LÓBREGA PRIMAVERA
El sol caí brillante y cálido sobre la espesura del Bosque Verde intensificando los colores de los árboles y plantas que allí crecían. Parecía un día estupendo para recorrer los senderos, admirar la belleza de la naturaleza, sentir la briza que regocija los sentidos y reconforta el alma.
El día transcurría apacible para los habitantes del Reino del Bosque Verde, cada uno dedicado con ahínco al perfeccionamiento de su arte o destreza. Era encantador escuchar y contemplar a los elfos que hacían gala de sus melodiosas voces al entonar antiguos cánticos, los cuales, eran acompañados por bellas danzas.
Entre los árboles podían distinguirse a los pequeños elfos que corrían y reían animadamente; unos escondidos cuidadosamente entre los troncos, hojas y arbustos, mientras otros parecían buscar discretamente a su compañero de juego. Algunos más preferían sentarse en el césped o trepar a la copa de los árboles para contemplar el cielo o; conversaban con gran interés sobre diversos temas.
En los árboles y la tierra había suculentos frutos que eran recogidos, limpiados y posteriormente distribuidos entre la gente del pueblo. Bajo la sombra que proyectaba la arboleda podía verse a varios grupos de elfos que escuchan, reflexionaban y preguntaban con gran interés al elfo que les narraban las historias de su pueblo.
Los elfos aprendían y se esmeraban por convivir en armonía entre sí y con su entorno. El bosque entonces parecía vibrar al unísono con la vida del pueblo élfico y acogía con calidez a sus habitantes proveyéndoles refugio, abrigo y comida.
Esa sensación de candidez le embriagaba los sentidos y le inflamaba el pecho de felicidad, cerró los ojos, alzó el rostro al cielo y agradeció a Ilúvatar. Entonces un sutil viento movió sus cabellos y depositó un agradable aroma a su alrededor. No sabía cuánto tiempo llevaba en ese estado pero podía percibir que los sonidos y la actividad a su alrededor parecían ir apagándose.
Suspiró profundamente antes de abrir los ojos, de pronto, todo estaba oscuro, como si la noche lo hubiera tomado por sorpresa en lo más profundo del bosque. Se sobresaltó al no poder distinguir silueta alguna ni siquiera la de sus manos frente a su rostro. Su corazón empezó a retumbar en el pecho y su respiración iba agitándose. Extendió ambas manos tratando de palpar al frente o a los lados para intentar no tropezar; caminó despacio pero no tocaba nada. ¿Dónde estaba?, ¿acaso se había dejado llevar imprudentemente por sus sentidos? Alzó la vista para tratar de ver las estrellas y poder entonces ubicarse, pero era inútil.
La oscuridad era impenetrable, comenzó a desesperar, llevó las manos a la cara para tocar sus ojos e intentó masajearlos para acostumbrarlos a la penumbra, nada pasó. Entonces gritó intentando llamar a alguien pero su voz parecía perderse en aquel lugar. Lentamente siguió caminando y decidió ponerse de rodillas palpando el suelo, podía sentir la tierra húmeda y las hojas pero ningún árbol cercano, probablemente se encontraba en un claro; lo cual era extraño dado que el bosque era denso y pocos lugares había en los que la tierra le hubiera ganado campo a la portentosa floresta.
Pero entonces ¿por qué no podía ver la tenue luz de lo que parecía ser el cielo nocturno? Un pensamiento lo perturbó ¿estaría perdiendo sus sentidos? El conocía perfectamente el bosque hacía cientos de años que escudriñaba sus rincones, entonces ¿cómo era posible que se sintiera perdido y vulnerable? Intento calmarse, decidió que era mejor quedarse donde estaba esperando a que la luz del amanecer le revelara su ubicación. Se tendió sobre el suelo e intento aguzar sus sentidos, los elfos eran criaturas extraordinariamente sensitivas, sin embargo, aquella negrura comenzaba a nublarle la mente.
El viento sopló con fuerza inusitada moviendo salvajemente árboles y plantas produciendo crujidos que parecían lamentos de la vegetación cuya aparente calma había sido turbada. De pronto un estruendo a unos pocos metros le obligó a levantarse de golpe, rápidamente sacó una daga del cinto; se tensó y esperó. El silencio volvió a reinar en aquél lugar entonces percibió un roce ligero en una de sus mejillas, volteó extendió un brazo sin dejar de empuñar firmemente la daga con el otro; después un pequeño empujón lo movió, nada podía distinguir en aquella lobreguez.
Definitivamente algo estaba muy mal, una corriente fría recorrió su espina dorsal. Risas bizarras, gritos, llantos, pisadas apresuradas, susurros lastimosos y entonces innumerables resplandores iluminaban fugazmente el lugar de tonos carmesí, avanzó lentamente hacia donde se deslizaban las luminiscencias, cada paso que daba le hacía sentirse terriblemente asfixiado y el calor intenso lo mareaba.
La marcha se hacía más difícil sentía las piernas entumecidas, paró e intentó ayudarse con las manos; de pronto éstas se encontraron envueltas por una sustancia viscosa y cálida. Las luces eran cada vez más intensas y lastimaban su vista pero sólo así podía ver momentáneamente el sitio; miró hacia el suelo y lo que vio allí lo estremeció. Sus piernas estaban enganchadas al cuerpo de un pequeño elfo cuyo cuerpo era apresado por un pantano ensangrentado.
En el entorno se fundían atronadores ecos desgarradores con el convulsionado follaje; cuidadosamente movió el cuerpo del niño elfo y se dio cuenta de la terrible herida que tenía en el cuello por la cual brotaba todavía la sangre, cubrió la herida con su mano para contener la hemorragia, lo cargó y se movió lo más rápido que pudo, tenía que llevarlo con los curanderos pero se le hacía imposible saber siquiera donde se encontraba así que se detuvo miró al pequeño en sus brazos estaba mortalmente pálido, lánguido, sin embargo, éste le dedicó una apacible mirada y de sus ojos se desprendieron dos gruesas lágrimas con las cuales su alma abandonaba el cuerpo.
Horrorizado trozó parte de su túnica, envolvió el cadáver del niño elfo; se incorporó con los miembros temblorosos y se dirigió hacia las luces enceguecedoras, necesitaba descubrir lo que estaba pasando y apresar al culpable de semejante atrocidad. Pero aquel pantano sanguinolento no le permitía moverse, el hedor a sangre, los bramidos y la angustia le hacían doler profundamente el pecho.
No podía respirar estaba empapado en excrecencia de esa tierra pero siguió avanzando, cuando estuvo cerca de los destellos el calor era más intenso que nunca, los aullidos y las carcajadas siniestras eran ensordecedores. Sentía que desfallecía, en aquel momento alguien tropezó contra su espalda inmediatamente volteó con la daga aún en la mano, se acercó al cuerpo de una elfa que permanecía tendida sobre el suelo. Removió los largos cabellos del rostro de ésta y se encontró con unos ojos desorbitados por el pánico y el dolor, estaba gravemente quemada, de pronto ella se soltó de su agarre y salió corriendo hasta que se escuchó un sonido hueco y un grito desgarrador que provenían de la dirección en la que había huido la joven elfa.
Los resplandores se extinguieron, el silencio fue absoluto, podía escuchar su respiración y su corazón. De pronto, estalló el lugar en llamas que consumían con rapidez todo lo que encontraban a su paso, sentía su piel arder, el calor era abrazador, corrió lo más lejos que pudo mientras desesperado gritó por ayuda, sus pulmones estaban congestionados por el humo y sus ojos escocían. Siguió corriendo, el fuego estaban por todas partes, finalmente reconocía el lugar, estaba alcanzando el acantilado por el que corría el río que circundaba el palacio del Bosque Verde.
Detuvo de golpe su carrera, la escena era verdaderamente terrorífica, había elfos que envueltos en llamas corrían y se arrojaban al río, mientras otros se internaban en el bosque en un intento desesperado por mitigar el terrible sufrimiento. En los alrededores estaban esparcidos los cadáveres de los elfos acribillados, la tierra se humedecía y se teñía con la sangre de su pueblo.
Miraba desesperadamente hacia todos lados, las llamas devoraban todo. Una elfa corría pidiendo ayuda, él se apresuró a llegar a donde ella se encontraba. Al momento, una flecha atravesó el pecho de la mujer que se desplomó violentamente. Escudriñó el lugar en busca del agresor, nada excepto cuerpos habían allí.
Se dejó caer pesadamente sobre sus rodillas, sus ojos comenzaban a nublarse, gritó a todo pulmón golpeando con fuerza la tierra hasta que sus nudillos comenzaron a sangrar. Exigió al atacante mostrar su rostro pero sólo el crepitar del furioso incendio respondió. Las llamas se acercaban más a él, el olor a carne quemada era insoportable pero, lo había decidido dejaría en ese lugar su cuerpo para reunirse con su gente en las Estancias de Mandos.
Tumbado sobre la tierra, mareado por las emanaciones y con la piel inflamada logró escuchar una voz que lo llamaba, le resultó familiar, logró reunir la poca energía que le quedaba y se incorporó. El incendio estaba ya casi sobre él, nuevamente percibió la voz, caminó dando tumbos hacia el puente que cruzaba el río y apuntaba a una de las puertas de entrada al palacio. Allí pudo distinguir la figura de un elfo de cabellos dorados y penetrante mirada gris, era su padre.
Marchó dirigiéndose a su padre, la vista se le ensombrecía y sentía sus miembros temblar pero debía llegar a él, debía obtener respuestas, debía al menos intentar salvar al Rey del Bosque. Cuando estuvieron frente a frente su padre le sonrió y con un ágil movimiento hundió la espada en el pecho de su hijo.
Sintió un agonizante dolor, bajó la mirada y vio la espada clavada en su pecho. Las lágrimas comenzaron a escurrir por sus mejillas, un sabor metálico invadía su boca; abundante sangre escurría por la empuñadora de la espada hasta la mano de su padre que seguía con la mirada al piso y sosteniendo firmemente el arma.
De momento escuchó un suspiro y su padre habló –Ionneg, ¡Anda luumello! (Hijo, ¡Cuánto tiempo!)- No podía pensar con claridad sólo las incesantes oleadas de dolor y la sangre que le impedía respirar ocupaban su mente. En ese momento sintió el filo de la espada desplazarse muy lentamente fuera de su cuerpo, entonces, cayó estrepitosamente y la sangre cubrió su rostro.
Entrecerró los ojos intentando enfocar el rostro del elfo que lo había atacado, aún agonizante como estaba se negada a creer que hubiese sido su padre. Entonces lo vio allí indolente, terriblemente apacible, en aquel momento le devolvió la mirada, éste se agachó acercándose a su oído y dijo - Muilelya yéva muina- (Tú secreto estará oculto). Cerró los ojos y murmuró –Adar- (Padre)
