"Lo siento, no siempre es suficiente, quizás porque se utiliza muchas veces, como arma, como excusa. Pero cuando lo sentimos y lo utilizamos como es debido, cuando lo pensamos… cuando nuestras acciones dicen más que las palabras… cuando lo hacemos bien, lo siento es perfecto. Cuando lo hacemos bien, lo siento nos redime."
Estaba frente a la ventana del apartamento que compartía con Ronald Weasley. Era un día muy londinense, el cielo estaba cubierto, había mucho viento y la gente caminaba con bufandas y abrigos, sonriéndose entre sí, incluso sin conocerse. Todos parecían felices, todos menos ella.
Observaba la ventana indecisa, sin saber qué debía hacer. Había encontrado la prueba de que su novio desde hacía un año y medio, le estaba engañando con Lavender Brown, y él sabía que ella se había dado cuenta, pero fingían. Siempre lo hacían. Todo era tan rutinario que hasta los te quiero salían de sus bocas sin sentimiento. Habían pronunciado tantas veces ese "Lo siento", que esta vez no sería suficiente, o al menos, eso creía Hermione.
Había dejado en el despacho de auror de Ron una carta, en la que le pedía que en el tiempo libre del almuerzo fuera a casa, que tenían que hablar. Y aunque fuera un texto escrito, aquella frase de tenemos que hablar era conocida por todos. Cerró los ojos mientras escuchaba el sonido del aire contra las ventanas, y sonrió amargamente.
Había pasado un año y medio desde la Gran Batalla. El primer mes fue uno de esos en los que no tienes tiempo para tí. Todo el mundo mágico se había movilizado, volviendo a poner cada columna en el lugar que le correspondía de Hogwarts. También habían creado un cementerio para los caídos, habían hecho tantas cosas en un mes que parecía imposible. Y justamente en ese mes Ron y Hermione se habían conocido como algo más que amigos, habían sido felices durante ese mes, y durante el siguiente. Pero el tercero los horarios por parte de Ron no se cumplían, y llegaba oliendo a perfume de mujer. Pero Hermione lo dejó pasar entre "lo siento" y besos. Y Ron le prometió que no volvería a pasar.
Pero pasó, y no una, ni dos, ni tres... ni siquiera veinte veces. Pasó todos los días durante un año después. Todos, sin excepción. Y cuando Hermione le pedía explicaciones él sólo susurraba un "lo siento" muy característico en él. Y le besaba en los labios. Y se sentaba a ver la televisión con un bocadillo en la mano. Y Hermione se iba a dormir.
En ese mismo instante, no comprendía por qué lo siento, en aquellos momentos había sido suficiente. Tal vez porque era una vida estable, sin subes ni bajas, simplemente una vida. Una casa, una rutina, lo que ella había experimentado durante tantos años. Pero en ese momento la rutína no estaba sobre el vacío y la soledad, y sabía que en ese momento un lo siento no funcionaría.
La puerta sonó, indicando que el pelirrojo había llegado. Escuchó cómo soltaba su chaqueta sobre el respaldo de una silla, suspiraba y se acercaba donde estaba ella, en silencio. No hizo falta que Hermione se girara para que Ron lo comprendiera.
-Hermione, de verdad que... -comenzó el muchacho, pero Hermione sonltó una carcajada irónica, tan alta que no parecía ni suya. Se giró y observó con ojos fríos y calculadores a Ron, el cuál no sabía que hacer.
-Lo sientes, ¿no es así? -el pelirrojo asintió, intentando acercarse, pero sólo atinó a extenderle las rosas que a ella tanto le gustaban, pero Hermione las dejó caer. Ron observó los pétalos tirados sobre el suelo, y el ramo esparcido por la sala. Luego alzó la mirada hasta Hermione- ¿Cuántas veces lo has sentido ya, Ron? ¿Cuántas?
-Mira -le interrumpió Ron. Necesitaba que ella se quedara, quería que lo hiciera, que simplemente aceptara sus lo siento. No podía dejarle ahí-, te prometo que esta noche iré a casa de Lavender y le diré que no podemos seguir con esto. No me importa...
-A la que ya no le importa más es a mí, Ron -le contestó Hermione, con ojos llorosos. No podía seguir con aquel hombre que no tenía la decencia de quererle, ni siquiera de respetarle. Ron se tapó la cara con las manos, nervioso-. No hace falta que vayas a casa de Lavender a serme infiel, puede venirse a vivir aquí contigo, si lo prefieres...
-¿A qué te refieres? -preguntó, asustado. Hermione sonrió irónica y se alzó de hombros, señalando todo su alrededor. Ron no quería entenderlo, o simplemente no podía.
-Ya está -contestó, con voz cortada Hermione. Le temblaba todo el cuerpo, y al parecer las palabras no querían salir de su boca. Ron negó rotundamente con la cabeza-. Esto es así. Puede venirse, pero dile que al hacerte el desayuno cada mañana le dé al máximo, se hace antes y...
-No Hermione, no te vayas -le suplicó el pelirrojo, acercándose hasta ella, con mirada triste y agonizante. Pero Hermione no le prestó atención-. ¡Por favor no me dejes!
-Tú te lo has buscado, no lo hago por gusto -le aseguró la castaña, caminando por la sala, pisoteando una y otra vez los pétalos marchitos que había en el suelo. Ron estaba al borde de las lágrimas y de la desesperación, pero ella no estaba dispuesta a ceder-. Me has estado dando a entender todo este tiempo que lo que quieres es que me marche, que me quite de enmedio y que te deje tener una relación estable con Lavender. ¡Pasas más tiempo con ella que conmigo! Y por muy hipócrita que suene, creo que me merezco algo un poco mejor, tan sólo un poco...
Se quedaron en silencio y Hermione miró el calendario. Treinta de Octubre, al día siguiente sería Halloween, donde Ron un año antes le había dicho que nunca más la engañaría, que no le sería infiel. Y un año después lo reconocía sin escrúpulos, reconocía que realmente no había cumplido su promesa. Y para colmo esperaba que ella le perdonara y se quedara junto a él. Ron agarró la mano de Hermione, suavemente.
-Tengo que irme, Hermione -le dijo el pelirrojo, con una pequeña sonrisa de esperanza en el rostro-. Pero no te vayas, ¿vale? Espérate a esta noche y lo hablamos -Se fue a acercar para besar a Hermione pero la castaña se apartó bruscamente. Él ignoró por completo ese hecho y siguió sonriendo-. Esta noche, ¿eh? Que no se te olvide.
Y desapareció. Pero tan pronto como Ron se fue de la habitación, Hermione no hizo en absoluto caso de lo que le había dicho a Ron, y no se sentiría culpable, de ninguna manera. Comenzó a caminar hacia su habitación y sacó una maleta extensible que había comprado en el Callejón Diagon cuando era más pequeña y allí comenzó a guardar ropa y cualquier cosa que tuviera en aquella casa.
Había decidido por fin lo que haría, aunque no podía irse de inmediato, pero sabía de un lugar que seguramente ni él buscaría. Ese lugar era Grimmauld Place, y por mucho que Harry y Ginny vivieran allí, no se le ocurriría ir allí por esa razón obvia de que no sería a donde iría. Necesitaba ese lugar antes de preparar las últimas cosas que le quedaban para poder marcharse.
Varias horas después abandonaba el apartamento y comenzaba a caminar por las calles como un transeunte más. El día cada vez estaba más frío, tan sólo eran las doce y cuarenta y cinco minutos y ya comenzaba a helar. Ese era el problema de los días de viento gélido del norte.
Mientras caminaba por las calles, veía a la gente preparando ya las últimas cosas para Halloween, que sería al día siguiente. Los pequeños niños, ilusionados, iban con las calabazas en las manos, para prepararlas el día siguiente en clase, y otro llevaban el disfraz en las manos, recién comprado. Los mayores, llevaban enormes bolsas de caramelos para que los niños se fueran contentos de su casa.
Suspiró. Echaba de menos su infancia, esa en la que era tan feliz junto con sus padres. Recordaba que en un Halloween sus padres se habían disfrazado y le habían asustado cuando llegó del colegio, al igual que recordaba que Halloween era uno de los pocos días en los que podía comer caramelos con azucar. Y ahora no hacía nada de eso, simplemente, vivía como una sonambula, sin pensar lo que hacía. Suspiró de nuevo. La vida adulta era mucho más difícil de lo que parecía a ojos de los niños, aunque no más que la etapa adolescente.
Caminaba cuan autómata, sabía el camino hacia Grimmauld Place de memoria, y realmente le bastaba con proponérselo para llegar sin ningún tipo de esfuerzos. Casi media hora después, se encontraba bajo la vieja casa de los Black. Cogió aire firmemente, suponiendo que Harry estaría en casa porque sus turnos eran más flexibles que lo de Ron, y llamó a la puerta.
Unos pasos apresurados sonaron por el pasillo, mientras que la voz de una mujer, que era Ginny, gritaba: ¡Ya va! Hermione sonrió. Tener una casa tan grande no era una gran idea para la pelirroja, la cuál solía tardar bastante desde la cocina hasta la puerta. Cuando esta se abrió, un olor a limpio llegó hasta el olfato de Hermione y sonrió. La pelirroja, al ver la maleta se asombró, pero aun así dejó pasar a la castaña, sin decirle aun nada.
-¡Cariño, tenemos visita! -chilló la pelirroja, caminando delante de Hermione, dirigiéndola hacia la cocina, donde casi siempre se encontraban. Harry salió desde donde se encontraba el salón y lo primeró que observó fue la maleta en su mano, arrugó el ceño y subió la mirada hasta Hermione sorprendido.
Nadie dijo nada en ningún momento, no hasta que no se sentaron unos frente a otros en la larga y extensa mesa de la cocina. En el fuego se calentaba lo que parecía té, y la estufa estaba encendida, desprendiendo un agradable calor. Hermione observaba la mesa, sin saber qué hacer o qué decir. Sentía la mirada de ambos sobre ella.
-¿Ya vuelves a ser inteligente y has decidido parar de fingir? -preguntó, claramente Ginny, sorprendiendo a Hermione, la cuál alzó la mirada, casi sin comprender lo que ocurría, y se encontró con una pelirroja muy seria- Todos sabemos lo que ha pasado durante este tiempo, y yo suplicaba a Merlín que tuvieras el valor de ser fuerte.
-Estamos dispuestos a aceptar que te quedes aquí -continuó Harry, comprensivo, agarrando la mano de Hermione y apretándola levemente-. Nos da igual lo que diga, te puedes quedar el tiempo que quieras y...
-No, no necesito eso -contestó Hermione, mientras dejaba caer un par de lágrimas. Sus amigos se preocuparon, pensando que se arrepentiría y volvería a atrás, a casa, junto con Ron. Hermione se secaba las lágrimas lo más rápido que podía-. Sólo necesito que me ayudéis con unos trámites, nada más.
-¿Trámites? -preguntó Harry. Ginny simplemente se levantó, sabía que aquella conversación era de trabajo, un trabajo que ella no conseguía entender ya que jugaba con la política, la economía y la magia a la vez. Se dispuso a servir el té- Estás en un buen lugar en el comité de Magos, si es que necesitas un respiro por lo sucedido... -Hermione negó, e intentó explicarse, pero Harry no estaba dispuesto a hacerlo- O tal vez prefieras un puesto más superior, cerca del Ministro, ¿no? Podrías conseguirlo, propónlo en el comité y...
-Harry, por favor, escúchame -exigió la castaña, apretando la mano del moreno, que observó fijamente los ojos marrones de su amiga. Sabía por dónde iba la cosa-. Estoy muy bien en Leyes Mágicas, realmente lo estoy. Tengo buenos compañeros, un buen puesto... ¡Pertenezco a la Orden de Merlín! No puedo quejarme, además, llevo unas semanas sin ir y ni se quejan... pero lo que yo necesito, lo que quiero es una instalación rápida en otro país.
-¿Otro país? -preguntó Ginny, sin poder creerselo. Hermione bajó la mirada, esperando no recibir las palabras de súplica de la pelirroja, pero fue imposible- No lo hagas Hermione, por favor, no te vayas tan lejos, quédate con nosotros. Por favor...
-Lo siento...
Aquellas dos palabras, eran, justamente, las que Ron no paraba de pronunciar, pero aun así, Harry y Ginny supieron que realmente lo sentía, que aquello era sincero. Y comprendieron que era lo mejor, que debía marcharse, y que como buenos amigos le ayudarían.
-¿Dónde? -preguntó Harry, cogiendo pergamino y pluma y esperando a que Hermione hablara. La castaña alzó la mirada sin entender- Supongo que te urge, así que, ¿dónde?
-Francia, París -contestó Hermione, secándose de nuevo las cartas-. Asamblea General Mágica. Leyes. Simplemente pido eso, y que no preguntéis lugar de residencia.
Se quedaron en silencio, y Ginny, con ojos llorosos lo entendió. Alzó la mirada y la fijó en Hermione, la cuál la miraba intentando convencerla de que lo hiciera. Pero la pelirroja no podía entenderlo.
-Yo os quiero, os quiero mucho -comenzó la castaña-, pero creo que lo mejor será no volver aquí jamás, y mucho menos, que vosotros me busquéis a mí. No quiero tener un error más grave del qu he tenido este tiempo, y por eso mismo os digo, que si realmente sois unos buenos amigos, haréis un juramento inquebrantable en el que diréis que no me buscaréis. Si yo os necesito yo volveré.
Los ojos de Harry también se empañarón. Decidió mandar la carta por polvos flu, haciendo que llegara antes al destinatario. Hermione bebió el té tranquilamente, y cuando llegó la carta con la afirmación inmediata lo hicieron.
-Yo, Harry James Potter, juro no buscar en ningún momento a Hermione Jean Granger, ni decir su paradero.
-Yo, Ginevra Molly Weasley, juro no buscar en ningún momento a Hermione Jean Granger, ni decir su paradero.
-Lo siento...
