I. GATO POR LIEBRE
Paseaba por el mercado haciendo gala como siempre de sus mejores joyas y ropas, de aquellas maneras elegantes y al mismo tiempo pretenciosas, su esclavo corría tras él a menudo, ya fuera para arreglar algún pliegue fuera de su sitio, ya fuera para cargar éste o aquel capricho que su amo hubiese comprado.
Y era extraño pues particularmente Aioros no era partidario de exhibirse ante la plebe en el mercado, aquella mañana había amanecido especialmente de buen humor.
Se había hecho bañar en agua perfumada por sus jóvenes y bellas esclavas, que no pasaban de los 16 años, destinadas únicamente a los placeres del señor, sean cuales fuesen éstos.
Aioros era griego, un griego más en Roma, pero no cualquiera. Era un poderoso lanista, su escuela de gladiadores era la más prestigiosa, él mismo era un gladiador de renombre, verlo en la arena era un espectáculo único. Desde el principio de su carrera jamás había sido derrotado… y como él, pocos esclavos habían llegado tan alto, desde el primer día que apareció en los juegos su carrera tomó impulso, dejando tras de sí una estela de envidias y escándalos, y era eso tal vez lo que lo hacía tan enigmático como atractivo.
Las espaldas anchas y musculosas, la piel bronceada le daba un aspecto más imponente aún, y esa mirada abrasadora, los ojos verdes que tanto atraían a las mujeres, desde la más humilde hasta importantes patricias y matronas.
—Plinio, ¿Es ese Eusebio? —preguntó Aioros a su esclavo señalando discretamente a un tipo robusto que reía a carcajadas cerca de un grupo de hombres.
—Así me parece señor…
—Umm hacía tanto que no le veía que me cuesta reconocerle.
Se acercó seguido de Plinio, ciertamente agradable a la vista pero a su lado parecía mucho más menudo y hasta enclenque.
—Eusebio… tanto tiempo…
—¡Aioros! ¿Cómo has estado? ¿A qué debemos el honor de que te dejes ver con la plebe? —preguntó bromeando el hombre cercano a la cincuentena, cabello largo y cano y una barriga que atestiguaba una vida plena. Aioros le dio un abrazo sincero y luego rió mostrando su perfecta dentadura perlada.
—A veces me aburro de ver tanta sangre y de oler el sudor y los excrementos de animales… —comentó en son de chanza.
—Oh, entonces no te interesa echar un vistazo a los esclavos que he traído… —dijo éste tentando al joven moreno—. Supongo que no querrás echarle un vistazo a un par de bretonas que he traído… vírgenes… —susurró esperando despertar así el interés de aquél hombre que sabía bien no rechazaría una hembra traída desde Britania y sobre todo… sin haber sido poseída nunca.
Aioros rió y le dirigió una mirada cómplice al gordo Eusebio.
—Bien, si es así, tal vez podría echar un vistazo… ¿Hay lugar en la casa Plinio?
—La joven persa que recién murió de fiebre…
—Es verdad, no recordaba… esos esbirros persas… —dijo de mal talante Aioros mientras seguía a Eusebio hasta una plazuela donde tenían en exhibición a los esclavos en venta, hombres, mujeres, niños y niñas de todas edades y para todo tipo de gustos, todos ellos atados en su mayoría a postes de madera, miraban aterrados a los que les contemplaban, rogando a sus dioses que un buen amo los comprara y que no acabaran en algún prostíbulo.
En el camino mientras observaba saludaba a algunos ciudadanos que conocía, Eusebio le había llevado un vaso con zumo de frutas mientras contemplaba la mercancía. El gordo le jaló del codo y lo llevó hasta donde las dos jóvenes bretonas estaban, ambas rubias y blancas, de ojos azules asustadizos, sus cuerpos brevemente cubiertos por miserables telas mostraban gran parte de sus curvas, una tendría unos 18 años, la otra unos 20, ambas hermosas, definitivamente era difícil elegir.
Aioros con una mirada de deseo se las bebía de pies a cabeza ya imaginándose lo mucho que podría hacer con una de ellas o bien con las dos.
—Vaya, vaya… que interesante Eusebio…
—¿Lo ves? Te dije que no te arrepentirías.
—Tenías razón… —estaba por preguntar cuanto costaban una o las dos cuando reparó en un joven atado a un poste sentado en el piso y con la cabeza colgante, bastante miserable por cierto—. ¿Y eso?
—Oh… eso, no tiene importancia… es un griego, en no muy buen estado… —explicó burlón Eusebio, éste mismo no sabía que Aioros era griego, de hecho muy pocos lo sabían.
—¿Enserio?… —preguntó acercándose un poco. En ese momento otro hombre, el dueño de un lupanar preguntaba por él, uno de los ayudantes de Eusebio golpeó al griego en una pierna para hacerlo levantarse, éste dio un quejido y se puso en pie, pudo constatar entonces que aquel pobre esclavo era muy alto, tan alto casi como él y de buen cuerpo, atlético, una piel acaramelada… el único problema era el terrible estado en el que estaba, lleno de golpes, de barro y algunos cortes en el rostro hermoso… aquél leno(1) que preguntaba por el esclavo estaba toqueteándole el pecho, comprobando con una sonrisa complacida aquel varonil ejemplar. El esclavo fastidiado miraba con cara de aburrición. Aioros por alguna razón desconocida no podía quitarle los ojos de encima.
—¿Cuánto por éste? —preguntó el leno.
—Seiscientos sestercios por el griego… como puedes ver es un hombre hermoso, apenas abandona la efebía, para lo que lo deseas es perfecto —aseguró Eusebio al leno.
—Te doy mil sestercios por él —dijo Aioros sorprendiendo a Eusebio y al leno que había fruncido el ceño al presentir que alguien deseaba quitarle al esclavo.
—Mil quinientos —ofreció el leno.
—Dos mil sestercios —contestó Aioros ahora más empecinado en llevarse al griego.
—Pero señor… es demasiado por ese esclavo… —opinó Plinio arriesgándose a que su amo le diera un buen golpe por osar decirle eso.
—Shhh a callar Plinio.
—Aioros si tanto te interesa puedo dejártelo un par de horas antes de que se lo lleven… te cobraría casi nada —dijo en un susurro al gladiador que miraba al enfurecido dueño del lupanar.
—Dos mil quinientos Eusebio, aunque sé que éste esclavo no vale más de quinientos sestercios.
—Tres mil quinientos ahora… —declaró con firmeza Aioros, para ese momento algunos miraban, estaban reunidos ahí comentando y pensando que hasta ese momento era el esclavo más caro que hubiese vendido Eusebio; el leno enrojeció de furia y no ofreció más, dio la vuelta encolerizado dejando a Aioros con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Bueno… todo tuyo Aioros… ¿Pagas en efectivo o a cuenta?
—Efectivo, Plinio págale… —ordenó a su esclavo, se acercó más al joven griego que parecía sorprendido, miraba a su nuevo amo con recelo y hasta ese momento Aioros constató que el chico tenía unos ojos verdes como las esmeraldas—. ¿Está sano verdad Eusebio? —preguntó el gladiador rodeando a su nuevo esclavo, observándolo completo.
—En prefecto estado, puedes verlo por ti mismo.
Aioros tocaba las nalgas del joven comprobando la dureza de sus músculos, haciendo que éste diera un respingo, la gente que hasta entonces los rodeaba ya se había marchado comentando aquella extravagancia que acababan de ver; el gladiador se sembró delante del esclavo y le inspeccionó la boca.
—Muy bien, no le falta ni un solo diente… parece sano…
—Todos mis esclavos están sanos…
—Una de las jóvenes persas que te compré murió, no quiero enfermedades en mi casa…
—Oh no… seguramente enfermo en la arena, no aquí.
—Lo dudo… muéstrame… —le dijo al esclavo señalándole entre las piernas, el joven frunció el ceño pero no se movió—. Entiende latín, ¿no es así? —le preguntó Aioros al gordo.
—Sí, claro que habla latín…
El chico de pronto abrió los labios y dirigiéndose a Aioros le habló en griego pensando que no le entendería.
—No lo haré.
Aioros se volvió sorprendido ante la voz varonil que éste poseía y con cierta nostalgia de escuchar su antigua lengua.
—¿Lo haces o prefieres que lo haga yo? —respondió en griego Aioros.
—Hazlo entonces —declaró orgulloso el otro desafiándolo, Aioros rió y luego tiró del taparrabos que llevaba el esclavo para descubrir un poco su sexo y poder comprobar que no tenía ninguna enfermedad venérea visible, sonrió con cierta lascivia al observar que aquel miembro era también bastante hermoso en proporción a su dueño, acomodó su ropa de nuevo y se dirigió a Eusebio.
—Bien… me lo llevo.
—¿Sabes Aioros? Por su constitución tal vez puedas entrenarlo como gladiador y sacarle buen provecho.
—Lo sé, pero ya veremos… tal vez no sirva para eso… y gracias por traerme, jajaja de no haber sido por ti no tendría unas manos nuevas para trabajar.
—Ya sabes dónde estoy por si te interesan las jóvenes bretonas.
—Lo pensaré… Plinio encárgate de llevarlo a casa, haz que lo bañen y vistan e instálalo… iré más tarde.
—Sí, dominus(2)… —el joven esclavo se acercó al nuevo y lo hizo que le siguiera. Mientras Aioros los observaba irse, pensaba en que era lo que le había hecho aquel hombre griego que le había impresionado tanto, tal vez era el hecho de tener a otro griego cerca…
(1) leno – Dueño de un lupanar.
(2) dominus/domina – Señor/amo, señora/ama.
