I. Mi último obsequio
– Están esperándola, mi reina – le habló Gusano Gris en valyrio, mirándola desde la entrada del recinto.
Daenerys lo observó, sentada sobre el Trono de Hierro, y asintió en silencio. Sin embargo, ella no se movió y el comandante de su ejército hizo una reverencia antes de darle la espalda y desaparecer por donde había ingresado. Sabía que él le estaba otorgando un momento de privacidad y ella lo agradeció.
Tenía la cabeza ligeramente recargada sobre su mano derecha y se daba apoyo en uno de los reposabrazos del Trono de Hierro. Suspiró, con expresión sombría, y se levantó lentamente.
Descendió los escalones y se alejó unos pasos antes de girarse y observar el trono con ojos fríos, sin expresar ninguna emoción en su rostro. Cerró los ojos y se dejó llevar por los recuerdos.
– Eres mi reina, hoy y siempre – le susurró Jon con voz estrangulada y expresión derrotada, antes de besarla con fuerza. Daenerys se entregó al beso, con unas inmensas ganas de llorar por el sentimiento de tenerlo nuevamente con ella.
De repente, sintió algo diferente, algo que le secó la garganta, tuvo un mal presentimiento y se separó de él con brusquedad. Jadeó al ver una daga pequeña en su mano y se alejó de su alcance con un profundo dolor aplastándole el pecho.
Él la miró, sorprendido por su repentina separación. Abrió la boca para decir algo cuando un rugido profundo reverberó en el cielo y Drogon apareció sobre una de las paredes derrumbadas de la fortaleza. Estiró una de sus majestuosas alas en dirección a Jon y lo lanzó contra una de las paredes a su espalda con un sonido seco, rompiéndole un par de costillas en el proceso.
Jon abrió los ojos tras el repentino dolor y miró en dirección a Daenerys antes de que una guardia de Inmaculados entrara al recinto y apuntara sus lanzas en dirección a él. Lo último que vio antes de que alguien lo golpeara en el rostro y lo hiciera perder la conciencia, fue un profundo dolor por su traición en los ojos de la mujer que amaba.
Daenerys abrió los ojos y aspiró aire profundamente, apretó la mandíbula, sintiendo como se le secaba la garganta, y cerró ambas manos con fuerza. Le dio la espalda nuevamente al Trono de Hierro y salió del salón, el cual estaba destruido y cubierto de nieve y cenizas.
Cuando alcanzó las escaleras, que alguna vez representaron la majestuosa entrada de la Fortaleza Roja, tres figuras la esperaban con paciencia. Se detuvo en medio de los tres por un segundo, sin mirar a ninguno específicamente, para después descender los escalones con paso firme. Las figuras la siguieron sin decir ni una palabra.
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Habían acomodado sillas en el centro del enorme edificio de Pozo Dragón, ennegrecido por el fuego y cubierto por una capa ligera de nieve y cenizas, donde un grupo de personas ansiosas, que miraban a su alrededor con desconfianza, esperaban la presencia de la Reina de Dragones.
Sansa entrelazó sus manos en su regazo, aspirando aire profundamente con cierta preocupación. Quizá todo aquello fuera una trampa, se dijo, y Daenerys Targaryen hubiera planeado matarlos a todos ahí mismo. Miró a su hermana, sentada a su lado, y parecía sentir la misma ansiedad que ella misma. Bran Stark estaba sentado a su izquierda, impasible, con esos ojos vacíos que a veces la incomodaban.
Daenerys los había invocado a esa reunión hacía ya casi tres semanas y los hermanos Stark habían atendido simplemente por Jon, su hermano. Después de su intento fallido de asesinar a la reina tras los estragos en Desembarco del Rey, Jon había sido aprisionado por traición, hacía casi dos meses, junto a Tyrion Lannister.
Al enterarse de esto, Sansa no había descansado, día tras día, formando alianzas y reagrupando a los abanderados de la casa Stark, incluyendo a los hombres del Valle, representados por su primo Robin Arryn, sentado junto a Yohn Royce, y a los hombres de Aguasdulces, con su tío Edmure Tully a la cabeza, cuyo rostro parecía acabado tras todo lo que había sufrido, sentado justo a la derecha de su hermana. El ejército que había conseguido, de casi 8,000 hombres, se acomodaba a las afueras de las ruinas de Desembarco del Rey, esperando la señal de su regente, ella misma.
Sansa recorrió a los presentes para distraer su inquietud. A su lado derecho, vio como Brienne de Tarth no dejaba de mirar la entrada de Pozo Dragón con preocupación, acariciando distraídamente la empuñadura de su espada. Samwell Tarly, el amigo de Jon, también estaba sentado en una de las esquinas, frotándose las manos insistentemente. Al lado de él, un hombre que había conocido pocas veces en su niñez, Howland Reed, se cruzaba de brazos, impasible.
A su otro extremo, Davos Seaworth y Gendry Baratheon, señor de Bastión de Tormentas, intercambiaban palabras en voz baja, discutiendo cosas que no parecían importantes. Al lado de Gendry estaba sentado el nuevo príncipe de Dorne, completamente callado, con las manos entrelazadas entre sus piernas.
Sansa movió sus manos distraídamente y suspiró profundamente. Había alrededor de veinte Inmaculados alrededor de ellos, firmemente acomodados e impasibles, haciendo su guardia silenciosa. Vio de reojo como Arya parecía querer levantarse y exigir lo que ella misma quería saber, pues llevaban alrededor de una hora esperando. De repente, dos filas de Inmaculados ingresaron en perfecta sincronía al edificio. Vio con cierta admiración como cada par de ellos se iban separando de su formación y se detenían, encarándose, y formaban dos filas que guarecían el camino hasta llegar a las escaleras de la terraza donde todos ellos esperaban ansiosos.
Tras ellos, cuatro figuras emergieron por la entrada, encabezados por Daenerys Stormborn. La reina vestía completamente de negro, con un largo abrigo de cuero con adornos semejantes a escamas, y su cadena de plata y el emblema de su casa resaltando orgullosamente sobre su hombro derecho. La capa que colgaba de su espalda era de un color rojo carmesí que solo realzaba su apariencia feroz, y sus pasos eran incluso más orgullosos y firmes de lo que Sansa recordaba. Su cabello plateado lucía esas perfectas trenzas que siempre portaba con orgullo y su piel parecía incluso más pálida y sombría que antes, resaltando enormemente por el contraste de la nieve y cenizas que aun cubrían los alrededores.
Sin embargo, lo que más le sorprendió de ella fueron sus ojos. Sansa no pudo evitar el escalofrío que le recorrió la espina dorsal al ver aquellos ojos violetas, vacíos y fríos que, justamente, la miraban a ella fijamente. Recordó aquel lejano momento hacía tantos meses atrás cuando la había conocido, con los ojos cálidos y sonrisa honesta, hablándole de Jon, tratando de ganarse su confianza. Ahora parecía una persona completamente distinta, vacía, y por un momento, Sansa tragó saliva.
Observó a las figuras que la acompañaban y reconoció a Yara Greyjoy, que portaba una expresión solemne, y a Gusano Gris, el comandante de los Inmaculados. No reconoció al tercer hombre de rostro apuesto y cabello castaño ligeramente largo, vestido con una armadura de cuero grueso que le indicó a Sansa que probablemente era alguien proveniente de Essos.
La reina llegó a la explanada y subió los escalones hasta quedar enfrente de todos ellos. Sus acompañantes se detuvieron unos pasos detrás de ella, observándolos con seriedad.
– Mis Lores – dijo ella, a modo de saludo, permaneciendo de pie frente a los presentes –, Ladies – agregó, sin borrar su expresión fría. Sansa apretó ambas manos y se levantó.
El hombre que no reconocía dio un paso hacia ella, pero Daenerys, sin ni siquiera mirarlo, levantó levemente una mano hacía él, deteniéndolo. Un reina, después de todo.
– Exijo ver a mi hermano – dijo Sansa con voz seria, tratando de controlarse. Arya se levantó al lado de ella, dándole un poco más de confianza.
– Lady Sansa, no creo que se encuentre en posición de exigir nada. – Daenerys la miró de nuevo, impasible.
– Afuera de… estas ruinas, tus ruinas, hay miles de hombres dispuestos a pelar y morir por él, su majestad. – Sansa se mordió la lengua –, sólo queremos llevar a nuestro hermano a casa sin derramar más sangre inocente.
Cuando conoció a la Reina de Dragones por primera vez, Sansa no se había amedrentado por su poder. No se había frenado en retarla o contradecirla. Sin embargo, en ese momento, tenía miedo de ella, miedo por Jon y miedo por sus hermanos.
El amago de una sonrisa amarga apreció en el rostro de Daenerys y Sansa sintió como Arya se acercaba más a ella, en una posición defensiva.
– Y yo tengo miles de Inmaculados que juraron morir por mí, miles de Dohrakis que cruzaron el Mar Angosto por mí, a los Segundos Hijos y a los Hijos de Hierro que juraron su lealtad ante mí – le contestó, arrastrando cada palabra de forma amenazante.
Antes de que Sansa pudiera contestar algo, y bajo la mirada casi escandalizada de Sir Davos, Gendry saltó de su lugar y se arrodilló casi de forma inmediata ante la Reina de Dragones.
– Los hombres de Bastión de Tormenta también son suyos, mi reina.
Daenerys sonrió ligeramente de lado, sin que algún sentimiento le llegara a los ojos, y con un movimiento de la mano le ordenó que se levantara.
– Gracias por su lealtad, mi Lord. – Gendry sonrió y tomó asiento, satisfecho, y Sir Davos lo miró con reprobación. Daenerys regresó su mirada fría hacia la soberana de Invernalia, sus ojos todavía más amenazantes, y se tomó unos segundos antes de hablar –. Aun así, Lady Sansa, tú y yo sabemos que no los necesito para aniquilar a tu ejército si así lo quisiera.
De repente, un rugido ensordecedor y temible cruzó el aire, y Drogon, cuyo tamaño parecía incluso mayor que la última vez que lo vio, aterrizó de forma majestuosa sobre las ruinas de Pozo Dragón, rugiendo de nuevo en dirección a los invitados y abriendo el hocico de manera amenazante, dejando entrever su fila de dientes afilados.
Sansa dio dos pasos hacia atrás y los presentes se levantaron de sus asientos, horrorizados. Bran era el único que parecía no afectarse por la situación, mirando a la reina con detenimiento. Daenerys siguió mirándolos, sin inmutarse por el repentino ajetreo. Yara, los Inmaculados y el guardia de la reina tampoco parecieron preocuparse por la temible bestia que ahora se encontraba a sus espaldas.
– En realidad, Lady Sansa, no volvería a derramar la sangre de mi gente por ninguno de ustedes. Jamás, bajo ninguna circunstancia – continuó Daenerys, con frialdad. Sansa la miró, ligeramente sorprendida por sus palabras –. Sin embargo, mis Lores y Ladies, no los he invocado este día para derramar la sangre de nadie. Tomen asiento, por favor.
Los presentes se miraron los unos a los otros y, renuentes, tomaron asiento nuevamente sin dejar de mirarla con expresión temerosa. Incluso Sansa y Arya, que intercambiaron una mirada de entendimiento, tomaron asiento para escuchar lo que la Reina de Dragones tenía que decir.
Sin decir nada, Daenerys se giró hacia el hombre que Sansa no conocía.
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– Daario – comandó. El hombre asintió hacia su reina y se dio la vuelta para dar una orden a un par de Dothrakis que estaban esperando a lo lejos.
Antes de su ataque a Desembarco del Rey, Daenerys, desconfiando de todos a su alrededor, había enviado un mensaje a Yara y le había ordenado ir de regreso a Mereen para traer a los Segundos Hijos a Poniente. En aquel momento, después de la traición de Varys, la desconfianza hacia Tyrion y el rechazo de Jon Snow, necesitaba a alguien en quien confiar. Ella sabía que Daario nunca la traicionaría, su devoción por ella era demasiado grande.
Yara había regresado, complacida porque ella había aniquilado la flota de Euron Greyjoy, cumpliendo aquella promesa que le había hecho. Después, la soberana de las Islas de Hierro le había jurado lealtad nuevamente y Daenerys sabía que no iba a romper su promesa ante ella, menos después de la otra promesa que también pensaba honrar.
Los Dothrakis que llamó Daario se acercaron hacia ellos, empujando dos figuras que, a pesar de tener las cabezas cubiertas por pedazos de tela sucia y desgastada, mientras más se acercaban, más quedaba en evidencia quienes eran.
Daario tomó del brazo a la figura más alta, vestida con ropa holgada y roída y la empujó hacía el centro de la terraza, justo frente a los presentes. Tenía las manos encadenadas en su espalda y la fuerza de Daario hizo que la figura cayera de rodillas frente a ellos. Gusano Gris llevó a la otra figura en la misma dirección y también lo arrodilló frente a él.
Arya estuvo de pie de un salto y desenvainó su delgada espada de forma amenazante. Sansa se levantó también y la detuvo, sintiendo a Brienne levantarse al lado de ellas, en posición defensiva, con la mano en la empuñadura de su espada.
En sincronía y de forma instantánea, todos los Inmaculados a su alrededor giraron su rostro hacía ellos y apuntaron sus lanzas en su dirección.
Sansa tragó saliva, sintiendo escalofríos de nuevo y, por segunda vez, los presentes se levantaron, atemorizados.
Daenerys, aun impasible, les ordenó algo en Valyrio y de forma inmediata, todos los Inmaculados regresaron a su posición original. Los presentes dejaron escapar el aire.
– Daario, Gusano Gris – les dijo ella y asintió con la cabeza. Tras la orden, ambos descubrieron los rostros de Jon y Tyrion. Se retiraron unos pasos y se posicionaron al lado de su reina.
Arya se arrojó de forma inmediata hacia Jon y lo abrazó. Estaba más delgado, con la barba más prominente, sucio, con ojeras y los ojos rojizos, pero fuera de eso estaba bien. Sansa se arrodilló juntó a él y también lo abrazó.
Sir Davos se inclinó hacia Tyrion y lo ayudó a levantarse, estaba en las mismas condiciones que Jon pero tampoco parecía herido.
Daenerys les concedió unos minutos y suspiró pesadamente.
– Vas a abandonar el trono – dijo Bran, de repente, sin dejar de estudiarla, y Daenerys lo miró, sin cambiar su expresión fría. Los presentes la miraron, expectantes. Incluso Tyrion y Jon, que se habían levantado, la miraban entre asombrados y confundidos.
Daenerys no contestó y se giró para mirar a Daario.
– Daario, si fueras tan amable – le dijo y él entendió lo que ella deseaba. Desenvainó la daga de su cinturón y se acercó hacia Jon. Arya se puso frente a él, amenazante.
– Calma, pequeña, solo voy a quitarle las cadenas, – Daario levantó las manos en señal de inocencia y Arya apretó los labios, miró a su hermana y ella asintió. Arya se apartó y el hombre jaló a Jon con algo de brusquedad y lo giró, de forma que pudo abrir las cadenas que aprisionaban sus manos. Se acercó a Tyrion e hizo lo mismo.
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Jon miró a Daenerys y tragó saliva. Era la primera vez que la miraba desde que intentó… asesinarla, y durante todas esas semanas, encerrado, sólo deseó poder verla y hablar con ella. Sin embargo, aun teniéndola enfrente, ni siquiera tuvo el valor de pronunciar palabra. Movió sus manos, entumecidas por las cadenas y giró su rostro para ver a Tyrion, que le regresaba la mirada, preocupado. ¿Qué estaba pasando? En realidad, cuando los guardias habían ido por él a la celda donde estaba, Jon se había resignado, e incluso aliviado, al hecho de que por fin iba a ser ejecutado por su traición. Ahora, libre y de pie frente a todos los presentes, su mente tardó en procesar lo qué estaba sucediendo.
Tras una larga pausa, Daenerys cruzó las manos detrás de su cuerpo y les dio la espalda, mirando hacia Drogon. O por lo menos eso parecía.
– Cuando era niña, – habló y Jon sintió un escalofrío. Su voz era tan fría y vacía que por un momento creyó estar viendo a una persona completamente diferente –, mi hermano sólo hablaba de la grandeza de la Casa Targaryen y cómo deseaba regresar la gloria de nuestra familia en Poniente. – Dio unos cuantos pasos, aun sin mirarlos y pareció dudar un segundo antes de continuar –. Sin embargo, cuando él murió, tomé la responsabilidad de regresar el honor de nuestra dinastía en su lugar, como Reina legítima de los Siete Reinos. He sufrido, sangrado y he perdido tantas cosas durante mi campaña, sólo tratando desesperadamente de cumplir el sueño estúpido de una niña idealista – terminó, con amargura.
Se detuvo por unos minutos y observó sus alrededores antes de continuar, todos los presentes permanecían en silencio, atentos a su discurso.
– Creí que mi destino era cambiar el mundo. Llegué a Poniente con el anhelo real de romper el reinado tiránico que tantos soberanos habían impuesto sobre el pueblo. – Jon observó como ella apretaba ligeramente las manos en su espalda y sintió un nudo en la garganta.
– Sin embargo, llegaste a ser lo mismo que tus antecesores, – la interrumpió Sansa, con dureza. Daenerys no se giró pero Jon observó cómo los músculos de su espalda se tensaban. Él tragó saliva y miró a su hermana –. Cometiste atrocidades y perdiste la cabeza, matando a miles de inocentes.
– Así es – aceptó Daenerys, tras unos segundos, sorprendiendo a todos –. He cometido errores que me atormentarán por el resto de mis días. – Se giró a mirarlos. Oh, dioses, esos ojos fríos y esa expresión tan vacía. Jon sentía un horrible terror por esos ojos, pero al mismo tiempo, verlos rompía su corazón –. Sin embargo, no pretendo disculparme contigo o con nadie por lo que ocurrió. Me perdí a mi misma en la ambición y en la tristeza y expiaré mis pecados sólo conmigo misma.
Ellos no estuvieron con ella cuando se había perdido en la soledad y la desesperación, nublándole el raciocinio un instante antes de que la furia y el dolor le rompieran la mente y su cuerpo se consumiera en la venganza. Nadie había estado con ella.
Les dio la espalda nuevamente y a pesar de sus palabras sombrías y llenas de tristeza, su rostro nunca demostró ningún tipo de sentimiento. Era como si la verdad de sus palabras ya estuviera clavada en lo más profundo de su ser y decirlo no significaba ya nada para ella.
– ¿Llamaste a los lores de Poniente para que te escucharan y sintieran pena por ti, acaso? – Susurró Sansa, un poco menos firme que antes, no entendiendo bien lo qué la Reina de Dragones quería lograr con todo aquello.
Jon sintió sudor frío bajar por su espalda, alguien le tocó el hombro y le ofreció una silla. Era Sir Davos, con expresión preocupada. Hasta ese momento, él no se había percatado de que las piernas le temblaban y la cabeza le daba vueltas.
Algunos presentes miraron a Sansa, un poco incómodos por su actitud tan altanera, no era muy inteligente bajo tanta hostilidad de gente extranjera que podría matarlos en cualquier momento o el escrutinio agresivo de la enorme bestia a solo unos metros de ellos.
Sin embargo, Daenerys pareció ignorar aquel comentario mordaz y continuó, de nuevo sin mirarlos.
– Pueden creerme… o no, en realidad, ya no me interesa, – se encogió de hombros –. Vine a Poniente buscando mi hogar, el lugar al cual creí pertenecer. Sin embargo, cuando llegué, lo único que me recibió fue la desconfianza y el temor, – se detuvo y suspiró, o eso creyó Jon, pues ella seguía dándoles la espalda –. Después, involucrada en una guerra que jamás creí posible, perdí casi todo… y aun así, seguía sintiendo la hostilidad y el temor de la gente que con tanto deseo quería ayudar. – Se detuvo nuevamente y miró al cielo –. Como dije, sueños estúpidos de una niña idealista.
Se quedó callada unos momentos y nadie dijo nada, incluso Sansa le dio un poco de espacio, sintiendo algo de compasión por sus palabras.
– Después, perdí todavía más en la guerra por el Trono de Hierro y las únicas personas que seguían a mi lado, aconsejándome… No. Las únicas personas que me quedaban… – se corrigió –, al final simplemente se dieron por vencidos conmigo y me abandonaron. Me dieron la espalda. – Se giró y esta vez miró directamente a Tyrion, con esos ojos fríos, ni una pizca de vulnerabilidad a pesar de todas sus palabras cubiertas de pena. Jon se dio cuenta hasta ese momento que ella parecía querer evitar mirarlo –. Las únicas personas que me quedaban, que pudieron apoyarme, al final me traicionaron… y me sentí – dudo por un segundo – desolada… y me quebré.
Tyrion desvió la mirada, incapaz de mantenerse firme tras las palabras que su antigua reina le dirigía, como dagas atravesando su corazón. Tanto él como Jon sabían que ella jamás había sido abierta emocionalmente y siempre había evitado demostrar cualquier sentimiento o expresión de vulnerabilidad frente a ellos. Incluso con Jon, y a pesar de haber pasado todas esas noches íntimas juntos, ella siempre evitaba ahondar en los temas delicados de su vida. Él siempre creyó que ella evitaba parecer débil ante nadie.
Ahora, a esa mujer frente a ellos, que parecía más fuerte y atemorizante que antes, no parecía importarle que varios desconocidos escucharan sus sentimientos. Por un momento, sin embargo, Jon temió que al contrario, ella pensara que todos ellos no valían nada y por eso no le importaba decirles aquellas cosas tan personales.
– Estas tratando de decir entonces que… ¿los culpas a ellos por tus acciones? – Esta vez, Arya se levantó y le habló, con un tono de reproche en la voz. Daenerys se giró hacia ella, sin cambiar su expresión. Drogon se removió en su lugar y la tierra bajo ellos tembló ligeramente.
– Por supuesto que no – respondió Daenerys, sin inmutarse –. Me utilizaron y vaciaron todo de mí. Fui débil y perdí contra mis propios sentimientos. Aun así, de alguna forma respeto lo que hicieron. Me traicionaron por su familia. Quizá yo hubiera hecho lo mismo de tenerla, aunque no es un sentimiento que yo entienda en realidad –. Se detuvo y suspiró con pesadez. Frunció ligeramente el ceño antes de continuar –. Pero mis acciones son mías y de nadie más. Ellos son culpables solo de sus propios pecados. Al final, admito que debería agradecerles por abrirme los ojos.
Jon apretó la mandíbula, un dolor creciente aplastándole el pecho. Se levantó pero al querer dar un pasó, trastabilló, su cuerpo demasiado débil para mantenerse firme, y cayó sobre una rodilla, aspirando aire con frustración. Todos lo observaron, menos ella, claro.
– ¿Esa es la razón por la cual decidiste no ejecutarme? – preguntó, aun sobre su rodilla, con la garganta seca. Arya y Davos trataron de ayudarlo a incorporarse, pero él se los impidió con un ademán. Él la miró, intensamente, pero ella ni siquiera intentó encontrar sus ojos.
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Daenerys se mantuvo impasible, sin querer encontrar la mirada de Jon Snow o mejor dicho, Aegon Targaryen. Desvió la mirada y encontró la de Bran Stark, lo miró unos minutos, ignorando la pregunta que Jon le había hecho, y habló:
– Con respecto a tu pregunta, Lord Stark… Bran o sea quien seas. Ellos me abrieron los ojos hacia una verdad. No estoy abandonando el Trono de Hierro, no. Estoy abandonando el reino. Estoy abandonándolos a todos ustedes, – pronunció cada palabra lentamente, con suficiente fuerza y seriedad que no quedó duda de que expresaba la verdad –. Me doy finalmente por vencida.
Se quedó en silencio nuevamente, paseando su mirada entre los presentes. La miraban con sorpresa y ojos abiertos llenos de incredulidad. Ni siquiera Sansa parecía poder acomodar sus pensamientos para pronunciar una palabra.
– Daener-
– No te atrevas a dirigirme la palabra – interrumpió al reconocer aquella voz, apretando los dientes. Miró a Tyrion, con expresión amenazante y él bajó la mirada, avergonzado. Daario dio unos pasos frente a ella, de forma protectora y la miró, con la mandíbula tensa. Él y Gusano Gris eran los únicos que entendían cuanto le afectaba la traición de Tyrion y de Jon, incluso ahora. Habían pasado semanas preocupados por ella y por la crisis emocional en la que se había sumido. Daenerys lo miró y suspiró, indicándole que estaba bien.
Se recompuso y miró directamente a los ojos de Bran.
– He estado buscando mi hogar desde que tengo memoria. Por fin entendí que por más que lo busque, nunca lo voy a encontrar. No aquí en Poniente, ni siquiera en Essos. – Levantó la mirada hacia el cielo –. Entendí que, si quiero un hogar, necesito hacerlo yo misma. Por eso, decidí construirlo. Un nuevo reino, una nueva Valyria. Para mí y para mi gente. Ya hemos tenido demasiada sangre y muerte.
Daenerys buscó la mirada de Gusano Gris, solemne a su lado. Ellos merecían algo mejor, habían merecido algo mejor. Tantas personas que la habían amado y se habían sacrificado por ella en el campo de batalla, con ciega admiración, a pesar de sus errores y sus pecados. Ella necesitaba darles algo mejor, necesitaba darles finalmente su libertad.
– No has respondido a mi pregunta… – dijo Jon, tras unos segundos en silencio. Seguía arrodillado en el suelo, sin embargo, ya no la miraba. Sansa y Arya lo miraron, casi con impotencia de que él pareciera tan arrepentido y desolado.
Daenerys, viendo en dirección al cielo, cerró los ojos por unos segundos. Cuando los abrió, finalmente miró a Jon que, sintiendo su mirada, levantó la cabeza.
Ella caminó despacio hacia él, sin dejar de mirarlo, pasó al lado de Daario, que la miraba con preocupación, y se detuvo apenas a un paso del cuerpo de Jon. La respiración de él se aceleró y la miró con intensidad. Arya quiso interponerse entre ambos, preocupada por su hermano pero Sansa la retuvo por el brazo y le dirigió una mirada significativa.
Para sorpresa de todos, incluidos Daario y Yara, Daenerys se agachó hasta quedar a la altura de Jon. Sus ojos seguían fríos pero su expresión parecía derrotada.
– Eres el último heredero varón de la casa Targaryen, – empezó, en apenas un susurro, sin embargo, todos a su alrededor podían escucharla, atentos a sus palabras. Varys había propagado la verdad sobre él, y si alguno de los presentes aun desconocía esa información, en realidad a ella ya no le importaba revelarla –. Tú puedes tener descendencia. Yo no. No seré responsable por la extinción de nuestra dinastía, es por lo que siempre he luchado y es lo único por lo que me mantendré fiel hasta el final.
Jon entrecerró lo ojos, con la respiración entrecortada. Tensó la mandíbula y se le ensombreció la mirada.
– Eso nunca me ha importado.
– Para mí siempre lo ha sido todo.
– ¿Eso es lo que soy para ti entonces? ¿Algo así como un peón?
Daenerys no contestó y en cambio, suspiró. Él creyó ver como su expresión se suavizaba, pero desapareció tan rápido como apareció. Jon se sobresaltó cuando ella levantó una mano y le tocó la mejilla.
– Te amo – le dijo, aunque sus propias palabras no llegaban a sus ojos vacíos, ojerosos –. Desearía no hacerlo. Desearía haberte matado. Desearía no haberte conocido. Me has roto el corazón tantas veces y aun así, no puedo lastimarte. Decidí no lastimarte. No voy a traicionar este sentimiento, ni siquiera por ti –. Daenerys retiró la mano de su rostro y se levantó.
Jon no pudo decir nada y sintió un vacío en el corazón. Quiso levantar la mano y detenerla, quiso llorar y pedir perdón. Aquel día cuando intentó asesinarla, cuando creyó que eso era lo correcto y cuando decidió que el deber era más importante que el amor, durante una fracción de segundo, con la daga en su mano, vaciló. Fue en ese preciso momento de vacilación cuando ella se había separado de él y todo los sucesos posteriores habían ocurrido. Se le secó la garganta y no pudo detenerla, o hablar.
– ¿Qué hay de mí, entonces? – preguntó Tyrion, con inseguridad, cuando se había asegurado que Jon ya no podía decir nada. La expresión de Daenerys volvió a ser severa y no giró a mirar al enano. Por un momento, todos creyeron que no iba a contestarle. Ella se alejó de ellos, hasta regresar a su posición original y los encaró nuevamente.
– Tú mente quizá pueda funcionar ahora que tus hermanos han muerto – le respondió ella finalmente, con frialdad. Nadie tenía porqué saber que ella había caído en una depresión que había durado semanas y ejecutar a Tyrion había sido la última de sus preocupaciones. Cuando finalmente había acomodado sus pensamientos y había decidido tantas cosas para el futuro de ella y de su pueblo, dejar vivir a Tyrion había parecido lo correcto.
Daenerys miró a Daario entonces y le sonrió levemente, sin humor o alegría en sus ojos.
– Alguien una vez me dijo que mi destino no era reinar sobre el Trono de Hierro… que mi destino era conquistar. Ahora lo entiendo, y eso es lo que haré. Este es mi último obsequio para ustedes. En este reino, seré recordada como la Reina Loca, sucesora del Rey Loco… sin embargo, villana o no, les dejo el reino para que lo construyan desde cero, desde sus cimientos. Gracias a mí y solo a mí ahora pueden hacer de él un lugar mejor, o pueden destruirlo… en realidad ya no me interesa. – Giró su rostro hasta encontrar a Yara y ella le regresó la mirada, solemne –. Sin embargo, dejaré algo en claro: Las Islas de Hierro permanecerán como un reino independiente y no se equivoquen, la lealtad es algo que valoro inmensamente. Si los hijos de Hierro llegan a estar bajo algún peligro o cualquiera de ustedes intenta usurpar su lugar o amenazarlos, entonces dejaré caer los cielos y el infierno sobre este reino – finalizó, arrastrando cada palabra con lentitud. Su promesa parecía tan amenazante que nadie creyó que algo de aquello fuera mentira.
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Incluso Daario sintió un escalofrío ante aquellas palabras. Miró a su reina con admiración y devoción. Se prometió jamás volver a dejarla, incluso aunque ella se lo pidiera.
– Lord Gendry Baratheon, agradezco su lealtad. Si alguna vez necesita ayuda, no dude en acudir a mí y me aseguraré de hacer lo que esté en mi poder para auxiliarlo. – Gendry la miró con solemnidad. Se levantó del lugar donde había permanecido y se arrodilló nuevamente ante ella. Daenerys sonrió levemente y se giró a ver a los presentes –. Tienen mi palabra de que nadie los lastimará mientras permanezcan en Desembarco del Rey, no mientras nosotros sigamos aquí. Sin embargo, tienen prohibido acercarse a mí o a mi gente, y si lo intentan, lo consideraré como una acción hostil y esta vez no frenaré mi ira hacia ustedes – amenazó e hizo una pausa antes de pronunciar sus siguientes palabras, tan carentes de sentimiento que más de uno sintió escalofríos al escucharlas –. En el futuro, cuando miren atrás en el tiempo… recordarán que Daenerys Stormborn de la casa Targaryen les dio una segunda oportunidad en este reino, en este mundo. Esa segunda oportunidad que ninguno de ustedes me concedió a mí. – Nadie dijo nada, más de uno, incomodo ante sus palabras. Daenerys les dio la espalda y apenas avanzó unos pasos, alejándose de ellos, cuando se frenó.
Daario la vio suspirar pesadamente y cerrar sus manos en puños, como debatiéndose en decir algo más, sus últimas palabras quizá.
– Tuviste razón todo el tiempo, Jon – susurró, finalmente, con pesadez en la voz. Daario vio como aquel hombre que le había hecho tanto daño la miraba y su expresión parecía tan abatida como la de ella, aunque nadie más que él podía verla –. Tu secreto nunca nos destruyó. Tú secreto sólo me destruyó a mí.
Finalmente, y sin esperar respuesta, la Reina de Dragones bajó los escalones de aquella explanada y se acercó a Yara. Extendió un brazo hacia ella y le sonrió levemente.
– Le deseo la mejor fortuna en su futuro, mi reina. Las Islas de Hierro siempre le darán la bienvenida – expresó Yara con sinceridad y apretó su brazo con agradecimiento. Después, se separó de su reina y se arrodilló ante ella.
Daenerys suavizó su expresión y le dio la espalda, alejándose de ella y de la explanada. Cruzó al lado de Gusano Gris quien se llevó un puño cerrado al pecho y se arrodilló frente a ella, haciéndola sonreír con suavidad y agradecimiento. Cuando pasó frente a los Inmaculados que guarecían su alrededor, ellos golpearon la tierra húmeda con sus lanzas y también se arrodillaron en una sintonía que nunca dejaba de maravillara. Daenerys sintió algo cálido, orgulloso, inflarse en su pecho y se alejó, acercándose a Daario, que ya la esperaba junto a la entrada de aquel edificio en ruinas. Escuchó murmullos a su espalda pero ya no le importaba.
Se detuvo un momento al lado de aquel hombre que le dedicaba una mirada de admiración y Daenerys le sonrió ligeramente, su expresión un poco más serena. Daario se arrodilló frente a ella, de forma solemne.
– ¿Estás bien? – le preguntó él, en un murmullo apenas audible, cuando se levantó.
– Lo estaré – afirmó ella y miró a Drogon, que también la miraba, impasible e intensamente. El dragón había permanecido ahí, echado, observando aquella reunión con atención, esperándola. Se acercó hacia él y reposó su mano sobre su nariz –. Te veré en la Fortaleza Roja, Daario – dijo finalmente, sin girarse, y se subió sobre el lomo de Drogon. Daenerys echó una última mirada a los presentes y vio que discutían algo entre ellos. Arya y Bran la observaban con atención, también Gendry, y justo antes de alzar el vuelo y desaparecer por los cielos, encontró la mirada penetrante de Jon, quien reflejaba una expresión abatida en su rostro.
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– ¿Estás segura?
Daenerys no lo miró y asintió en silencio, de pie frente al Trono de Hierro y con Daario a su lado.
– Dejaré el reino en sus manos, pero no les dejaré la herencia de mi familia para que la destruyan todavía más, ni siquiera a Jon – dijo con seriedad y decisión reflejada en sus ojos violetas, los cuales parecían arder con ferocidad –. Me lo dijiste casi como una advertencia, sentarme sobre ese trono no me trajo felicidad.
– Podrías permanecer aquí ¿sabes? Y construir tu hogar en estas tierras. Sé… puedo ver cuánto te duele hacer todo esto. Al final de cuentas estás abandonando el sueño que has seguido toda tu vida.
Daenerys se tomó un momento antes de contestar, aun mirando el Trono de Hierro.
– Si permanezco en este lugar, Daario, tendré que seguir peleando, probablemente por el resto de mi vida… y para ser sincera, estoy cansada. He vivido entre sangre y fuego desde que tengo memoria… huyendo, luchando, esforzándome y estoy muy cansada. Solo quiero irme a casa.
– Nos aseguraremos de que lo consigas, mi reina. – Ella cerró los ojos por un momento y suspiró, preguntándose por qué no pudo amar a aquel hombre, todo hubiera sido más fácil para su corazón.
– Ni siquiera puedo prometer que a partir de ahora todo será sencillo. Nos esperan batallas y quizá problemas a lo largo del camino, pero será mucho más fácil que permanecer aquí en Poniente.
Daario asintió y finalmente sonrió.
– Ni siquiera es tan impresionante como lo imaginé – dijo mirando el trono.
– No.
– ¿Deseas que me quede contigo?
Daenerys vaciló un momento y lo miró.
– No. Deseo hacer esto por mí misma. – El hombre asintió.
– Estaré fuera si me necesitas.
– Gracias. – Daario asintió y le dio la espalda. Se encaminó a la salida con paso sereno y antes de cruzar el umbral enorme -y destruido- de la sala del trono, le echó una última mirada a su reina para después desaparecer entre los escombros.
Daenerys llamó a Drogon, sintiéndolo cerca, y el enorme dragón apareció tras unos minutos sobre la base destruida de aquel recinto. Ella suspiró, sin mirarlo y cerró los ojos.
Cuando los abrió, solo había decisión en ellos.
– Dracarys – susurró con cierta frialdad.
Con un gruñido, Drogon echó la cabeza hacia atrás y exhaló aire antes de abrir el enorme hocico y liberar una potente llamarada que destelló sobre ella, en dirección al Trono de Hierro. El fuego colisionó con violencia contra el trono y su expandió a su alrededor con un movimiento casi hipnótico y feroz.
Poco a poco, aquella pieza de metal fundido comenzó a tornarse roja en un proceso de fusión ciertamente exquisito. El calor la envolvió de manera reconfortante y las flamas se reflejaban, con cierta agresividad hermosa, en sus ojos violetas.
No supo cuánto tiempo pasó exactamente, incapaz de retirar sus ojos de aquel increíble espectáculo, donde el metal se fundía y su estado se deformaba con lentitud, destruyéndose poco a poco. Llevándose la ambición que alguna vez sintió, los sueños y la añoranza de su familia destruyéndose con él. Algo le apretó el pecho, algo cálido y a la vez doloroso.
Sintió las mejillas húmedas, con lágrimas que salían de sus ojos y se evaporaban casi instantáneamente ante el calor abrazador de las llamas de Drogon.
No apartó la vista ni cambió su expresión, a pesar de estar llorando.
No se movió y finalmente, después de lo que parecieron horas, las llamas cesaron y el Trono de Hierro había desaparecido.
Así, en Poniente, el legado de Daenerys Stormborn de la casa Targaryen terminaba solo en ceniza.
¡Hola! Esta otra idea se me ocurrió aún en mi ciclo de negación en torno al final de la última temporada de la serie. Aún estoy un poco enojada con el personaje de Jon y como lo maltrataron tanto a él como a Daenerys. Podría dejar la historia de esta forma para que Jon se pudra en la culpa pero quisiera darle un final más agridulce (uno adecuado), y creo que podría hacer otro par de capítulos para esta pequeña historia.
Creo que lo que les faltó a los personajes fue comunicación. Es decir, Dany literalmente se aventó a los brazos de Jon en busca de un poco de cariño pero nunca pudieron intercambiar palabras acerca de sus sentimientos ni antes ni después de que él la rechazara, ni ella para decirle lo que necesitaba de él, ni él para consolarla o decirle cómo se sentía. Púdranse D&D.
En fin, espero que les guste esta idea. Me gustaría explorar un poco más a fondo los sentimientos de Dany y el punto de quiebre que la llevó a la destrucción.
