DISCLAIMER: Assassin's Creed y sus personajes pertenecen única y exclusivamente a Ubisoft y a quienes ellos cedan sus derechos, este escrito está hecho con el único propósito de entretenimiento personal y de aquellos quienes lo lean, NO como forma de lucro.

... o que creen? si esto fuera mio Lunaykirin y yo tendríamos citas dobles todos los días con Desmond y Altaïr respectivamente... y no los compartiríamos nunca, nunca con nadie ^.^


Reflejo de las Águilas

Venecia 1500 d.C

La lluvia caía a mares sobre las empedradas y estrechas calles de Venecia mientras la sombra del "demonio de blanco", como los guardias llamaban al causante de sus quebraderos de cabeza, volaba sobre ellos saltando de tejado en tejado, sin importarle las flechas que silbaban a su alrededor, y que fallaban en su blanco sólo porque él no dejaba de correr.

Ezio Auditore tragó saliva cansado, jadeante, mientras corría con esfuerzo por las resbaladizas tejas de los tejados de la Piazza de San Marcos, con un objeto apretado fuertemente en su mano; el mismo objeto cuyo robo había causado que prácticamente toda la guardia armada de Venecia estuviera ahora persiguiéndole por tejados y calles, y no debía sorprenderle en absoluto; teniendo en cuenta de qué objeto se trataba.

Ezio jadeó de nuevo al sentir un cuchillo rozar su hombro, rasgándole la tela y haciendo que la sangre resbalara entre la empapada ropa, y entonces sintió el aire bajo su cuerpo.

Estaba tan cansado y tan centrado en escapar lo antes posible, sin que el preciado objeto cayera en las manos de los Templarios de nuevo, que al saltar sobre una repisa e impulsarse hacia delante para llegar al edificio de enfrente, calculó mal la distancia y resbaló, sujetándose como pudo con los dedos de la mano derecha a las tejas rojizas y frágiles del tejado al que había pretendido saltar, mientras que con la izquierda sujetaba fuertemente la dorada y brillante esfera.

¡Figlio di puttana! –gritó un arquero a su espalda acercándose corriendo mientras le apuntaba – ¡Devuelve lo que has robado maldito Assassino!

Entonces las piedras que le lanzaban los guardias desde el suelo dieron en el blanco, haciendo que Ezio se balanceara de atrás a delante, ignorándoles al ver cómo sus dedos resbalaban uno a uno de entre las resbaladizas tejas, finalmente soltándose y cayendo hacia el suelo.

Mientras caía y la lluvia empapaba su cara a la vez que el viento le helaba la piel, Ezio recordó como había llegado a esa situación… todo había sido y era por ella.

Cristina…–susurró mentalmente Ezio cerrando los ojos dispuesto a recibir el golpe, recordando.


Las puertas de la habitación se abrieron bruscamente, golpeando la pared y rebotando sobre las hermosas paredes del Palazzo de la Seda.

Los pasos rápidos y ligeros resonaron con eco mientras se acercaban hasta la silla de oscuro cuero rojizo en la que Ezio estaba sentado, haciendo que clavara sus ojos miel claro en la furiosa figura que se acercaba a él con aspecto asesino y mirada colérica, haciéndole temer lo peor cuando la chica de ojos azules y cabello despeinado posó las manos sobre los reposabrazos de la butaca, impidiéndole moverse de su sitio y observándole con el ceño fruncido, enfadada.

¡Cazzo! ¿Cómo te atreves a venir a Venecia y no pasar a saludar a tus amigos? ¡Ni una palabra! –exclamó ella indignada e irritada a la vez − ¡Stronzo ingrato presumido!

Ezio medio sonrió, divertido al ver su arrebato de ira.

Yo también me alegro de verte Rosa –dijo él.

Eso no la calmó, sin embargo una pequeña sonrisa asomó a sus labios; sonrisa que fue rápidamente oculta por una expresión irritada de nuevo.

¡Bien poco que lo demuestras Auditore! –se quejó ella, soltando la silla y dándose la vuelta.

Ezio se levantó, acercándose a ella y cruzándose de brazos con la sonrisa más marcada en la cara, divertido por la irracional situación. Siempre pasaban cosas extrañas mientras Rosa estaba en la misma habitación que él, y esas situaciones eran las mismas que le habían hecho apreciarla como a una verdadera amiga, la quería como si de su revoltosa y traviesa amiga de la infancia se tratara. Y por suerte para ambos, ella había dejado atrás esa estúpida coquetería que tenía con él cuando se conocieron.

Los intereses de los dos habían tomado caminos separados y ambos lo sabían bien.

Rosa se dio la vuelta finalmente y le propinó un golpe suave en el brazo aun con el ceño fruncido, pero más ligeramente.

Venga, no digas que no os visito –sonrió Ezio – ¿estoy aquí ahora, verdad? –y sonrió más al añadir − ¿O mi ausencia es tan dolorosa que mueres sin mí, amore?

Rosa desfrunció el ceño de golpe riendo repentinamente por las palabras de Ezio, era lo mejor de su amistad, que aún con los años y las muertes Ezio no había perdido su esencia, su forma de ser. Finalmente la chica se acercó a él y tiró de la capa de Ezio para acercarlo a menos de un paso de distancia de ella sonriendo burlonamente, haciendo que Ezio mostrara su sonrisa engreída, tan poco habitual en él en los últimos tiempos, sobre todo desde que la había perdido a ella… a su Cristina…

Sin embargo fueron sacados de sus pensamientos por una voz amistosa y de sobra conocida.

¿Debo inquietarme por esto? –preguntó Antonio alzando una ceja divertido.

Tanto Ezio como Rosa le devolvieron la sonrisa y se acercaron a él tranquilamente, cosa que hizo que Antonio rompiera a reír a carcajadas y atrajera a Ezio en un abrazo fraternal y fuerte, de camaradería.

¡Ezio! –dijo Antonio finalmente, sin perder la sonrisa

Antonio viejo amigo –saludó Ezio algo menos sombrío de lo que estaba antes de llegar.

Han pasado semanas desde que nos has visitado amico mio –dijo Antonio − ¿a qué debemos el honor? ¿Ha sucedido algo?

Ezio se encogió de hombros, intentando mantener el rostro neutral.

¿Acaso necesito un motivo para venir a visitar a mis amigos? –dijo Ezio, con un deje de irritación en su voz –no sabía que ahora necesitara justificarme Antonio, eso es nuevo…

Antonio perdió la sonrisa por completo entonces, carraspeando incomodo por las palabras de Ezio, que ciertamente no le eran inesperadas. La situación de Ezio había sido triste por decirlo de alguna manera desde hacía mucho tiempo, pero los que le conocían bien estaban empezando a preocuparse por su actitud.

Ezio siempre había sido reservado con el tema de su familia, de las muertes de sus hermanos y de su padre, era un tema que no le gustaba tocar y no lo hacía ni siquiera con su madre o su hermana. Sus amigos, Leonardo, los ladrones, La Volpe, Maquiavello, Paola y todos los que le conocían bien respetaban su decisión; pero ahora la situación había empeorado. Ezio a pesar de todo había mantenido siempre ese carácter alegre y despreocupado del que siempre había hecho gala desde que era un crío; a pesar del dolor de la pérdida de su familia no había cambiado su forma de ser ni se había vuelto oscuro o huraño, siempre disfrutaba de la compañía de sus amigos cuando podía, y no hacía ascos a ninguna mujer que se le ofreciera, sin contar a las cortesanas, entre las que tenía muy buenas amigas y confidentes…

Pero algo había pasado que lo había cambiado, que le había hecho replantearse su vida, si todo lo que había hecho estaba bien o era correcto; si realmente el legado de su padre, de sus antepasados era problema suyo, su responsabilidad, y si valía o no realmente la pena sacrificar todo lo que amaba por ese "deber".

Ezio estaba cansado.

Cansado de todo, cansado de sufrir, cansado de estar solo, cansado de vengarse continuamente en una espiral que parecía no tener final… se sentía solo.

Y el detonante de todo, la gota que colmó el vaso fue la muerte de Cristina.

No podía describir lo culpable que se había sentido cuando vio que ella había conservado el colgante que él le había regalado cuando tenían diecisiete años, saber que lo había conservado todos esos años, amándole y sufriendo sola y atrapada con un hombre que no amaba sólo por su culpa; por la estupidez de no habérsela llevado con él cuando tuvo la oportunidad. Porque la tuvo. Y la dejó escapar. Y eso era lo que más dolía ahora, saber que había tenido la oportunidad de estar con ella, de tener una familia con ella, que ahora era imposible.

Cristina estaba muerta.

Y él la seguía amando.

Todo se volvió gris desde ese día de hacía dos años, y todos lo habían notado. Cómo se había vuelto más sanguinario, menos benevolente, más frío, cómo mataba guardias sin contemplaciones, cuando antes les hubiera perdonado la vida, cómo había dejado de ir a visitarlos poco a poco, cada vez menos, hasta que finalmente sólo iba a verlos cuando tenía que conseguir información para un objetivo o una víctima. Y eso les preocupaba a todos, Antonio y Rosa incluidos; por eso se sintieron incómodos cuando Ezio se lo echó en cara, ambos tenían razón, pero ninguno lo admitiría para no meter el dedo en la yaga y hacer más profundas las heridas.

Antonio intentó sonreír un poco, pero su sonrisa resulto poco convincente, casi falsa.

Sabes que no es eso Ezio –se justificó Antonio –es sólo que nos ha sorprendido, ya que hace mucho tiempo que no has pasado por la ciudad, ni siquiera enviado una paloma…

Ezio frunció el ceño molesto, odiaba que le trataran de forma condescendiente, como si fuera un novato al que había que cuidar. Tenía cuarenta años y cientos de muertes a sus espaladas, no, ya no era un niño.

Estoy bien –dijo avanzando hasta la chimenea –, he estado ocupado, es todo.

Me alegra oírlo –respondió Antonio.

Antonio y Rosa no lo pusieron en duda, nunca le faltaban objetivos a Ezio, eso era seguro. Sin embargo ninguno dijo nada más hasta que Rosa rompió el silencio pasando el brazo por los hombros de Ezio amistosamente, intentando disolver el ambiente.

¡Bueno! ¿Qué te trae a Venecia entonces caro mío? –exclamó ruidosamente la chica, sin soltarle − ¡Quédate y disfruta de la ciudad unos días o te atare a las patas de la cama stronzo desconsiderado!

Ezio sonrió un poco entonces, riendo sin mucha gracia.

No creo que a tu marido le haga mucha gracia eso, Rosa –dijo mirándola amistosamente.

Todos rieron entonces, con el ambiente tranquilo y amigable de nuevo, volviendo a lo que solían ser los viejos tiempos.

Antonio se adelantó entonces, tomando a Rosa de la cintura y besándola profundamente, con amor, beso que ella correspondió con una risita entre los labios del jefe de los ladrones, el hombre que le había hecho sentar la cabeza de la forma más inesperada posible. Finalmente Antonio se separó rompiendo el beso, riendo tranquilamente.

A su marido no le importa –respondió Antonio sonriendo –, siempre que tenga los lazos de esta piccola traviesa bien atados.

¡¿Cómo! –exclamó Rosa incrédula alzando las cejas.

Antonio rió divertido, viendo que la había irritado.

Es una broma amore mio –respondió él riendo y dándole un besito suave en los labios, haciendo que ella gruñera un poco.

Ezio sonrió disimuladamente, rodando los ojos.

Creo que estoy sobrando aquí… –dijo distraído.

Antonio entonces se adelantó, sentándose en la butaca en la que antes se había sentado Ezio, y Rosa se sentó sobre sus piernas, rodeándole los hombros con el brazo, mientras Ezio los miraba desde su posición frente a la chimenea, junto a la puerta de madera tallada.

Bueno Ezio –comenzó Antonio –cuéntanos, ¿qué te trae a Venecia?

Ezio se dio la vuelta, centrando su mirada en las llamas que bailaban en la hoguera, brillando rojas y amarillas sobre su armadura. Suspiró pensativo, apoyando un brazo sobre la repisa, mientras ponía en orden sus pensamientos y decidía la mejor manera de contarles a sus amigos su propósito en Venecia y lo que había averiguado a base de matar Templarios y robar pergaminos… su trabajo le había costado, pero había valido la pena, ya que si daba resultado, podría tenerla de nuevo a su lado.

Finalmente se volvió hacia ellos, mirándolos con intensidad.

Hace seis meses estaba en Roma, como bien recordareis –comenzó Ezio –, esperaba que con sacarle la información sobre el Fruto del Edén y el Cetro Papal a ese bastardo Borgia tendríamos lo que necesitábamos, cosa que al final resultó cierta…

Antonio y Rosa asintieron, esperando.

Lo que no esperaba era recibir más información de la que teníamos –prosiguió Ezio, avanzando dos pasos con lentitud –, como de hecho así sucedió, por pura casualidad.

Antonio casi se levanto de golpe por la sorpresa y la emoción, haciendo que Rosa se tambaleara, dándole un puñetazo suave en el brazo, irritada. Finalmente se sentó de nuevo como era debido, esperando por las noticias que Ezio tenía que contar.

¡Habla vamos! –pidió Antonio impaciente − ¿Dices que has averiguado algo más sobre los Fragmentos del Edén? ¿Lograste sacárselo al Español?

Ezio asintió.

Antes de que mi tío Mario y yo abandonáramos la ciudad, nos separamos, quedando a las afueras de la ciudad, en las murallas –continuó explicando Ezio –, pero yo no seguí el camino de los tejados, no tenía necesidad de ser rápido, así que me distraje por los barrios bajos de la ciudad, encontrándome con que los guardias del Papa, y digo de Rodrigo, no de César…

¿Qué importa eso? –dudó Rosa confusa.

Importa –dijo Ezio alzando una ceja –porque estaban transportando unos pergaminos que yo convenientemente robé, por supuesto.

Entonces Antonio sí que se levantó, ignorando a Rosa y centrando su mirada curiosa en Ezio, expectante.

¿Y bien? ¿Los tienes aquí? –inquirió impacientemente.

Ezio negó con la cabeza.

Los he destruido –respondió sombríamente –, serían un arma mortal de caer en manos de los Templarios de nuevo.

Antonio asintió, decepcionado pero conforme, sabiendo que era necesario.

¿De qué hablaban pues? –inquirió con cautela, sin perder un ápice de curiosidad.

Ezio hizo una pausa, aclarando sus ideas, clavando sus ojos miel claro en los ojos marrones oscuros y dilatados de Antonio, que le miraba aguardando por su respuesta, impaciente.

Hablaban de la ubicación de un Fragmento del Edén tan poderoso como no podemos imaginar –dijo Ezio –, no puede ni compararse siquiera a nada que conozcamos…

¿Otro Fruto del Edén, dices? –exclamó Antonio muy sorprendido − ¿eso es posible?

Ezio asintió de nuevo.

Pero no un Fruto como el que conocemos –continuó Ezio –sino uno que es capaz de controlar el tiempo y el espacio a voluntad, capaz de romper las barreras y hacer que podamos controlarlo todo a voluntad, tiempo, espacio y continuidad al alcance de la mano Antonio… imagina lo que los Templarios podrían hacer con un arma así…

Sería catastrófico –aventuró Antonio poniéndose serio súbitamente –, hay que impedirlo a como dé lugar.

El Fruto está en Venecia, pero te juro que no lo tendrán –dijo Ezio rotundamente.

Antonio y Rosa le miraron con el ceño fruncido, temiendo la respuesta de Ezio, que fue rotundo e imperturbable al responder.

Voy a robarlo –dijo, y se dio la vuelta, decidido.

Rosa negó con la cabeza, confundida, irritándose ligeramente, no sabía si por la temeridad de Ezio o por qué exactamente, pero se adelantó dos pasos y le dio un empujón, haciendo que él se volviera a mirarla con el ceño fruncido también, sin entender porque había hecho eso.

Ella le señalo con el dedo acusadoramente.

¡Cazzo! –exclamó Rosa − ¡Qué piensas hacer con algo así! ¿No has pensado en lo que pasaría si…?

Antonio la interrumpió, alzando una mano para hacerla callar. Ella iba a replicar, pero algo en la mirada de su marido la hizo desistir. Él se adelantó mirando a Ezio con seriedad, con una luz de comprensión y desaprobación en la mirada, adelantándose dos pasos para quedar de frente a Ezio.

Es evidente que hay que impedir que los Templarios lo tengan –dijo Antonio muy serio –y robarlo es el primer paso, es inevitable hacerlo… –hizo una pausa para clavar su mirada en Ezio de nuevo –sin embargo Ezio tiene otros planes, ¿me equivoco, Ezio?

Ezio no desvió la mirada, aceptando el desafío implícito en los ojos del ladrón.

No, no te equivocas –dijo Ezio.

Se hizo el silencio. Un silencio incomodo como pocos que habían visto mientras estaban juntos. Ezio tensó la mandíbula, gesto que Antonio imitó, y Rosa le miró con el ceño fruncido, sin decir palabra.

¿Y bien? –dijo finalmente ella.

Ezio fue parco y directo al responder.

Voy a usar el Fruto para traer de vuelta a Cristina –dijo.

Antonio no se sorprendió, pero Rosa alzó las cejas sorprendida y confundida a partes iguales, no se esperaba ni por asomo que Ezio le fuera a salir con algo así. Sabía que su amigo había querido, no sólo querido, amado mucho a esa mujer Florentina; que inclusive había sido su novia de la adolescencia… pero de ahí a pensar que pondría en peligro a la Hermandad por un capricho de amorío tonto era mucho decir… no supo cómo reaccionar.

Sin embargo Antonio sí que sabía el riesgo de usar un Fragmento del Edén a la ligera, y no le gustaba lo más mínimo que Ezio se arriesgara a ello, no le gustaba en absoluto.

Esto no funciona así, Ezio –dijo Antonio muy serio, sin apartar la mirada de su amigo –y lo sabes.

Ezio le ignoró, dirigiéndose hacia la puerta.

No me importa –admitió Ezio con decisión –, me da igual el riesgo, Cristina está muerta por culpa mía, eso no debería haber pasado y yo voy a cambiarlo, no hay nada más que decir.

Antonio se adelantó, con cara de tristeza ahora.

Sé que la amabas de verdad amigo mío –continuó Antonio poniendo una mano en su hombro –, pero el pasado está en el pasado y no puedes cambiarlo… déjala marchar.

Ezio se soltó bruscamente, abriendo las puertas de golpe, negando con la cabeza antes de volverse a mirarlos con frustración, enfadado.

La decisión está tomada –dijo Ezio secamente –, robaré el Fruto yo solo si es preciso –en ese punto miró a Antonio significativamente, sabiendo que el ladrón no le daría hombres para que le ayudaran − y la traeré de vuelta, después lo encerraré en el templo bajo el coliseo junto al otro Fruto… –hizo una pequeña pausa –ningún Templario tocara ese Fruto del Edén mientas me quede una gota de sangre en el cuerpo…

Y sin esperar una respuesta de Antonio o de Rosa, salió por las puertas dando un portazo tras de sí, dejando a sus amigos confundidos y preocupados, sabiendo que tal y como era Ezio, no se detendría.

Por nada, ni por nadie.


Los ladrones corrieron por los tejados en cuanto vieron que los guardias y los arqueros se dirigían como borregos en una misma dirección, adivinando al instante cual era el motivo de que eso pasara. Obviamente la única razón de que abandonaran el puesto, era que estaban persiguiendo al Assassino así que aunque Antonio les había advertido que tuvieran cuidado y fueran sigilosos al ayudar a Ezio, en cuanto se dieron cuenta de que había comenzado la persecución, no lo dudaron a la hora de echar a correr en busca de su amigo.

La lluvia caía intensamente cuando llegaron al puente, lugar donde la gran mayoría de guardias estaban parados tirando piedras contra algo; así que fijaron su atención en qué era, descubriendo sin sorpresa que se trataba de Ezio, que estaba colgado del tejado a duras penas, sujeto por los cuatro dedos de la mano derecha. Y se estaba resbalando. Iba a caer. Inminentemente.

Todo fue muy rápido entonces.

Ni los propios ladrones, que eran un grupo de 5 hombres jóvenes con experiencia en situaciones de huida como esas, supieron a ciencia cierta qué pasó en ese momento con exactitud.

El último dedo de Ezio finalmente se resbaló, y él cayó.

− ¡Ezio! –gritó uno de los ladrones, saltando sobre el puente.

Tarde.

Cuando estaba a punto de tocar el suelo, algo sucedió, evitando que llegara el golpe.

El Fruto que Ezio tenía en la mano derecha aun, y a pesar de todo, fijamente sujeto comenzó a brillar sorprendiendo a todos, incluso al propio Ezio, ya que no brilló con una luz dorada y anaranjada como lo hacía el Fruto que él conocía y que en más de una ocasión había explorado. El Fruto brilló con una intensa y brillante luz blanca azulina que los cegó a todos. Brilló con intensidad y muy brevemente, apenas unos segundos, igual que una estrella al morir y convertirse en supernova, pensó Ezio antes de cerrar fuertemente los parpados cegado por la intensa luz blanca.

Ezio cerró los ojos y ya no supo nada.

Cuando pasados unos segundos los ladrones y los guardias que aún estaban sobre el puente abrieron los ojos tras el repentino e intenso fogonazo de luz, se encontraron con nada.

Exactamente con eso, la nada.

El Assassin había desaparecido y no había rastro de él ni en el canal, ni en los tejados, ni en el puente, lo cual era imposible en tan pocos segundos, apenas un parpadeo en el que era físicamente imposible recorrer una distancia tan grande que le hubiera permitido escapar de la vista de todos. Pero por mucho que les pareciera imposible, así era, se había esfumado, ido, desaparecido; no se encontraba allí. Ante sus ojos, sobre los baldosines de pulida piedra gris no había nada excepto el dorado objeto que el asesino había robado, brillante y mojado por las gotas de lluvia que resbalaban en su dorada y pulida superficie, reflejando las caras sorprendidas y anonadadas de los guardias que lo miraban como si fuera de otro mundo.

Pero ya que Ezio había desaparecido harían algo por él, completar lo que había comenzado.

Así que los cinco hombres que habían ido a ayudarle saltaron gritando sobre los guardias, desenvainado las espadas bajo la intensa lluvia, chocando las hojas y derramando la sangre por las empapadas calles, tiñéndolas de rojo, que pronto fue limpiado por el agua que resbalaba por ellas… no iban a dejar que esos malditos Templarios se llevaran el Fruto que Ezio había robado y que ahora iban a proteger con su vida llevándolo hasta Antonio, donde estaría a salvo hasta que su amigo volviera y lo reclamara…

Se lo debían, y así lo harían.


Jerusalén 1194 d.C

Ezio jadeó, tosiendo seco y duro.

Le raspaba la garganta como si tuviera cuchillos en ella, tenía la lengua seca y pastosa, le costaba horrores respirar, y los parpados le pesaban hasta el punto de ser agónico abrirlos.

Tomó aire de nuevo esforzándose por recuperarse a sí mismo, encontrándose con que el aire era cálido, caliente, le ardía en los pulmones con cada nueva bocanada y hacía un calor insoportable… eso no era normal. Respiró finalmente con profundidad para acostumbrarse al aire tan poco húmedo al que no estaba habituado, encontrándose con un olor extraño, olía a… ¿a qué? ¿Qué era exactamente? ¿Especias? ¿Hiervas? ¿Salitre? No lo reconoció, pero se trataba de un aroma intenso y desconocido, impreciso, pero muy agradable. Abrió lentamente los parpados intentando descubrir cuál era la fuente del maravilloso y desconocido aroma, y la luz brillante y dorada del sol le cegó en el acto, haciendo que se llevara una mano a los ojos para protegerlos, pestañeando varias veces y acostumbrando sus retinas lentamente a la intensa luz.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad y finalmente retiró la mano para observar donde estaba, se quedó boquiabierto, no podía creer lo que estaba viendo.

No.

Sonrió, negando con la cabeza como auto regañándose por haberse planteado siquiera semejante estupidez, no era lógico, es más, era total y completamente imposible. Ante sus ojos se hallaba la dorada y brillante Mezquita de la Roca, alta y majestuosa, con el sol reluciendo en su cúpula de oro, iluminando a la ciudad con su brillo, entre las calles estrechas y floreadas de la ciudad…

Jerusalén.

No, definitivamente no podía creerlo. Se levantó con lentitud, irguiéndose bruscamente, sobresaltado por el sonido de unas campanas a su espalda, cosa que le hizo girarse en el acto, abriendo los ojos por la impresión. Ahora ya no tenía dudas, estaba muerto, porque ante sus ojos estaba ya no sólo la dorada Mezquita, sino la hermosa y ajetreada ciudad de Jerusalén abierta y en plena vida. Ezio abrió la boca por la impresión, comenzando a andar por la calle de suelo arenoso y ardiente mirando a los ciudadanos que pasaban sin creer lo que veían sus ojos…

Las mujeres portaban velos y turbantes cubriendo su rostro, y muchas de ellas llevaban un cántaro de agua o una cesta sobre la cabeza, sujetándolo con una mano, y túnicas hasta los tobillos era la prenda que Ezio más vio entre sus vestimentas. Los hombres iban vestidos de manera similar, con túnicas atadas con un cinturón, con turbante y fajín algunos, y otros incluso con dagas colgando de sus cinturones…

Definitivamente eso no era su Italia, eso estaba claro.

Continuó avanzando por la calle cruzando una esquina y encontrándose en un mercado, una pequeña plaza cuadrada llena de gente que compraba telas bordadas, alfombras, vasijas de barro y alfarería, cristales de colores, plumas… era un zoco clarísimo, hermoso y variado por lo que pudo comprobar al encontrarse rodeado de puestos de comida de diferente tipo, de carnes, de pescado, de pan, de verduras… hasta que un puesto atrajo su atención. Estaba repleto de naranjas, manzanas, uvas rojas y verdes, melocotones, peras amarillas y dulces, ciruelas negras, albaricoques… y una fruta pequeña, extraña y arrugada de color marrón, claro, que Ezio no supo identificar pero de la que había una gran cantidad, al parecer tenía mucho éxito aquí.

Estaba anonadado mirando la extraña fruta cuando sintió que alguien tiraba de su capa por detrás.

Ezio se giró alerta dispuesto a sacar su hoja oculta, comprobando que se trataba de una niña pequeña, de no más de ocho o nueve años, la que tenía sujeta su capa y le miraba con curiosidad. Ezio le sonrió con igual curiosidad y la niña le ofreció tímidamente una de esas extrañas frutas arrugadas y marrones que él había estado observando.

−Un dátil para usted, señor –dijo la niña.

Ezio se sorprendió al entender el idioma, pues lo poco que sabía del árabe lo había leído en el códice de su antepasado Altaïr, que era de esa tierra; sin embargo lo entendió a la perfección, y no pudo explicarse el motivo. Finalmente intentó dar las gracias a la niña por la fruta, encontrándose con que además de entenderlo también podía hablarlo… habló asombrado.

−Dátil –repitió él sorprendido e incrédulo a la vez.

La niña sonrió asintiendo y soltó a Ezio echando a correr entre la multitud con la sonrisa alegre grabada en sus labios. Ezio intentó detenerla para darle las gracias, pero ella se había perdido entre la gente. Sin más que hacer entonces miró la fruta entre sus dedos, frunciendo el ceño y encogiéndose de hombros; se decidió a probarla ya que la pequeña tan amablemente se la había regalado, la acercó a sus labios dando un mordisco pequeño para ver a que sabía.

Masticó con lentitud, saboreando, decidiendo que la fruta "Dátil" le gustaba.

No sabría precisar el sabor con exactitud, ya que no se parecía a nada que él hubiera probado, pero discernió que se parecía a una uva pasa con un sabor mucho más dulce y meloso… definitivamente sí, le había gustado, tendría que comprarse unas cuantas de esas en cuanto averiguara por qué estaba allí.

Sin embargo… si era cierto que se encontraba en Jerusalén, y sus ojos se lo decían claramente, le quedaba la incógnita de cómo había llegado allí si cuando cerró los ojos se encontraba en la húmeda y lluviosa Venecia, en su amada Italia.

Entonces lo entendió, recordando sus propias palabras…

"…no un Fruto como el que conocemos, sino uno que es capaz de controlar el tiempo y el espacio a voluntad, capaz de romper las barreras y hacer que podamos controlarlo todo a voluntad, tiempo, espacio y continuidad al alcance de la mano…"

¡Así que eso era! ¡Ahí estaba la respuesta!

¡El Fruto del Edén!

Ezio se llevó las manos al cinturón, comprobando alarmado que el Fruto se había perdido, no lo tenía con él, luego se lo habían robado o se había quedado en Venecia… ¡Merda!

Eso sólo significaba una cosa: estaba atrapado ahí.

Ezio maldijo para sí mismo, frunciendo los labios irritado y frustrado, decidiendo que lo mejor que podía hacer en cualquier caso era averiguar en qué lugar exacto estaba, y sobre todo y más importante, en qué año estaba; porque ese Fruto era capaz de controlar el tiempo, así que bien factible era que se hubiera transportado al futuro, o al pasado… y a juzgar por el modo de vestir de todos, diría que al pasado.

Eso le hizo fruncir el ceño mientras ataba cabos mentalmente… abrió los ojos desmesuradamente cuando llegó a la conclusión final.

Pasado… pasado… pasado… Jerusalén… Tierra Santa…

¿Sería posible que…?

Corrió por la calle hasta llegar a las casas altas, trepando con rapidez por ellas con el pulso latiéndole desaforadamente en su pecho, si era verdad lo que estaba suponiendo, lo que su corazón le decía, eso sólo significaba una cosa, tenía que serlo ¿podría ser posible que el Fruto fuera tan retorcido como para enviarle justamente a esa época? Trepó con más rapidez, subiendo finalmente a la azotea de la casa, que no era más que un tejado de madera y adobe…

Ezio recorrió con la mirada los edificios, hasta que sus ojos toparon con algo que les hizo abrirse por la impresión.

Tenía razón.

Ya no había duda, estaba en la misma época que su legendario antepasado, el Gran Maestro Assassin Altaïr Ibn la-Ahad, el Águila de Masyaf, su Tátara-bisabuelo.

Sus ojos no mentían…

Ante él ondeaba una bandera enorme con la sagrada Cruz del Temple, roja y magnifica sobre la tela blanca medio destruida, lo cual le venía a decir que los Templarios ya habían sido expulsados de Jerusalén… lo cual también significaba otra cosa.

Si lo que había leído en el códice era cierto, entonces… Ezio tuvo un presentimiento y echó a correr por los tejados, tan diferentes de los de su época que le costaba acostumbrarse y medir los saltos, la fuerza y el impulso; ya que no eran tejados de piedra y pizarra, eran tejados frágiles de madera y adobe; si no controlaba sus saltos, terminaría destruyendo la casa de alguien… y eso era lo que menos le interesaba. Así que corrió con rapidez usando su Vista de Águila para localizar su objetivo, hasta que lo encontró, un rastro amarillo y brillante que saltaba sobre los tejados, las tablas, los balcones… hasta que finalmente se detenía en un edificio en concreto, así que se dirigió allí.

Cuando hubo recorrido todo el camino, desactivo su Vista de Águila y observó dónde se hallaba, sonriendo casi emocionado al ver que no era ni más ni menos que una Casa de Asesinos de aquella época, con la hermosa y gran A grabada en piedra, el emblema de la Hermandad, esas eran las míticas guaridas de las que tanto había leído, y en las que estaban basados los diseños de sus actuales Casas de Asesino.

Sonrió nostálgico al recordar Roma, y con el pulso acelerado y algo de nerviosismo por no saber qué encontraría abajo, avanzó por el tragaluz de madera, saltando dentro por la abertura del tejado.

Sus botas de duro cuero pulido de la Toscana levantaron una pequeña nube de polvo al aterrizar sobre las alfombras, y Ezio comprobó maravillado y sorprendido que se encontraba en una especie de jardincillo, o algo similar, rodeado de cojines, alfombras y plantas… era un espacio relajante, aromático y hermoso, con el sonido de dos fuentes, una a su espalda y otra frente a él, acompañando el ambiente creado por los humos de lo que parecía ser incienso, que flotaba en el aire.

Ezio avanzó hasta la puerta, entrando en una habitación más oscura, repleta de estanterías y con un mostrador amplio al fondo, tras el cual había un hombre de piel bronceada y cabello negro dibujando en un mapa con un compás, cosa curiosa, ya que sólo tenía un brazo.

Le sorprendió tanto encontrar a un Assassin así que no se movió, quedándose observándole desde su posición, ganándose una mirada finalmente irritada del otro, que levantó la vista del mapa y la clavó en él un momento, antes de bajarla de nuevo a su tarea.

− ¿Piensas quedarte todo el día ahí plantado? –inquirió el hombre − ¿O piensas hacer algo útil, novicio?

Ezio frunció el ceño, ofendido.

Lo había entendido todo, y no le había hecho la más mínima gracia que le calificara como "novicio". No por nada tenía cuarenta años y experiencia desde que era muy joven, no le hacía gracia que echaran por suelo todo lo que había conseguido… aunque ese hombre no le conocía de nada y no tenía porque saberlo, por eso se contuvo de responder.

Al ver que no decía nada ni respondía, el hombre continuó con una pequeña sonrisa en los labios, aun centrado en su mapa.

− ¿Y bien? –preguntó divertido –estoy esperando Altaïr ¿qué te trae por Jerusalén, oh Gran Maestro?

Ezio se quedó atónito.

−Altaïr… –murmuró en voz baja, no sabiendo si el otro le había oído o no.

Le había confundido con Altaïr… y es más, el tono bromista y de camaradería que había usado el hombre con él le daba a entender que estaba claramente acostumbrado a ese tipo de situaciones.

El hombre tras el mostrador finalmente posó el compás al ver que Ezio, quien él creía Altaïr, no respondía ni hacía nada por acercarse y responderle alguna impertinencia típica de él, cosa que le extrañó, así que alzó la mirada sospechando con recelo y observándole detenidamente con el ceño cada vez más fruncido. Ezio le imitó, avanzando dos pasos para acercarse.

Era hora de aclarar la situación.

−Estás en un error yo no… –comenzó a decir Ezio.

Sin embargo el otro no le dejó terminar, antes de que pudiera reaccionar, el al parecer pacifico hombre, lanzó un cuchillo que le inmovilizó, clavando su capucha contra la estantería tras él con una sorprendente puntería… si hubiera tirado tres centímetros más a la izquierda, le hubiera dejado una bonita cicatriz en la cara… Ezio llevó la mano hasta el cuchillo para sacarlo y liberarse, pero antes de que su mano tocara el acero, el hombre le interrumpió, adelantándose y saltando por encima del mostrador, desenvainando una espada que tenía oculta bajo la túnica negra.

Ezio se detuvo, con el ceño fruncido, gesto que se repetía en la cara del otro.

− ¡Quieto! –ordenó el hombre –no te muevas o estás muerto, impostor…

Ezio negó con la cabeza.

−No soy un impostor hermano –intentó explicarse Ezio –, estás confundiéndote de enemigo, soy un Assassin, como tu…

El otro negó con la cabeza mirándole con ira y sarcasmo brillando en su mirada.

− ¡Cállate Templario y habla de una vez! –exclamó irritado − ¿¡Qué quieres! ¿¡Quién te envía!

Ezio entonces se revolvió, sacando el cuchillo de la tela que lo atrapaba liberándose, y tras hacer un giro brusco logró invertir las posiciones, dejando al otro aprisionado contra la estantería y apuntándole con el cuchillo en el cuello, haciendo que tirara la espada.

El hombre tragó saliva, enfadado, soltando la espada y mirándole con incredulidad… no podía creer el parecido que tenía ese hombre con Altaïr, era algo mas allá de la razón humana, parecían hermanos gemelos, es más si no hubiera sido por la barba, hubiera jurado sin temor a equivocarse que se trataba de Altaïr… pero además estaba el hecho de que vestía ropas que eran claramente de Assassin, tal vez de una hermandad extranjera, cosa que se confirmaba por el extraño acento que el impostor tenía.

Ezio respiró agitadamente, tranquilizándose, pues había recordado repentinamente quien era ese hombre. Había leído sobre él en el códice… ¿Cómo había podido olvidarlo? el hombre de un solo brazo, el mejor amigo de Altaïr, el que lo había ayudado a formar la Hermandad que hoy conocía… su hermano podía decirse, algo como un Leonardo para él.

Malik.

Así se llamaba, y Ezio sonrió al saberse vencedor.

−Escúchame bien Malik Al´Sayf –dijo Ezio bajando el cuchillo, liberando a Malik, que le miró atónito –, no soy un Templario ni un impostor… soy un Assassin, y seguro que en este momento te preguntas mi parecido con Altaïr ¿me equivoco?

Malik se quedó boquiabierto.

¿Quién era ese hombre? ¿Cómo sabía su nombre? ¿Cómo sabía lo que estaba pensando? ¿¡Que brujería era esa!

− ¿Cómo sabes mi nombre? –dudó Malik, incrédulo − ¿Quién eres?

−Soy Ezio Auditore –respondió Ezio tranquilamente –, aunque te cueste creerlo… vengo de otra época, de dentro de tres siglos… y soy descendiente de Altaïr.

Malik alzó las cejas, incrédulo.

−Eso explicaría el parecido –dijo sin creerlo demasiado –, pero dime, supuesto asesino… ¿qué te ha traído aquí? ¿Qué estás buscando?

Ezio bajó la mirada, tensando la mandíbula y Malik le observó con atención, intentando captar la mentira en sus ojos o en sus gestos; sin embargo no pudo hallarlas… tal vez, y sólo tal vez estuviera diciendo la verdad, por muy inverosímil que pareciera… pero cosas más extrañas había visto en sus veintiocho años de vida.

Finalmente Ezio alzó la mirada, con una emoción que Malik pudo reconocer perfectamente… dolor.

−Ha sido un Fruto del Edén el que me ha traído aquí –dijo Ezio finalmente –, estaba buscando salvar a alguien y… no sé por qué, no sé cómo, pero he terminado aquí.

Malik asintió cada vez confiando más en la palabra del extraño, pero no necesariamente confiando en él. Había algo en él que le decía que era un aliado, que era bueno; pero sin embargo sabía de sobra que estaba ocultando algo, no lo estaba disimulando demasiado bien; o quizá él entendiera bien ese dolor que había captado en el otro, el dolor de la perdida, de la soledad…

− ¿Un Fruto dices? –repitió Malik extrañado − ¿Cómo sabes de la existencia de los Fragmentos del Edén si no eres Templario?

Estaba intentando ponerle a prueba, a ver si se delataba, o finalmente soltaba la verdad completa.

−Mira Malik, no hay forma de hacer que creas en mí –respondió Ezio suspirando cansado –, pero puedo jurarte por mi vida que no quiero ni pretendo ningún mal para vosotros, soy un hermano… y puedes confiar en mí lo creas o no, aquí está la prueba de que no estoy mintiendo…

Entonces Ezio se quitó el guante de cuero de la mano izquierda, y enseñó la mano a Malik, mostrándole la quemadura que tenía en el dedo anular, demostrando que pertenecía a la Hermandad. Malik le miró seriamente a los ojos entonces, creyéndole, ya que nadie que no perteneciera a la Hermandad conocía la tradición de cortarle el dedo, o en caso de ese hombre "quemarlo". Era la prueba de que estaba diciendo la verdad, era un Assassin de tierras extranjeras, de otra época, y descendiente de Altaïr.

Pero eso no le decía sus motivos.

Sin embargo decidió confiar en él y si había de morir, que fuera Altaïr quien lo decidiera, ya que por algo era el Gran Maestre de la Hermandad. La decisión estaba tomada, le ayudaría.

−Bien Auditore, te creeré –dijo Malik dirigiéndose al mostrador –, no hay mentira en tus palabras… aunque tampoco estás contando toda la verdad –y en ese punto le lanzó una mirada significativa a Ezio –, pero yo no soy quien para juzgarte… tendrás que ir a Masyaf, y Altaïr decidirá que hacer contigo.

Ezio asintió, lo esperaba.

Era algo que estaba deseando podía añadir. Había crecido como Assassin escuchando la historia del Gran Altaïr, y ahora que podía conocerlo no quería perder ni un minuto más de tiempo, quería saber más de su Tátara-bisabuelo, e ir a Masyaf era lo más importante en ese momento. Sin embargo necesitaba la ayuda de Malik, ya que no sabía dónde estaba, no tenía ni idea de cómo llegar, ni tenía caballo ni provisiones, ni siquiera una espada, ya que dejó la suya en Venecia.

− ¿Puedes ayudarme a…? –comenzó Ezio, pero se detuvo a sí mismo.

Antes de que pudiera terminar la frase, escucharon unos pasos sobre el tragaluz del patio, que indicaban que alguien se estaba acercando; por lo que Ezio detuvo su conversación a la espera de ver quien se trataba, no quería que escucharan lo que tenía que decirle a Malik, y menos un extraño de quien no sabía nada. Sin embargo, cuando los pasos se acercaron, rápidos y sigilosos, y un salto ligero se escuchó en el patio, Malik suspiró, bajando la cabeza resignado.

Ezio le miró rápidamente antes de clavar su mirada de nuevo en la puerta, expectante.

−Creo que no vamos a tener que esperar mucho por saber tu juicio –dijo Malik tranquilamente.

Ezio respondió sin mirarle, mientras la otra persona entraba.

− ¿A qué te refieres? –dudó confundido.

Y con la luz en su contra, como en un sueño, Ezio pudo distinguir a una figura encapuchada de blanco acercándose, hasta que pudo verse a sí mismo reflejado en un espejo… la misma cara, los mismos poderosos ojos dorados, la misma cicatriz sobre los labios… no había duda de quién se trataba.

Una voz profunda y recelosa le sacó de su asombro.

− ¿Qué significa esto, Malik? –inquirió la figura encapuchada.

Malik sonrió con el rostro neutral, casi sarcástico y divertido cuando respondió, maravillado con las ironías que tenía el destino en ocasiones.

−Ezio –dijo Malik –te presento a tu tatarabuelo, Altaïr Ibn la-Ahad.

Altaïr clavó su mirada atónita en Ezio, y Ezio repitió el mismo gesto… y ahí comenzó todo.


Nota de Autoras: Lunaykirin y yo deseamos agradecer a todos quienes dieron su apoyo para este fic y a los lectores que nos acompañan en esta nueva historia, esperamos haya sido de su agrado este primer capitulo y que continúen atents al siguiente.