Una mujer, caminaba ensangrentada, en medio del camino. Estaba todo tan oscuro, que solo se veía al final una tenue luz amarilla. Quizás, para la vista de muggles, fuera una simple mujer con cortes, en los brazos y parte de la espalda.

Pero, para la vista de brujos, o cualquier entidad mágica, pudiese ver sus alas; largas y majestuosas, negras como la noche, pero a la ves, rotas. O por lo menos una de ellas.

Aquella mujer, sabia que no pasaría de esa noche. Pero, aún no podía morir, no sin dar a luz antes.

Llego, cerca de un parque, y un edificio grande. Con poca visión, visualizo el nombre "Orfanato". Hizo una mueca, no desea que su legado, se criara en un lugar tan sobrio como un orfanato. Pero era lo que había.

Cayo de espalda, en la entrada de ese orfanato. Solo querría morir, no aguantaba el peso de sus alas rotas, pero tenia que cumplir su ultima misión. Con la escasa energía que tenia, y aguantando los gritos, agarro una navaja, y se desgarro el vientre. Se mordió el labio tan fuerte para no gritar.

Comenzó a sacar al bebé, de su vientre. Casi, le da algo, al ver que no lloraba. No se movía. No respiraba.

Aquella mujer, se le inundaron los ojos, y apretó a su bebé, en su pecho. Agonía, desesperación, ira, tristeza. Su bebé, estaba muerto. Su dulce ángel, ya no estaba. Lagrimas, comenzaron a caer, lagrimas que caían en el rostro de su bebé, que inesperadamente comenzó a gemir levemente.

"Oh, mi dulce ángel…" susurro aquella mujer. "Mi dulce Cassiopea…" Alzo la mirada, y en el cielo estrellado, podía ver la constelación. "Mira… Nunca estarás sola, mi ángel. Solo mira al cielo, y me sentirás…" Y esas fueron las últimas palabras de aquella mujer, mientras a la bebé, comenzaba a marcarse un signo, una marca que la acompañara por siempre.