Disclaimer: Tokyo Ghoul es de Sui Ishida.

Prompt: #011 - Superhéroes [Tabla "Infancia"; fandom_insano].

Vengo acá no sé con qué cara pero aquí estoy. Un pequeño drabble que no hace daño a nadie (excepto tal vez a mí). Se agradecen los reviews ;). ¡Hasta otra!


A Hinami no le gustan los conflictos.

(ya sea porque cuando era pequeña sufrió lágrimas y lloró sufrimiento).

No desde que se volvió una pacifista sin remedio que antepone la paz y la tranquilidad ante el caos y desorden que representa Ayato. Mas él aborrece aquella acción pues «yo soy primero, siempresiempresiempre» nunca le ha gustado ser segundo

—segundo hijo, segundo objetivo, segundo–

todo—.

Y puede que sea un poco bastante egoísta, pero no puede evitarlo —tampoco que quiera admitirlo—, está en él el deseo de ser el primero (incluso si eso significa dañar a su hermana).

Pero tiene el consuelo de ser el primero que reconforta a Hinami —allá en esas noches donde solo se escuchan los gritos amortiguadores de Seidou al ser adiestrado por Eto y Tatara;

susurra «Cállense, bastabastabasta» mientras él la aprisiona con sus ramas de sauce alrededor de su cintura intentando distraerla

pero,

—Oh, qué alma tan descarriada.

Justo como Hermanito. Hermanito.

«Nonono, no pienses en él, soy solo yo yo y yo» —al ella recordar a sus padres.

—Ambos están quién sabe dónde mientras tus legados se encuentran dentro de un maletín de color gris monocromo, y es tu culpa.

Es que Ayato lo ha notado, súbitamente. Las perlas acaban por descender por lo valles de sus pómulos y el llanto silencioso le quema la garganta. Casi como fuego. Casi como agua.

Entonces.

—Estoy cansada de todo esto, Ayato-kun.

(Estoy harta de extrañarlos tanto).

Mas sin embargo, él sigue en su inútil intento por distraerla. Y tiende a susurrar de manera apabullante, casi cálida: Me tienes a mí a mí a mí, sin antes preguntarle siquiera si eso está bien, solo dando por hecho aquella frase.

—porque, así sin pensarlo, se da cuenta de que ama verla así, tan destrozada, tan rota.

Como una flor marchita—.

«Sí, tienes razón» dice y ella se da cuenta casi al mismo tiempo de que ahí, con él viendo al horizonte e intentando verla de soslayo sin que ella se percate, parece un caballero de cruenta armadura. Uno que, sabe, se complace en aquel efímero instante en el que una gota se resbala por su mejilla izquierda.

(Pero en su cuento no hay un felices para siempre, solo un «No llores, eres débil si lo haces»).

(…)

Es lo suficientemente profundo como para adorar su cuerpo y aborrecer su bondadosa alma, de repente.