Disclaimer: Ninguno de los personajes de Naruto me pertenece.

1/2 - Número de capítulo en relación al total.

¡Hola a todos/as! ¿Cómo están? Espero que bien. Bueno, aunque dije que "Feliz" sería mi primer, último y único MinaKushi, terminé escribiendo ésto de todas formas. En primer lugar, porque la idea no me abandonaba y no podía retomar mis otros proyectos debido a eso. Y, en segundo, porque quería mejorar un poco mi aporte a esta pareja, dado que me fue dicho, y con razón, que mi previo One-shot era algo redundante sobre las escenas del anime/manga y quise mejorar eso. Lo cual espero haber logrado en éste Two-shot. Respecto a los ojos de Kushina, descubrí que es todo un dilema, ya que en algunos lugares la dibujan con ojos verdes (esto al parecer no tiene fundamento), en su primera aparición en el anime tenía ojos violetas (como me señalaron) y en los siguientes se los hicieron azules (según leí, corregidos ya de las previas apariciones, pero, quién sabe), así que me quedé con esto último (aunque personalmente también me gustaban más los violetas =S).

En fin, quería decirles gracias, en primer lugar, a todos los lectores. En segundo, a quienes me dejaron reviews en mi otro One-shot y fueron quienes me dieron ánimos para volver a escribir de ésta parejita (a Lucia991, Isi-san, Tsukimine12 y Nizu). Y, en tercero, si los hay (expresión de deseo =D), a quienes se tomen la molesta de hacerme saber qué les pareció ésta nueva breve historia y a ayudarme a mejorar, lo cual me encantaría. Desde ya, muchísimas gracias. A todos, por darle una oportunidad a mi historia. Y, sin más, los dejo para leer, solo para molestarlos una última vez y decirles que actualizaré (como es mi costumbre) un capítulo por día (!). Y, dado que son dos, al día siguiente tendrán el final. ¡Nos vemos y besitos! (y disculpen la extensión de la N/A).


Resplandor dorado


I

"Como un sol"


"¿Así que...?" "No quería perderte"

Kushina bufó, frunciendo el entrecejo y mirando con fastidio un mechón de cabello rojo que continuaba sosteniendo entre sus dedos delante de sus ojos. Sin poder evitar recordar una y otra y otra vez las palabras que Minato había pronunciado entonces, cuatro años atrás, y que aún entonces continuaban descolocándola completamente. Tu cabello es hermoso, así que me di cuenta de inmediato.

Infló las mejillas, torciendo el gesto —¡Ese idiota-dattebane! —molesta.

Había ido hasta allí, hasta los confines del país del Fuego, solo, sin refuerzos y siendo únicamente un genin, para salvarla a ella. ¿Estás herida? He venido a salvarte. Había llegado a tiempo inclusive, y había dicho todas esas tonterías haciéndose el héroe y demás idioteces y había logrado inclusive que empezara a gustarle su cabello, duro y grueso como un hilo y rojo vibrante, dado que había dicho que lo consideraba hermoso y nadie, nunca antes, había dicho algo así de su cabello. Así que había sido inmediato. Lo había visto allí, iluminado única y tenuemente a la luz de la luna, y su corazón se había salteado un latido. En ese momento, Minato le había parecido un gran ninja ante sus ojos, en vez del enclenque rubio y raro y con facciones demasiado delicadas que había visto en la academia. Uno que definitivamente podría alcanzar la posición de Hokage, si seguía trabajando duro como sabía lo estaba haciendo.

Y, por alguna razón, había querido imaginárselo. A Minato, como Hokage. Sonriendo esa gran y amplia y sincera y brillante sonrisa suya que aún entonces, cuatro años después, continuaba cegándola. Como un sol, como el brillante cabello amarillo despuntado que adornaba su rostro. Como un sol que no podía mirar directamente, porque Minato era demasiado brillante y demasiado resplandeciente y hacerlo resultaría demasiado doloroso para sus ojos, y aún así uno que no podía dejar de mirar tampoco. Porque eso había sido entonces Minato para ella, un resplandor dorado, un rayo amarillo de luz, que había aparecido en medio de la oscuridad, de la resignación, cuando finalmente había pensado que nadie más la buscaría –porque ella era una forastera y una forastera jamás sería tomada en consideración por el resto-, cuando había perdido las esperanzas, había aparecido para salvarla y tenderle una mano y decirle que todo estaba bien ya. Que ella estaría bien ya. Pero, por encima de todo, para decirle que, para él, ella no era una forastera. ¿Por qué dices eso? Vives en la aldea de la Hoja, así que eres una de nosotros. No era una extraña, una intrusa, como todos la llamaban. No, ella pertenecía también, allí, en Konoha, con todos ellos, con él.

Sin embargo, eso era todo, y lo único, que había obtenido desde entonces. Después de todos esos años. Y ambos habían crecido. Ella había crecido (aunque no necesariamente cambiado mucho por ello). Se había convertido en la Jinchuuriki del Kyuubi también y en una chuunin de la aldea de la Hoja. Y todo lo que tenía era "Tu cabello es hermoso" y el estúpido "no quería perderte" que continuaba repitiendo en su cabeza de vez en cuando para ver si cobraban alguna especie de sentido. No lo hacían, por supuesto. Al fin y al cabo, Kushina nunca había sido del tipo intelectual (a diferencia de Nara Shikaku que siempre se había destacado en eso, incluso desde la academia, o Uchiha Fugaku) y ciertamente nunca había sido muy diestra para resolver situaciones que no requirieran del uso de sus puños. No, Kushina siempre era y había sido del tipo de arrojarse de cabeza a las distintas situaciones con nada más que su más pura determinación y fuerza física. Siempre saltando sin detenerse a pensar pero más que lista para actuar y defender con sus puños y fuerza de voluntad lo que creía que merecía ser defendido o protegido. Y así lo hacía.

Lo cual, en retrospectiva, le había causado más que algún que otro problema. Especialmente en la academia y con sus compañeros de clases y con su sensei. Sin embargo, Kushina siempre había sido así. Quizá demasiado hiperactiva y algo sobreexcitada en sus reacciones, la mayoría de las cuales siempre terminaban saliendo de forma errónea y no como había querido. Cuando no, terminaban saliendo como si se tratara de una explosión o una combustión espontánea, habiéndole ganado el quizá más que bien merecido y apropiado apodo de "El Habanero al rojo vivo". Kushina lo había tomado, como todo, y probado una y otra y otra vez cuán apropiado le era a su persona hasta que finalmente todos habían comprendido que era mejor apartarse de su camino. Y eso había hecho, logrado que todos dejaran de llamarla Tomate y burlarse de su cabello y de su sueño. Y tan bien lo había logrado que se había quedado sola. Nadie le hablaba, por aquel entonces, porque todos le temían y preferían mantenerse completamente alejados de su camino. Y debería haber estado feliz, recordó haber pensado, feliz porque ya nadie tiraba de su cabello y se reía de ella, pero no lo había estado.

La soledad, había descubierto -el no ser necesitado por nadie, el no ser tomado en cuenta por nadie-, era abismalmente peor (algo que evidentemente había empeorado cuando el Kyuubi había sido sellado en su interior). Así que no, había decidido, no estaba contenta. No era lo que Kushina había querido. Todo lo que había querido era dar una buena primera impresión. Por eso había dicho aquello de convertirse en Hokage, por eso había afirmado que alcanzaría la posición como la primera mujer Hokage de la aldea. Para que todos la reconocieran y aceptaran. Pero en su lugar, se habían burlado y la habían llamado Tomate y posteriormente ignorado como si ni siquiera existiera. Como si su mera existencia fuera una molestia para el resto. Una que era preferible que fuera ignorada. Y así habían hecho con ella, ignorarla completamente.

Suspirando, había abandonado el aula y salido al jardín, donde el resto de los niños jugaban y conversaban animados. Riendo y compartiendo sus respectivos bento seguramente hechos con amor por sus padres. Ella, en cambio, no tenía a nadie allí, en Konoha. Nadie que la esperara con la comida caliente y preparada y nadie que preparara un bento para ella antes de marcharse a la academia. Así que Kushina había debido aprender a cocinar por sí misma. No era demasiado buena, no aún, pero estaba determinada a mejorar y a aprender a cocinar ramen casero. Mientras tanto, debía conformarse con el ramen instantáneo de la tienda. Bufó, tomando asiento en la hierba y abriendo su ramen instantáneo sobre su regazo. Ni modo... Una vez el vapor abandonó el pequeño recipiente plástico, Kushina chocó las palmas, exclamó "Itadakimasu" y separó los palillos, hundiéndolos rápida y prontamente en el interior del pote. Sorbiendo los fideos, observó a su alrededor. Comer sola no era ni remotamente similar a comer acompañado, dado que todos sonreían y todo lo que ella hacía era atiborrar furiosa su boca de comida. Sin embargo, no era como si tuviera demasiada opción tampoco. Nadie quería acercársele. ¡Cómo si los necesitara-dattebane! Así que simplemente continuó sorbiendo y tragando hasta que no quedó nada en el pote.

Molesta, aplastó el recipiente vacío en el interior de su puño y se puso de pie. Arrojándolo igualmente enfadada lejos. Era culpa de ellos, de todas maneras. Ella había querido ser amable, dar una buena primera impresión. Y, sin embargo, todo lo que había recibido habían sido burlas y risas y niños molestos tironeándole del cabello y ella había tenido que reaccionar. Simplemente porque la habían hecho enfadar. Sacudiéndose los pantalones, se dirigió al columpio, lista para empezar de nuevo y pedirlo a amablemente. No obstante, cuando se acercó a éste, el niño que estaba ocupándolo dejó de mecerse y la observó con horror por unos segundos. Luego, sin más, saltó del columpio y se fue corriendo y gritando —¡Aaahh! ¡Que alguien me salve del Habanero al rojo vivo!

Kushina frunció el entrecejo y suspiró, viéndolo correr por un instante –y viendo a todos observarla como si fuera un monstruo- y luego ocupando el columpio vacío. No que pudiera hacer algo ya, de todas maneras. De intentar acercarse al niño para explicarle que no había tenido intenciones de golpearlo, éste seguramente saldría corriendo una vez más. Y así sucesivamente. Lo sabía, porque lo había intentado. De hecho, había hecho muchos esfuerzos para caer bien a los habitantes de Konoha. Se había esforzado ardua y duramente para ser aceptada. Y, sin embargo, éstos insistían en continuar rechazándola o simplemente fingiendo que no existía. Una forastera, eso era lo que era, para ellos. Alguien que no pertenecía, que no tenía un lugar en el cual encajar, que no tenía un lugar al que regresar. Y lo era, en cierta forma, dado que su aldea había sido destruida y de ésta no quedaba ya nada.

Y, para empeorar las cosas –tomó ceñuda un mechón de su cabellera y lo observó-, tenía ese horrible cabello rojo y duro como un hilo que la hacía lucir tonta y rara y no agradable en absoluto. Los demás lo odiaban y con razón, Kushina también lo odiaba, había decidido mucho tiempo atrás. Era raro y feo y todo lo que un cabello no debería ser. Especialmente el de una kunoichi. No, un cabello debería ser como el de Mikoto; negro, largo, lacio y brillante y bonito. Cayendo en cascada delicadamente a ambos lados de su rostro como si fuera únicamente apropiado. O como el de Yoshino que, aunque no tan bonito y brillante como el de Mikoto, lucía delicado, sano y de un agradable color marrón chocolate, de un agradable color normal. Demonios, inclusive el chico Yamanaka, Inoichi (que siempre andaba juntándose con el holgazán de Shukaku y el chico Akimichi de "huesos grandes" –como él mismo solía designarse-, Chouza), tenía mejor cabello que el de ella. Largo y lacio y dorado pálido y bonito. Y era un niño. Corrección, inclusive todos tenían mejor cabello que ella. En cambio, Kushina había sido "bendecida" con algo que la hacía lucir como la fruta que tan poco le gustaba en su comida: el tomate.

Infló las mejillas, volviendo a observar su cabello. Feo, horrible. Era lo único que venía a su mente cada vez que lo veía. Y, si pudiera, haría algo al respecto. Entonces, recordó algo. ¡Eso es-dattebane! Lo tenía, decidió, descendiendo del columpio de un saltito y cerrando uno de sus puños en alto. Se desharía del cabello que tanto odiaba. Si el desagrado hacia su persona era proporcional a la cantidad de cabello rojo que tenía, entonces reduciría ese cabello rojo para hacer que los demás la reconocieran y aceptaran. O, al menos, hacer que la ignoraran un poco menos. De todas maneras, odiaba su cabello y no podía importarle menos el cortárselo. De hecho, se sentiría mejor si no tuviera esa espesa mata de rojo detrás de sus hombros. Ahora todo lo que necesitaba era algo con que llevar a cabo su plan, y justamente había visto a su sensei guardar un kunai en el cuarto de provisiones de la academia ese mismo día. Si, eso haría. Decidió.

Caminando de regreso al interior de la academia lo más discretamente posible; lo cual no era demasiado, dado que su cabello rojo llamaba la atención de todo aquel que mirara siquiera remotamente en su dirección; ingresó al edificio y caminó a hurtadillas hasta el pequeño cuartito en cuestión. Habiéndose asegurado, previamente, de que ningún adulto o sensei estuviera a la vista. No lo había. No obstante, falló en notar que alguien más la seguía con curiosidad, unos pasos más atrás, caminando aún más sigilosamente que ella (sigilosamente como un ninja ya graduado de la academia haría y no un mero estudiante). Así que continuó con su plan como si no hubiera ni fuera a haber testigos algunos de su travesura. No importaba demasiado si era descubierta, de todas maneras. Al menos no para ella, dado que ya había sido descubierta haciendo travesuras y golpeando a niños tantas veces por sus sensei que inclusive éstos no sabían ya qué hacer con ella. Y, por ende, la ignoraban como el resto. Porque soy una forastera...

Estirándose, dado que el pomo estaba alto, intentó abrir la puerta. Sólo para comprobar, sin demasiada sorpresa, que estaba cerrada. Frunciendo el entrecejo, se cruzó de brazos. Ya había llegado hasta allí, tomado la determinación de cortar su feo cabello y una puerta no la detendría. No. Kushina no se rendía fácilmente. Corrección. Kushina nunca se rendía, punto. Nunca retiraba sus palabras. Y ésta vez no sería la excepción. Así tuviera que abrirse camino a los puños o a los cabezazos, lo haría. Una estúpida puerta no me detendrá-ttebane, ¡ya verán! Descruzando los brazos, hizo crujir sus nudillos y exclamó —¡Ah! —golpeando con el puño desnudo la puerta. Ésta crujió, vibró y permaneció inmóvil.

Jadeando, Kushina la golpeó con su otro puño —¡No... —y con el otro— me... —y con el otro— detendré... —sintiéndola crujir más y más contra sus nudillos—hasta... que... —los cuales empezaron a dolerle y a tornarse rojos como su mismo cabello— te... hayas... —aún así, siguió— roto... —una y otra vez— dattebane...! —hasta que logró abrir un agujero en la puerta.

Cuando lo hizo, se deslizó furtivamente al interior, admirando con curiosidad todo el arsenal y la cantidad de cosas almacenadas en el interior. Había cientos de kunai y shuriken normales. También, había un shuriken más grande y cientos de pergaminos. Sin embargo, no era para admirar las cosas que sus sensei guardaban por lo que estaba allí. Haciendo a un lado su curiosidad, tomó un kunai común y corriente, el primero que estuvo a la alcance de su mano, y lo observó. Viendo brillar el filo por el tenue resplandor de luz que ingresaba del exterior. Sonriendo, salió del cuarto. Finalmente lo había logrado, lo lograría. Deshacerse del cabello que tanto odiaba. En poco tiempo, en pocos minutos, ya no tendría todo ese cabello rojo cayendo por su nuca de forma antiestética. En poco tiempo dejaría de ser el Tomate o el Habanero al rojo vivo del que todos huían. Tomando su cabello, lo alzó y lo estiró hacia atrás, tirante. Luego, sin siquiera titubear, colocó el filo del kunai bajo los largos mechones, a la altura de la nuca. Lo haría.

No obstante, una voz calma y suave la detuvo de realizar el corte que la libraría de toda aquella mata de pelo —No deberías hacer eso.

Tensándose, Kushina apretó aún más sus dedos alrededor de la empuñadura del kunai. ¿Acaso había sido descubierta? Pero, ¿cuándo? Después de todo, estaba segura de no haber sentido a nadie siguiéndola. De hecho, se había cerciorado previamente de que nadie estuviera viéndola. Volteándose, se enfrentó a su interlocutor. Solo para descubrir, con fastidio (y cierto alivio también, al ver que no era su sensei), que se trataba del chico enclenque y de aspecto aniñado y algo femenino que había proclamado querer convertirse en Hokage también. Bajando el kunai, pero aferrándolo fuertemente en el interior de su mano, frunció el entrecejo —¡¿Qué te importa-ttebane? No es asunto tuyo, porque soy una forastera —echándole en cara lo que le había echado en cara ya en una ocasión. Y aún lo sostenía, que seguramente él creía lo mismo que el resto, y por esa razón no la ayudaba. Como el resto. Nadie la ayudaba.

Minato separó los labios para hablar —No...

En realidad, había querido decirle que no debería hacerlo porque su cabello era demasiado bonito y le gustaba largo tal y como lo conservaba. Sin embargo, Kushina, impaciente como siempre, lo detuvo antes de poder decir algo más.

—¿Me acusarás con Hiroto-sensei, ¿verdad? Y te burlarás de mi-dattebane —lo acusó, no realmente preguntándolo.

No era como si hubiera otra respuesta posible. Seguramente lo haría, porque ella era una forastera robando kunais de Konoha, el lugar al que no pertenecía. Estaba cansada, realmente, de ser completamente ignorada por los habitantes o de que se burlaran de ella, pero si querían tratarla así, entonces ella continuaría golpeando a todo aquel que la llamara tomate o forastera o que la mirada con esos ojos.

Minato permaneció calmo y, con la misma suavidad, negó con la cabeza y dijo —¿Por qué lo haría?

Kushina detuvo su ira, perdiendo el color rojo furioso de sus mejillas infladas al instante. Torció el gesto, desconcertada, y finalmente curvó los labios hacia abajo y bajó la mirada, dejando caer el kunai al suelo —Porque... soy una forastera... y tengo el cabello raro...

—Tu cabello-

La pelirroja cerró ambas manos en puños, lista para arremeter contra el enclenque si osaba siquiera decir algo malo de su cabello. No obstante, tal cosa no pasó, dado que la llegada de su sensei detuvo tanto las palabras del raro niño rubio con rostro de niña como la respuesta física que Kushina había preparado en caso de ser insultada.

—¿Kushina, qué pasó aquí? Hokage-sama estará disgustado de oír que otra vez estuviste haciendo de las tuyas —demandó saber, cruzándose de brazos.

Kushina bajó la mirada, ocultando su rostro y sus ojos tras su cabello. Ahí estaba, otra vez, la certeza de que era ella la que había hecho algo mal. La certeza de que era ella la causa de aquello y de todos los males y travesuras que ocurrían en Konoha. Inclusive cuando en ocasiones no tenía nada que ver con los sucesos. Como la última vez, cuando habían creído que había sido ella la que había pintado los rostros de los Hokages, cuando en realidad no lo había sido, y la habían amonestado por ello y obligado a pasar toda la tarde limpiándolos con sus propias manos y tan solo un cepillo y una cubeta. No que importara, dado que en venganza Kushina había vuelto a pintarlos en el instante en que los habían limpiado, aún cuando la hubieran obligado a limpiarlos todos de nuevo una vez más. Había valido la pena.

La voz suave y calma pero segura del rubio detuvo las cavilaciones de la pelirroja —Fui yo sensei, quería practicar mi puntería con kunais y no tenía uno...

Sorprendida, alzó la mirada al niño rubio, el cual permanecía observando al sensei de ambos con la misma mirada serena y neutral. Sin siquiera una mueca o una señal de que estuviera mintiendo. Hiroto-sensei la miró a ella, a sus nudillos, y luego al rubio y frunció el entrecejo. Era evidente que Minato estaba mintiendo dado que, no solo no parecía propio de él –y su intachable conducta perfecta junto con sus intachables calificaciones perfectas- sino que había moretones y sangre en los nudillos de Kushina, prueba irrefutable de que era ella quien había agujereado la puerta y no Minato, cuyas manos permanecían sanas y salvas y en perfecto estado. Aún así, no podía desestimar la confesión del rubio, así como no podía ignorar la sangre en los nudillos de Kushina. Si así era como querían que fueran las cosas, así serían.

—Los dos se quedarán después de clases —anunció, con severidad, tomando nota mental para su informe. Tenía que notificar a Hokage-sama, tal y como le había sido ordenado.

Kushina frunció el entrecejo —¡¿Eeehhh? —no era que le importara o que tuviera que hacer algo mejor, no realmente. Dado que no había nadie esperando por ella en casa y nadie aguardando en ningún lado. Sin embargo, no quería quedarse en la academia tampoco. Menos aún atrapada con el niño ese.

Mientras que Minato solo asintió —Si, sensei —sin siquiera dedicar otra mirada a Kushina. Y de hecho, notó ella, no volvió a hacerlo en todo el día. Mirarla, eso era. Ni siquiera cuando llevaban horas ya en el aula vacía, escribiendo una y otra y otra vez que "los kunai no son juguetes" en un largo y eterno pergamino hasta que los dedos empezaron a dolerles y el sol empezaba a caer afuera del aula, llenando de un cálido tono anaranjado hasta el último rincón de la habitación. Minato en una esquina y Kushina en otra.

La pelirroja, en cambio, no dejó de ojearlo de vez en cuando en toda la tarde, viendo como continuaba escribiendo una y otra vez lo mismo sin manifestar el menor cansancio o el menor resentimiento por haber sido forzado a aquel tedioso castigo. Kushina, por su parte, lo estaba odiando; especialmente porque los nudillos continuaban doliéndole de cuando había agujereado la puerta con sus puños, haciendo casi imposible que escribiera rápida y fluidamente. Su caligrafía no era precisamente bonita y prolija tampoco. Con curiosidad, se puso de pie e intentó ver por encima del hombro del niño. Frunció el entrecejo. ¡Tenía caligrafía delicada y minuciosa!

Infló las mejillas y se dejó caer una vez más en su asiento, cruzada de brazos —Escribes como una niña —¿acaso había algo que no hiciera bien? ¿Algo que sus sensei pudieran calificar de otra forma que no fuera excelente? Kushina estaba harta, harta de escuchar a sus sensei elogiar a aquel enclenque por sus notas y sus resultados en las prácticas de lanzamiento de kunai. ¡Ni que fuera tan bueno-dattebane!

Minato, parpadeando curioso, tomó una de las puntas de su pergamino y tiró de ésta para examinar su pulcra caligrafía —¿Eso hago?

—¡Por supuesto! —exclamó, ahora más indignada. ¿Por qué no reaccionaba como debería, como los demás? ¿Por qué había dicho que había sido él, para empezar, cuando no lo había sido? No tenía sentido. Ella era una forastera, después de todo, ¿por qué había mentido?

Minato le dedicó una mirada sincera —¿Y cómo debería hacerlo? —genuinamente curioso por sus palabras.

Kushina frunció el entrecejo e infló las mejillas aún más frustrada. Estaba burlándose de ella, ¿verdad? No había otra explicación —Pues... Pues... Menos como una niña-ttebane.

—¿Y cómo lo haces tu? —inquirió, intentando ver el contenido del pergamino en el que la pelirroja llevaba horas escribiendo, igual que él.

Pero Kushina rápidamente enroscó el pergamino torpemente y lo escondió tras su espalda. Rostro enrojecido, mirada de enfado —¡Eso no es asunto tuyo!

—Oh... Está bien —y, sin más, se volvió a su pergamino en el cual continuó escribiendo "los kunai no son juguetes" una y otra vez.

Ella, en cambio, volvió a sentarse en su asiento e intentó alisar su pergamino algo abollado. Su caligrafía era horrible, definitivamente. Y el niño enclenque rubio debía saberlo seguramente, por eso le había dicho aquello, para burlarse de ella. Como todos-ttebane... Aún así, no lo entendía. ¿Por qué había dicho que había sido él? ¿Por qué había mentido para protegerla? No que hubiera funcionado, por supuesto, ni que hubiera funcionado en algún otro momento. Pero no lo entendía. Suspiró, mirando en su dirección una vez más. Quizá solo era tonto... Definitivamente lo parecía un poco... No había forma que alguien así pudiera convertirse en Hokage. No antes que ella.

Entones, él miró en dirección de ella, en el preciso instante en que Kushina había estado mirándolo a él, y la pelirroja rápidamente dio vuelta la cabeza, clavando sus ojos en la hoja delante suyo, sumamente quieta. Minato habló, voz calma —Deberías hacer que te revisen esos nudillos...

—¡Y tú deberías meterte en tus asuntos-dattebane! —retrucó, agarrando su lápiz y empezando a escribir furiosamente, arañando violentamente el papel, ojos clavados una vez más en el papel. No lo entendía realmente. Pero el no entenderlo empezaba a molestarle aún más. Después de todo, estaba convencida de que se estaba burlando de ella de una forma u otra –como todo el mundo hacía-, solo que no podía darse cuenta cómo. Y eso la irritaba aún más. El niño enclenque rubio intentaba pasarse de listo. Estaba segura.

Cuando Hiroto-sensei volvió, media hora después, y les dijo que podían marcharse, Minato solo asintió, entregó su pergamino al hombre y se despidió amablemente de él hasta el día siguiente. Molesta, Kushina dejó su pergamino agujereada (dado que en su entusiasmo y frenesí por escribir rápidamente había terminado haciendo demasiada fuerza y rasgando el papel) y salió apresuradamente tras Minato, frente al cual se detuvo, señalándolo con el dedo índice. El rubio se detuvo, observándola perplejo —No te creas que con esto me ganaste o que te debo. Ya verás, ¡me convertiré en Hokage antes que tú-ttebane! ¡Y todos tendrán que reconocerme!

Para su sorpresa, Minato no se había echado a reír como lo había hecho el resto, ni se había burlado de su sueño así como no había acotado nada gracioso a éste. En su lugar, simplemente le había sonreído, amplia y genuinamente, y dicho —Si. Esfuérzate —enfureciéndola aún más.

Se estaba burlando de ella, ¿verdad? ¿Verdad? Kushina apretó los dientes, aún apuntándolo con su dedo índice. Éste último empezando a temblar de la furia contenida. ¡¿Cómo se atrevía? Su rostro enrojeció —Lo digo enserio-dattebane, ¡ya veras! —y, sin más, había empezado a correr molesta, lejos del enclenque rubio que tanto la enervaba. Su largo cabello, aún largo cabello a pesar de su intento de deshacerse de éste, ondeando tras de ella. Todo era culpa de él, había pensado. Si no se hubiera entrometido, si no hubiera aparecido, ahora no tendría ese cabello feo flameando a sus espaldas.

Kushina sonrió, recordando todo esto. Minato la había ayudado, incluso entonces, solo que ella había estado muy enfurruñada y muy herida y se había sentido muy sola para notarlo. Entonces, había creído que Minato se había estado burlando de ella. Por una simple razón, todos se burlaban de ella, por aquel entonces. Lo que le recordaba... Que el muy cabeza hueca le había dicho todas esas tonterías que Kushina no podía descifrar, dado que Minato no había vuelto a hacer un comentario de ese estilo al respecto. Y ella no sabía qué interpretar. No a sus diecisiete años de edad. Kushina sabía, sin embargo, que amaba a Minato. Desde ese día lo había hecho. Solo que... no sabía qué hacer al respecto —¡Ahhh! ¡El muy tonto-dattebane! —no cuando él continuaba actuando como siempre. Calmo y afable y agradable con ella y todo el mundo por igual. Así era Minato, después de todo, por lo que a Kushina no le sorprendería que se convirtiera en un Hokage ampliamente amado, sino el más amado de todo Konoha. Eso no significaba, por otro lado, que no le desesperara y quisiera golpearlo en ocasiones. Como en aquel preciso momento.

Bufando, se detuvo en seco al ver que había arribado al campo de entrenamiento que Minato usualmente usaba para entrenar con Jiraiya-sensei. ¿Cómo había llegado allí ó por qué? No tenía idea. Sin embargo, de una forma u otra lo había hecho. Y, para su sorpresa, Minato se encontraba allí también, acostado boca arriba sobre la hierba con un brazo a modo de almohada bajo su cabeza y con la otra mano libre arrojando un kunai al aire y atrapándolo al caer y haciéndolo girar distraídamente entre sus dedos, ojos completamente cerrados. Su semblante, como usualmente, dejaba entrever calma y serenidad. Aunque había, también, una pequeña arruga en su entrecejo. Minato, concluyó Kushina, estaba completamente sumido en sus pensamientos. Sonriendo maliciosamente para sí, decidió jugarle una broma y asustarlo apareciéndole de sorpresa. Ya que, al parecer, el rubio no se había percatado de su presencia. ¡¿Qué clase de ninja es-dattebane?

Caminando lo más silenciosamente posible hasta donde estaba el rubio, atravesando el pequeño campo de entrenamiento, se detuvo de pie junto a éste. Inclinándose con curiosidad sobre él, lista para asustarlo. No obstante, se detuvo en seco al ver la expresión contrariada del rubio y la forma en que sus agraciadas y usualmente calmas facciones se contorsionaban suavemente en una mueca de contrariedad. Su despuntado y brillante cabello amarillo enmarcando su rostro. La sonrisa maliciosa de Kushina se suavizó en una sonrisa suave. Era agradable, verlo de esa forma. Y aunque se lo negaba constantemente, tenía que darle la razón a Mikoto: Minato sí había crecido para convertirse en una persona atractiva (los centenares de kunoichi que pululaban a su alrededor siendo prueba más que fehaciente de ello, aunque el rubio era sumamente modesto al respecto). Sin embargo, aquello era algo que se rehusaba a admitir en voz alta. Especialmente porque, recordó, aún estaba enfadada con él por decir todas esas idioteces todos esos años atrás y luego no decir nada más. Y, además, porque Kushina era y siempre había sido del tipo orgullosa.

Cuando Minato volvió a arrojar el kunai al aire, ojos completamente cerrados, en un gesto distraído, Kushina vio una brecha. Sonriendo, lo atrapó a pleno vuelo y lo hizo girar en su dedo, aguardando a que dejara de girar y sosteniéndolo con el dedo índice por la argolla al final de la empuñadura, mientras que mantuvo su otra mano en la cadera. En su rostro se dibujó una amplia y pícara sonrisa, dientes blancos descubiertos y todo. Mientras que su largo cabello carmesí caía hasta prácticamente llover sobre el rostro de Minato, pero sin realmente hacerlo, sin realmente tocarlo, dado que el largo terminaba a duras penas más arriba. En silencio, aguardó hasta que el rubio se percatara de que el kunai no volvía a caer y abriera los ojos. Lo cual no se demoró demasiado.

Al verlo parpadear ligeramente desconcertado, se acuclilló a su lado y se volvió a inclinar sobre él, sobre su rostro, su cabello rojo ahora cayendo a ambos lados del rostro de Minato y continuando hasta descansar contra la hierba. Kushina sonrió. Y Minato se sentó súbitamente, haciendo que la pelirroja tuviera que retroceder su rostro de encima del de él rápidamente para evitar que la golpeara con la cabeza al levantarse —K-Kushina —exclamó Minato, sorprendido. Y... ¿algo tenso? Una pequeña gota de sudor cayendo por el costado de su rostro.

Kushina frunció el entrecejo. Quizá estaba enfermo o incubando algo. Después de todo, su última y más reciente misión había sido en Amegakure. Y allí llovía mucho. Además, no era propio del "discípulo favorito del gran sannin Jiraiya-sensei" que no se percatara de que alguien se había acercado a él sigilosamente. No, usualmente anoticiaba cualquier atacante a más de un kilómetro de distancia con tan solo un mero análisis. Y ella no era más que una chuunin, después de todo —¿Qué sucede contigo? ¿Tienes fiebre o algo-dattebane? —apoyando su mano en la frente del rubio—. Quizá debas ir a ver a Tsunade-sensei.

Torciendo el gesto, Minato desvió el rostro a un lado (en la dirección opuesta en que se encontraba Kushina) y, con suavidad, tomó la mano de la pelirroja y la removió de su frente —No estoy enfermo —voz baja, calma.

Kushina, inflando las mejillas, se dejó caer en la hierba, sentada, y se cruzó de brazos. Su largo cabello –cada vez más largo, notó Minato-, cayendo por su espalda y enrollándose delicadamente en la hierba —¿Sabes? Así no llegarás nunca a Hokage, si dejas que te sorprendan con la guardia baja de esa forma.

Minato se abstuvo de decir que, de una forma u otra, ella siempre lo sorprendía con la guardia baja. Ya fuera por su errático e impetuoso comportamiento y la forma en que éste cambiaba tan rápida y espontáneamente –como una flama que ondea y crece y mengua con el viento-, o simplemente con su mera presencia. Kushina lo desconcertaba. Y, lo peor, era que le agradaba eso de ella. Kushina le agradaba.

Sonrió, cerrando los ojos —Entonces tendré que esforzarme más. O mi rival para ser Hokage se me adelantará —tono de voz suave y calmo, como era propio de él.

Kushina desvió la mirada a un lado, brazos aún cruzados, curvando los labios hacia abajo —¡Ya no me importa ser Hokage-dattebane! —después de todo, solo había dicho eso para ser dar una buena impresión y ser aceptada y ahora que ya lo era, aceptada y reconocida, no tenía sentido continuar insistiendo con ello. Además, con el reconocimiento de Minato le bastaba. Él, en cambio, sí sería un día Hokage, un gran Hokage, de eso estaba segura. Aún cuando lo hubiera dudado en la academia.

Minato parpadeó —¿No?

—No. ¡Así que más te vale que lo logres-ttebane! —exclamó, sonriendo—. O de lo contrario te buscaré y patearé tu trasero.

Él sonrió también, asintiendo —Si. Me esforzaré. Porque sé que Kushina siempre cumple sus promesas.

Ante sus palabras, la pelirroja se sonrojó. Sin embargo, se recobró rápidamente —¡Claro que si, puedes apostarlo-dattebane!

—Si. Prometo que me convertiré en Hokage. Y te protegeré a ti y a toda la aldea.

Los ojos azules de Kushina se abrieron desmesuradamente y su rostro enrojeció violentamente una vez más, prácticamente igualando el rojo vibrante de su largo cabello carmesí. Bruscamente y, abochornada, se puso de pie. Señalándolo con su dedo índice —¡Yo no necesito que me protejas-ttebane! —¿qué se suponía que significaba eso?

Minato alzó la mirada a ella, sin dejar de sonreír esa calma y amable sonrisa que ponía tan nerviosa a Kushina —Lo sé. Porque eres fuerte. Aún así, no me gustaría volver a estar a punto de perderte, como la última vez. Especialmente porque tienes el Kyuubi adentro. Por esa razón, me convertiré en Hokage —aseguró, apoyando su puño suavemente contra su pecho, contra su chaleco verde oscuro de jounin—. Para proteger esta aldea, que es nuestro hogar.

Nuestro. Nuestro. Nuestro. Kushina descendió suave y lentamente el acusador dedo. Sus ya no tan redondeadas mejillas arrebolándose nuevamente. ¿Por qué se sentía tan rara? Seguro, era lo que siempre había querido. Que Konoha se convirtiera en su hogar y finalmente lo había hecho, mayoritariamente gracias a Minato también. Así como también sabía que el rubio se había referido a eso. Sin embargo, las palabras de él la habían hecho sentirse rara. Incómoda. Y sofocada una vez más. Algo que odiaba, claramente. Después de todo, odiaba sentirse así alrededor de Minato, especialmente porque odiaba no saber qué hacer con todo eso —¿Proteger...?

Minato sonrió —Si —y alzó la mirada hacia la aldea, desde donde se podían ver las tres cabezas de los Hokage talladas en piedra—, quiero un día ser capaz de proteger a esta aldea. Y a las personas que son importantes para mi. Eso deseo.

La expresión de Kushina se suavizó y, en silencio, contempló el perfil de Minato por un instante. Sus facciones aniñadas y delicadas habían desaparecido considerablemente, dejando paso a un semblante más determinado y varonil. De hecho, Minato había dejado de ser ese niño raro y con aspecto de niña que Kushina había conocido tiempo atrás. Al menos, para ella, lo había hecho. No obstante, no se había percatado, no hasta ese momento al menos, que no solo había dejado de lucir como un niño afeminado, sino que se había convertido en un hombre. En un shinobi, hecho y derecho. Uno del que Kushina se había enamorado, inevitablemente.

—Pero antes quiero convertirme en sensei —sonrió, ampliamente. Mostrando sus blancos dientes y volviéndose a ella—. Quiero ser un gran sensei como Jiraiya-sensei. Y pasar la voluntad de fuego de la que Sandaime nos habló. También, quiero encontrar eso que sensei llama "paz" —apoyó sus manos en sus rodillas y se sirvió de éstas para ponerse de pie, sonriendo—. Y estoy seguro que podré hacerlo si tengo a Kushina a mi lado.

El calor y sofoco y el color rojo volvió a inundar cada línea y curva de su ahora ligeramente más femenino rostro. Y ahí estaba otra vez, diciendo esas cosas con esa gran y brillante sonrisa y haciéndola sentirse rara. Lo odiaba, porque su corazón parecía querer golpearse tercamente una y otra vez hasta la muerte contra su caja toráxica (dado que al parecer su corazón era tan terco y cabezotas como ella misma), cada vez que hacía eso. Y, sin embargo, no hacía ni decía nada más, salvo sonreírle de esa forma. Y otra vez, Kushina no sabía qué pensar. Minato la confundía.

Molesta, volvió a señalarlo acusadoramente—¡Eso es algo ambicioso, ¿no crees-ttebane?

Minato parpadeó —¿Eso crees? —voz genuinamente curiosa.

Kushina no supo que decir. Sinceramente, porque no lo creía. De hecho, creía que Minato podía llegar tan lejos como lo deseara, creía y confiaba en él, pero no estaba dispuesta a admitirlo. No en voz alta. Y no a él —Creo que hablas mucho —se cruzó de brazos—. No lo creeré hasta que seas Hokage.

El rubio cerró calmamente los ojos, suave sonrisa en los labios —Ya veo. Entonces me convertiré en Hokage, ya lo verás —y los abrió una vez más, dando un paso firme hacia ella. Sus expresivos y afectuosos ojos cerúleos clavados en los azules de Kushina, la cual retrocedió instintivamente, tensándose.

Cuando Minato volvió a dar otro paso hacia ella, sin embargo, Kushina no pudo tolerarlo más y se plantó firmemente en el suelo. Su corazón golpeándose una y otra y otra vez violentamente contra su esternón. Luego, sin más, y sin poder detenerse a sí misma, le dio un fuerte empujón con ambas manos y lo sentó nuevamente en la hierba debido a la fuerza que había usado. Cerrando los ojos y con el rostro enrojecido, exclamó —¡Idiota-dattebane! —y, sin aguardar más, dio media vuelta y empezó a correr. Largo cabello rojo ondeando a su espalda. Hasta que desapareció del campo de entrenamiento por completo.

Minato, sentado en la hierba, con las manos apoyadas en ésta a ambos lados de su cuerpo, parpadeó desconcertado, observando el lugar por el que la pelirroja había desaparecido, otra vez. ¿Qué había pasado? Se preguntó.

No, definitivamente había cosas que aún ni él mismo entendía de Kushina. Y empezaba a creer que nunca comprendería. No mientras ella continuara haciendo eso cada vez que él intentaba acercarse. No mientras Kushina continuara golpeándolo cada vez que intentaba dar un paso, lo cual sucedía seguido.

Definitivamente, Kushina era confusa. Al menos eso había estado pensando, cuando ella había arribado. Y aún lo hacía.

Si, definitivamente aún lo hacía.

Kushina era confusa.