LEYENDA DE LA ROSA DE HOGWARTS O EL PAJE Y LA LECHUZA
Poco tiempo después de terminada la Reconquista fue el delicioso pueblo de Hogsmeade la residencia habitual y favorita de los soberanos ingleses, hasta que de él se vieron ahuyentados por los continuos terremotos, que asolaron multitud de sus edificios e hicieron temblar las viejas torres vikingas hasta sus cimientos.
Muchos años transcurrieron después, y en este largo tiempo rara vez se vio favorecido Hogsmeade con la visita de algún personaje de la familia real. Los palacios de la nobleza quedaron cerrados y silenciosos, y Hogwarts –como desdeñada hermosura- permanceció en triste soledad en medio de sus mal cuidados jardines. La Torre de Gryffindor, residencia en otro tiempo de las encantadoras princesas vikingas, participaba del abandono general: la araña tejía su tela en lo alto de los dorados camarines, a la vez que los murciélagos y las lechuzas anidaban en aquellos primeros aposentos, realzados en otro momento por la presencia de Godric Gryffindor y sus hijas, Morfaith, Moana y Morgana. El abandono de esta torre obedecía principalmente a la superstición de los habitantes, pues había circulado el rumor de que la sombra fantástica de la joven Morgana, que había exhalado su último suspiro en aquella torre, se veía con frecuencia a la luz de la luna reclinada junto a la fuente del saloncito, o llorando en lo alto del adarve; y que otras veces, a medianoche, oían los acordes de su argentino violín los caminantes que transitaban por lo hondo de la solitaria cañada.
Por fin, el pueblo de Hogsmeade se vio honrado por personajes reales. Todo el mundo sabe que Nicolás I fue el primer Flamel que empuñó el cetro de Inglaterra, y asimismo es sabido que casó en segundas nupcias con Perenela, la hermosa princesa de Parma, y que, por esta serie de acontecimientos, un príncipe francés y una princesa italiana compartían el trono inglés.
Hogwarts hubo de decorarse y amueblar a toda prisa para recibir a los regios esposos; y con la llegada de la corte cambió por completo el aspecto del Castillo, desierto poco antes. El estruendo de los tambores y trompetas y el trotar de los caballos por las avenidas y patios del alcázar, a la vez las barbacanas y los adarves, todo traía a a la memoria el antiguo extinguido esplendor militar de la fortaleza. Se respiraba de nuevo cierto ambiente en los reales aposentos; se oía el crujir de las sedas y el cauteloso paso y las voces suaves y melifluas de los aduladores cortesanos a través de las antecámaras, el continuo ir y venir del sinnúmero de pajes y damas de honor por los jardines y los acordes de la música que se escapaban a través de las celosías.
Entre los individuos de la regia comitiva venía un paje, favorito de la reina, llamado Draco Malfoy. Con decir que era favorito de la reina queda hecho todo su elogio, pues cuantos figuraban en la corte de la altiva Perenela se distiguían por su gracia, su donosura y su belleza. Acababa nuestro lindo doncel de cumplir las dieciocho primaveras, y era esbelto, bien formado y hermoso. Ante la reina se mostraba siempre con toda deferencia y respeto; pero en el fondo era un calavera acariciado y mimado por las damas de la corte, y más experimentado en materia de mujeres que lo que debía esperarse en sus pocos años.
Andaba el bullicioso paje cierta mañana vagando cerca del Bosque Prohibido que domina Hogwarts, y se había llevado para distraerse la lechuza favorita de la reina cuando he aquí que atisba el ave un pájaro posado en un árbol, y se lanza a volar en su persecución. Se elevó, en efecto, por los aires y se precipitó sobre su presa, pero se le escapó y siguió volando sin hacer caso de los llamamientos del paje. El paje siguió con la vista al pájaro furtivo en su caprichoso vuelo, hasta que lo vio posarse sobre la muralla de una apartada y solitaria torre construida en el borde de un barranco que separa la fortaleza real de la jurisdicción del Bosque Prohibido; en otras palabras: el muro de la Torre de Gryffindor.
Descendió el paje hasta el barranco y se acercó a la torre; pero no presentaba ninguna entrada por la parte de la cañada, y su altura prodigiosa hacía imposible todo propósito de escalamiento. Así, pues, buscando una puerta o entrada cualquiera del castillo vikingo, fue dando un gran rodeo para explorar por los lados de la torre que miran al interior de la fortaleza.
Delante de la torre misma se veía un pequeño jardín cercado con un enverjado de cañas y cubierto de mirtos. Abrió el mancebo un portillo y atravesó por entre cuadros de flores y grupos de rosales, hasta llegar a la puerta de aquélla. Se hallaba cerrada, pero percibió en ella un agujero que le facilitaba poder examinar el interior del misterioso baluarte. Vio en él un precioso saloncito, de paredes primorosamente labradas, con esbeltas columnas de mármol y una fuente de alabrasto rodeada de flores; en el centro, suspendida, una jaula dorada que encerraba un lindo pajarillo; debajo de ésta, en una silla, un gato romano durmiendo entre madejas de seda y otros objetos de labor femenina; y junto a la fuente, una guitarra adornada con cintas y lazos.
Se sorprendió Draco Malfoy ante aquellas señales de gusto y elegancia femenina en una torre que él suponía deshabitada, y al punto se le vinieron a las mientes los cuentos de salones encantados tan divulgados en Hogwarts, y si el gato romano sería tal vez alguna hechizada princesa.
Llamó muy quedito a la puerta, y se dejó ver un hermoso rostro desde un elevado ajimes de la torre: pero enseguida desapareció. Esperaba el mancebo que se abriera la puerta, pero en vano: no se oía ni el más leve sonido dentro, y todo permanecía en silencio. ¿Le habían engañado sus sentidos o era quizá la hermosa aparecida el hada que habitaba la torre? Llamó de nuevo y con más fuerza, y después de una ligera pausa apareció por segunda vez el mismo rostro hechicero de una lidísima muchacha de quince años. La saludó inmediatamente el paje quitándose su birrete de plumas, y le rogó, en los términos más atentos y corteses, que le permitiese subir a la torre para recuperar su lechuza fugitiva.
- Dispensadme, señor, que no me atreva a abriros la puerta –contestó la joven ruborizándose -; pero mi tía me lo tiene prohibido.
- Os lo ruego encarecidamente, hermosa niña; considerad que es la lechuza favorita de la reina; y ¿cómo voy a poder volver al castillo sin él?
- ¿Sois, pues, un caballero de la corte?
- Ciertamente, encantadora niña, pero caería en desgracia con la reina si dejase perder ese halcón.
- ¡Santa Virgen María! ¡Pues si precisamente a los caballeros de la corte es a quien mi tía me ha encargado más especialmente que jamás les abra la puerta!
- ¡Ya! Pero será a los malos caballeros, y está perfectamente; mas yo, querida mía, no pertenezco a ese número, sino que soy un simple inofensivo paje que se verá arruinado y perdido si le negáis esta pequeña merced.
Se enterneció el corazón de la joven al ver el apuro del pobre pajecillo. ¿No era una lástima que se arruinara por cosa tan baladí? Y seguramente que aquel joven no podía ser ninguno de los peligrosos cortesanos que su tía le había pintado, especie de caníbales siempre dispuestos a hacer presa en las jóvenes inocentes; por el contrario, ¿no se veía que era gentil y modesto?..., ¡y suplicaba birrete en mano, y era tan encantador!...
El astuto paje vio que la guarnición empezaba a vacilar, y redobló sus súplicas de un modo tan conmovedor, que no era posible que cupiese la negativa en el corazón de la muchacha; así, pues, la ruborosa y tierna guardiana de la torre bajó y abrió la puerta con mano trémula. Si el paje quedó extasiado cuando vio su peregrino rostro en la ventana, acabó de perder el juicio al contemplar delante de sí el conjunto de la linda inglesa.
Su corpiño escocés y su graciosa basquiña dejaban ver la redondez y delicada simetría de sus formas, manifestando que no había llegado aún a su completo desarrollo; su sedoso cabello, partido en su frente con escrupulosa exactitud, estaba adornado con una fresca rosa recién cortada y se mostraba algo tostado por el sol del clima norteño, pero esto mismo presentaba más encanto al sonrosado color de sus mejillas, haciendo más radiante la fúlgida luz de sus hermosos ojos.
Observó todo esto Draco Malfoy con una simple mirada, puesto que no le era dado detenerse, y, después de pronunciar algunas sencillas frases de agradecimiento, se drigió rápidamente hacia la escalera de caracol, en busca de su lechuza.
Apareció después de un breve instante con el pícaro del pájaro en la mano. La joven, entre tanto, se había sentado junto a la fuente en el saloncito, y se hallaba devanando una madeja de seda; pero en su turbación dejó caer el ovillo sobre el pavimento. Se apresuró galantemente el paje a recogerlo, y, doblando una rodilla en tierra, se lo presentó; mas, al extender la joven la mano para recibirlo imprimió el mozo en ella un beso más ardiente y amoroso que todos los que había depositado en la hermosa mano de su soberana.
- ¡Jesús María! –exclamó la muchacha ruborizada y llena de confusión y sorpresa, pues nunca había recibido saludo semejante.
El humilde paje le pidió mil perdones, asegurando que era costumbre cortesana rendir de tal modo el homenaje del más profundo respeto.
El enojo de la niña –si es que lo sintió –se apaciguó fácilmente; mas su agitación y aturdimiento continuaro, pues volvió a sentarse, y seguía cada vez más ruborizada y cabizbaja, y, aunque fija en su tarea, se le enredaba la madeja que trataba de devanar.
El astuto rapazuel se apercibió de la confusión que había llevado al campo enemigo, y se propuso aprovecharse de ella; pero los discretos razonamientos que intentaba pronunciar se ahogaban en sus labios, sus rasgos de galantería le salían con embarazo, y, con gran sorpresa propia, el sagaz muchacho, que venía gozando de tan gran partido por su gracia y desenvoltura entre las damas más corridas y expertas de la corte, se mostraba en aquella sazón intimidado y balbuciente en presencia de una inocente chiquilla de quince primaveras.
En suma: la sencilla joven tenía guardianes más eficaces en su modestia e inocencia que en los cerrojos y rejas con que la guardaba su vigilante tía. Sin embargo, ¿qué corazón femenino podrá ser insensible a las primeras emociones del amor? La joven, aun con todo candor y sencillez, comprendió instintivamente todo lo que la atribulada lengua del paje no pudo expresar, y su corazón rebosaba de alegría al ver por primera vez un amante rendido a sus pies... ¡y un amante como aquél! La turbación del paje, si bien sincera, duró poco; mas cuando iba el hombre recobrando su habitual aplomo y serenidad, oyó una voz áspera como a alguna distancia.
- ¡Mi tía que vuelve de misa! –gritó la doncella, asustada –Señor, os ruego que os marchéis.
- No ha de ser hasta tanto que me hayáis dicho vuestro nombre y concedido esa rosa de vuestra cabeza como grato recuerdo.
La desenredó apresuradamene de sus morenas trenzas, y le dijo, turbada y ruborosa:
- Tomadla; pero idos, por Dios, os lo suplico.
El paje tomó la flor, cubriendo de besos al mismo tiempo la linda mano que se la otorgaba. Después, poniéndose el birre y colocando el halcón en su puño, dirigió unas últimas palabras a la muchacha.
- Vuestro nombre, mi señora.
- Hermione. –susurró ésta.
El paje se deslizó por el jardín, repitiendo el nombre de la niña y llevándose consigo el corazón de la hermosa Hermione.
Continuará...
Elbereth de Lioncourt
Basado en la Leyenda de la Rosa de la Alhambra o El paje y el halcón
Poco tiempo después de terminada la Reconquista fue el delicioso pueblo de Hogsmeade la residencia habitual y favorita de los soberanos ingleses, hasta que de él se vieron ahuyentados por los continuos terremotos, que asolaron multitud de sus edificios e hicieron temblar las viejas torres vikingas hasta sus cimientos.
Muchos años transcurrieron después, y en este largo tiempo rara vez se vio favorecido Hogsmeade con la visita de algún personaje de la familia real. Los palacios de la nobleza quedaron cerrados y silenciosos, y Hogwarts –como desdeñada hermosura- permanceció en triste soledad en medio de sus mal cuidados jardines. La Torre de Gryffindor, residencia en otro tiempo de las encantadoras princesas vikingas, participaba del abandono general: la araña tejía su tela en lo alto de los dorados camarines, a la vez que los murciélagos y las lechuzas anidaban en aquellos primeros aposentos, realzados en otro momento por la presencia de Godric Gryffindor y sus hijas, Morfaith, Moana y Morgana. El abandono de esta torre obedecía principalmente a la superstición de los habitantes, pues había circulado el rumor de que la sombra fantástica de la joven Morgana, que había exhalado su último suspiro en aquella torre, se veía con frecuencia a la luz de la luna reclinada junto a la fuente del saloncito, o llorando en lo alto del adarve; y que otras veces, a medianoche, oían los acordes de su argentino violín los caminantes que transitaban por lo hondo de la solitaria cañada.
Por fin, el pueblo de Hogsmeade se vio honrado por personajes reales. Todo el mundo sabe que Nicolás I fue el primer Flamel que empuñó el cetro de Inglaterra, y asimismo es sabido que casó en segundas nupcias con Perenela, la hermosa princesa de Parma, y que, por esta serie de acontecimientos, un príncipe francés y una princesa italiana compartían el trono inglés.
Hogwarts hubo de decorarse y amueblar a toda prisa para recibir a los regios esposos; y con la llegada de la corte cambió por completo el aspecto del Castillo, desierto poco antes. El estruendo de los tambores y trompetas y el trotar de los caballos por las avenidas y patios del alcázar, a la vez las barbacanas y los adarves, todo traía a a la memoria el antiguo extinguido esplendor militar de la fortaleza. Se respiraba de nuevo cierto ambiente en los reales aposentos; se oía el crujir de las sedas y el cauteloso paso y las voces suaves y melifluas de los aduladores cortesanos a través de las antecámaras, el continuo ir y venir del sinnúmero de pajes y damas de honor por los jardines y los acordes de la música que se escapaban a través de las celosías.
Entre los individuos de la regia comitiva venía un paje, favorito de la reina, llamado Draco Malfoy. Con decir que era favorito de la reina queda hecho todo su elogio, pues cuantos figuraban en la corte de la altiva Perenela se distiguían por su gracia, su donosura y su belleza. Acababa nuestro lindo doncel de cumplir las dieciocho primaveras, y era esbelto, bien formado y hermoso. Ante la reina se mostraba siempre con toda deferencia y respeto; pero en el fondo era un calavera acariciado y mimado por las damas de la corte, y más experimentado en materia de mujeres que lo que debía esperarse en sus pocos años.
Andaba el bullicioso paje cierta mañana vagando cerca del Bosque Prohibido que domina Hogwarts, y se había llevado para distraerse la lechuza favorita de la reina cuando he aquí que atisba el ave un pájaro posado en un árbol, y se lanza a volar en su persecución. Se elevó, en efecto, por los aires y se precipitó sobre su presa, pero se le escapó y siguió volando sin hacer caso de los llamamientos del paje. El paje siguió con la vista al pájaro furtivo en su caprichoso vuelo, hasta que lo vio posarse sobre la muralla de una apartada y solitaria torre construida en el borde de un barranco que separa la fortaleza real de la jurisdicción del Bosque Prohibido; en otras palabras: el muro de la Torre de Gryffindor.
Descendió el paje hasta el barranco y se acercó a la torre; pero no presentaba ninguna entrada por la parte de la cañada, y su altura prodigiosa hacía imposible todo propósito de escalamiento. Así, pues, buscando una puerta o entrada cualquiera del castillo vikingo, fue dando un gran rodeo para explorar por los lados de la torre que miran al interior de la fortaleza.
Delante de la torre misma se veía un pequeño jardín cercado con un enverjado de cañas y cubierto de mirtos. Abrió el mancebo un portillo y atravesó por entre cuadros de flores y grupos de rosales, hasta llegar a la puerta de aquélla. Se hallaba cerrada, pero percibió en ella un agujero que le facilitaba poder examinar el interior del misterioso baluarte. Vio en él un precioso saloncito, de paredes primorosamente labradas, con esbeltas columnas de mármol y una fuente de alabrasto rodeada de flores; en el centro, suspendida, una jaula dorada que encerraba un lindo pajarillo; debajo de ésta, en una silla, un gato romano durmiendo entre madejas de seda y otros objetos de labor femenina; y junto a la fuente, una guitarra adornada con cintas y lazos.
Se sorprendió Draco Malfoy ante aquellas señales de gusto y elegancia femenina en una torre que él suponía deshabitada, y al punto se le vinieron a las mientes los cuentos de salones encantados tan divulgados en Hogwarts, y si el gato romano sería tal vez alguna hechizada princesa.
Llamó muy quedito a la puerta, y se dejó ver un hermoso rostro desde un elevado ajimes de la torre: pero enseguida desapareció. Esperaba el mancebo que se abriera la puerta, pero en vano: no se oía ni el más leve sonido dentro, y todo permanecía en silencio. ¿Le habían engañado sus sentidos o era quizá la hermosa aparecida el hada que habitaba la torre? Llamó de nuevo y con más fuerza, y después de una ligera pausa apareció por segunda vez el mismo rostro hechicero de una lidísima muchacha de quince años. La saludó inmediatamente el paje quitándose su birrete de plumas, y le rogó, en los términos más atentos y corteses, que le permitiese subir a la torre para recuperar su lechuza fugitiva.
- Dispensadme, señor, que no me atreva a abriros la puerta –contestó la joven ruborizándose -; pero mi tía me lo tiene prohibido.
- Os lo ruego encarecidamente, hermosa niña; considerad que es la lechuza favorita de la reina; y ¿cómo voy a poder volver al castillo sin él?
- ¿Sois, pues, un caballero de la corte?
- Ciertamente, encantadora niña, pero caería en desgracia con la reina si dejase perder ese halcón.
- ¡Santa Virgen María! ¡Pues si precisamente a los caballeros de la corte es a quien mi tía me ha encargado más especialmente que jamás les abra la puerta!
- ¡Ya! Pero será a los malos caballeros, y está perfectamente; mas yo, querida mía, no pertenezco a ese número, sino que soy un simple inofensivo paje que se verá arruinado y perdido si le negáis esta pequeña merced.
Se enterneció el corazón de la joven al ver el apuro del pobre pajecillo. ¿No era una lástima que se arruinara por cosa tan baladí? Y seguramente que aquel joven no podía ser ninguno de los peligrosos cortesanos que su tía le había pintado, especie de caníbales siempre dispuestos a hacer presa en las jóvenes inocentes; por el contrario, ¿no se veía que era gentil y modesto?..., ¡y suplicaba birrete en mano, y era tan encantador!...
El astuto paje vio que la guarnición empezaba a vacilar, y redobló sus súplicas de un modo tan conmovedor, que no era posible que cupiese la negativa en el corazón de la muchacha; así, pues, la ruborosa y tierna guardiana de la torre bajó y abrió la puerta con mano trémula. Si el paje quedó extasiado cuando vio su peregrino rostro en la ventana, acabó de perder el juicio al contemplar delante de sí el conjunto de la linda inglesa.
Su corpiño escocés y su graciosa basquiña dejaban ver la redondez y delicada simetría de sus formas, manifestando que no había llegado aún a su completo desarrollo; su sedoso cabello, partido en su frente con escrupulosa exactitud, estaba adornado con una fresca rosa recién cortada y se mostraba algo tostado por el sol del clima norteño, pero esto mismo presentaba más encanto al sonrosado color de sus mejillas, haciendo más radiante la fúlgida luz de sus hermosos ojos.
Observó todo esto Draco Malfoy con una simple mirada, puesto que no le era dado detenerse, y, después de pronunciar algunas sencillas frases de agradecimiento, se drigió rápidamente hacia la escalera de caracol, en busca de su lechuza.
Apareció después de un breve instante con el pícaro del pájaro en la mano. La joven, entre tanto, se había sentado junto a la fuente en el saloncito, y se hallaba devanando una madeja de seda; pero en su turbación dejó caer el ovillo sobre el pavimento. Se apresuró galantemente el paje a recogerlo, y, doblando una rodilla en tierra, se lo presentó; mas, al extender la joven la mano para recibirlo imprimió el mozo en ella un beso más ardiente y amoroso que todos los que había depositado en la hermosa mano de su soberana.
- ¡Jesús María! –exclamó la muchacha ruborizada y llena de confusión y sorpresa, pues nunca había recibido saludo semejante.
El humilde paje le pidió mil perdones, asegurando que era costumbre cortesana rendir de tal modo el homenaje del más profundo respeto.
El enojo de la niña –si es que lo sintió –se apaciguó fácilmente; mas su agitación y aturdimiento continuaro, pues volvió a sentarse, y seguía cada vez más ruborizada y cabizbaja, y, aunque fija en su tarea, se le enredaba la madeja que trataba de devanar.
El astuto rapazuel se apercibió de la confusión que había llevado al campo enemigo, y se propuso aprovecharse de ella; pero los discretos razonamientos que intentaba pronunciar se ahogaban en sus labios, sus rasgos de galantería le salían con embarazo, y, con gran sorpresa propia, el sagaz muchacho, que venía gozando de tan gran partido por su gracia y desenvoltura entre las damas más corridas y expertas de la corte, se mostraba en aquella sazón intimidado y balbuciente en presencia de una inocente chiquilla de quince primaveras.
En suma: la sencilla joven tenía guardianes más eficaces en su modestia e inocencia que en los cerrojos y rejas con que la guardaba su vigilante tía. Sin embargo, ¿qué corazón femenino podrá ser insensible a las primeras emociones del amor? La joven, aun con todo candor y sencillez, comprendió instintivamente todo lo que la atribulada lengua del paje no pudo expresar, y su corazón rebosaba de alegría al ver por primera vez un amante rendido a sus pies... ¡y un amante como aquél! La turbación del paje, si bien sincera, duró poco; mas cuando iba el hombre recobrando su habitual aplomo y serenidad, oyó una voz áspera como a alguna distancia.
- ¡Mi tía que vuelve de misa! –gritó la doncella, asustada –Señor, os ruego que os marchéis.
- No ha de ser hasta tanto que me hayáis dicho vuestro nombre y concedido esa rosa de vuestra cabeza como grato recuerdo.
La desenredó apresuradamene de sus morenas trenzas, y le dijo, turbada y ruborosa:
- Tomadla; pero idos, por Dios, os lo suplico.
El paje tomó la flor, cubriendo de besos al mismo tiempo la linda mano que se la otorgaba. Después, poniéndose el birre y colocando el halcón en su puño, dirigió unas últimas palabras a la muchacha.
- Vuestro nombre, mi señora.
- Hermione. –susurró ésta.
El paje se deslizó por el jardín, repitiendo el nombre de la niña y llevándose consigo el corazón de la hermosa Hermione.
Continuará...
Elbereth de Lioncourt
Basado en la Leyenda de la Rosa de la Alhambra o El paje y el halcón
