Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia me pertenece. No al plagio.

DULCE VENGANZA

Argumento: El haberle perdonado la vida a una pequeña niña diez años, lo volverá un esclavo de su pasado. Y esclavo de una pasión prohibida ¿Qué sucederá cuando esa niña vuelva para tomar la venganza que él mismo le ofreció?

Prólogo.

—Papi, no te enojes, —dijo la pequeña Isabella al ver el rostro iracundo de su padre. Estaba apretando el ceño con fuerza y esa expresión en su rostro no le gustaba.

Sabía que tenía la culpa de que su padre estuviese enojado, porque si ella no se hubiese escapado de casa, mamá no le hubiera llamado furiosa.

—No estoy enojado cariño. —le contestó. Tomó su tierna cara entre las manos y le levantó la barbilla—. Bells, nena, no debes volver a hacer eso, pudo haberte pasado algo malo y yo nunca me lo perdonaría.

—Pero no me pasó nada malo. —pronunció con voz inocente. Su padre sonrió y la levantó en brazos.

—Gracias al cielo no te pasó nada, pero por ahora volveremos a casa para que mamá no se moleste.

—Ella me va a pegar —Bella miró a su padre.

—No cariño, no lo hará.

—Creo que todo estaría mejor si me fuese a vivir contigo. —él sonrió provocando que ella hiciese un mohín.

—Irás a vivir conmigo cuando tengas edad suficiente. Es más te prometo que en cuanto arregle las cosas con tu madre yo iré por ti a la casa. —a Bella le brillaron los ojitos ante lo que dijo su padre.

—¿En serio lo prometes? —él asintió y levantó la mano. Dejó solo el dedo meñique levantado y ella lo imitó. A continuación entrelazaron los dedos y ella sonrió satisfecha.

Era hija de un matrimonio que sólo había durado un año. Y Charlie Swan se había ido de casa para evitar que ella creciera en un lugar lleno de mentiras y de problemas. Aunque ahora, cuando ella tenía diez años, empezaba a dudar que aquella fuese una buena idea.

Su mujer Renée no era la más cariñosa y apenas se tomaba su tiempo para atender las necesidades de la pequeña Bella. Aun así, él no era capaz de hacer nada. Sólo esperaba ganar la custodia de la niña, pero con sus antecedentes, eso estaba cada vez más lejos.

—¿Quieres un helado antes de ir a casa? —ella gritó un fuerte "si" y su padre la dejó en el piso.

Charlie se volvió para apagar la computadora y regresó para tomar la mano de la niña. Cerraría la oficina con llave y luego llevaría a la niña a casa.

Del otro lado de la ventana que daba hacia la calle, la noche ya había caído y sólo unos cuantos autos pasaban por la avenida. Los empleados ya se habían retirado por lo que la oficina estaba desolada y él y la niña eran los últimos en salir.

Miró de un lado a otro de la ventana y se quedó estático al ver el Volvo negro de vidrios polarizados del otro lado de la acera. Ya eran tres noches que el auto estaba ahí y empezaba a pensar que lo estaban siguiendo.

Siempre se estacionaba ahí y cuando acababa el trabajo se iba sin hacer absolutamente nada, pero esta vez era diferente.

La puerta del conductor se abrió y un hombre con chamarra de cuero bajó. Unos lentes negros le tapaban casi la mitad de la cara. Sintió el pánico apoderarse de él y se agachó hasta la pequeña Bella que esperaba a que pusiera la llave de la oficina.

—Bells, cariño, necesito que entres a la oficina y te metas debajo del escritorio.

—¿Por qué papá? —Charlie vio que el hombre ya cruzaba la acera y un par de pasos estaría frente a la puerta.

—Hazlo linda, si lo haces, te prometo que hoy mismo te llevo a casa conmigo. —Ella abrió los ojitos emocionada—, pero a cambio tienes que prometerme que no vas a salir hasta que yo regrese por ti.

Ella asintió aún emocionada y regresó al interior de la oficina. Se metió debajo del escritorio y esperó paciente a que su padre volviese por ella.

Eso nunca pasó.

Cuando se cansó de esperar y pensando que quizá su padre se había olvidado de ella, salió de la oficina. En el pasillo, la escena que estaba frente de ella la llenó de terror. Su padre estaba tendido en el piso y un gran charco de sangre lo rodeaba. Tenía los ojos abiertos mirando hacia el techo y un hoyo en la frente.

Había un hombre parado a un lado de él de espaldas y hablaba por teléfono, en la otra mano libre tenía una pistola. Bella pensó que gritaría de terror, pero absolutamente nada salía de sus labios. Se giró lentamente para volver debajo del escritorio y esperar a que se hubiese ido. Sus pies tropezaron y golpearon contra el escritorio de la asistente de su padre.

Edward Cullen se giró sobresaltado al escuchar el sonido de lapiceros cayendo al suelo. Ajustó su revolver en la mano y apuntó.

Se encontró con una niña pequeña que lo miraba aterrorizada desde el otro extremo del pasillo. Sus ojos estaban rojos por las lágrimas y negaba con la cabeza de un lado a otro.

¡Cullen! —escuchó del otro lado de la línea—, sal ahora mismo de ahí y tráeme las pruebas que necesito.

—Sí señor —contestó, entonces la niña salió corriendo hacia la oficina y cerró la puerta.

Sin testigos Edward. —sentenció la persona y colgó. Edward guardó el teléfono en la chaqueta de cuero que traía y caminó a paso lento hasta la oficina.

La puerta estaba atrancada, pero nada que él no pudiese resolver. Apuntó a la puerta y disparó. El silenciador evitó que el sonido del disparo se escuchara.

La puerta se abrió y entró. Miró en derredor y sonrió al ver los pies de la niña debajo del escritorio.

Edward llevaba cinco años en ese trabajo. Desde los dieciocho había entrado a ese mundo sin saber cuándo terminaría. Era asesino y le pagaban una fuerte suma de dinero sólo por deshacerse de los enemigos de su patrón. Era despiadado y nunca había titubeado a la hora de desaparecer a una familia entera. No importaba si eran hombres, mujeres o niños.

Él sabía lo que se sentía estar de los dos bandos. Del de la víctima y del asesino.

Caminó hasta el escritorio y se asomó. Ella apretaba los ojos con fuerza y se tapaba la mano con la boca. Quería evitar gritar.

—¡Buu! —gritó—. Te encontré —le susurró y ella dejó escapar un grito horrorizado. Se abrazó las piernas.

Edward la haló de la mano y la obligó a salir por la fuerza del escritorio.

—Suéltame —gritó.

—Vamos, déjame terminar mi trabajo.

La niña gritó. El cuerpo entero le temblaba. Estaba llena de pánico. Edward la miró y le sonrió. En ese momento la niña abrió los ojos desmesuradamente y a él se le contrajo el estómago.

Los pequeños ojos saltones y chispeantes de la niña lo taladraron. Unos ojos chocolate preciosos, que estaban llenos de miedo. Qué mierda se dijo. Estaba sufriendo de arrepentimiento, y eso era imposible.

Él se había deshecho de los sentimientos bondadosos el mismo día que había visto a sus padres en la morgue. Él había experimentado el miedo y el pánico en carne propia y era inmune a todo aquello. O al menos eso pensaba.

Había visto a sus padres morir frente a sus ojos y había pasado un día entero debajo de la cama, viendo el cuerpo inerte de sus padres en un charco de sangre. Ese día ni siquiera se había movido de su lugar, sino hasta el día siguiente que la policía había llegado a peritaje.

Sólo necesitaba jalar el gatillo y todo habría terminado. Su trabajo estaría completado y perfecto como siempre, pero estaba siendo detenido por algo más fuerte que él. Él sólo estaba haciendo un favor. El favor de evitarle más sufrimiento y de crecer traumada por lo que acababa de ver. De que se llenara de odio.

La pequeña intentó pasar corriendo a un lado de él, pero la detuvo del brazo. Aprovechó ese momento y la giró de espaldas a él. Le rodeó el cuello con el brazo y le puso el revolver en la sien.

Solo es apretar y… ¡BAM!

La bala atravesaría el cráneo de la niña y él saldría del lugar.

Pero eso tampoco pasó. El no pudo jalar el gatillo. La escena del niño que había sido él le estaba arribando una y otra vez a la mente y los ojos de la niña llenos de terror le recordaban a los de él mismo.

Bajó la pistola y soltó a la niña.

Ella cayó al suelo y sus frágiles piernas sonaron contra la loza. Edward la miró desde su altura y luego se agachó para levantarla y dejarla sobre el sofá del otro lado de la oficina.

—Espera aquí hasta que alguien venga por ti.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó. Él no esperaba a que ella le dirigiera la palabra, tampoco esperaba girarse a verla y volver a sentir el vuelco en el estómago.

—Porque era una orden.

—Te odio —le susurró ella—. Papá era un hombre bueno.

—Tal vez. —contestó—. Has decidido vivir, ahora crece sana y fuerte. Vive tu vida sin arrepentimientos y cuando estés preparada yo te estaré esperando para que me hagas lo mismo que le he hecho a tu padre. Guarda el rencor que sientes ahora y acumúlalo si es lo que quieres. La venganza es dulce. — entonces guardó su revolver en la chaqueta de cuero que traía puesta y salió de la oficina.

Hola, después de estarlo pensando decidí publicar esta historia. Espero sus comentarios para saber si debo seguirla.