban esparcidas en el suelo junto con varios libros en malísima condición.
"Mirad, se ha dejado el ordenador encendido," observó Sabine.
"¡Hombre! ¡Su diario! Vamos a fisgonear…" sugirió Luís.
"Pero, ¿Qué haces?" le regañé. "Los diarios son personales."
"Espera, no es mala idea…" dijo Jacques.
"Eh, no. Que yo lo decía de broma," protestó Luís. Pero Jacques se dispuso a leer desde la primera entrada, el nueve de octubre.
"Aquí, atención… 'Han pasado unas semanas desde que el gobierno decidió ponerle fin a la fábrica abandonada que hay cerca del colegio' blablablá blablablá… "tenía por lo menos que echarle un último vistazo'" leyó Jacques. "Y si busco la palabra 'fábrica' aquí en Word, aparece siete veces."
"Me parece que nuestro Tesla podría encontrase allí" declaró Sabine. "Vamos a buscarlo."
"Id vosotros. Yo no quiero meterme en asuntos de otros. Ya me basta con allanarle el cuarto," declaré. Aquello se estaba volviendo demasiado incómodo. Sólo quería volver a mi cuarto.
"Bueno, ya sabes dónde encontrarnos," dijo Sabine. "Quisiera que cambiaras de opinión, pero lo he pillado. Nos vemos luego, ¿vale, chica solitaria?"
Así fue como me despedí de los demás y se fueron hacia aquella fábrica.
AlenaApenas me lo podía creer. Después de tantos años de espera al fin estaba a punto de entrar a Lyoko.
"¿Lista?" vino la voz de ese chico tan simpático. Se me olvidó preguntar su nombre. Tendría que esperar.
"Lista," contesté.
"Pues allá vamos," dijo el chico. Y el escáner en el que me encontraba se cerró.
En ese momento mi cuerpo empezó a flotar y el aire a fluir rápidamente hacia arriba. "Transmitir Alena" le escuché decir. Empecé a sentir un hormigueo relajante en todo el cuerpo mientras mis átomos se desintegraban (suena peor de lo que es). "Escanear Alena." Todo empezó a acelerar.
"Virtualización."
Lo último que vi fue una luz cegadora acompañada de la sensación de volar por un túnel digital hasta que mi cuerpo se recompuso de arriba abajo y caí sobre un suelo de color verde.
"¿Ha funcionado?" pregunté. Ni me hizo falta una respuesta. Me miré el cuerpo y lo encontré más… digitalizado. Parecía como salida de un video juego. Y mi ropa había cambiado también. Ahora iba en un vestido amarillo y naranja como la que llevaba de pequeña. Llevaba el pelo sujetado por una bandera amarilla y cuando lo toqué noté que mis orejas eran las de una elfa.
"Alena, ¿me recibes?" preguntó la voz del chico.
"Alto y claro," dije. "¡Esto es alucinante!"
"Bien, porque no tengo ni idea de cómo sacarte de allí."
"¿Qué?"
"Es broma," rio el chico. "Tengo listo el programa de materialización para cuando quieras volver. De momento, ¿sabrías transmitirme una imagen de lo que ves?"
"Ni repajolera idea," admití. "Te lo describo: hay muy poca tierra aquí y toda es flotante. El suelo es verde claro y hay troncos marrones que se pierden tanto en el cielo como en el mar de abajo. También… también hay unos animales que me rodean. Son de color azul y saltan de tronco en tronco. Son como monos de seis brazos y aguijón en la cola que…"
Del aguijón uno me disparó una especie de rayo láser de color verde. Como una bala me dio de lleno en el pecho y caí de espaldas.
"¡Alena! Aquí dices que acabas de perder treinta puntos," dijo el chico.
"¿Qué significa eso?" pregunté.
"Ni idea. Pero te recomiendo no perderlos todos. No sé lo que pasaría, pero no esperemos a averiguarlo."
Los cinco monstros seguían disparándome así que apreté a correr. Aquellas criaturas eran rápidas. Tenía que encontrar un modo de defenderme.
"Tiene que haber algo que pueda usar…" me dije rastreándome el cuerpo digital. "Un arma o algo por el estilo." No tuve más que pensar en ello para que en la mano izquierda me apareciese un palo largo con una estrella en la punta. "¿Una varita?" me dije. "No está mal." Los monstruos no esperaban para volver a la ofensiva, pero gracias a mi nueva arma puede bloquear sus disparos.
"Bien, pero ahora ¿cómo contraataco?" Apunté mi varita hacía el que me quitó los puntos antes. "¿Abracadabra?" Nada.
"¿Alacazam?"
Tampoco.
"¡Clakatova!"
Una línea de polvos tipo de hada surgió de la estrella, envolvió a mi adversario y lo hizo explotar.
"Clakatova…" pensé en voz alta. "Como la palabra que inventé de pequeña…" Perdí otros veinte puntos por pausar y seguí corriendo.
Esperaba poder deshacerme de ellos, pero me faltaba práctica. Logré cargarme otro más, pero me di cuenta de que había llegado al límite. Ya no había más por delante que aquel océano virtual. Estaba acorralada.
De repente se apoderó de mí el instinto. Junté los dedos y pulgares a forma de triángulo y de mi surgió una melodía que resonaba por todas partes como la voz de mi compañero. Cerré los ojos y cuando los abrí tenía delante mío una pared del mismo color que el relieve verde de alrededor, pero menos gruesa. Estaba a salvo. De momento.
"¿Ahora qué hago?" llamé a mi compañero, pero no estaba. Me dio la impresión de algo había sucedido.
LuísMenudo sitio que había escogido el Marc ese para pasar el rato. Como no lo derribe el gobierno se va caer sola de puro vieja. Hay que descender de unas lianas sólo para acceder a un piso completamente vacío. Luego descendimos por el ascensor que Sabine encontró. Esperaba de verdad que no se cayera solo precisamente en ese momento. Ese trasto me daba escalofríos.
Al llegar al primer sótano encontramos a un chico parecido a Jaques, con su mismo pelo rizado de color castaño vestido con una camiseta morada y pantalón negro. Desde el auricular que tenía al oído se escucharon las palabras "¿Ahora qué hago?" en voz femenina, pero Marc Morhange estaba demasiado estupefacto como para responder.
"¿Marc?" exclamó Jacques. "Qué significa todo esto?"
"Jacques, puedo explicarlo todo," aseguró Marc.
"Adelante," replicó Jacques fríamente. "Te encierras o aquí o en tu cuarto, me das de lado cuando me preocupo por ti, das el aspecto de que te hayan dado una paliza… ¿y ahora esto? Te espero. Explícamelo."
"¿Qué sucede allí? ¿Alguien puede ayudarme?" dijo la misma voz. Sobre la cara de Marc se dibujó una mirada pensativa.
"Muy bien. Pero para explicároslo necesito que bajéis un nivel. Veréis unos escáners. Meteros cada uno en uno y esperad. Todo quedará bien claro," explicó.
Por pura curiosidad, obedecimos. Apenas tuvimos tiempo de echarnos una mirada entre los tres antes de que se cerrasen los escáners y comenzásemos a flotar.
"Transmitir Jacques. Transmitir Sabine. Transmitir Luís," se escuchó.
"Escanear Jaques. Escanear Sabine. Escanear Luís."
"¡Virtualización!"
