Querido padre

Sé que prometí escribirte seguido; pero como verás eso no me ha sido posible. A dos meses de mi matrimonio con el Rey Leopold mi vida no es menos miserable ni vacía. A pesar de sus constantes y generosos detalles no me hace sentir como su esposa; más bien me siento presa por él, por este castillo, por el recuerdo de su difunta esposa. Cada paso que doy, cada palabra que digo va acompañada por irritantes comentarios sobre como la reina Eva lo hubiera hecho, dicho, pensado…

Conseguí enviarte esta carta aprovechando que el rey salió con su hija de viaje y gracias a un intercambio que hice con una de las criadas; pues mi esposo me tiene prohibido cualquier contacto con el exterior a menos que él me acompañe o autorice. Espero que tal prohibición sea temporal porque no sé cuánto tiempo más vaya a resistir estar encerrada en este lugar escuchando a cada instante la exasperante voz alegre de Snow White. Voz misma que estoy esperando el momento ideal para callar de una vez por todas. A veces pienso que esa sed de venganza no es lo que quiero para mi vida; pero si sé que de no sentir esta inmensa rabia y este permanente dolor no habría motivo alguno para siquiera abrir mis ojos cada día.

Quisiera contarte con detalle las increíbles cosas que puedo hacer como reina; pero tales aventuras distarían mucho de la realidad y a ti simplemente no te podría mentir. Cada uno de mis días es igual que el anterior. No sé si quejarme o resignarme. Quizás es porque aún no me acostumbro a la vida de una mujer casada y mucho menos a la de una reina, pues siempre vislumbré mi futuro como dueña de mi propio destino, junto a Daniel cabalgando por horas, y no luciendo abultados vestidos y pesadas joyas, tomando el brazo de un hombre que no ve en mí más que un adorno digno de ser lucido delante de otros monarcas que lo único que hacen es juzgarme y burlarse de mí, o al menos eso me hacen sentir con sus inquisidoras miradas.

Cada mañana sobre la ventana creo ver el reflejo de Daniel, es como si me intentara recordar aquello que pudimos ser y no fuimos. Tal vez me ha dolido tanto su pérdida que ya hasta estoy perdiendo la razón y todo a mi alrededor se ha ido desdibujando y perdiendo todo sentido. Seguramente por eso es que desde hace unos días he pensado tanto en cuando era tan solo una niña, tu niña. Aquella que tenía como mayor preocupación correr lo suficientemente rápido para lograr ver sobre la colina como se ponía el sol junto a su padre. Aquella que ponía su cabeza sobre la almohada cada noche y sentía como su mundo, mágicamente, cambiaba de color… Extraño sentirme así.

De algo estoy segura padre y es que si esta vida de amargura es el precio que tengo que pagar por escapar, al fin, del control de Cora entonces habrá valido la pena cada lágrima derramada en silencio y cada grito reprimido en soledad.

Regina