Descargo de responsabilidad: Nakamura sensei, lo sé…
VOLVER A CREER
(MAGIA Y COLOR)
Érase una vez un niño que dejó de creer en la magia.
Dejó de creer con cada golpe, con cada insulto, mientras su corazón se iba tornando en piedra y su alma se llenaba de sombras.
No siempre fue así, por supuesto.
Hubo un tiempo en que fue un hada. Él, un hada… Alguien tan roto como él, ¿un hada?
Sí, lo fue… Corn, le llamó ella.
Pero esa niña también estaba rota. Así que le regaló su bien más preciado, la piedra que lo había mantenido cuerdo, que lo protegía de la tristeza y la desesperación.
Y sin la piedra mágica, a Kuon solo le quedó el recuerdo de esos días de verano llenos de luz. Pero ni la niña, ni sus padres, ni nadie, ni siquiera Rick, pudieron protegerlo esta vez.
Se perdió en los senderos oscuros de la violencia. Embruteció su alma cuando devolvió los golpes. Se dejó llenar el corazón del ansia predadora de cazar o ser cazado.
Y luego se hundió en la nada llena de culpas…
Le había llevado años y un nuevo nombre, un nuevo país, volver a ser algo parecido a una persona. Un personaje más bien. Crearon para él el papel de su vida. Y lo hacía a la perfección, escondiendo a ese monstruo tras la máscara, y así vivía sus días, grises, como una condena, como un castigo que estaba dispuesto a cumplir. Una expiación…
Hasta que llegó ella y el color volvió a sus días.
No solo el naranja de su cabello ni el rosa escandaloso de su uniforme, no. Volvió primero el dorado de sus ojos, brillantes, llenos de airada luz, quebrando por primera vez su perfecta máscara.
Luego, no quiso decirle que él era su Corn, porque alguien como él no podía volver a ser un hada para ella, siempre con las alas manchadas de sangre y oscuridad.
Pero la luz de Kyoko, amarilla, blanca, dorada, iridiscente, se fue filtrando por las grietas que ella creaba, y cada vez más, había más de Kuon y menos de Ren a su lado.
Con ella volvió el verde de los bosques de Karuizawa, cuando le dijo que su Corn vivía. Ella lloró en sus brazos. Él ya la amaba.
Con el tiempo llegaron la Princesa Rosa (su primer regalo de amor) y el suave carmesí de una gelatina. Y por primera vez, los rojos de su vida no eran de sangre…
El negro de sus pesadillas lo solapó el negro gótico de los Heel, y Setsu ahuyentó sus fantasmas y Cain le dedicó a ella su sola existencia. Una promesa real bajo pretextos fingidos que le ataba a ella para siempre.
Hasta que llegó el azul de los mares de Guam donde la besó.
Con los colores que trajo Kyoko a sus días de mentiras, esa parte de él, muerta desde hace tiempo por los golpes, despertó. Despertaron también otras cosas que no habían sido usadas en mucho tiempo, claro. Volvió el deseo, el anhelo, la lujuria..., pero no vino solo, no. Apareció ese celoso egoísmo de tenerla solo para sí, nuevo y perturbador, pero también la esperanza de que ella le viera como lo que realmente era, solo un hombre, un hombre enamorado, con sus fallas, sus defectos, y que se le ofrecía por entero, porque no tenía nada más que a sí mismo para darle.
Y Kuon abrazó los colores y reveló las verdades, y los secretos dejaron de ser secretos, y en la inocencia de los ojos de Kyoko se obró el milagro del perdón y la aceptación.
Érase una vez un hombre que volvió a creer en la magia.
Todos los días, la siente en la punta de sus dedos, la siente vibrando adentro, pulsando con fuerza en su corazón. Le hace cosquillas sobre la piel de Kyoko… La ve brillar en los ojos dorados de su pequeña cuando le habla del reino de las hadas…
La magia existe. Es tan solo amor.
